Ir al contenido

Esto sí que es negociar/Acto II

De Wikisource, la biblioteca libre.
Acto I
Esto sí que es negociar
de Tirso de Molina
Acto II

Acto II

Salen el DUQUE, ROGERIO
y ACOMPAÑAMIENTO
DUQUE:

Ya que estás legitimado
y te llama sucesor
Bretaña de aqueste estado
para que puedas mejor
dar treguas a mi cuidado,
quiero, Rogerio, que empieces
a tratar de su gobierno.
Llevemos su peso a veces
los dos, pues al cano invierno
de mi edad, alivio ofreces.
Comiénzate a ejercitar
en regir y despachar
negocios que la experiencia
reduce después a ciencia;
que habiéndome de heredar,
bien será que desde luego
diestro en el gobierno estés
que desde agora te entrego
porque no extrañes después
mudanzas de tu sosiego.

ROGERIO:

Ése estimaba yo en tanto,
te prometo a vuestra alteza
que si en el confuso espanto
de ésta que llaman grandeza
y a mí me parece encanto,
no me facilita el uso
a que el cielo me dispuso,
teme mi melancolía
echar menos cada día
la quietud que ya rehuso.
Estaba yo, gran señor,
contento con el estado
de mi mediano valor,
ni por muy rico envidiado,
ni por pobre con temor
de desdecir de quién era,
o de quién pensaba ser.
Era el sosiego mi esfera;
pensé a Pinardo deber
el ser y vida primera
que ya por ti se mejora.
Encontrábame el aurora
los más días o estudiando,
las riberas margenando,
frescas lisonjas de Flora,
o en la caza, que las llamas
del nieto de las espumas
refrena, engañando ramas,
robándole al viento plumas,
hurtándole al mar escamas.

ROGERIO:

Vasallos me respetaban
sencillos, puesto que pocos,
que mi hacienda acrecentaban
y, ni ambiciosos ni locos,
me mentían o adulaban.
Perdí esta felicidad,
señor, en la brevedad
de un instante: troqué luego
la quietud por el sosiego,
la aldea por la ciudad,
por un duque padre, un hombre
cuya mediana nobleza
sustenta sólo en el nombre,
la merced por la alteza.
Siendo esto así, no te asombre
que sin uso ni costumbre
tema la vida presente;
porque ¿quién sube a la cumbre
de un monte alto de repente
que no sienta pesadumbre?

DUQUE:

Hechos tiene, Rogerio,
el gobierno, que sazonan
su apacible cautiverio.
Los trabajos te coronan
con el laurel del imperio.
Probarás lo que es mandar
y no lo sabrás dejar
después, porque es el león
que despedazó Sansón
y sabe panales dar.
Clemencia, sobrina mía,
de quien has de ser esposo,
contra tu melancolía
será remedio amoroso;
de ella algunos ratos fía
que hurtes a la ocupación
del gobierno principal,
y hallarás en conclusión
que es sazonado panal
lo que te asombra león.

Vase el DUQUE


ROGERIO:

Todo esto es, Leonisa mía,
con sofísticas razones,
buscar necias evasiones
para mi melancolía.
Si yo no te viera el día
que perdí mi libertad,
fuera esta prosperidad
el colmo de mi contento;
ya sin ti, será tormento
la más regia dignidad.
Perdíte; ya no es posible,
en desiguales estados,
dar alivio a mis cuidados
ni ver tu rostro apacible.
Pues amar un imposible
será eterno padecer;
no amarte no puede ser,
pues amarte y no esperar,
padecer y no olvidar,
es morir y no poder
intentar cumplir mi amor
por medio menos que honesto,
ni aun pensarlo, porque he puesto
todo mi honor en tu honor.
Morir, Leonisa, es mejor;
batalle mi fantasía
en tan contraria porfía
mientras la vida haga pausa,
como se ignore la causa
de tanta melancolía.

Sale LEONISA
LEONISA:

¡Valga el diablo los judíos.
y qué de ello que me cuesta
la entrada!

ROGERIO:

(Leonisa es ésta. (-Aparte-)
Refrenaos, cuidados míos.
Ojos no perdáis por vella
la autoridad que acobarda
mi amor.)

LEONISA:

¡Verá qué de guarda
tien la puerta! ¿Sois doncella
que os cercan con tan cuidado?
¿Piensan que os hemos de aojar?

ROGERIO:

Leonisa.

LEONISA:

Véngoos a dar
el pláceme del ducado,
porque el pésame me deis;
que desque enducado os vi,
no valgo un maravedí.

ROGERIO:

Mucho, Leonisa, valéis
y, si el mundo, en todo necio,
prendas del alma estimara
y a la volundad dejara
poner la hermosura en precio,
para compraros a vos
poco su tesoro fuera.
El interés es su esfera,
la ambición sola es su dios.
Ésta y aquél han podido
violentar mi natural;
lo que el Amor hizo igual
la Fortuna ha dividido.
Améos, hijos de Pinardo;
hijo del duque, no puedo.
Penas con Bretaña heredo,
la muerte sin vos aguardo.
Manda mi padre casarme
con Clemencia, prima mía;
en Orliens su dote fía,
y es forzoso conformarme
con el estado presente;
no queráis mayor venganza
de mi forzosa mudanza
que el vivir de vos ausente.
Midas pobre en la riqueza,
solo por acompañado,
sin amor enamorado,
abatido en la grandeza,
y expuesto a que el vulgo note
acciones en que es precisa
la murmuración. Leonisa,
casaos, que yo os daré el dote.

Vase ROGERIO


LEONISA:

“¡Leonisa, casaos, que yo
os daré el dote!” ¿Equivale
dote que a Bretaña iguale
al alma que me robó?
Porque Clemencia nació
duquesa, ¿es bien que me impida
de ser de Rogerio querida?
Si es el alma la que da
valor, aquélla será,
que es mejor, más bien nacida.
¿No es más noble el alma, cielo,
de pensamientos mejores?
¿No son los míos mayores,
pues encumbran más su vuelo?
Amor, ante vos apelo.
Clemencia a Rogerio adora,
que es su igual; mas yo pastora,
mientras el alma le doy,
más noble en amarle soy
por ser su competidora.
Yo, que de mi esfera salgo
con mejores pensamientos
animando atrevimientos,
merezco más pues más valgo.
No temáis, Amor hidalgo,
industria; en la diligencia
estriba la competencia
que ha puesto mi dicha en duda.
Dios al animoso ayuda.
No ha de vencerme Clemencia.

Sale FIRELA
FIRELA:

Pues, Leonisa, ¿podré darte
de duquesa parabienes?
Dirás que sí. pues que tienes
en Rogerio tanta parte.

LEONISA:

¡Ay, Firela! Si a contarte
dichas desdichadas llego,
confesarás que navego
viento en popa y con tormenta.
Lo que me acobarda alienta.
Todo es nieve. Todo es fuego.
Quien me aborrece, me adora.
Rogerio es cortés villano.
Lo que por Leonisa gano,
vengo a perder por pastora.
Vence mi competidora
porque nació con nobleza
y yo, que en fe y en firmeza
la venzo y mi amor abono;
que compitan ocasiono
Fortuna y Naturaleza.
La Fortuna me ha negado
generosa ostentación.
Natural inclinación
suerte en Rogerio me ha dado.

LEONISA:

Extranjero y desterrado
me trujo de Ingalaterra,
niña, mi padre a la sierra
donde avecindada estoy.
Sé que adoro y no quién soy;
amé en paz y y muero en guerra.
Persüádeme a elegir
dueño Rogerio, y al paso
conzoco yo, si me caso,
que de pena ha de morir.
¿Cómo podré yo sufrir
verle en ajeno poder?
¿Cómo tiene de querer
otro esposo quien le adora?
¿Cómo, siendo labradora,
seré de un duque mujer?
¡Ay de mí!

FIRELA:

Leonisa mía,
si era locura el querer
a Rogerio antes de ser
o excelencia y señoría,
agora que el duque fía
de él su estado y majestad,
¿qué será?

LEONISA:

Temeridad;
mas todo amor es exceso;
no quiere quien tiene seso.
¡Loca estoy!

FIRELA:

Dices verdad.

Salen CLEMENCIA y ENRIQUE,
que hablan sin ver a LEONISA y FIRELA,
las cuales se desvían a un lado
CLEMENCIA:

Yo, Enrique, no he conocido
fuera del duque otro padre.
Dejóme niña mi madre;
a su cargo me ha tenido.
Cuando intentaba ofender
mi verde edad con sus años,
y en desiguales engaños
trocar por el de mujer
el título de sobrina,
llevábalo, Enrique, mal;
pero ya que con igual
juventud se determina
darme por dueño a Rogerio,
de suerte contenta estoy
que con el alma le doy
de mis gustos el imperio,
y sólo que venga aguardo
la feliz dispensación
de Roma.

ENRIQUE:

¿Y sería razón
que tiranice un bastardo
mis esperanzas, Clemencia?
¿Es bien que, amándoos los dos,
me venga a usurpar con vos
de estos estados la herencia
un pobre, hijo de una sierra,
entre rústicos criado?

CLEMENCIA:

El oro, que idolatrado
es en el mundo, se encierra
en las groseras entrañas
de un monte; una sierra fría
diamantes produce y cría;
planta nos dan las montañas
más ásperas, que después
goza del mundo el imperio.
Nació en los montes Rogerio;
mas es diamante. Oro es
que os hace tanta ventaja
en presencia y discreción
que cualquier comparación
es con él humilde y baja.
Ésta es verdad manifiesta.
Él ha de casar conmigo.
Básteos esto por castigo
y el dejaros sin respuesta.

Vase CLEMENCIA


ENRIQUE:

Conjuróse contra mí
el cielo. Soy desdichado.
De un monte un hombre ha sacado
por quien la herencia perdí
de Bretaña, y a Clemencia.
Mas si el amor y el reinar
ni a la sangre dan lugar
ni permiten competencia,
¿por qué sufrir mi valor
que el hijo de una montaña
me tiranice a Bretaña
y desazone mi amor?
Ingeniosos son los celos
y cauteloso el agravio;
aquéllos me han de hacer sabio,
y éste, a costa de desvelos,
ejecutor ha de ser
de lo que mi amor procura;
que a falta de la ventura
suele el ingenio vencer.

Salen LEONISA y FIRELA
LEONISA:

En buena fe, señor conde,
aunque no me conozcáis,
que la pasión que mostráis
es igual a la que esconde
quien no ha mucho que tenía
presunciones de duquesa;
pero a un mismo paso cesa
vuestra esperanza y la mía.

ENRIQUE:

Pues vos, ¿conocéisme a mí?

LEONISA:

Suelen con facilidad
los de una enfermedad
conocerse. Desde aquí
los desprecios he escuchado
con que Clemencia os despide;
mas no es mucho que os olvide
que vale mucho un ducado.
Era yo en la sierra amada;
ya en la corte aborrecida;
lloro cual vos ofendida,
muero cual vos despreciada.
Rogerio me quiso bien
y agora me trata mal.
Es duque; no soy su igual.
Juntad vos vueso desdén
con el mío, y procuremos
que si un mal puede igualarnos,
............................. [ -arnos],
no es mucha que emparentemos.

ENRIQUE: Vuestro donaire y belleza,

serrana, es tal que agradezco
vuestro feliz parentesco.

LEONISA:

Hace hermosa la tristeza.

ENRIQUE:

¿Que, en fin, Rogerio te amó?

LEONISA:

Testigos, troncos diversos
maltratados con sus versos.
Una vez me comparó
al alba cuando nacía
afeitada de arrebol;
Otra vez me llamó sol.
¡Mire qué grande herejía!
Mas como ya el lisonjero
se ha visto ceñir de salva,
quedó en albís el alba
y vine a ser sol de hebrero.
Pero aguarde. Haga una cosa.
Los celos suelen hacer
milagros, y la mujer
despreciada es ingeniosa.
Aconséjese conmigo.
Verá después lo que pasa.

ENRIQUE:

¿Hay tal donaire?

LEONISA:

A su casa
vamos; que allí yo le digo
que mis ardides celebre;
vengaremos nuesta ofensa.

ENRIQUE:

¿Cómo?

LEONISA:

De donde no piensa
dicen que salta la liebre.
Quizalle le daré yo,
invención con que la dama
que a Rogerio dueño llama
le quiera. ¿Piensa que no?

ENRIQUE:

Pienso que en tu lengua está
el hechizo del Amor.

LEONISA:

Pues el engaño es mijor.

ENRIQUE:

¿Quién duda?

LEONISA:

Vamos allá;
que yo le daré a Clemencia
por más que de él haga risa.

FIRELA:

¿Qué quieres hacer, Leonisa?

LEONISA:

Pretender en competencia,
enredar y disponer
ingeniosa mi afición
y ver para lo que son
los celos en la mujer.

Vanse ENRIQUE, LEONISA y FIRELA.
Salen CARLÍN y CLEMENCIA,
dirigiéndose a un criado que no se ve
CLEMENCIA:

Yo gusto de esto; dejalde.

CARLÍN:

Pues, ¿por qué no habían de entrar?

CLEMENCIA:

Cuando salí yo a cazar
te conocí.

CARLÍN:

Ni el alcalde,
ni el cura me quita a mí
que no entre, si se me antoja,
en la igreja.

CLEMENCIA:

¿Quién te enoja?

CARLÍN:

Un viejo porque entro aquí.

CLEMENCIA:

¿No ves que es el guardadamas?

CARLÍN:

¡Válgame Dios! ¿Que hay quien deba
guardar damas y se atreva
a que no quemen las llamas?
Pues aun no puede un marido
guardar solo a su mujer,
¿y habrá quien pueda tener
tanto pájaro en un nido?
Él tiene gentil tempero.

CLEMENCIA:

¿A qué has venido a palacio?

CARLÍN:

En el campo hay más espacio
que acá. Mas diga: ¿es de vero
que Rogerio es duco?

CLEMENCIA:

Sí;
¿vendrásle a pedir mercedes?

CARLÍN:

Sí, vengo o no.

CLEMENCIA:

Muy bien puedes;
que yo rogaré por ti.

CARLÍN:

¿Y que el duco viejo es ya
su padre?

CLEMENCIA:

A él le debe el ser.

CARLÍN:

¿Y ella diz que es su mujer?

CLEMENCIA:

Mi esposo ha de ser.

CARLÍN:

¡Verá!
Hombre hue siempre de chapa.
Desde mochacho lo tuvo.
Hombre en nueso lugar hubo
que endevinó verle papa.

CLEMENCIA:

¿Cómo?

CARLÍN:

Desde el primer día
que espezó de gorjear,
a todos los del lugar
“taita” y “papa” les decía;
y como no se le escapa
cosa al cura, el punto dijo,
“¿Papa sabéis decir, hijo?
Pues yo espero veros papa.”

CLEMENCIA:

(¡Graciosa rusticidad!) (-Aparte-)
Pues le vais, serrrano, a ver
procuradle entretener
y su tristeza alividad;
que después que es duque, vive
melancólico en extremo
y, al paso que le amo, temo
su salud.

CARLÍN:

¡Oh! Si él recibe
cierto envoltorio que aquí
le traigo, yo le aseguro
que ella vez cuál le curo.

CLEMENCIA:

¿Es regalo?

CARLÍN:

Creo que sí.

CLEMENCIA:

Mostradle acá.

CARLÍN:

Viene oculto.

CLEMENCIA:

¿Es de Pinardo?

CARLÍN:

No es de él.

CLEMENCIA:

¿Pues cúyo?

CARLÍN:

Está en un papel.

CLEMENCIA:

Regalo que no hace bulto,
¿qué será?

CARLÍN:

¿No lo penetrea?
Son unos polvos.

CLEMENCIA:

¿De qué?

CARLÍN:

De carta, que si lo ve,
también podrá ver la letra.

CLEMENCIA:

¿Es billete?

CARLÍN:

Sí, por Dios.

CLEMENCIA:

¿Quién le escribe?

CARLÍN:

No hay decirlo.

CLEMENCIA:

¿Por qué?

CARLÍN:

Mándanme encubrirlo,
principalmente de vos.

CLEMENCIA:

(¡Ay, cielos!) (-Aparte-)
¿Y es quien le avisa
en él alguna serrana?

CARLÍN:

Más fresca que la mañana.

CLEMENCIA:

¡Bueno! ¿Y llámase?

CARLÍN:

Leonisa.

CLEMENCIA:

Según eso, no me espanto,
si es su amante y no la ve,
que triste Rogerio esté.
¿Quiérense bien?

CARLÍN:

Tanto cuanto.

CLEMENCIA:

¿Y cuál de aquellas dos era
que, cuando a cazar salí,
con Rogerio hablando vi?

CARLÍN:

Picandoos va la celera.
La que me ha dado esta carta
cuyo porte pagáis vos
es, señora, de las dos,
barbinegra y cariharta.

CLEMENCIA:

¿Y a ésa quiere?

CARLÍN:

Es bella moza.

CLEMENCIA:

Mostrad el papel acá.

CARLÍN:

¡Mas no nada!

Queriéndosele quitar
CLEMENCIA:

Acabad ya,
villano.

CARLÍN:

¡Ay, que me retoza!

CLEMENCIA:

¿Vos usáis aquestas tretas,
rústico, zafio, villano?

CARLÍN:

Aquí del rey; que la mano
meterme en las tetas.

Sale ROGERIO
ROGERIO:

¿Qué es esto?

CLEMENCIA:

Ésta es la ocasión
de vuestra melancolía
si de la desdicha mía,
duque, presagios no son.
¿Triste estáis? Tenéis razón;
que el mudar naturaleza
¿a quién no causa tristeza?
Y más a vos que trocado
habéis un ilustre estado
por esta vil rustiqueza.
Alegraos, pues os avisa
de que en esta triste ausencia
no hay de malograr Celencia
esperanzas de Leonisa.
Guardad para ella la risa
y para mí los enojos;
que si villanos despojos
el alma os tiranizaron,
ya porque a vos os miraron,
sabré castigar mis ojos.

Vase CLEMENCIA


ROGERIO:

¡Bárbaro! ¿Qué me has hecho?

CARLÍN:

¿Yo?
¿No lo ve? ¿Qué quiere que haga?
¡Aquésta será la paga
del parabién que le do!
Dos días ha que ando encantado
para darle esta escritura,
y nunca tuve ventura
según que vive encerrado,
de poder topar con él.
¡Mire qué dirá Leonisa,
que enviándome de prisa,
tanto ha que me dio el papel!

ROGERIO:

¿Leonisa le envió acá?

CARLÍN:

Desde antayer. ¿No lo digo?
Con tanta guarda y postigo
el dimuño le hallará.

ROGERIO:

¿Y le habrás dicho a Clemencia
todo cuanto en mi amor pasa?

CARLÍN:

Pues si con ella se casa,
encubrirlo, ¿no es conciencia?

ROGERIO:

¿Hay disparate mayor?

CARLÍN:

El marido y la mujer,
¿una carne no han de ser
y un alma? El sermoneador
nos lo dijo el otro día.

ROGERIO:

¿Qué querrás decir por eso?

CARLÍN:

Pues, si es su carne y su hueso,
el papel que le traía
y yo lo negué importuno,
cuando a su mujer le diera,
¿qué importa que le leyera?

ROGERIO:

¿Hay tal necio?

CARLÍN:

¿No es todo uno?

ROGERIO:

¿Dístesele, en fin?

CARLÍN:

¡Mal año!

ROGERIO:

¿Qué es de él?

CARLÍN:

Aquí vien metido.

ROGERIO:

Discreto tercero ha sido.

CARLÍN:

Ya no ha discretos hogaño.
Tome y venga la respuesta.

ROGERIO:

Ya Leonisa la llevó,
que al papel se adelantó.

CARLÍN:

Tales lágrimas le cuesta.

ROGERIO:

¿Pues, llora por mí Leonisa?

CARLÍN:

¿Si llora? Dale tal murria
que cró que tien estangurria
en cada ojo. En vez de risa,
un río tien en la cholla.

ROGERIO:

¿Tanto llora?

CARLÍN:

Es compasión;
y más, si hace salpicón
y es bermeja la cebolla.
No embargante que hay ya quien,
ocupando el lugar vueso,
anda por ella sin seso
y la enmúsica también.

ROGERIO:

¿Quién es?

CARLÍN:

Filipo, el señor
de Castel y Fuen-Molino.

ROGERIO:

¿Filipo, nuestro vecino?

CARLÍN:

Ése la tien tanto amor
que doquiera que la ve,
la pestilencia le toma.
No hay desde París a Roma
quien tales musquiñas dé.
Anoche cantó a su puerta
con otros dos una trova
y¡pardiezque no era boba
pero no estaba despierta
la moza, y quedóse en seco.

ROGERIO:

¿Y qué dice a eso, Leonisa?

CARLÍN:

Aunque hace de su amor risa
perdóneme Dios si peco
que ella es hembra, y él es tal,
que temo que ha de derriballa
a la postre.

ROGERIO:

Torpe, calla.

CARLÍN:

¡Verá! Hurtómos del corral
el gallo el año pasado
no sé cuál de las vecinas;
y, viudas de él las gallinas,
no atravesaban bocado.
Llevéles otro menor
y, él todo prumas y gala,
ya quillotrando el un ala
hasta el suelo alrededor,
ya escarbando, apenas toca
el muladar con la mano
cuando, por darlas el grano,
se lo quita de la boca.
Ellas, con los gustos nuevos,
menospreciando el ausente
que do no hay gallo presente
diz que no se ponen huevos
darán a Leonisa olvido
y hará en la memoria callos;
que de galanes y gallos,
uno ido y otro venido.
Mas no sé quién entra acá.

ROGERIO:

Espérame afuera un rato
mientras que de mirar trato
el papel.

CARLÍN:

¿Escribirá?

ROGERIO:

No sé.

CARLÍN:

Acabe, pues, que es tarde.
Al puebro, pardiós, me acojo;
que me miró de mal ojo
la duca. El dimuño aguarde.

Vase CARLÍN, sale un CRIADO
CRIADO:

El duque, señor, os llama.

Vase el CRIADO
ROGERIO:

¡Ay, Leonisa! ¿De qué suerte
podré animarme a perderte
si con pinceles de llama
pintó en mi pecho el dios ciego
su copia que eterna vive?
No se borre lo que escribe
Amor con plumas de fuego.

Vase ROGERIO.
Salen ENRIQUE y ALBERTO
ALBERTO:

Tú intentas cosas extrañas.

ENRIQUE:

Alberto, aquesta mujer
no es posible que deba el ser
a las rústicas montañas
que por su patria confiesa.
No produce el sayal vil
agudeza tan sutil;
habla la lengua escocesa
mejor que quien se ha crïado
en ella; su entendimiento
es asombro y argumento
de que vive desfrazado
debajo de aquel sayal
algún valor generoso.
De Clemencia estoy celoso;
por un hijo natural
del duque, mi amor olvida;
el mismo rigor padece
Leonisa, que es quien me ofrece
la maraña prevenida.
De Escocia habrá ya llegado
la duquesa de Clarencia
huyendo de la inclemencia
de su rey, contra ella airado.
Desembarcóse en un puerto
de mi estado, acompañada
no más que de una crïada
y un paje, y hase encubierto
de suerte que, sin saber
persona de su venida,
animosa o atrevida,
se ha querido socorrer
de mí.

ALBERTO:

Siendo su pariente
y fïada en tu valor,
no es mucho que tu favor
Margarita hermosa intente.

ENRIQUE:

Halléla en casa, volviendo
de palacio con Leonisa.
De sus desgracias me avisa;
y la serrana entendiendo
lo que pasa, para dar
a Rogerio y a Clemencia
celos, yendo a su presencia,
da en que se ha de transformar
en Margarita, y fingir
que huye del rey enemigo,
y tratándolo conmigo,
ha sabido persuadir
a Margarita de suerte
que por ser más segura
del escocés que procura
o prenderla o darle muerte,
la traza alaba discreta
de esta ingeniosa mentira
y a un castillo se retira,
donde pretende secreta
aguardar el fin que tiene
su indigna persecución.

ALBERTO:

¡Ingeniosa invención
si a parar en mal no viene!

ENRIQUE:

Hase vestido a lo inglés
Leonisa, dándola el traje
Margarita, y el lenguaje
que en ella tan propio ves,
de tal suerte la disfraza
que, si antes era pastora,
ya su hermosura enamora
y su respeto amenaza.
Margarita se ha partido
a una fortaleza mía
que se llama Roca Fría
y estoy, en fin, persuadido
a seguir esta maraña,
pidiendo al duque licencia
para que la de Clarencia
viva segura en Bretaña.

ALBERTO:

¿Y qué piensas sacar de eso?

ENRIQUE:

Creerán todos que es Leonisa
duquesa.

ALBERTO:

Cuento es de risa.

ENRIQUE:

En su amor estuvo preso
Rogerio, y por ser pastora
su pobreza y humildad
violenta su voluntad.
Viendo, pues, lo que mejora
con Clemencia su esperanza,
finge tenerla afición
y, contra su inclinación,
paga a Leonisa en mudanza.
Si la ve duquesa agora,
y en ella el vivo retrato
de Leonisa a quien fue ingrato
y desdeña por pastora,
claro está que la ha de amar,
y aborrecer a Clemencia.
¿Qué te parece?

ALBERTO:

Evidencia.

ENRIQUE:

Yo la fingiré adorar
y diré al duque que intento
casarme con ella.

ALBERTO:

Bien.

ENRIQUE:

Clemencia, cuyo desdén
ya es casi aborrecimiento,
viéndose de mí olvidada,
se tendrá por ofendida;
que toda mujer querida
pierde el seso despreciada.
Celosa ya, podrá ser
que, despertando su amor,
deje a mi competidor
y, volviéndome a querer,
a costa de estos desvelos,
paren desdenes en paces,
porque no ha más eficaces
terceros de amor que celos.
Mira lo que se interesa
de esta afición.

ALBERTO:

¡Sin cimientos
fundadas torres por vientos!
Pero amor, como profesa
disparates, ya podría
sacarte bien del presente.
La serrana es excelente;
pues su autoridad la fia
Margarita; empieza a dar
principio a aquesta aventura.

ENRIQUE:

El Amor me la asegura.
A los duques voy a hablar.

Vanse ENRIQUE y ALBERTO.
Salen el DUQUE, con un pliego,
CLEMENCIA y ROGERIO
DUQUE:

¡Extraña novedad! No ha sucedido
en mi corona caso semejante.

ROGERIO:

Díganos vuestra alteza lo que ha sido.

DUQUE:

Perdió Arturo la vida por amante.
Del escosés un pliego he recibido
cuyas nuevas dan lástima bastante
y admiración en ellas al más sabio
para que en la mujer tema el agravio.
Mandó en su corte el rey hacer justicia
del duque de Clarencia, por consejo
de la envidia, si no de la avaricia,
por ser rico en extremo el noble viejo;
dejó sola una hija, en la noticia
del mundo celebrada por espejo
de la beldad, que amor siempre acredita
en valor como en nombre, Margarita.
Arturo, que del rey era privado
y ocasionó esta muerte rigurosa,
de su hacienda o su hija enamorado,
suplica al rey la obligue a ser su esposa,
en fin, de su favor apadrinado.
No supo Margarita, cautelosa,
o no quiso negar el sí pedido
y al ofensor admite por marido.
Celebróse la boda y, cuando intenta
en el silencio de la noche oscura
al tálamo de amor dejar contenta,
verde esperanza en posesión segura,
la venganza que tímidos alienta
mostró que sin crueldad no hay hermosura;
pues con filos fingidos de una daga
si no amor, Margarita ofensas paga.
A su esposo dio muerte y, atrevida,
en un baúl que la lealtad previno
de algún vasallo, viuda y homicida,
por páramos de sal abrió camino.
Esto me escribe el rey; que con su vida
pretende castigar su desatino
y, sospechoso que paró en Bretaña,
pide no ampare tan cruel hazaña.

ROGERIO:

¡Lastimoso suceso, aunque bastante
a disculpar la noble vengadora
de su padre!

CLEMENCIA:

No puede ser amante
quien desleal ofende a quien adora.

DUQUE:

Mi sangre es Margarita e importante
el socorrerla si se ampara agora
de mi favor.

ROGERIO:

Tal ánimo y belleza
merece que halle sombra en vuestra alteza.

Sale ENRIQUE
ENRIQUE:

Vuestra alteza, señor, sepa
que tenemos en Bretaña
la huespeda más hermosa
que dio al Amor flechas y alas
por parienta y por mujer.
Es digna de que en su casa
halle favor su hermosura
y consuelo sus desgracias.

DUQUE:

¿La duquesa de Clarencia?
Ya, conde, por estas cartas
que el rey de Escocia me escribe
he sabido las hazañas
de su valor vengativo.

ENRIQUE:

¡Válgame Dios!

DUQUE:

No se engaña
en pensar el escocés
que de mi favor se ampara.
¿Dónde está?

ENRIQUE:

Desembarcó,
gran señor, ayer mañana
en un puerto de mi estado
por ser la menor distancia
que hay desde aquí a aquella tierra;
y sólo segura aguarda
de vuestra alteza, y licencia,
para postrarse a sus plantas.

DUQUE:

Margarita es descendiente,
como sabéis, de mi casa
y su rey siempre enemigo
de las tres lises de Francia.
Vengó injurias Margarita
de la ambiciosa privanza
que a su padre causó muerte
y descrédito a su fama.
Mujer que fue para tanto
no es bien, porque desagravia
injurias que en honra tocan,
cobarde desampararla.
Entre en mi corte segura.

ENRIQUE:

Eres generosa rama
del tronco de Clodobeo
que en ti logra su prosapia.
Por ella los pies te beso
y porque de la palabra
que le das estaba cierta,
humilde en palacio aguarda
que entrarte a ver le permitas.

DUQUE:

¿Aquí está?

ENRIQUE:

Sí, señor.

DUQUE:

Salgan
a recibirla conmigo
todos cuanto hay en casa.

ENRIQUE:

No hay, gran señor, para qué;
que en esta merced fïada
entre Margarita hermosa
dando luz a aquesta sala.

Sale LEONISA,
de inglesa muy bizarra,
de camino, y acompañamiento
LEONISA:

Vuestra alteza reconozca
por parienta y por vasalla
una mujer perseguida
de un rey, puesto que vengada.

DUQUE:

Dadme, sobrina, los brazos;
que aunque en tal belleza y gracia
la crueldad parece fea,
os debo dar alabanzas
por la parte que me toca
en vuestra justa venganza,
y en vuestro favor poner
a riesgo mi estado y armas.
¿Qué hospedaje el mar os hizo?

LEONISA:

Por ser cruel pues maltrata
a quien se atreve a sus olas
y ser amor semejanza,
pasaje me dio apacible.

ENRIQUE:

(¿Hay maravilla más rara? (-Aparte-)
¡Que una pastora hable ansí!
¡Vive el cielo! Que me engaña
y que con saber quién es,
respeto y temor me causa.)

DUQUE:

Besad las manos, Rogerio,
a la duquesa.

ROGERIO:

(Si el alma (-Aparte-)
conoce por los sentidos
lo que objetos la retratan,
¿no son de Leonisa, cielos,
estos ojos, esta cara,
aquel aire, aquel hechizo,
aquella risa, aquel habla?)

LEONISA:

Perdóneme vuestra alteza,
gran señor; que la ignorancia
de forastera disculpa
mi cortedad, siendo causa
de no haberos conocido.

ROGERIO:

Yo también me disculpara
con vueselencia, señora,
si a la libertad dejara
el alma hacer cortesías;
pero como se traslada
toda a los ojos, no da
permisión a las palabras.

CLEMENCIA:

Aunque contenta, envidiosa,
de que afrentéis nuestras damas,
os da, señora, los brazos
quien os rinde las ventajas
en discreción y hermosura.
Honréis prima, nuestra patria
mil años.

DUQUE:

Es la duquesa
de Orliens, mi sobrina.

LEONISA:

Basta
su presencia para prueba
de que no miente la fama
que en nuestro reino más corta
queda, cuanto más la alaba.
La merced que me habéis hecho
estimo, no confïada,
pero agradecida, sí;
porque honrar con alabanzas
a los huéspedes es propio
de la grandeza que pasa,
con nobles ponderaciones,
justos límites y rayas.

ENRIQUE:

(¡Vive Dios, que es imposible (-Aparte-)
que puedan unas montañas
engendrar tal discreción!)

ROGERIO:

(¡Vive el cielo, que traslada (-Aparte-)
Amor en esta mujer
el rostro, acciones y gracia
de Leonisa o estoy loco!)

DUQUE:

Margarita, en nuestra casa
tendréis hospicio decente.

LEONISA:

Si mi rey os amenaza,
gran señor, no será bien
que ocasione su ira y armas.
Más encubierta estaré,
mientras este rigor pasa
en un castillo de Enrique
hasta que dé al rey de Francia
cuenta de aquestos sucesos.

ENRIQUE:

Sí, gran señor, retirada
mi prima en mi estado, puede
asegurar las desgracias
que del poder de Inglaterra
puede recelar Bretaña.

DUQUE:

Si gustáis de eso los dos,
y el conde me suple mis faltas,
no os quiero contradecir;
cumpla el cielo la esperanza
que tenéis en nuestro rey.
Id, hijo, y acompañadla.

LEONISA:

Guarde el cielo a vuestra alteza.

CLEMENCIA:

Dadme licencia, madama,
que os vaya sirviendo.

LEONISA:

Yo soy, madama, vuestra esclava.
No habéis de pasar de aquí.

ROGERIO:

(Imaginaciones vanas, (-Aparte-)
si una misma imagen veo
en mi amorosa serrana
y en la hermosa Margarita,
duquesa es cual yo, adoradla.)

Vanse todos.
Sale FIRELA, de inglés
FIRELA:

¿Que me haya metido en esto
Leonisa? ¿Hay más extremada
determinación? ¿Yo inglés?
¿Yo varón? ¿Yo marimacha?
¿Qué repuesta podré dar
a los que me ven si me hablan
en lenguaje que no entiendo?
Solamente dos palabras
me ha enseñado que responda
y sacándome de entrambas,
doy con nuestra traza en tierra
y a la vergünza me sacan.

Sale un CRIADO
CRIADO:

Diga, señor gentilhombre,
¿qué nombre tiene madama
la duquesa?

FIRELA:

Bona guis
toixton.

CRIADO:

No entiendo palabra.
¿Tiene en Londres su asistencia?
¿Es doncella o es casada?

FIRELA:

Bona guis toixton.

CRIADO:

¡Tostones
y ámbar gris! ¡Buena demanda!
¿Es caballero?

FIRELA:

Millort.

CRIADO:

Millorte es lo que en España
vizconde o barón. (¡Por Dios, (-Aparte-)
que es la figura extremada!
Voyme; que no hay entenderle.)
Vase el CRIADO

FIRELA:

Si de ésta el cielo me escapa,
no más disfraces ingleses,
no más figuras lacayas.
Sale CARLÍN

CARLÍN:

No hay encontrar a Leonisa
ni dar con Firela. Dambas,
después que es duco Rogerio,
dadas a los diabros andan.
Buen hombre, ¿acaso habés visto
en palacio dos serranas
vestidas de...? ¡Ay, Dios! ¿Qué es esto?
¡Firela! ¿Vos atacada?
¿Sois danzante o volatina?
¿Quién os volvió marimacha?
Al santo oficio os acuso.
¡Verá el mundo qué tal anda!
Quién, diabros, os puso ansí?

FIRELA:

Bona guis toixton.

CARLÍN:

¡Fayancas
conmigo que las entevo!
Alto al puebro; que os aguarda
nueso amo. ¿Qué es Leonisa?

FIRELA:

Bona guis toixton.

CARLÍN:

Borracha,
¿pullas a mí? Voto al sol
si empiezo que os eche tantas
que deis al diabro el oficio.
Dejaos eso y alto a casa
que Pinardo envía por vos.

FIRELA:

Toixton, toixton.
Pícale con la daga y vase FIRELA

CARLÍN:

¡Ay! Tostada
te vea yo por la josticia.
¡Voto al sol o que trocada
tengo la vista o que es ella!
Pues no os han de valer chanzas.

Vase CARLÍN.

Sale ROGERIO, solo

ROGERIO:

¿Podré persuadirme yo
a tan grande disparate
ni a que mi Leonisa trate
fingirse duquesa? ¡No!
Sé que el inglés solicita
al duque y cuenta le da
de que sospecha que está
en Bretaña Margarita;
sé que el conde lo confiesa;
sé que a la corte ha venido
para quitarme el sentido;
sé que he visto a la duquesa
que en el traje y en el trato
por inglesa es bien la dé
crédito; mas también sé
que es de Leonisa retrato.
Ya suele naturaleza,
que al pincel de cuenta alcanza,
mostrar en la semejanza
su divina sutileza.

ROGERIO:

Diversas veces pintó
aunque siempre es cosa rara
en dos una misma cara;
mas unas acciones, no;
que ésas por ser de la esencia
de cada individuo varias,
por fuerza han de ser contrarias,
y es infalible esta ciencia.
Pues, si son étas razones
evidentes, ¿cómo imita
a Leonisa Margarita
en cara, en habla, en acciones?
Alma, averiguadlo vos;
que, aunque este milagro ignoro,
la una por la otra adoro
y estoy divido en dos.

Salen LEONISA y FIRELA,
de pastoras

LEONISA:

Rogerio, ya yo he cumplido
lo que vos habéis mandado.
Por daros gusto he buscado
desde ayer acá marido.
El señor de Moncastel
la mano me ofrece dar
con el dote, porque ahorrar
del amor os quiero, y de él.
Dadme el parabién, y adiós;
que es tarde y vengo de prisa.

ROGERIO:

(Alto. Engañéme. Leonisa (-Aparte-)
es ésta y, entre las dos,
dividido mi amor crece,
adorando mi interés
en mi serrana lo que es
y en la otra lo que parece.)

LEONISA:

Echadme la bendición
y adiós; que es tarde.

ROGERIO:

¡Ah, Leonisa!
Quien despide tan aprisa
memorias del corazón,
no las tuvo en mucho aprecio.
Casaos con Felipo vos
y hágaos venturosa Dios;
que yo moriré por necio
pues, a mi padre sujeto,
en dignidades repara,
que por vos menospreciara
mi amor, a ser yo discreto.

Vase ROGERIO

LEONISA:

Asomábanle a los ojos
lágrimas cuando se fue.
¡Ay, mi Rogerio! Yo haré
que paren vuestros enojos
en regocijos si el cielo
mis quimeras favorece.
Firela, ¿qué te parece
de estas cosas?

FIRELA:

Que recelo
que no han de tener buen fin.

LEONISA:

¿Por qué, si el principio ves
tan próspero?

FIRELA:

Aunque en inglés
me transformase, Carlín
me conoció en ocasión
que, según fue porfïado,
apenas de él me han librado
la bona guis y el toixtón.
Volvámonos al aldea
si quieres que no nos echen
menos en ella.

LEONISA:

Aprovechen
mis industrias, y no sea
Clemencia duebo pesado
de quien sé yo que me quiere,
y venga lo que viniere.

Sale CARLÍN

CARLÍN:

Este puebro está encantado;
escapóseme el tostón.
No sé por dó diabros...¡Hela!

FIRELA:

¡Carlín!

CARLÍN: ¡Cá

tala Firela
y cátala inglés! No son
vuesas mañas para menos,
Firela, que chamusquinas
........................... [ -inas]
........................... [ -enos].
¡Buena estuvo la invención!
Gana tenéis de ser macho.

LEONISA: Pues, ¿qué ha sido?
FIRELA:

Está borracho.

CARLÍN:

Sí, bona guis y toixtón.

FIRELA:

Si escuchamos sus razones,
Leonisa, es nunca acabar.

CARLÍN:

A fe que os han de costar
caro el guis y los tostones.