Escuchó el rey D. Alfonso
las palabras halagüeñas
del Cid en su despedida
cuando se partió á la guerra,
y dijo á sus infanzones:
—Hoy deja nuestras banderas
el home más animoso
que sangre de moros riega:
y aunque parezca osadía
el fablar con tantas veras,
non fueron atrevimientos,
supuesto que lo asemejan.
Los amoríos del alma
en el pecho do se encierran
lealtad y amor, con su rey
tienen para hablar licencia.
Alongado va al destierro,
y veo que en su presencia
es sólo un home el que parte
y mil voluntades lleva;
y cuido que un buen guerrero,
cuando de su rey se ausenta,
reprochado de su corte,
se ha de tener á la ajena;
que de un edificio grande,
si se le rompe una piedra,
por sólo su desencaje
se suele venir á tierra.
No hay folgarse entre los reyes,
que nunca los reyes fuelgan,
cuidando el pro de sus reinos
y haciendo en los lueñes guerra.
Si fidalgos con la espada
por su rey en lides entran,
el rey con espada y alma
anda, padece y pelea.
¡Gran lidiador es el Cid!
¡fuerte y noble en gran manera!
Pero si no es homildoso
de Dios y del rey, ¿qué espera?
Conviene que el Cid se alongue,
y dirán en lueñes tierras
que Alfonso face justicia
y en castigo á nadie excepta.