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Estudios críticos por Lord Macaulay/Addison y su época

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época

ADDISON Y SU ÉPOCA.

1672-1719.

The life of Joseph Addison, by Lucy Aikin, 2 vols, en 8.° Lóndres, 1843[1].

I.

Antes de comenzar nuestra tarea cumple decir que la persona de Addison nos inspira la simpatía y el respeto á que tiene derecho todo aquel cuyos despojos mortales descansan bajo las bóvedas de Westminster, sin que por eso experimentemos en modo alguno hácia su persona impulsos más ó ménos vehementes de la ciega idolatría que tanto y tantas veces hemos censurado en otros escritores; que la idolatría envilece al ídolo así como al idólatra, y tratándose de hombres, cualesquiera que sean su ingenio y sus virtudes, siempre resultará no merecerla en fuerza de las imperfecciones anexas á ellas. Así acontece con Addison, quien, si en una rama importante de la literatura, en la cual se han distinguido algunos hombres de ingenio superior, logró aventajarlos á todos, en cambio nos ha dejado várias obras menos que medianas, poemas heroicos apénas comparables con los de Parnell, críticas tan super ciales como las de Blair, y una tragedia en nada superior á las de Johnson.

Tampoco mereció Addison, en nuestro concepto, los homenajes y acatamientos exagerados que le tributaron aquellos amigos suyos que, seducidos de las gracias de su ingenio ó reconocidos á su generoso y delicado afecto, acudian por las noches á rendirle culto al café de Button, su templo favorito; aunque sí fué digno, y esta conviccion es hija de prolijo y maduro exámen, de todo el afecto y estimacion que puede merecer en la tierra nuestra flaca y frágil especie. Pues si su carácter ofrece algun que otro defecto, cuanto más de cerca y más atentamente lo estudiamos, con más claridad lo vemos exento y libre de perfidia, bajeza, crueldad, ingratitud y envidia, sano, en fin, en el organismo noble, como decian los antiguos anatomistas; que si ciertas y determinadas cualidades alcanzaron en otros mayor desarrollo que no en él, ninguno poseyó tantas virtudes, ni perseveró en ellas con tanta constancia durante su vida.

Hecha esta salvedad, pasemos á ocuparnos en la historia de su vida; la cual, porque abarca toda la historia literaria y política de Inglaterra bajo los reinados sucesivos de Guillermo III, de Ana y de Jorge I, y por el modo como la comprendemos, adquiere á nuestra vista importancia extraordinaria.

II.

El reverendo Lancelot Addison fué padre del que ahora es objeto de nuestro estudio, y ciertamente que no por haberlo eclipsado su hijo, podremos en justicia calificar de inmerecidas las dos páginas en folio que le consagra la Biografia Británica. En tiempo de la República, y áun cuando la familia de Lancelot no gozaba de muchos bienes de fortuna, lo envió al colegio de la Reina, en Oxford, donde adquirió cierta instruccion, llegó á ser, como la mayor parte de sus condiscípulos, exaltado realista, y en el cual tambien por haber escrito una sátira contra el claustro universitario, hubo de implorar su perdon de rodillas. Al salir de las aulas ganó modestamente su pan de cada dia leyendo la liturgia de la Iglesia vencida por las granjas diseminadas en el Desierto de Sussex, y para recompensar la firmeza de sus opiniones, la Restauracion lo nombró capellan de la guarnicion de Dunquerque, oficio que perdió al pasar esta plaza á poder de los franceses; mas como quiera que por entonces Portugal hubiese cedido Tánger á Inglaterra en parte de dote de la infanta doña Catalina, lo enviaron alli. La triste residencia de Marruecos y la vida sosegada y monótona que hacía en Tánger, fueron despues de todo ventajosamente aprovechadas por nuestro Lancelot, el cual utilizó la soledad y el ocio para estudiar la historia y las costumbres de judíos y mahometanos, publicando á su regreso á la madre patria, pasados que fueron algunos años en el destierro, dos obras llenas de interes sobre la política y la religion de los berberiscos, las costumbres de los israelitas y el estado de los conocimientos rabinicos. A partir de entónces, fué ascendiendo á las más altas dignidades de la Iglesia, y despues de haber sido sucesivamente capellan real, doctor en teología y arcediano de Salisbury, llegó á dean de Lichfield, y no falta quien diga que hubiese obtenido de Guillermo y de Tillotson un obispado á no haberse indispuesto con el Gobierno haciéndole oposicion, acaso demasiado acerba, por la conducta liberal que inició al convocar las Cámaras, en 1689.


III.

En 1672, poco tiempo despues de haber regresado de Tánger el doctor, nació José Addison, su hijo, de quien sólo sabemos, en aquellos primeros años, que cuando hubo adquirido algunas nociones elementales en las escuelas de primeras letras, ingresó en Charter House. A dar crédito á la tradicion, diríamos que fué una vez en el colegio cabeza de cierto motin estudiantil, y que otra, por motivos que no se mencionan, huyó de Charter House, no parando hasta emboscarse en lo más agreste de una selva, guareciéndose durante la noche en un árbol carcomido, y alimentándose de frutos silvestres, hasta que lograron dar con su paradero y restituirlo, no sin gran trabajo, á la escuela. A ser esto cierto, ¿qué sistema de educacion hubiera sido eficaz á tornar en el hombre más dulce, tímido y tranquilo de todos al muchacho díscolo, rebelde y montaraz que demuestran las aventuras apuntadas?

Pero sea como fuere, lo averiguado es que prosiguió sus estudios con celo, perseverancia y éxito, y que á la edad de quince años ya se hallaba en disADDISON Y SU ÉPOCAposicion de ingresar en la Universidad, con un caudal de conocimientos y un gusto clásico dignos de un maestro en artes. Y como al cabo de algunos meses de permanencia en el Colegio de la Reina, en Oxford, casualmente cayeran en manos del doctor Lancaster, decano del de la Magdalena, varios versos latinos suyos, cuya elegancia y pureza de estilo habrian envidiado los mejores hablistas, se propuso ser útil al jóven que daba tan buenas esperanzas y tan señalada muestra de aprovechamiento. No tardó en llegar la ocasion de ver cumplido su deseo. La revolucion de 1688 acababa de verificarse, produciendo grandes trasportes de alegría en todas partes; pero en ninguna más extraordinarios que lo fueron en Magdalene College. Porque como Jacobo y su canciller hubieran maltratado á lan opulenta y poderosa corporacion con una insolencia é injusticia que asombran, áun tratándose de aquel Rey y de aquel Ministro, desacato que contribuyó más eficazmente todavía que la persecucion de los obispos á privar al trono del afecto y del apoyo de la Iglesia, pues se vió expulsado del claustro su rector elegido, reemplazado con otro de real nombramiento, y católico, además, y los catedráticos que por ser fieles á sus juramentos se negaron á someterse al usurpador, lanzados tambien del tranquilo retiro en que vivian, y en la triste necesidad de implorar la caridad pública para no morirse de hambre; al restablecer la revolucion el antiguo estado de las cosas, como durante las turbulencias civiles de 1688 no se hubieran hecho elecciones en la escuela, y en 1689 se hallara por esta causa duplicado el número de vacantes, el Dr. Lancaster pudo hacer entonces partícipe á su protegido de los beneficios que ofrecia generosamente á sus miembros el centro universitario reputado á la sazon por el más rico de Europa.


IV.

Diez años residió Addison en Magdalene College, primero como demi, despues como fellow, siendo motivo de orgullo para el claustro haberlo contado entre sus individuos; como que su retrato se conserva en la sala principal, y que los fellows actuales no se olvidan nunca de mostrar á los que visitan el colegio su paseo favorito bajo los olmos de la pradera situada orillas del Cherwell. Es tambien tradicional en el colegio, y esto nos parece probableque sobresalia entre sus compañeros por la delicadeza de sentimientos, la circunspeccion de carácter, la suavidad de costumbres y la constancia en el trabajo, al que consagraba no pocas horas de la noche, creyendo insuficientes las del dia. Pero en lo que no hay duda es en que su erudicion y su talento le conquistaron inmensa fama universitaria, y que muchos años despues de su salida del claustro, aún recordaban con elogio los catedráticos más antiguos de Magdalene College las composiciones de su juventud, deplorando no haber conservado copia de tan brillantes ejercicios.

No por eso, á ejemplo de Miss Aikin, formamos idea exagerada de la erudicion clásica de Addison; pues si conocia, comprendia é imitaba mejor que todos sus predecesores, excepcion hecha de Buchanan y de Milton, los poetas latinos, desde Lucrecio y Cátulo hasta Claudio y Prudencio, no habia estudiado con tanto esmero los prosistas, ni sabía la lengua griega sino de una manera incompleta.

Pero tambien diremos que si hubiera sido más grande su erudicion y su saber, acaso habria tenido ménos éxito. Pues, por regla general, no es el hombre que logra ejecutar lo que ninguno intenta siquiera poner por obra aquel á quien admira la humanidad, sino á quien hace mejor que muchos otros lo propio que muchos otros hacen bien. Bentley, por ejemplo, fué tan superior á los scholars de su época, que sólo muy escaso número de ellos pudo apreciar su mérito innegable; mas el género de obras en que Addison aventajó á sus contemporáneos, gozaba, entónces como ahora, de crédito extraordinario; y como todos los estudiantes habian hecho versos latinos y algunos muy buenos, y la totalidad se hallaba en el caso de apreciar el arte con que imitaba maravillosamente á Virgilio, sus poesías sobre el Barómetro y el Bowling Green arrancaron aplausos á centenares de personas para las cuales la Disertacion sobre las epistolas de Falaris (Dissertation on the Epistles of Phalaris), era tan sibilina como los jeroglíficos de un obelisco egipcio.


V.

Los poemas latinos de Addison alcanzaron, pues, en Oxford y en Cambridge, como dejamos apuntado, grande y legítimo éxito mucho tiempo ántes de que fuera conocido el nombre de su autor de los ingenios que concurrian á los cafés inmediatos al teatro de Drury—Lane. A los veintidos años de su edad se atrevió ya nuestro Addison á publicar versos en inglés, y con este motivo dirigió algunas estrofas encomiásticas á Dryden; el cual, despues de repetidas victorias y de no pocas derrotas, habia conquistado envidiable posicion en la república de las letras y muy superior á la de todos sus contemporáneos; y como los elogios del jóven scholar le causaran viva complacencia, siguióse de aquí entre ambos un comercio activo de reciprocos servicios y buena correspondencia. Probablemente Congreve presentaria Addison á Dryden, como lo hizo cuando deseó conocer á Cárlos Montague, siendo ministro de Hacienda y jefe del partido whig en la Cámara de los Comunes.

Addison, que parecia entónces querer consagrarse por completo á la poesía, publicó la traduccion de una parte del cuarto canto de las Geórgicas, versos al rey Guillermo, y otros trabajos análogos, es decir, sin mérito ninguno. Felizmente para él, habia contraido el público en aquella época la costumbre de recibir con aplauso composiciones que ahora no se juzgarian dignas sino de muy modesta recompensa. Pues como el verso heroico gozaba de inmenso favor, y Pope no había iniciado aún á los poetas en el arte, tan difundido despues, de vencer sin dificultad de las muchas aparentes de este metro, al mostrarse Addison superior á todos sus rivales en el género, fué proclamado desde su aparicion por uno de los más esclarecidos ingenios de su siglo. Empero si obras muy diferentes de las indicadas no le hubieran conquistado, andando el tiempo, fama duradera y merecida, hubiese sido su nombre tan poco célebre como los de Duke, Stepney, Granville, Walsh y tantos otros contemporáneos suyos, cuyos únicos títulos de gloria están fundados en haber expresado en medianos versos ideas ó sentimientos que pudieron formular en prosa ó no declarar en modo alguno. De todos modos, es lo cierto que su primer triunfo lo debió á otra causa. Porque como Dryden, á quien habia obsequiado Addison con un prefacio crítico para sus Geórgicas, le correspondiera tributándole grandes alabanzas al frente de su traduccion de la Eneida, y aparentando temer que su propia obra no pudiera ser comparada con la version del cuarto canto de las Geórgicas, hecha por el claro ingenio de mister Addison, de Oxford, dijera que «despues de sus abejas apénas si su enjambre merecia ser alojado en colmena,» esto asentó su crédito y aumentó su reputacion.


VI.

Así las cosas, llegó el tiempo en que Addison debiera necesariamente seguir carrera. Todo parecia conspirar á su ingreso en el estado eclesiástico: sus buenas costumbres, sus opiniones religiosas, su colegio, que disponia de beneficios importantes; su padre, que habria experimentado mucha satisfaccion de verlo tomar ese camino, y hasta él mismo, á juzgar de algunos versos suyos, parecia resuelto á recibir las órdenes sagradas; pero Cárlos Montague le salió al encuentro, cerrándole el camino é impidiéndole poner en ejecucion su pensamiento. De poeta mediano habia llegado Montague en poco tiempo á ser hombre de Estado verdaderamente notable; y aunque fuese por entonces hacendista, orador, cortesano y jefe de partido, conservaba siempre verdadera inclinacion hacia los estudios favoritos de su juventud, inclinacion que satisfacia buscando y solicitando á los hombres de mérito literario y estimulándolos, no molestando al público y cansándolo con sus composiciones insignificantes; y por tal manera una multitud de poetas y prosistas que lo habrian derrotado sin esfuerzo alguno á intentar siquiera presentarse como competidor suyo en el palenque, lo reverenciaba y acataba por juez peritísimo y generoso protector. El más inteligente y honrado de sus colegas, lord Somers, se mostraba siempre propicio á secundar todos sus proyectos, encaminados á favorecer los escritores ó los sabios desvalidos, pudiendo decirse que aparte de su amor sincero hácia las buenas letras y la ciencia, entrambos grandes políticos tenian otras razones para desear granjearse la benevolencia de todos los jóvenes de talento. Porque como la Revolucion habia cambiado por completo el sistema gubernamental, y la prensa era libre y comenzaba su influencia sin precedentes hasta entónces, en la opinion pública, pues la época de los Estuardos estuvo regida de la censura; y el Parlamento se reunia todos los años, y duraban sus sesiones algunos meses consecutivos, al contrario de lo que antes sucedia, pues en ocho años sólo estuvo abierto sesenta dias; y la Cámara de los Comunes era el poder dominante del Estado; en aquellas circunstancias los hombres de claro ingenio y de talento literario ú oratorio estaban llamados naturalmente por la fuerza de las cosas á representar papel de tanta importancia, que podian, con sólo quererlo, hasta derribar al gobierno que los hubiera despreciado ó sólo sido indiferente con ellos. Montague y Somers dieron, pues, muestra de ser politicos tan profundos como ilustrados atrayéndolos al partido whig.

VII.

En 1699, cuando hubo cumplido Addison veintisiete años, tomó una resolucion definitiva respecto de su porvenir. Los dos jefes del ministerio se mostraban perfectamente dispuestos á su favor; y como además era ya en política lo que fué toda su vida, esto es, whig templado, sus poderosos protectores quisieron á lo que parece hacerlo ingresar en la carrera diplomática. Necesario era para esto saber la lengua francesa, cuyo estudio no habia hecho Addison, y á fin de subsanar el defecto Somers le hizo merced de una pension de trescientas libras esterlinas al año con que ocurrir á los gastos de un viaje á Francia, donde residiria sin limitacion de tiempo hasta poseer el idioma del país perfectamente. Addison temió los primeros momentos que se opusiera el claustro de Magdalene College á su marcha; mas el canciller escribió de su mano en términos tan perentorios al sabio y virtuoso Hough, rector del colegio, que todas las dificultades quedaron vencidas sin demora, y pudo al fin abandonar á Oxford el verano de 1699, y emprender su viaje con la holgura que consentian sus emolumentos universitarios y la pension del Gobierno. Cruzó el canal de la Mancha entre Douvres y Calais, y se dirigió á Paris, donde le dispensó benévola, extraordinaria y cortés acogida un pariente de su amigo Montague, el conde de Manchester, que acababa de ser nombrado embajador de Inglaterra en la corte de Francia. La Condesa, whig, discreta, elegante y distinguida, hubo de mostrarse tan amable con Addison como su esposo, porque nuestro poeta conservó largo tiempo gratisimo recuerdo de la impresion que le produjo entónces; de lo cual dan testimonio ciertos versos picantes que luégo escribió en un espejo del Club Kit—Cat con su sortija, expresando el despecho y la envidia que tenian á los colores naturales de la dama inglesa las pintadas hermosuras de Versalles.


VIII.

Expiaba Luis XIV á la sazon los devaneos de su juventud con rasgos de piedad exagerada é intolerante; y la servil literatura de la Francia, imitando el régio ejemplo, revestia sus producciones de cierto carácter místico. Racine, que acababa de morir, habia empleado los últimos años de su vida escribiendo tragedias sagradas, y Dacier buscaba por entónces con solicito afan los misterios de Atanasio en las obras de Platon. Estos y otros muchos detalles á cual más interesantes y curiosos acerca del estado de las letras en Francia los reunió el recien llegado poeta en una ingeniosísima carta dirigida por aquellos dias á Montague. En otra de la misma época para lord Somers, á quien tenía tan presente como á su colega, le aseguraba con palabras de mucha cortesia y afecto de su gratitud y amistad. «Sólo un medio tengo, le decia, de mostraros mi agradecimiento, y es el de hacerme digno de vuestras mercedes, consagrándome por completo al estudio.»» Y á fin de realizar mejor este laudable propósito, salió de Paris, retirándose á Blois, por ser la ciudad de Francia cuyos habitantes, segun es fama tradicional, hablan mejor su idioma, y en la cual no debia encontrar ningun compatriota que lo distrajera del estudio. Allí pasó algunos meses muy agradable y útilmente aprovechados, al decir de su amigo el abate Philippeaux, el cual suministró á José Spence los informes necesarios á ponerlo al corriente de la vida que hacía en Blois; y á ser exacta la relacion, Addison estudiaba mucho, pasaba largas horas abismado en profundas meditaciones, hablaba poco, á las veces parecia distraido y no tuvo amoríos, ó no cometió al ménos la indiscrecion de confiar sus secretos al cura. Pero tampoco deberá parecer extraña esta conducta reservada y circunspecta de Addison en tierra extranjera y rodeado de personas cuyo idioma no era el suyo propio, si se advierte que siempre fué taciturno y de pocas palabras, áun en su patria y con sus compañeros de colegio. Bien será decir, sin embargo, que absorbido y todo en sus imaginaciones, como lo declaraba el abate Philippeaux, y distraido y apartado de las gentes, algunas cartas suyas insertas en el Guardian dan testimonio de que observaba la sociedad francesa, sin dejarlo traslucir, con la penetracion y benevolencia propias de su carácter.


IX.

De Blois regresó Addison á Paris; y como ya entónces poseia la lengua francesa, comenzó á frecuentar el trato de los grandes filósofos y poelas nacionales, de lo cual da testimonio entre otros documentos una interesantisima carta escrita por él al obispo Hough refiriendo sus conversaciones con Malebranche y Boileau. Malebranche mostraba grande parcialidad hacia los ingleses; mas, al propio tiempo que le parecia extraordinario el ingenio de Newton, érale Hobbes indiferente, llegando á cometer la injusticia de calificar al autor del Leviatan de «cortos alcances.» La modestia obligó á nuestro viajero á suprimir algunos detalles de su entrevista con Boileau. El cual se hallaba ser entonces supervivente de todos los amigos y rivales de su juventud, y vivia en grande soledad y lleno de achaques, melancólico, sordo y viejo, encerrado en su casa siempre, sin parecer nunca en la corte ni en la Academia, ni recibir visitas de extranjeros sino muy raras veces. No conocia tampoco la Inglaterra, ni su literatura, ni habia oido hablar siquiera de Dryden; mas áun cuando no pocos ingleses acaso extraviados de su patriotismo afirman que la ignorancia ésta de Boileau era fingida, de nosotros diremos que, bajo el reinado de Luis XIV, la literatura inglesa la conocia en Francia tan escaso número de personas como en Inglaterra la alemana cincuenta años hace (1). Y como Boileau no habia leido, de autores británicos se entiende, otra cosa que los poemas latinos de Addison, los halló tan admirables que le suministraron nuevas nociones acerca del estado del gusto y de la instruccion de los ingleses.

Johnson pretende que los elogios del frances no eran sinceros, porque, añade, «Boileau despreciaba por extremo el latin moderno, y si alabó los versos de Addison fué por mera cortesia;» pero no es lícito sostener esta opinion como si fuera de Boileau, porque si bien reputaba por imposible cosa escribir un poema de primer órden ni que lo pareciera en una lengua muerta, y decia que los autores del siglo de Augusto descubririan no pocas incor(1) La fecha del presente estudio es de 1843.

recciones en el más puro latin moderno, es tambien cierto que la carta del frances en que Johnson se funda, sólo contiene acerca del particular las siguientes palabras, que no demuestran menosprecio exagerado ni mucho menos: «No creais por lo dicho que me parezcan mal ni censure los versos latinos que me habeis enviado de uno de nuestros más ilustres académicos, pues me parecen hermosos y dignos de Vida y Sannazaro, aunque no de Horacio y Virgilio.» Y tanto fué así, que hablando, por ejemplo, de los epigramas del P. Fraguier, dijo que le parecian obra del poeta Cátulo. ¿Qué más si él mismo hizo versos latinos, siquiera fuesen dirigidos contra los poetas modernos autores de tales demasias, en aquella composicion que comienza del modo siguiente: Quid numeris iterum me balbutire Latinis Longé Alpes citrá natum de patre Sicambro.

Musa, jubes?

Por otra parte, nunca se mostró Boileau propenso á prodigar alabanzas ni cumplidos á nadie, y ni el temor ni la amistad pudieron en ninguna circunstancia determinarlo á dar por bueno aquello que no se lo parecia. Si, consecuente con su modo de ser, fué osado á decir al rey Luis XIV que no era inteligente S. M. en poesía, y que por esa causa le parecian buenos muchas veces versos detestables, ¿cómo suponer siquiera que por Addison se tornara en adulador por la primerá y última vez de su vida?

Es, pues, indubitable que si el áspero, destemplado y desdeñoso satírico alabó al cabo de sus años las Machine gesticulantes y la Gerano—Pygmæomachia, lo hizo con sinceridad, diga lo que quiera Johnson.

Además, y á mayor abundamiento, la manera tan cordial y afectuosa que tuvo Boileau de acoger y tratar al jóven inglés, demuestra la estimacion en que lo tenía. Departieron ambos interlocutores largamente de literatura, y el anciano habló tanto y tan bien, que cautivó á su jóven colega. Ni podia ménos de ser así, porque Boileau poseia sin duda muchas de las cualidades indispensables á un gran crítico, y áun cuando carecia de imaginacion, su buen sentido era sobresaliente, y así tambien el criterio y el tacto con que aplicaba los estrechos principios de su código literario, siendo su estilo, abstraccion hecha de las ideas á que sirve de ropaje, verdadero modelo del arte de buen decir; y como conocia perfectamente los grandes maestros de la Grecia antigua, aunque no pudiera juzgar de manera conveniente su ingenio creador, admiraba la majestuosa naturalidad de su modo de ser; escuela de sencillez que le hizo despreciar siempre la hinchazon de estilo y el oropel. Fácil es descubrir en el Spectator y en el Guardian huellas evidentes de la influencia saludable y perniciosa que Boileau llegó á ejercer sobre Addison entónces.


X.

Durante la estancia de Addison en Paris, un suceso político de los más trascendentales tornó la capital de Francia en residencia muy desagradable para los ingleses, y sobre todo para los whigs.

Porque como hubiera fallecido Cárlos II, rey de España, y legado la corona de su imperio en ambos mundos á Felipe de Anjou, hijo segundo del Delfin, y violando Luis XIV sus anteriores compromisos con la Gran Bretaña y los Estados generales, aceptara la herencia en nombre de su nieto, llegó la casa de Borbon al apogeo de la grandeza humana.

Con esto la Francia, sin prever el cúmulo inmenso de calamidades que la perfidia de su soberano traeria sobre ella, se mostraba tan orgullosa, que la conversacion francesa, como Addison decia, «comenzó á ser insoportable, y que la nacion más vana del universo se hizo aún más vana todavía de lo que antes habia sido en ningun tiempo de su historia.» Cansado y molesto de la fatuidad de los parisienses, y persuadido acaso de que no tardaria en estallar la guerra entre la Francia y la Gran Bretaña, nuestro poeta determinó de partir para Italia.


XI.

El mes de Diciembre de 1700 Addison se hizo á la mar en Marsella la vuelta de Italia. Mas cuando navegaba por las costas de Liguria y se extasiaba contemplando los mirtos y los olivares que la poblaban, cubiertos de hoja en pleno solsticio de invierno, se levantó temerosa tempestad, y su espectáculo terrible le inspiró la oda que pareció mucho despues en el Spectator, que comienza con las palabras: How are thy servants blest, ó Lord!» y que demuestra la impresion profunda que produjo en su ánimo aquel suceso. Al cabo, plugo al cielo que tras muchos dias de ansiedad y de peligro inminente pudiera el buque llegar á Savona, de donde Addison se dirigió á Génova, pasando por las montañas y despeñaderos que luégo sirvieron de asiento á un camino admirable.

Hallábase sometida Génova entónces á la dominacion del Dux y de los nobles, cuyos nombres ilustres llenaban las páginas del Libro de oro. Addison permaneció muy pocos dias allí; pero los aprovechó en admirar los magníficos palacios que ostentan sus calles tan estrechas, y los frescos que decoran sus paredes, y el soberbio templo de la Anunciacion, y las tapicerías tan bellas, que representan las hazañas de la famosa y esclarecida familia de los Dorias. De Génova pasó á Milan, cuyo majestuoso Duomo ántes le causó asombro que no complacencia. Cruzó luégo el lago Benaco durante una tormenta, y vió erguirse sus ondas tan furiosas y amenazadoras como las describe Virgilio, llegando á Venecia, la ciudad más alegre de toda Europa, en la época del Carnaval, la más alegre de Venecia, y pasándolo entre mascaradas, danzas, serenatas y funciones de teatro, cuyos argumentos absurdos, deshonra de la escena italiana, lo divertian é indignaban juntamente. Aparecia, vg., en cierta tragedia, por extremo ridícula, Caton prendado de la hija de Escipion, y ésta enamorada de César, lo cual sabido del primero le hace odiosa la vida, y poniendo en ejecucion su pensamiento de darse muerte, se cierra en la biblioteca, y junto á una mesa, despues de haber leido unas páginas de Tasso y otras de Plutarco, toma un puñal, pronuncia un largo y monótono parlamento, y sin moverse de la silla se mata. Con ser La muerte de Caton muy mala, y á pesar de sus anacronismos y desatinos, es indudable que impresionó la imaginacion del jóven viajero y que le sugirió la idea de tomar á Caton por asunto de una tragedia inglesa. Es singular que ningun biógrafo de Addison haya mencionado esta circunstancia tan digna de ser tomada en cuenta, sobre todo cuando no ignoran que comenzó á escribir su Caton por aquel tiempo, habiendo concluido cuatro actos ántes de regresar á Inglaterra.

XII.

De Venecia fué á Roma; pero no sin apartarse algo de su camino con el objeto de visitar el más pequeño de los Estados independientes de Europa, cual era y continúa siendo la república de San Marino, asentada en la cumbre de alto monte, y envuelta en nieve todavía, sin embargo de hallarse muy adelantada ya la primavera en Italia. La simplicidad de costumbres y de instituciones de tan singular Estado independiente, al que se llegaba por veredas impracticables casi, visitado de tan pocos viajeros, y del cual ninguno habia hecho descripciones nunca, excitó la sonrisa del poeta.

La primera estancia que hizo Addison en Roma fué muy breve, y apénas si permaneció allí el tiempo necesario á visitar San Pedro y el Panteon, sin que fuera eficaz á detenerlo la proximidad de la Semana Santa, en cuyos dias atrae la grandeza y solemnidad de sus ceremonias religiosas tan considerable número de viajeros y peregrinos de los pueblos más apartados. No sabemos qué razones tendria para obrar así; pero es lo cierto que partió en posta para Nápoles por la via Appia sin más tardanza.

No podia Nápoles ofrecer entónces á los extranjeros aquellas maravillosas curiosidades que hoy dia prefieren á toda otra cosa los que van á visitarla.

Porque si poseia el mismo magnifico puerto y la terrible montaña en cuyo seno ruge ardiente lava, una granja se alzaba sobre los techos del teatro de Herculano y viñedos sobre las calles de Pompeya; y aunque ninguna convulsion de la naturaleza hubiera ocultado á los ojos del hombre los templos de Pasto, era su existencia tan desconocida de todos, que ni áun los anticuarios y artistas podian dar razon de ellos; que, si bien se hallaban á pocas horas de la populosa capital donde acababa Salvator Rosa de pintar sus más hermosos euadros, y daba Vico lecciones de ciencia, aquellos venerables despojos de antigüedad remota, cual las ciudades mejicanas cuyas ruinas ocultaron á los ojos del viajero los bosques nemorosos del Yucatan, eran tambien desconocidos de la Europa. Pero Addison vió todo cuanto podia verse á la sazon en Nápoles, subiendo hasta el cráter del Vesubio, explorando el tunel de Pausilipo, y paseando por los viñedos y almendrales de Caprea. Y aun cuando las maravillas de la naturaleza y las obras maestras del arte absorbian y preocupaban su atencion, no por eso dejaba de advertir al paso los abusos del gobierno arbitrario y la miseria del pueblo; siendo esta observacion la que hizo en Italia con más frecuencia, y la que lo confirmó en sus principios políticos, habiéndole surtido tanto efecto lo que vió en sus viajes por el extranjero, que siempre los recomendó como el mejor remedio para curar del jacobismo. ¿Acaso sirven los viajes, pregunta el tory cazador de zorros, en su Freeholder, sino para contagiarse de galicismo y aprender á perorar contra la obediencia pasiva?


XIII.

De Nápoles volvió Addison á Roma por mar, pasando á lo largo de la costa que Virgilio habia celebrado, y despues de doblar el cabo en que los aventureros troyanos depositaron un remo y una bocina sobre la tumba de Miseno, llegada que fué la noche, ancló al abrigo del famoso promontorio de Circe, tan ponderado en la mitología, y desembarcó en la embocadura del Tiber, cuyas aguas corrian entónces á la sombra de árboles frondosos, revueltas en arenas amarillas como el dia de la llegada de Eneas. Del arruinado puerto de Ostia, fué Addison á Roma, donde pasó los meses calurosos y malsanos del año, y durante los cuales, áun en tiempo de Augusto, los romanos acaudalados y libres huian de la ciudad, de sus perros rabiosos y de sus mortiferas enfermedades, para gozar de las delicias del campo. Acaso, cuando más adelante dió gracias á la divina Providencia en una poesía por haberle conservado la salud en medio de una atmósfera viciada, lo hizo recordando y aludiendo á los meses de Agosto y Setiembre que residió en Roma con tanto riesgo de su vida.

Hasta fines de Octubre solamente no dijo Addison adios á las obras maestras del arte antiguo y moderno acumuladas en la grandiosa ciudad que fué tan largo tiempo señora del mundo, y se dirigió hácía el Norte, pasando por Siena, cuya magnífica basilica le hizo dar un espacio al olvido sus preocupaciones en favor de la aquitectura clásica. Permaneció algun tiempo en Florencia entretenido en el museo, que préferia por sus esculturas al del Vaticano, y además en la grata compañía del duque de Shrewsbury, quien, sin olvidarse nunca de su encumbrado nacimiento, poseia el arte inapreciable de la más exquisita cortesía y afabilidad, y lo empleaba con cuantos se le acercaban. Addison tambien, cuando lograba desechar la timidez propia de su carácter, era de agradabilisimo trato. El Duque vivia de asiento en Toscana, desde que hubo satisfecho sus ambiciones y se cansó de las luchas políticas, y temeroso y enemigo al propio tiempo de whigs y tories, determinó apartarse de todo y de todos, recogiéndose á Italia, privando á su patria de los servicios tan relevantes que habría podido prestarle; que á poseer Shrewsbury principios sólidos y algun valor civico, tan grande y claro era su talento, que hubiera sido uno de los hombres más eminentes de su siglo.


XIV.

Al partirse de Florencia, cruzó Addison una comarca, en la cual aún se advertian las huellas dolorosas de la última guerra, y cuyos habitantes comenzaban á preocuparse con espanto de las luchas más terribles que se preparaban, pues Eugenio habia bajado de los Alpes retianos para disputar á Catinat la feraz llanura de la Lombardia. El desleal soberano de Saboya pasaba todavía por aliado de Luis; y aunque la Inglaterra no habia declarado aún oficialmente la guerra á la Francia, el conde de Manchester ya no estaba en Paris, y las negociaciones que produjeron la grande alianza contra la casa de Borbon, tocaban á su término. Dadas estas circunstancias, un viajero inglés debia de apresurarse á trasponer las fronteras de un país neutral, y así lo hizo Addison, pasando el monte Cenis sin demora el mes de Diciembre. No era entonces el camino como el que ahora recuerda el genio poderoso de Napoleon á los viajeros; mas la travesía pudo Addison hacerla sin gran dificultad por ser aquel invierno de los benignos; circunstancia feliz á que aludió luégo en la oda citada, cuando dijo que la divina misericordia suavizó para él la crudeza del cierzo de las nevadas cumbres de los Alpes (hoary Alpine hills).

En medio de aquellas nieves compuso la epistola á su amigo Montague, por otro nombre lord Halifax, la cual, con haber sido tan celebrada otro tiempo, ahora no la conoce sino muy escaso número de personas eruditas, y con ser superior á las composiciones análogas publicadas hasta entónces en Inglaterra, no merece que la citemos en la ejecutoria literaria de Addison, porque no añade timbres á sus blasones. Pero sean los que fueren los méritos ó los defectos de la epístola á Montague, la estimamos digna de mencion y de alabanza, y honra mucho los principios y sentimientos de su autor, porque Halifax entónces carecia por completo de erédito en la corte, pues acababa de ser destituido, difamado y perseguido por la Cámara de los Comunes; y aun cuando sus Pares lo habian absuelto, ya no le quedaban probabilidades, á lo menos en la opinion pública, de volver al gobierno de sa patria; siendo por tanto la obra de Addison á que nos referimos una de las pruebas más convincentes de que si se distinguió de todos los hombres políticos de su siglo por la dulzura y moderacion extraordinaria de su carácter, no deberá de acusarlo nunca la posteridad de servilismo, ingratitud ni bajeza.


XV.

En Génova supo Addison que por efecto de una modificacion parcial de Gabinete ocurrida en Inglaterra, el conde de Manchester habia sido nombrado secretario de Estado. Manchester entónces se propuso ser útil á su amigo; y como creyeran oportuno sus compañeros de Ministerio enviar un agente inglés al príncipe Eugenio, de comun acuerdo designaron á nuestro Addison, cuya educacion diplomática estaba terminada, para desempeñar lan honroso cometido. Disponíase á marchar á su destino cuando la muerte de Guillermo III vino á destruir por el momento sus esperanzas de prosperidad.

Siempre habia sido Ana enemiga personal, politica y religiosa del partido wchig; pero al ocupar el trono se apresuró á demostrarle su mala voluntad, comenzando por recoger los sellos al de Manchester, que sólo habia ejercido su cargo algunas semanas, y por cerrar las puertas de su Consejo privado á Somers y á Halifax. Addison participó de la mala ventura de sus tres protectores, no esperando tampoco poder conseguir empleo; y como, para colmo de su desgracia, hubiera perdido los emolumentos que le asignaron al emprender el viaje de Francia, hubo de procurarse los medios de ocurrir á sus necesidades con su trabajo, y aceptó el encargo de preceptor de un jóven inglés acaudalado, que se proponia recorrer la Suiza y la Alemania. Durante aquella expedicion, escribió su notable Tratado de las Medallas, libro que no vió la luz pública sino despues de su muerte, pero que al ser conocido de algunos sabios cuando aún se haliaba manuscrito, mereció de todos grandes alabanzas por su estilo, su erudicion y el buen gusto de sus citas.

De Alemania se trasladó Addison á Holanda, en donde recibió la triste noticia del fallecimiento de su padre, y despues de haber pasado unos meses en las Provincias Unidas regresó á Inglaterra á fines de 1703; recibiéndolo sus amigos con los brazos abiertos, y haciéndolo inscribir á seguida en el Club Kit—Cat, sociedad en cuyo seno se contaban todos los hombres de talento y de mérito del partido whig.


XVI.

Durante los primeros meses que siguieron á su partida del continente, Addison experimentó grandísima escasez de recursos; pero sus ilustres protectores hallaron presto el modo de sacarlo de pobreza, merced al cambio político tan importante que iba verificándose lenta, callada y gradualmente.

Cierto es que los tories habian saludado el advenimiento de la reina Ana con trasportes de alegría y esperanza, y que la nacion pudo creer entónces que los whigs no volverian al poder nunca más, no sólo atendiendo á la mala voluntad que la Soberana les tenía, sino á que rodeaban el trono precisamente aquellos á quienes la opinion pública suponia más fuertemente adictos á la régia prerogativa y á la Iglesia; como que Godolphin, lord tesorero, y el capitan general Marlborough eran, de todos ellos, los dos que poseian el favor de la Reina en mayor grado. Con esto, la nobleza y el clero de los condados esperaban que la política de los ministros seguiria rumbos opuestos á la que siguió constantemente Guillermo III; pero fracasaron sus esperanzas, porque ni Godolphin ni Marlborough participaban de las preocupaciones absurdas y de las pasiones desaforadas de los curas y de los nobles del campo; y comprendiendo que no sólo el interes general de la nacion, sino el suyo particular, les haria en un plazo no lejano adoptar la política exterior de los whigs, empezaron á inspirar sus actos en ella y en su conducta económica. Lo cual, visto de los tories exaltados, se apartaron del Gobierno, negándole su apoyo, y poniendo á éste en la necesidad de merecer y alcanzar el de los whigs, la Reina hubo de hacer cuantas concesiones se juzgaron necesarias á procurar á sus ministros los votos de que habian menester para sostenerse parlamentariamente. Nada eran á principios de 1704 en las esferas gubernamentales Somers, Halifax, Sunderland y Cowper, ni tampoco los ligaba coalicion ostensible á los tories moderados, ni ménos parecia probable que hubiera pactos secretos ni áun tratos entre ambos partidos, y, sin embargo, todos los hombres politicos consideraban la coalicion inevitable y hasta formada, ó al ménos convenida. Tal era el estado de las cosas cuando llegó á Inglaterra la noticia de la gran batalla dada en Blenheim el 13 de Agosto de 1704, y al saber los whigs el suceso rompieron en aclamaciones de alegría y de orgullo.

¿Qué falta ni qué desacuerdo hubieran podido invocar entónces contra el caudillo ilustre cuya pericia mudaba en un sólo dia la faz de Europa, salvando de ruina inminente al solio imperial, humillando la casa de Borbon, y poniendo la revolucion de 1688 al abrigo de asechanzas y ataques exteriores? Los tories no sintieron de igual modo que los whigs; y como no podian sin cometer gravisima falta expresar francamente la pesadumbre que les causaba un suceso tan glorioso para la patria, tambien aplaudieron; pero de una manera tan triste y fria, que produjo intimo y profundo disgusto al general victorioso y á sus amigos.

XVII.

Godolphin no era hombre de mucha lectura, y todo el tiempo que le dejaban libre los negocios públicos lo pasaba en New—Market ó delante del tapete de una mesa de juego; pero comprendia las bellezas literarias y era, demas de esto, sobrado inteligente para no reconocer que la literatura se trasformaba en arma poderosa de las contiendas políticas, y que los grandes generales del ejército whig reforzaron sus falanges otro tiempo y aumentaron su influencia personal dispensando generosa y prudente proteccion á los buenos escritores contemporáneos. Y como la ridícula mediocridad de los poemas publicados en conmemoracion de la batalla de Blenheim le causó justo enojo, intentó desagraviarse buscando quien hiciera mejores versos. El Tesorero lo ignoraba; pero consultó á lord Halifax, el cual se negó al principio á secundarlo en sus investigaciones, pues si bien habia protegido á los hombres de talento, los tiempos eran otros, y otras tambien las máximas que prevalecian, pareciendo preferible invertir grandes sumas del Tesoro público en hombres que nada merecian, á sacar con ellas de la miseria y de la oscuridad los de verdadero talento.

Sin embargo, Halifax le dijo al cabo: «Conozco á un poeta que cantaria la batalla de Blenheim de un modo digno del asunto; mas no quiero decir su nombre.» Y como insistiera Godolphin, hombre hábil para calmar con dulces palabras los resentimientos de sus enemigos, y más cuando se hallaba, como en aquel caso, menesteroso de la benevolencia de los whigs, cediendo Halifax á sus instancias acabó por nombrar á Addison. Pero preocupándose ante todo de la dignidad y de los intereses pecuniarios de su amigo y protegido, exigió que se dirigiera el ministro directamente y con las mayores consideraciones al mismo Addison. Godolphin le contestó que las cosas se harian de modo satisfactorio para todos.

Habitaba el poeta en la buhardilla de una casa de Haymarket, en cuyo piso bajo habia una tienda; y la mañana siguiente al dia en que hablaron Godolphin y Halifax la conversacion que acabamos de referir, llamó á su puerta, sorprendiéndolo con su visita el mismo Boyle, ministro de Hacienda (Chancellor of the Exchequer), que luégo fué lord Carleton, perteneciente á ilustre familia, y á quien el lord Tesorero habia designado por su embajador al desvalido literato en aquella circunstancia. Addison aceptó las proposiciones del Ministro con tanto más gusto, cuanto que debian de ser muy gratas á un whig tan puro y ardiente como él. No bien hubo terminado la mitad de su obra, la llevó á Godolphin, y el Ministro quedó tan satisfecho del trabajo, sobre todo de la famosa comparacion del ángel (1), que lo nombró á seguida para un destino con doscientas libras esterlinas anuales de sueldo, prometiéndole más grande recompensa pasado que fuera cierto tiempo.

(1) So, when an angel, by divine command, With rising tempests shakes a guilty land Such as of late o'er pale Britannia past, Calm and serene he drives the furions blast, etc.

(The Campaign.) XVIII.

De allí á poco se dió á luz el poema titulado La Campaña, y el público participó del entusiasmo del ministro. Por lo que hace á nosotros, preferimos la Epistola & Halifax, sin que por eso sea nuestro ánimo negar su mérito, ni ménos decir que no merece ser clasificado entre las obras principales que parecieron entre la muerte de Dryden y la aurora de Pope; pues nos hallamos conformes de todo en todo con los elogios que Johnson le tributó al rendir grandes alabanzas al atrevimiento y buen sentido de que dió muestras Addison en aquel caso, renunciando á las ficciones consagradas por la costumbre. Porque si Homero al cantar los héroes de la Grecia no se apartó de la verdad en su poesía, desgraciadamente cuando sus sucesores, desde los más inmediatos hasta los últimos del siglo pasado, quisieron describir batallas diferentes bajo todos aspectos de aquellas que inmortalizó él, sólo supieron imitar de una manera servil La Ilíada. Tanto es así, que poco tiempo ántes de parecer La Campaña, un autor muy distinguido llamado John Philips, á quien se debe el Splendid Shilling, se atrevió á representar á Marlborough ganando la batalla de Blenheim por obra de su fuerza muscular y de su pericia extraordinaria en el manejo de las armas (1). Pero (1) Churhill, viewing where The violence of Tallard most prevailed, Came to oppose his slaughtering arm. With speed Precipitate he rode, urging his way O'er hills of gasping heroes, and fallen steeds Rolling in death. Destruction, grim with blood.

Addison tenía sobrado buen gusto y buen juicio para someterse á una moda tan ridicula, y no ensalzó sino aquellas cualidades que podian realmente hacer de Marlborough un grande hombre, á saber, su energia, su sagacidad y su ciencia militar, encareciendo más principalmente la serenidad de espíritu con que observaba y ordenaba cuanto era necesario en medio de la confusion, del tumulto y de la carnicería de los campos de batalla, cual si estuviera recogido y solo en su gabinete.

Contenia La Campaña, como hemos visto, la famosa comparacion de Marlborough con el ángel que suscita y dirige temerosa tempestad; y aunque no queremos discutir la exactitud de las observaciones de Johnson acerca del pasaje citado, haremos una que no se halla en ningun critico, y es la de que la impresion extraordinaria que produjo en el público, incomprensible para la siguiente generacion, debe de atribuirse, á no dudarlo, en su mayor parte, á un verso que la generalidad de los lectores considera hoy á modo de feble paréntesis, y es este: Such as, of late, o'er pale Britania pass'd (1).

Porque Addison habla, como se ve, no de una tempestad abstracta, sino de la que hizo palidecer de terror á la Inglaterra, siendo ésta la tan terrible del mes de Noviembre de 1703, que por su estrago fué Attends his furions course. Around his head The glowing balls play innocent, while he With dire impetuous sway deals fatal blows Among the flying Gauls. In Gallic blood He dyes his reeking sword, and strews the ground With headless ranks. What can they do? Or how Withstand his wide—destroying sword?.

(1) Cual no ha mucho pasó por sobre la Inglaterra pálida de terror.» la única que hasta entónces igualara en nuestras latitudes la impetuosa violencia de los huracanes tropicales, dejando en la memoria de todos terrible y aciago recuerdo; que ningun otro huracan ha dado lugar en Inglaterra á informaciones parlamentarias y penitencias nacionales públicas sino éste, que destruyó flotas enteras, derribó inmensos y sólidos palacios, sepultando en las ruinas de uno de ellos á un prelado; que arrancó de cuajo millares de árboles, y cuyo paso imprimió huellas tan medrosas en los condados meridionales, que Lóndres y Bristol ofrecian el aspecto de ciudades tomadas por asalto tras prolongado asedio y ruda resistencia, conservando sus habitantes vivo aún el recuerdo de tanta desolacion y desventura. De aquí tambien que la popularidad alcanzada por la comparacion del «ángel» entre los contemporáneos de Addison nos haya parecido siempre una prueba evidentisima de la ventaja que así en la poesía como en la retórica tiene lo particular sobre lo general.


XIX.

Poco despues de la publicacion de La Campaña, dió Addison á luz sus viajes por Italia; y como la mayoría de los lectores esperaba sin duda encontrar en el libro revelaciones políticas ó anécdotas escandalosas, la primera impresion que produjo fué de contrariedad y sorpresa, viendo que antes se habia ocupado el autor de la guerra de troyanos y rútulos que de la de franceses y austriacos, y que daba muestras de no haber oido hablar de galanteos despues de los tan famosos de la emperatriz Faustina. Sin embargo, poco a poco fué adoptando la mayoría la opinion de la minoría de tal modo, que antes de ser reimpresa la obra, se buscaba con tanta solicitud que su precio subió al quintuplo.

Aún se leen con gusto los Travels in Italy, lo cual nada tiene de extraño si se atiende á la facilidad y pureza de su estilo, á la muchedumbre y buena eleccion de sus citas clásicas, y á la benevolencia y delicadeza que rebosa en algunos pasajes, cuya lectura cautiva más por esta circunstancia, verdadera especialidad, por decirlo así, de Addison, y en la que no conoció rivales. Empero el libro de los Viajes por Italia, áun considerado lisa y llanamente como relacion fiel de peregrinaciones literarias, no está libre de la crítica, pues se advierten en él singularísimas faltas, y si contiene verdadero caudal de citas, resúmenes y extractos de los poetas latinos, sólo hace muy contadas y breves alusiones á los oradores é historiadores romanos, faltando por completo datos y noticias áun compendiosas de la historia y la literatura de la Italia moderna; que no menciona en toda su Relacion, á lo que recordamos, á Dante, Petrarca, Boccacio, Berni, Lorenzo de Médicis, ni Maquiavelo, y se contrae á decirnos friamente que vió en Ferrara la tumba de Ariosto, y que oyó cantar á los gondoleros de las lagunas de Venecia versos de Tasso. Pues, en realidad, ántes se preocupaba de Sidonio Apolinario y de Valerio Flaco que de Tasso y Ariosto; y si en Paris solicitó con empeño visitar á Boileau, no pareció siquiera echar de ver en Florencia que vivia en la vecindad de Vicente Filicaja, el más grande poeta lírico de los tiempos modernos, á quien Boileau no podia compararse ciertamente; omision muy digna de ser tenida en cuenta por tratarse del autor favorito de Somers, el político eminente bajo cuya proteccion viajaba José Addison, y á quien habia dedicado el libro á que hacemos referencia.

A los Travels in Italy siguió la preciosa ópera titulada Rosamunda, cuya música, por ser de muy escaso mérito, no alcanzó éxito alguno en el teatro; y cuya letra obtuvo en todas partes digno y completo triunfo; pero como despues de la muerte de Addison, el Dr. Arne rehiciera la partitura, el público la recibió perfectamente, y varios pasajes continuaron siendo populares tan largo espacio, que hasta la última mitad del reinado de Jorge II todos los dilettantis de Inglaterra los cantaban al piano cada dia.


XX.

En tanto que Addison se consagraba por entero á las distracciones intelectuales, sus asuntos y los de su partido iban tomando un aspecto cada dia más favorable. Porque como durante el verano de 1703 lograron libertarse los ministros de la tutela que les imponia una Cámara de los Comunes en la cual se hallaban en mayoría los tories más depravados, ganando los whigs en casi todos los colegios electorales, la coalicion formada tácita y gradualmente se hizo pública, y Cowper obtuvo el gran sello, entrando Somers y Halifax en el Consejo privado de S. M.

El año siguiente Halifax recibió encargo de llevar al príncipe electoral de Hannover las insignias de la Jarretiera, y Addison, que acababa de ser nombrado subsecretario de Estado, partió con él. El secretario de Estado bajo cuyas órdenes sirvió primero era un tory llamado sir Cárlos Hedges; pero hubo de ceder su puesto al más violento de los whigs en la persona de Cárlos, conde de Sunderland, aconteciendo lo propio en las demas ramas de la administracion de tal manera, que los tories que aún restaban colocados intentaron rehacerse para defender sus puestos el año de 1707 con Harley á la cabeza; y como la Reina era tory y habia roto con la duquesa de Marlborough, secundó la tentativa. Empero no pudo hacerla prosperar, siendo completo el triunfo de los whigs en las elecciones generales de 1708, que les dieron invencible mayoría en la Cámara de los Comunes, merced á lo cual Somers fué nombrado lord presidente del Consejo, y Wharton lord lugarteniente de Irlanda.

Entónces designaron los de Malbesbury por su representante á José Addison; mas, desgraciadamente, no podia prometerse nuestro poeta triunfos parlamentarios, efecto de su natural tímido que le impedia en las discusiones públicas sacar partido de su ingenio y elocuencia. Sólo una vez quiso terciar en los debates, y no logró vencer la emocion que lo embargaba, guardando desde aquel dia prudente silencio. Nadie halló extraño, sin embargo, que un escritor notabilísimo no fuera buen orador, aunque sí sorprendió mucho á todos que los resultados tan tristes de su primera y única tentativa no perjudicaran en lo más mínimo á su carrera política, pues careciendo de las ventajas y del prestigio que dan la riqueza y el nacimiento, y sin haber pronunciado nunca un sólo discurso, en ménos de nueve años fué sucesivamente subsecretario de Estado, primer secretario de Irlanda, y secretario de Estado; elevándose á un puesto que los magnates de Inglaterra, los representantes de las grandes familias de los Talbot, de los Russell y de los Bentinck hubieran ocupado con orgullo, y el más alto á que llegaron en su gloriosa carrera Chatham y Fox. Empero no es inexplicable, aunque á primera vista lo parezca, este suceso, pues si bien á la sazon era libre la prensa, no publicaba el extracto de las sesiones parlamentarias, derecho que adquirió con el tiempo, y por tanto, valia más á los hombres políticos saber escribir bien que no ser elocuentes. Hoy, por el contrario, gracias á la taquigrafía y á la imprenta, los oradores prevalecen sobre los publicistas, en razon á que cualquier discurso, por malo que sea, obtiene mayor publicidad, y más rápida y extensa que los mejores folletos; no así en vida de la reina Ana, durante cuya época fué la pluma un arma temible comparada con la palabra.

Porque si Fox y Pitt no luchaban sino en el Parlamento uno contra otro, Walpole y Pulteney, el Fox y el Pitt de su tiempo, aún no habian concluido en puridad su tarea, cuando ya tomaban asiento en medio de las aclamaciones de la Cámara de los Comunes, continuándola y rematándola despues con la pluma en el silencio y recogimiento del gabinete. Sólo así se explica que Pulteney, con ser jefe de la oposicion y posesor de una renta de tres millones de reales, redactara el Craftsman (el Artesano); que sin tener su costumbre literaria escribiera Walpole diez folletos por lo ménos, interviniendo en otros muchos, y que los dos mejores tribunos del reinado de Ana, Cowper y Saint—John, no prestaran servicios tan señalados á sus respectivos bandos como Swift y Addison. De aquí la fortuna extraordinaria de éste, y bien puede asegurarse que aquél hubiera tambien llegado á ocupar posicion no ménos elevada de consentirselo la carrera eclesiástica que abrazó, sin embargo de lo cual fué objeto de tantas muestras de respeto y deferencia como un lord Tesorero.

XXI.

A la natural influencia que Addison debia ciertamente á sus condiciones literarias, se unia la que resulta de ciertas condiciones de carácter. Pues por dispuesta que se hallara siempre la sociedad á formar mal juicio de los aventureros políticos que lograban elevarse á los cargos importantes sin medios de fortuna, hubo de hacer una excepcion en favor suyo, viéndolo exento de los defectos que generalmente desprestigian á la clase; y no pudiendo acusarlo de ser turbulento, inmoral é irrespetuoso, hasta los mismos enemigos rendian tributo de alabanzas á sus cualidades y virtudes; como que en todas las circunstancias de la vida permaneció siendo fiel á las opiniones de su juventud y á sus amigos; que ninguna mancha empañó nunca su fama de hombre honrado; que su conducta demostró siempre cuánto poseia el instinto de las conveniencias sociales más delicadas; que, áun en medio de las controversias y luchas más ardientes, su amor á la verdad, sa benevolencia, su temor de faltar al decoro, reprimieron los impetus de su celo; que ningun ultraje pudo jamás moverlo ni excitarlo á ejercer represalias indignas del cristiano y del caballero, y que fueron sus defectos únicos la excesiva susceptibilidad de su delicadeza, y la exagerada modestia, rayana de la timidez, propia de su modo de ser.

XXII.

Addison llegó, pues, á ser uno de los hombres más populares de su época, mereciendo su prestigio, á nuestro parecer, al mismo defecto que tanto excitaba la compasion de sus amigos. Porque si su timidez le impedia desarrollar las cualidades del ingenio en público bajo el aspecto más favorable, lo protegia contra la envidia que, á no ser por esta causa, hubiera suscitado gloria tan pura y brillante, y elevacion tan rápida y grande como la suya; que los triunfos más señalados de simpatía los alcanzaron siempre hombres á quienes admiró y respetó la multitud con amor compasivo. Así pensaron de Addison sus contemporáneos, y cuantos gozaron del privilegio de verlo en la intimidad: María Montague, Pope, Young y Steele, decian á coro que no era posible hallar nada más agradable, ameno y perfecto bajo todos aspectos que su conversacion. Pero áun cuando fuesen tan notables como la cultura de su lenguaje, su cortesia y su benevolencia, no por eso carecia de cierta malicia en la medida necesaria é inseparable del género cómico. Buena muestra dan de ello las críticas del Tatler sobre el soneto de M. Softly y el diálogo del Spectator con aquel politico tan celoso de la honra de lady Q.—p.—L.—S., modelos ambas obras de las bromas inocentes que á las veces solia usar contra los necios y los fatuos.

Pero este talento de Addison para la conversacion era cual si no fuese cuando parecia en reuniones numerosas ó solamente veia en su círculo una cara nueva, pues entonces enmudecian sus labios, y su actitud se tornaba reservada y fria; como que no era el mismo en los salones y tertulias numerosas que sentado á la mesa de un cafe ó en el Club en medio de algunos pocos amigos, desde la salida del teatro hasta que daba el reloj de San Pablo de Covent Garden las cuatro de la mañana, pues entónces todos estaban cautivos de su conversacion y de su gracia peregrina. Mas no era tampoco allí donde Addison se dejaba ver bajo el mejor aspecto, sin embargo, pues para gozar completamente de su conversacion se hacía indispensable hallarse solo con él, ó, como él mismo decia, oirlo pensar en alta voz; que «nada es, añadia, comparable, á una verdadera conversacion entre dos personas.» XXIII.

Con no ser ciertamente la timidez de Addison insociable ni desapacible, produjo en él los dos más graves defectos que la posteridad tenga derecho á censurarle, destruyendo con el abuso de la bebida en cierto modo el misterioso encanto que tornaba muda su lengua y torpe y como adormecido su espíritu, y complaciéndose acaso demasiado en la sɔciedad de un círculo de admiradores de quienes era rey, ó, mejor dicho, dios, pues no solamente sus intimos amigos estaban muy por bajo de él, sino que algunos adolecian hasta de gravísimos defectos.

Diremos, no obstante, respecto de lo primero y en justificacion suya, que los hombres más respetables de aquel tiempo reputaban los excesos que se cometian en la mesa por insignificante pecadillo, y que tampoco merecia fama de caballero en toda la extension de la palabra quien no sabia beber hasta el punto de anegar en vino su razon; y respecto de lo segundo, que no desconocia los defectos de sus deudos, pues ningun hombre tuvo jamás penetracion superior á la suya, sino que se los perdonaba en fuerza de la indulgencia propia de su carácter, no sin despreciarlos en lo más íntimo de su corazon. Y como se hallaba siempre á sus anchas en medio de ellos, y el afecto que le mostraban tan apasionado le inspiraba gratitud, los colmó de beneficios en toda ocasion, resultando de esta puja, por decirlo así, de voluntades, acabar sus amigos por rendirle una manera de veneracion muy superior á la de Boswell hácia Johnson ó de Hurd hácia Warburton. Mas, áun cuando Addison se hallaba dotado de tan felices cualidades que la lisonja no podia pervertir su corazon ni alterar su recto juicio, fuerza será reconocer que contrajo por consecuencia de ella ciertos defectos que difícilmente podrán evitar aquellos á quienes ponga su desgracia en el caso de ser oráculos de pequeña grey de literatos.


XXIV.

Eustaquio Budgell, por ejemplo, jóven estudiante del Temple, versado en la literatura y deudo de Addison, figuraba en aquel círculo de amigos. Hasta entónces fué Budgell mozo de buenas costumbres, y si su primo no hubiera muerto ántes que él, probablemente habria continuado siéndolo; pero no bien pasó el maestro de esta vida, ya no se contuvo el discípulo, y de una en otra falta comenzó á despeñarse hasta caer en los abismos del vicio y de la miseria. Envilecido y arruinado en fuerza de locuras y disipaciones, intentó remediar sus quebrantos y rehacer su hacienda perdida por medios criminales, y al ver defraudadas sus esperanzas, puso término á su vida, lanzándose al Támesis desde el pretil de London Bridge. Budgell comenzó por el juego, despues se hizo estafador, luego falsificó, y á no haberse ajusticiado á sí propio, dificil sería graduar los términos de su infamia. A pesar de tanta degradacion y del olvido completo en que tuvo los más elementales deberes, siempre recordó con muestras de afecto, y hasta de veneracion, á nuestro poeta, dejando claro testimonio de ambas cosas en las últimas palabras que trazó su mano.

Ambrosio Phillipps, whig excelente y mediano poeta, que tuvo el gusto de poner de moda una manera de composicion macarrónica llamada Nambypamby (pretenciosa), era tambien uno de los compañeros favoritos de Addison; pero los más importantes de aquel reino en miniatura, » como lo llamaba Pope muchos años despues, fueron Ricardo Steele y Tomás Tickell.

Addison y Steele se conocian desde la infancia, por haber sido condiscípulos en Charter—House y en Oxford. Despues vivieron algun tiempo separados, siguiendo rumbos diferentes; como que Steele abandonó el claustro universitario sin graduarse de bachiller siquiera, se hizo desheredar por un pariente riquísimo, anduvo vagabundo de pueblo en pueblo, sirvió en el ejército, se propuso descubrir la piedra filosofal, y escribió un tratado religioso y várias comedias, mientras que su amigo seguia imperturbable por la senda emprendida. Era Steele uno de esos hombres á quienes así es imposible respetar como aborrecer, pues si se hallaba dotado por naturaleza de carácter dulce, de corazon sensible, de ardiente y apasionado espíritu, y de pasiones enérgicas, en cambio tenía la conciencia más flexible que pueda imaginarse, y por tal modo pasó la vida entera cometiendo faltas y arrepintiéndose de haberlas cometido, y predicando el bien y practicando el mal. No obstante, su fondo era tan bueno, que no habia medio de quebrar con él, y que los más austeros moralistas ántes se mostraban dispuestos á compadecerlo que no á censurarlo cuando lo sabian cautivo de un ministril por deudas contraidas en el juego, ó con calenturas producidas del vino. Por lo que hace á José Addison, amó en toda ocasion á Steele con cierta manera de bondad entreverada de menosprecio; intentó, sin resultado alguno, apartarlo del juego, lo introdujo en la buena sociedad, le procuró un empleo luerativo, corrigió sus comedias y llegó hasta el extremo, no siendo rico, de facilitarle fuertes sumas de dinero con que se remediara, prestándole una vez, segun rezan cartas del mes de Agosto de 1708, la cantidad de 25.000 pesetas. Relaciones pecuniarias eran estas que debian necesariamente ocasionar entre ambos amigos contínuos desagrados, no faltando quien asegure que la negligencia ó la mala fe de Steele pusieron á nuestro Addison en el caso de valerse de los tribunales de justicia para recuperar su peculio. Nadie censurará por cierto su conducta en esta circunstancia, porque gá quién no indigna ver disipar con insensata prodigalidad el dinero que adquirió penosamente, y que sólo prestó imponiéndose á sí propio grandes sacrificios con la esperanza de sacar de apuros algun amigo menesteroso?

Tickell era un jóven recien salido de Oxford que habia logrado llamar la atencion pública merced á un poemita lleno de ingenio y de gracia en honra de la ópera titulada Rosamunda, y que merecia y acabó por conseguir ser el primero en el corazon de Addison. Durante algun tiempo Steele y Tickell fueron buenos amigos, pero al cabo se tornaron adversarios irreconciliables; que ambos amaban demasiado al poeta para poder mirarse con buenos ojos.


XXV.

A fines de 1708, Wharton fué nombrado lord—lugarteniente de Irlanda; y como designase á José Addison por su primer secretario, hubo éste de partirse de Londres para Dublin. Compensaba en cierto modo el sacrificio los emolumentos de su cargo, que ascendian entónces á 50.000 pesetas al año, á las cuales deben añadirse 10.000 más por razon de sus honorarios como Archivero mayor de Irlanda, oficio que obtuvo á perpetuidad del Monarca. Budgell acompañó á su primo en clase de secretario particular.

Entre Wharton y Addison no habia más de comun que las opiniones políticas; pues no sólo era el lugarteniente hombre disoluto é inmoral, sino que se diferenciaba de todos los libertinos y agiotistas de la época por su impudencia, la cual ofrecia singularísimo contraste con la ejemplar conducta y la delicadeza imponderable del secretario. Tanto es así, que aun cuando ciertas partes del régimen administrativo de Irlanda excitarán entónces justas quejas, ninguna se produjo jamás en contra de Addison; pudiendo por esta causa decir el poeta más adelante sin temor de ser desmentido que sa celo y probidad le habian granjeado la estimacion de los hombres más importantes del país. Y como no hablan los anteriores biógrafos de Addison de su carrera parlamentaria en Irlanda, nos parece bien dejar consignado que lo eligieron por su representante los de Cavan el verano de 1709, y que, del propio modo que tantos otros oradores, logró vencer su timidez ante aquella Cámara de los Comunes, ménos imponente que la de Inglaterra, tomando parte muchas veces en sus discusiones; circunstancia que declaran las actas de dos legislaturas.


XXVI.

En tanto que Addison habitaba en Dublin, tenía lugar en Londres un suceso encaminado á elevarlo para siempre al rango de los más grandes y esclarecidos escritores de su patria. Pues si no descansaba todavía su reputacion literaria en base sólida, toda vez que los únicos títulos que ostentaba no eran otros que algunos versos latinos é ingleses bastante buenos y la relacion de sus viajes por Italia, obras que si demostraban en su autor buen gusto, mejor criterio y más erudicion no hubieran bastado ciertamente á perpetuar su fama en la posteridad, habia llegado el momento de que se revelase al mundo como un hombre de clarísimo ingenio, enriqueciendo el caudal de la literatura inglesa con un tesoro de obras de inestimable valor y tan duradero como la lengua en que fueron escritas.

Es el caso que durante el invierno de 1709 concibió Steele un proyecto literario, cuyas consecuencias distaba mucho de prever él mismo. Porque como desde hacía ya muchos años se publicaran periódicos en Londres, los más consagrados á la política, los ménos á cuestiones de moral, de buen gusto literario, de amor ó de galantería, y todos de tan escaso mérito que solamente sus títulos han llegado hasta nosotros, Steele, que ocupaba una plaza de redactor de la Gaceta oficial (1) y se hallaba por tanto mejor y más prontamente informado que ningun otro periodista, determinó de publicar un papel nuevo en el fondo y en la forma. Fué su primitivo proyecto que se diera el periódico á luz los dias de salida del correo de Londres, que lo eran los mártes, juéves y sábados, conteniendo noticias extranjeras, críticas teatrales, artículos literarios, consideraciones sobre cuanto pudiera preocupar al público, galanterías á las damas, sátiras contra los más renombrados caballeros de industria, y análisis de los principales sermones de los predicadores populares. A esto se redujo en un principio el proyecto de Steele; y, á decir verdad, poseia cuantas cualidades son necesarias para salir airoso con su empresa, pues se inspiraba en las mejores fuentes, conocia el mundo por experiencia propia, era más instruido que la juventud ociosa y disipada de su tiempo, escribia correctamente con cierta facilidad, y áun cuando fueran sus chanzas vulgares por regla general, sabia imprimir á sus escritos las apariencias de buen humor y de ingenio que las personas vulgares confunden siempre con la verdadera vis cómica; que no sin sobra de razon se han comparado las obras de Steele á esos vinos ligeros faltos de fuerza y de aroma, pero gratos al paladar á condicion de que no hayan estado mucho tiempo en la botella ó hecho viaje largo.

Isaac Bickerstaff, Esquire y astrólogo, era un per(1) Steele había sido colocado por Sunderland á ruego de Addison con 300 libras esterlinas de sueldo anual, ó sean 30.000 reales de nuestra moneda.

sonaje imaginario, tan conocido á la sazon como puede serlo ahora Mr. Pablo Pry ó Mr. Pickwick.

Swiff habia tomado ese nombre supuesto en un folleto satírico escrito contra Partridge, el famoso fabricante de almanaques; y como tuviera el agredido la mala idea de contestar en serio al ataque, Bickerstaff replicó en otro libelo más punzante todavía y ameno que hubo de serlo el primero, apoyando sus chanzas y burlas todos los hombres de ingenio de la época con gran contentamiento del público.

Conocido, pues, y popularizado el astrólogo Esquire Isaac Bickerstaff, Steele determinó de servirse de él para su proyecto, y en consecuencia, el mes de Abril de 1709 lanzó á los cuatro vientos de la publicidad que se disponia el susodicho caballero á sacar á luz un papel periódico intitulado El Charlatan (The Tatler).

No se puso Steele préviamente de acuerdo con Addison para su empresa; pero no bien le habló de ella, el poeta le prometió su colaboracion, siendo el efecto de su auxilio tan inmenso que, como escribia el fundador del Tatler, se halló «en el caso de un soberano amenazado de sus enemigos y que llama en su auxilio á poderoso vecino.» «Mi aliado me perdió, decia; porque no bien acudió en mi socorro, ya no pude sostenerme sin él.» Y en otra parte añadia: «El periódico adquirió en breve una importancia superior á mis cálculos y proyectos primitivos.» XXVII.

Bien puede asegurarse que cuando Addison envió á Lóndres desde Dublin sus primeras cuartillas al Tatler, desconocia de todo en todo la extension y variedad de su talento; porque poseyendo una mina riquísima en metales preciosos de diversas clases, hasta entonces se habia contentado con extraer cobre, plomo y algunas veces plata; mas de repente, una providencial casualidad le hizo descubrir inagotable venero de oro puro. Pues la eleccion y el órden de las palabras solamente que usaba en sus Ensayos habrian bastado para eternizarlos en la memoria de las gentes é imprimirles sabor clásico; que ningun escritor, ni Dryden, ni Temple, habiamanejado la lengua inglesa con tanta dulzura, facilidad y gracia. Pero, con ser esto ya mucho, la belleza del estilo es el título de ménos importancia que Addison puede aducir para elevarse á la inmortalidad; pues áun cuando se hubiera servido en sus obras del inglés franco—latino de Horacio Walpole y del doctor Johnson, ó de la jerga germano—inglesa de nuestros dias, su ingenio habria triunfado de cuantos defectos son imaginables en una lengua, y el fondo hubiera prevalecido siempre sobre la forma.

Como satírico moral no tiene Addison rivales, y considerado bajo el punto de vista del ingenio, se halla cuando menos al nivel de Cowley ó de Butler.

Pero su imaginacion aventaja con muchas creces á su ingenio, como lo acreditan las numerosas ficciones de sus Ensayos, originales casi todas, á las veces grotescas y extrañas, encantadoras siempre y felicisimas, y que lo elevan al rango de gran poeta; gloria merecida, y á la cual no le dieron ciertamente derecho alguno sus composiciones en verso.

Ningun escritor estudió con más perspicacia y sagacidad las costumbres de su tiempo, ni supo mejor apoderarse de todas las diferencias y modos de ser del carácter humano. Además, poseyó Addison el arte de revelar al mundo sus observaciones de dos maneras enteramente distintas, porque no sólo describió tan bien como Clarendon las virtudes, los vicios, las costumbres y prácticas de sus contemporáneos, sino que infundió vida propia, por decirlo así, á personajes que no la tenian, y que se describen por sí solos; y tanto sobresalió en este género, que para encontrar retratos más parecidos que lo son los principales caracteres de la obra maestra de Addison, se hace necesario remontarse á las maravillas producidas por Shakspeare ó Cervantes. ¿Y qué decir de su gracejo y de su jovialidad tan comunicativa, y del talento prodigioso con que sabía presentar bajo aspecto cómico incidentes vulgares y singularidades de carácter y de modos de ser propios á todos los hombres, sino que sentimos la influencia de su encanto, y nos abandonamos á él sin fuerzas para poder analizarlo?


XXVIII.

Los escritores que, á nuestro parecer, manejaron con más éxito y pericia el arma terrible de la sátira el siglo XVII, fueron Addison, Steele y Voltaire, siendo en su género cada uno verdadero modelo, y superior á toda comparacion. Pero si Voltaire, el rey de los bufones, participa de la hilaridad que produce, hace contorsiones y gestos, y señala con el dedo, y saca la lengua; Swift, en cambio, cuando mueve á risa, no se rie, sino al contrario toma un aspecto grave y hasta triste, siendo Addison el único que permanece sereno, efecto de su buen natural y mejor educacion, cosas ambas que le obligan á suavizar y á embotar los golpes más acerados del ingenio. De nosotros diremos que preferimos los chistes de Addison á los de Swift y Voltaire, y que si la manera de los dos últimos ha podido imitarse con éxito, nadie ha logrado hacer lo propio con la de Addison. Mas en lo que nuestro poeta aparece sin duda superior á todos sus rivales presentes y pasados, es en la gracia, la nobleza y la moralidad de los chistes; porque si Swift tiene la gracia y el humor del Mefistófeles de Goethe, y Voltaire el del Puck de Shakspeare, y aquél se torna en misántropo á fuerza de severidad, y éste si no es inhumano tampoco respeta nada, José Addison, áun en los momentos mismos que hace reir á carcajadas, da muestras de compadecer cuanto es débil, menesteroso y delicado, y de venerar cuanto es grande, amable y sublime; como que ningun deber moral ni doctrina ninguna religiosa, natural ó revelada, son nunca objeto de sátiras de su parte que puedan redundar en su descrédito, ni abusa cual lo hicieron Swift y Voltaire de sus poderosas facultades para emplearlas en ridiculizar á sus semejantes. Y tanto es así, que á pesar de verse atacado encarnizadamente de sus enemigos políticos y literarios, ni sus provocaciones, ni sus agresiones, ni el ejemplo de sus colegas, pudo nunca determinarlo á usar de represalias, y que en cuantas obras escribió no se contiene una sola sátira que no se halle penetrada de benevolencia ó de generosidad.

XXIX.

Los Ensayos de Addison ejercieron tanta influencia en las costumbres de su siglo que, bajo este aspecto, son merecedores de las más grandes alabanzas. Porque si bien cuando apareció el Tatler en el estadio periodístico ya comenzaba la sociedad inglesa á sentir rubor y á corregirse de sus vicios pasados; que Jeremías Collier habia reprendido en sus críticas al teatro sus excesos, y que, comparadas á las de Etherege y de Wycherley, las comedias de la época de Addison podian reputarse honestas, como la opinion pública se hallaba persuadida de que debia existir cierta misteriosa y fatal relacion entre las aptitudes literarias y el desórden de las costumbres, y entre las virtudes domésticas y las mogigaterías puritanas, cupo la gloria de acabar con estas preocupaciones á nuestro Addison. El cual asestó golpes tan certeros y felices sobre los vicios, y empleó contra ellos con tanta eficacia las burlas que hasta entonces habian esgrimido poetas y prosistas en desprestigio de la virtud, que desde aquel entonces los ultrajes públicos á la decencia se han considerado en Inglaterra como prueba evidente de necedad. No estará demas añadir que, con ser esta revolucion grande y saludable muy superior á cuantas haya conseguido realizar nunca un autor satírico, Addison la llevó á cabo sin haberse permitido una sola personalidad.

Cereb Inútil nos parece decir que Addison se mostró superior á sus colaboradores en el Tatler desde que comenzó á escribir en él, por más que no sean sus primeros artículos como los últimos, casi todos comparables á las obras maestras y de mayor perfeccion del Spectator; influyendo esto principalmente, como es fácil comprender, en el éxito del periódico, que fué inmenso y desacostumbrado hasta entonces en las publicaciones análogas.


XXX.

Durante la legislatura que comenzó el mes de Noviembre de 1709, y que hizo memorable la causa de Sacheverell, vino Addison á Lóndres; y buena falta le hacian en aquella circunstancia los consuelos que pudieran proporcionarle sus triunfos literarios y la simpatía de sus lectores. Porque como la reina seguia detestando á los whigs y á Marlborouhg, se preparaba sin más razon que su odio á lanzarlos del poder. No se atrevió durante cierto tiempo á poner en ejecucion su pensamiento, y ménos comprendiendo que ocupaba el trono á virtud de títulos muy discutibles, que podria indisponerse con la mayoría de ambas Cámaras, que se hallaba empeñada en una guerra peligrosa para su corona, y que no le convenia privarse por el momento de los servicios de un general tan venturoso como hábil; mas cuando desaparecieron en 1710 las razones que sujetaban su voluntad, se dejó persuadir de los consejos de Harley y determinó despedir á los ministros. Sunderland fué la primera víctima sacrificada, y en vano sus colegas se forjaron ilusiones durante cierto tiempo acerca del porvenir que les aguardaba, porque unos en pos de otros, cayeron todos, siendo disuelto el Parlamento; comenzando los tories á ejercer con ciega y torpe brutalidad el poder conquistado á tan poca costa, y siendo tantas y tales y tan desaforadas las injusticias de que fueron objeto entonces los whigs, que áun hoy dia excitan la indignacion de quien las conoce. Nunca hubo ministros que dieran muestras en lo tocante á la administracion y á la conducta política de su patria de más energía, moderacion y habilidad, ni cuyos triunfos parecieran siempre como en ellos galardon merecido de su prudencia. Habian salvado la Holanda y la Alemania, humillado la Francia, vencido en España (por lo ménos así lo parecia en aquellos momentos) á la casa de Borbon; elevado la Inglaterra al primer rango entre las grandes potencias europeas, reunido la Inglaterra y la Escocia, y respetado los derechos de la conciencia humana y las libertades de la nacion, dejando, en suma, su patria en el apogeo de la gloria y de la prosperidad al retirarse del poder; y sin embargo, fueron objeto en la desgracia de más censuras y recriminaciones injustas que los ministros que perdieron trece colonias, y los que mandaron un ejército aguerrido á morir en los fosos de Walcheren.

De todas las víctimas del naufragio, Addison fué la más desdichada, porque no sólo acababa de sufrir pérdidas pecuniarias de mucha consideracion cuando los tories lo separaron de su destino, sino que temia mucho por el modesto empleo de archivero de Irlanda que S. M. le confirió cuando fué allá con Wharton. Por otra parte, no pertenecia tampoco á la Universidad, y es muy probable que ya por entonces hubiera puesto los ojos en una ilustre dama, la cual, si cuando sus amigos políticos eran poderosos y él labraba rápidamente su fortuna, le dió esperanzas de colmar sus deseos, acaso mudó de pensamiento viéndolo en desgracia, por parecerle que M. Addison, escritor de clarísimo ingenio, y M. Addison, primer secretario del despacho, eran dos personas enteramente distintas. Pero tantas desgracias y contrariedades juntas no fueron parte á turbar la serena tranquilidad de su espíritu, á quien fortalecia su propia inocencia y enriquecia el tesoro de sus virtudes, y así advirtió á sus amigos con plácida y filosófica resignacion de que, al perder juntamente hacienda, empleos y dama, no le quedaba otro recurso sino volver á su antiguo magisterio, haciéndose de nuevo preceptor.

XXXItis Sirvióle de consuelo en aquella circunstancia no participar de la impopularidad de sus amigos. Nadie protestó contra su reeleccion; y tanta era la simpatía que inspiraba su nombre, que Swift, á la sazon en Londres y resuelto á separarse del partido whig, decia lo siguiente á Stella en una carta: «Los tories triunfan en todas partes por inmensa mayoría; pero M. Addison ha quedado reelegido para la Cámara de los Comunes sin lucha. Me parece que si pidiera votos para ser Rey, ninguno le negaria el suyo.» Y bien será decir de paso que las consideraciones que le tuvo el partido tory no las obtuvo en cambio de ninguna concesion de su parte. Tampoco deberá olvidarse que durante las elecciones generales publicó un periódico político titulado el Whig examiner; que, á pesar de sus preocupaciones, Johnson lo calificó de muy superior al que Swift dirigia en favor del partido contrario, y que, cuando cesó, Swift no hizo misterio del gozo que sentia con la muerte de adversario tan poderoso. «Razon tiene de alegrarse, dijo Johnson al saberlo, pues él no lo habria matado nunca.»» El único uso que hizo Addison de su crédito con los tories fué salvar algunos de sus amigos de la ruina general del partido whig, y mientras él acentuaba sa hostilidad al Gobierno, cumpliendo su deber, como Steele y Ambrosio Phillips no se hallaban en su mismo caso, gestionaba en favor de ambos.

Ignoramos si obtuvo para Phillipps gracias ó empleos; pero en cuanto á Steele podemos decir que, si perdió su empleo en el Consejo, conservó el de comisario del timbre á condicion de no combatir al nuevo Ministerio; armisticio tácito en cuya estricta observancia lo mantuvo Addison durante más de dos años, cesando en su virtud de ser redactor político del Tatler Isaac Bickerstaff. Y como á consecuencia de haberse suprimido por completo en el periódico de Steele su seccion, el Tatler cambió de carácter y no contuvo sino ensayos críticos sobre obras nuevas y artículos de moral y de costumbres, su fundador determinó suspenderlo y crear otro con arreglo á un plan más extenso, empezando por anunciar que la nueva publicacion sería diaria. Y aunque pareció la empresa temeraria en un principio, muy luego confirmó el éxito la confianza que le habia inspirado el fecundo ingenio de Addison. En efecto, el 2 de Enero de 1714 salió el último número del Tatler, y el 1.0 de Marzo siguiente se dió á luz el primero de un periódico incomparable, conteniendo tan ingeniosas observaciones de un Espectador imaginario acerca de las costumbres y de la literatura, que arrebató al público desde su aparicion.

XXXII.

Al trazar Addison el retrato del Espectador forjado en su fantasía, se tomó á sí propio evidentemente y hasta cierto punto por modelo, porque el Spectator es un gentleman que despues de pasar largos años en la Universidad, y de haber recorrido en sus viajes las comarcas clásicas y estudiado á conciencia los tiempos antiguos, á su regreso á la madre patria se fija en Lóndres y observa la sociedad que lo rodea bajo todos sus aspectos; pero á quien por desgracia invencible timidez impide hablar como no sea delante de muy contadas personas de su confianza. Los retratos de sus amigos los bosquejó Steele. Cuatro de estos bocetos, el abogado, el eclesiástico, el militar y el mercader, representaban personajes insignificantes, buenos nada más que para figurar en segundo término; y áun cuando no estuvieran trazados de mano maestra los dos restantes, á saber, los del aristocrata provinciano y del libertino londinense, como quiera que tuviesen buenos toques, Addison se apoderó de entrambos, los retocó y les dió color, y creó por tal manera los tipos tan conocidos hoy dia de las personas literatas con los nombres de sir Roger de Coverley y de Will Honeycomb.

Fuerza es decir que así fué original como feliz el plan del Spectator, pues cada uno de sus números puede leerse con separacion de los demas, y que sus quinientos ó seiscientos artículos forman un conjunto de tanto interes cual pudiera serlo amenísima novela. No huelga decir de paso que aún no se conocia en Inglaterra libro alguno de imaginacion que contuviera pintura tan viva y animada de sus costumbres y modo de ser; que Richardson vegetaba en una imprenta con el componedor en la mano, y Fielding sólo pensaba en buscar nidos, trepando á los árboles, y Smollet no habia nacido. Pero la trama novelesca que liga unos á otros todos los números del Spectator, inició á nuestros padres en el goce de un placer desconocido ántes. Nada más sencillo, sin embargo, que los acontecimientos que la forman; nada tampoco que se haya escrito con tanta verdad, gracia é ingenio, y con tan profundo conocimiento del corazon humano y del mundo; circunstancias que nos seducen y cautivan de tal manera despues de leer por la centésima vez la coleccion que, á nuestro parecer, si Addison hubiera escrito una novela de mayores proporciones, á juzgar por el Spectator, habria sido superior á cuantas hoy dia posee la literatura inglesa, pudiéndose añadir que no sólo debe ser considerado Addison en consecuencia como el primero y principal de los autores de Ensayos en la Gran Bretaña, sino tambien como el precursor de sus grandes novelistas.


XXXIII.

Estos elogios corresponden por completo á José Addison, porque el Spectator era él, siendo suya la mitad de la materia contenida en la coleccion del periódico, el más flojo de sus Ensayos igual, cuando ménos, al mejor de cuantos escribieron sus colaboradores, los más notables rayanos con la perfeccion absoluta, y su variedad tan extraordinaria como su mérito, pues ni advertimos en ellos repeticiones, ni tampoco agotados los asuntos propuestos. Addison dominaba todos los tonos á su voluntad, y ya nos recuerde Luciano, Labruyére, Goldsmith, Horacio ó Massillon, siempre brilla en el que adopta. Nada será más eficaz para formarse idea exacta de la extension y variedad de su talento que leer seguidos los artículos titulados: La Bolsa, Dos visitas á la Abadía, El diario del retirado, La vision de Mirza, Trasmigraciones de Pug el Mono y la Muerte de sir Roger de Cocerley (1). En nuestros dias se halla, no obstante, muy generalizada la idea de que los Ensayos críticos de Addison no son dignos de la fama de su autor; pero, bien será decir al propio tiempo que los mejores de ellos eran demasiado buenos para entónces, y que todos rebosaban ingenio y claridad, bien que al aparecer aquellos en los cuales protestaba contra la estulta indiferencia de los ingleses hácia sus antiguas baladas, excitaran críticas y burlas generales en el público.

El éxito del Spectator fué, como ya dejamos indicado, superior al de cuantas obras análogas le habian precedido. Comenzó por tirar 3.000 ejemplares diarios, y llegaba su edicion á 4.000 cuando votó el Parlamento el impuesto del timbre, causa de la muerte de muchos periódicos; pero el Spectator se sostuvo, aunque sufrió algo de los efectos de la ley, duplicando su precio, y merced al expediente y al favor de sus lectores, continuó produciendo fuertes sumas al Estado y á su empresa; como que de algunos números hubo que imprimir hasta 20.000. Así y todo, sólo ciertas clases privilegiadas de la socie(1) Números 26, 329 69, 317, 259, 343 y 517. Estos artículos se hallan en los siete primeros tomos. El octavo puede considerarse independiente de los demas.

dad podian leer diariamente el Spectator á causa de su costo excesivo; que la muchedumbre de los ingleses debia esperar la publicacion en volúmenes para conocer los artículos de Addison, y entonces se agotaban en pocos dias ediciones de 10.000 ejemplares, no dando las prensas abasto á la demanda.

Las mejores novelas de sir Walter Scott y de Mr. Dickens no han alcanzado—salvo la proporcion debida entre los lectores de antaño y los de ogañopopularidad comparable á la del Spectator.


XXXIV.

A fines de 1712 dejó de publicarse tan interesante periódico, tal vez porque comprendieran sus redactores que ya era tiempo de hacerlo así, reemplazándolo con otro nuevo, temerosos de que pudiera dar muestras el público de cansancio, viendo siempre los mismos personajes en la escena. Pocas semanas despues salió á luz El Guardian (El Tutelar); mas con tan mala fortuna, que su nacimiento y su muerte fueron igualmente desdichados, comenzando por causar tedio á sus lectores y acabando como las tragedias, con un desastre. Aparte de que su plan primitivo fué defectuoso, Addison no escribió para El Guardian hasta el tercer mes de su fundacion, y ya entónces todo su talento era ineficaz á salvarlo de ruina. Al llegar á este punto preguntan todos sus biógrafos por qué no colaboró ántes en El Guardian, sin hallar respuesta satisfactoria, acaso por no advertir que aquellos momentos precisamente se ocupaba en los ensayos de su tragedia titulada Caton.

Cuidadosamente guardado en un cajon de su escritorio tenía nuestro Addison desde que volvió de Italia el manuscrito, sin atreverse, por efecto de la excesiva modestia y susceptibilidad de su carácter, á correr con él los azares de la representacion. Todos cuantos conocian la obra le tributaban las mayores alabanzas; pero tambien algunos, temerosos de que su sabor tan clásico y su perfeccion llegasen á producir cansancio en el público, le aconsejaban imprimirla sin aventurarse á ponerla en escena, con lo cual se fortificaba en su propósito de no representarla nunca. Pero ello es que al cabo de muchas incertidumbres, y cediendo á la solicitud de los amigos políticos, para quienes era evidente que la concurrencia descubriria en la tragedia ciertas analogías entre los partidarios de César y los tories, entre Sempronio y los whigs apóstatas, y entre Caton, luchando hasta el postrer suspiro por la libertad de Roma, y la pequeña falange de patriotas que se agrupaba en torno de Halifax y de Wharton, la entregó á los directores del teatro de Drury—Lane, sin estipular condiciones. Lo cual obligó más á la empresa y la empeñó en el buen desempeño de la obra y en el lujo de los trajes y verdad de las decoraciones.

Cierto es que por costosas que fueran éstas, no habrian satisfecho en nuestros dias al habilísimo escenógrafo Mr. Macready; pero en cambio Juba salió á las tablas con un traje bordado de oro por todas partes, y Caton con una peluca de gran precio. A mayor abundamiento escribió Pope un prólogo interesante, y Steele se hizo cargo de repartir billetes entre amigos y correligionarios. En los palcos no se veia sino personajes de la oposicion, y en las butacas, prebendados de Inns of Court y contertulios de los cafés literarios, todos predispuestos en favor del autor, habiendo acudido la noche del estreno hasta sir Gilberto Heathcote, gobernador del Banco de Inglaterra, con una poderosa hueste de whigs de la City para remediar con su esfuerzo cualquier peligro y acudir con sus aplausos allí donde fuera necesario. El papel de Caton se confió á Booh, y á decir verdad, lo representó á maravilla.

Pero no hacian falta en verdad tantas medidas preventivas, porque los tories colectivamente considerados, no sentian animosidad ninguna contra el autor de Caton, y á creer en sus palabras, así respetaban las leyes y las autoridades constituidas como aborrecian las insurrecciones populares y los ejércitos permanentes. Demas de esto, tampoco les consentia su propio interes apropiarse las censuras dirigidas al ilustre caudillo y gran demagogo, que auxiliado de sus tropas y del populacho consiguió destruir las leyes fundamentales de su patria, y por tanto el alto clero respondió cual un eco formidable á las estruendosas aclamaciones de los socios del Club Kit—Cat, cayendo la cortina despues de la última escena en medio de una tempestad de aplausos unánimes; y al dia siguiente describió El Guardian el entusiasmo y admiracion que habia producido en los espectadores la tragedia con frases tan ecomiásticas, que á no hallarlas conformes con el lenguaje del Examiner, órgano declarado del Gobierno, las hubiéramos tachado de parcialidad. No obstante, los tories se burlaron mucho de la conducta de sus adversarios políticos en aquella circunstancia, y pusieron en ridículo á Steele, que se mostró, cual siempre, con más celo que buen gusto y discernimiento; á sir Gibby (Gilberto Heathcote), más acostumbrado á contratar mercaderías que á silbar ó aplaudir en estrenos dramáticos; á Wharton, que tuvo el cinismo de aplaudir ciertas escenas que parecian escritas para él; á Garth, autor de un epilogo chabacano, y á tantos otros, haciéndolos víctimas por algun tiempo de críticas mordaces y punzantes. Pero en cuanto á nuestro Addison, los tories más exaltados y ménos benevolos, del propio modo que los whigs, hablaron siempre como de persona digna, honrada y respetable, y á la cual sus virtudes y caballerosidad hacian merecedora de las mayores consideraciones, y de que su nombre ilustre y puro quedara libre y exento en toda ocasion de las polémicas y luchas de los partidos políticos.

Conviene citar entre las chanzas más acerbas que se usaron contra los whigs aquellos dias para mermarles la satisfaccion del triunfo, la de Bolingbroke. Pues como enviara recado á Booth durante un entreacto para que fuese á su palco, le regaló á la vista de los espectadores una bolsa con 50 guiness, diciéndole que se la daba «en recompensa de haber defendido tan bien la causa de la libertad contra un dictador perpétuo.» XXXV.

Aun cuando era el mes de Abril y en esa época del año, siglo y medio ha, se consideraba la temporada teatral vencida, Caton se representó treinta noches consecutivas ante numerosa concurrencia, y produjo á la empresa dobles utilidades que una season ordinaria. Llegada que fué la del verano, la compañía de Drury—Lane se trasladó á Oxford para dar algunas funciones, y puso en escena el Caton con tanto éxito como en Lóndres, poblándose todas las tardes el teatro de un público que conservaba de su autor amables recuerdos.

En nuestro concepto, se juzga hoy dia con la equidad debida la tragedia de Caton, que alcanzó entonces éxito extraordinario, pues nos parece que seria tan absurdo compararla con las obras maestras del teatro griego, como con los grandes dramas ingleses del reinado de Isabel, ó las producciones de la edad madura de Schiller. Hällase, no obstante, bien escrita, en buen estilo, admirablemente dialogada en ciertos pasajes, y merece mencion especial entre las obras del teatro inglés imitadas de modelos franceses, si no al lado de Athalie y de Zaire, por lo ménos al de Cinna, y sin duda ninguna muy por sobre todas las demas tragedias inglesas de la misma escuela; que ni Corneille, ni Voltaire, ni Alfieri, ni Racine lograron hacer hablar tan bien á los romanos como Addison. De todos modos, es lo cierto que Caton contribuyó más aún que los Tatler, los Spectator y los Freeholder reunidos á la celebridad de Addison entre sus contemporáneos.

Pero si la modestia y la benevolencia del feliz poeta dramático habia podido conjurar hasta el odio de las facciones, como acaso sea la envidia literaria pasion más implacable que no el espíritu de partido, un whig célebre fué quien se mostró enemigo más encarnizado de la tragedia whig en la persona de John Dennis, el cual publicó acerca del Caton observaciones ingeniosas, pero acerbas y groseras.

Audison no quiso defenderse, ni ménos usar de represalias; y convencido de su propio mérito, se dolió del adversario, á quien la necesidad, la critica y los desengaños hebian enconado el carácter, de suyo arritable y enojoso.

XXXVI.

Entre los jóvenes candidatos al favor de Addison habia uno cuyo mérito y acaso tambien cuya malicia discreta, velada é hipócrita distinguian igualmente. Hablamos de Pope, á la sazon de veinticinco años, en la plenitud de su ingenio y que acababa de publicar por entonces su mejor poema, El robo del rizo (The rape of the lock). Addison lo habia distinguido siempre y mostrado grande admiracion hácia su talento; mas no sin advertir claramente lo que mirada ménos sagaz hubiera descubierto con dificultad, y era que, mal avenido con ser pequeño, jorobado y enfermizo, ansiaba vengarse del ultraje que le hizo naturaleza en la sociedad.

Cuando pareció el Ensayo sobre la crítica, el Spectator le consagró grandes elogios; pero como añadiera, sin propósito de ofender á Pope ciertamente, que mejor habria hecho el autor de obra tan notable con no aventurarse á malévolas personalidades, más ofendido de la crítica que satisfecho de las alabanzas, aunque dió gracias por el consejo á nuestro Addison y le prometió seguirlo, y los dos escritores continuaron en buenas relaciones y prestándose mutuos servicios, y Addison celebró públicamente las Misceláneas de Pope, y Pope hizo un prólogo para Addison, poco duró la tregua. Porque como Pope aborreciese á Dennis, á quien habia insultado sin provocacion de su parte, las observaciones sobre Caton franquearon al irritable poeta el medio que buscaba ya de antiguo para desahogar su odio y mala voluntad, aparentando tomar la defensa de un amigo, y así lo hizo, dando á luz la Relacion del frenesí de John Dennis. Pero Pope cometió un error con ella, equivocándose acerca de la naturaleza de su propio ingenio; porque si esgrimia con arte y habilidad extraordinaria el arma terrible de la injuria y de la ironía, le faltaba por completo el talento dramático. En aquella circunstancia una sátira semejante á las que llevan los nombres de Attico ó de Esporo habria inferido al crítico del Caton un golpe del cual no se hubiera repuesto nunca; mas al escribir Pope un diálogo, parecia, para servirnos de la imágen de Horacio y de la suya, un lobo que intentara dar coces en vez de morder. De aquí que la Relacion del frenesí carezca por completo de mérito alguno, y hasta de argumento, siendo sus burlas tan insignificantes que no lo parecen, y de tan mala calidad que áun el público que se complace oyendo en las plazas las chocarrerías y bufonadas de los saltabancos las silbaría.

Pero no cayó Addison en el lazo de la oficiosidad de Pope, que por lo demas le causó mucho enojo, en razon á que un tan despreciable libelo sólo podia ser eficaz á perjudicarlo en la opinion pública. Pues si nunca quiso emplear para su defensa, en aquella forma, el arma de la sátira que manejaba tan admirablemente, ¿cómo habia de consentir que, á pretexto de amparar su reputacion contra ciertas agresiones que despreciaba, otros escritores cometieran ultrajes? Addison, pues, que siempre se abstuvo de dar satisfaccion á sus agravios infiriéndolos, manifestó entónces que no tenía parte alguna en la redaccion del libelo de Pope, que lo desaprobaba, y que si Dennis lo ponia en el caso de replicarle, sabria observar en su respuesta los respetos y consideraciones que son debidos entre caballeros. Estas palabras, que se apresuró á comunicar á Dennis, mortificaron á Pope grande y profundamente, y, en nuestro concepto, á ellas debe de atribuirse aquel odio inextinguible que demostró despues en todo á su ántes tan aplaudido y admirado José Addison.


XXXVII.

El mes de Setiembre de 1743 dejó El Guardian de publicarse. La política traia desvanecido á Steele, que ya no se preocupaba de otra cosa; y como en las elecciones generales que acababan de verificarse lo designaron por su representante los de Stockbridge, llegó á persuadirse de que representaria principalisimo papel en el Parlamento, fiado acaso en el éxito inmenso que tuvieron el Tatler y el Spectator, sin advertir que, si bien habia sido editor de ambos periódicos, debieron éstos toda su influencia y popularidad al claro ingenio de su amigo. Y se haliaba de tal modo excitado por la vanidad, la ambicion y los odios políticos su carácter irritable y violento, que cometia diariamente ofensas á cual más grandes contra el buen gusto y el buen sentido; excesos que lamentaban y reprobaban los hombres razonables de su partido. «El pobre de Steele me causa mil inquietudes, decia José Addison, y temo mucho que su celo por el bien público tenga para él muy peligrosas consecuencias, pues me avisa de que se halla resuelto á no hacer alto en su camino, y de que cuantos consejos pudiera yo darle acerca del particular serán en vano para contenerlo. » Llevado de sus inclinaciones, fundó un diario político intitulado el Euglishman; mas como Addison no quisiera colaborar en él, fracasó completamente la nueva empresa. Y como, por otra parte, los escritos de Steele y sus fanfarronadas continuas durante la primera legislatura del nuevo Parlamento lo indispusieran por completo con los tories, determinaron excluirlo de la Cámara de los Comunes, siendo inútiles cuantos esfuerzos hicieron los whigs para salvarlo. Todos los hombres imparciales acusaron entónces á la mayoría por esta causa de haber abusado brutalmente de su poder; pero si la violencia y la locura de Steele no justificaban la ilegalidad cometida por sus adversarios, fueron eficaces á que sus amigos se apartaran de él, y á que nunca jamás reconquistara en la estimacion pública el rango que le hicieron perder.

Por aquel tiempo se propuso Addison añadir un volúmen al Spectator, y, en efecto, el mes de Junio de 1714 pareció el primer número de la nueva serie, que continuó publicándose durante seis meses cada ocho dias. Nada tan notable ciertamente como la diferencia que ofrecian los números del Euglishman y los del octavo tomo del Spectator, aquéllos por Steele sin Addison, y estos por Addison sin Steele, hoy olvidados los primeros y presentes todavía los segundos en la memoria de las personas ilustradas, por contener sin duda los más bellos Ensayos, graves y jocosos, que se hayan publicado en lengua inglesa.


XXXVIII.

A punto casi de terminar Addison este volúmen, ocurrió la muerte de la Reina, produciendo una revolucion completa en la administracion de los negocios públicos; y como sorprendió por lo imprevisto el golpe á los tories, que se hallaban divididos, no pudieron siquiera intentar un gran esfuerzo para rehacerse y reconcentrarse. Harley acababa de caer en desgracia, y aunque la opinion pública proponia casi unánime á Bolingbroke para ocupar el cargo de primer ministro, la Reina entregó la vara blanca, estando ya en el lecho de muerte, al duque de Shrewsbury, y dió término con este acto á su vida pública. En aquel punto formaron una coalicion todos los hombres políticos partidarios de la sucesion protestante, y Jorge I quedó proclamado Rey, poniéndose al frente de los negocios hasta la llegada del nuevo monarca un Consejo compuesto de los whigs más importantes, y apresurándose los lordsjustices á nombrar por su secretario á José Addison.

Despues, cuando Jorge I hubo tomado pacíficamente posesion de su reino, y dado mayoría los electores á los whigs en el nuevo Parlamento, Sunderland fué á Irlanda de lord lugarteniente, y Addison volvió á Dublin en calidad de primer secretario del despacho.

En Dublin debia encontrar Addison á Swift. ¿Cómo se conducirian respectivamente uno con otro? hé aquí la pregunta que se hacian todos en las esferas políticas y literarias, sabiendo que las opiniones de ambos fueron idénticas en un principio; que se trataron en Londres y en Irlanda; que se apreciaban en su justo valor mutuamente, y que luego dejaron de frecuentarse. Pero si los whigs abrumaban á nuestro Addison con favores positivos, no hacian lo propio respecto de Swift, limitándose á convidarlo á su mesa y á colmarlo de alabanzas, pues temian fundadamente causar escándalo entre las gentes, adelantando en las dignidades eclesiásticas al autor del Cuento del tonel (Tale of á tub). Swift, que no comprendia los motivos que pudieran tener Halifax y Somers para no deferir á sus ruegos, se creyó víctima de la ingratitud de sus protectores, y sacrificando su honra y sus principios al placer de la venganza, se afilió al partido tory. Empero la Reina y los principales dignatarios de la Iglesia lo detestaban de tal modo, que áun despues de su sacrificio, sólo venciendo dificultades insuperables casi, pudo alcanzar un beneficio eclesiástico poco lucrativo á condicion de ir á Dublin, lugar que aborrecia. La diferencia de sus opiniones políticas ocasionó entónces un resfriamiento temporal entre Swift y Addison, los cuales, si no rompieron, interrumpieron sus relaciones. Pero si parece natural á todos que Addison, incapaz de calumniar y de insultar, no insultara ni calumniara entónces á Swift, ¿quién no se sorprenderá de que Swift, á cuya desenfrenada procacidad jamás puso respeto la virtud ni el mérito de ninguno, y que parecia gozarse, como acontece generalmente con los renegados, en hacer blanco de sus ataques más acerbos á los antiguos correligionarios, guardara siempre tanta circunspeccion y mesura, y tanta simpatía y consideracion hácia José Addison, cuando éste se abstenía de su trato?


XXXIX.

Pero las cosas eran muy otras cuando Addison halló a Swift en Dublin. El advenimiento de la casa de Hannover habia puesto en Inglaterra para siempre las libertades del pueblo al abrigo de la tiranía, y asegurado en Irlanda el triunfo del partido protestante; y como Swift inspiraba odio y mala voluntad á sus afiliados, no solamente fué víctima de atropellos indignos en las calles de Dublin, que lo pusieron en el caso de necesitar escolta de hombres armados cuando salia de paseo por las afueras, sino que, al llegar Addison, recibió aviso de ser muy circunspecto y reservado, ya que no desatento, con el dean de San Patricio. Mas el digno escritor contestó á estos advertimientos diciendo «que si los hombres políticos cuya fidelidad pueda ser sospechosa no deben sostener relaciones con sus adversarios, aquellos que siempre y en todo tiempo han permanecido inquebrantables en sus opiniones en medio de los mayores desastres de su partido, tienen perfecto derecho, cuando triunfan á su vez, á tender la mano á los amigos que pelearon bizarramente á su vista en las filas de los vencidos;» nobilísimas palabras, reflejo de su conducta hidalga y generosa, que fueron bálsamo bienhechor para las heridas que atormentaban cruelisimamente al contrariado Swift; y con esto los dos grandes satíricos volvieron al comercio de su amistad antigua.

Los compañeros de Addison, que profesaban sus mismas opiniones, participaron de su buena suerte.

Tickell fué con él á Irlanda, donde Budgell obtuvo tambien un empleo lucrativo. Ambrosio Phillipps quedó colocado en Inglaterra. En cuanto á Steele, se habia comprometido de tal modo á fuerza de locuras y excentricidades, que no hubo medio de darle aquello que creia merecer. No obstante, le otorgaron una ejecutoria de nobleza, lo nombraron para un oficio palatino vacante, y, andando el tiempo, le hicieron otras mercedes.

—0% XL.

Addison no permaneció en Irlanda mucho tiempo.

En 1715 permutó su cargo de secretario por otro en el Tribunal de Comercio (Board of Trade), y el mismo año puso en escena la comedia titulada El tamborilero (The Drummer), sin darla como suya, razon por la cual fué tal vez acogida con frialdad del público, pues más adelante, cuando se representó despues de su muerte, sabiendo todos quién era el autor, alcanzó éxito extraordinario. No faltan criticos que sospechen no haber sido esta comedia obra de Addison; pero de nosotros diremos que, á pesar de ser inferior á várias producciones suyas, contiene muchos pasajes que ninguno de sus contemporáneos hubiera podido escribir como él lo hizo.

A fines de 1715, cuando los parciales de los Estuardos luchaban en Escocia contra la casa de Hannover, publicó Addison el primer número de un periódico intitulado el Terrateniente (The Freeholder), que por su mérito es digno de figurar en primera línea entre los escritos políticos de su autor, siendo el que más honra su carácter. Steele fué quien únicamente no supo apreciar cuánto valian la moderacion y la benevolencia de que dió muestra su amigo, censurando con dulzura, en vez de hacerlo con acritud, á los estudiantes de Oxford que intentaron manifestaciones ruidosas en favor de los Estuardos, y llegó á decir que si bien estaba el Freeholder muy bien escrito, su autor «tocaba el laud en vez de tocar la trompa guerrera.» Al cabo, acaso impacientado con el éxito del periódico de Addison, determinó de hacer algo á su manera y sacó á luz el Town—Talk, que debia de agitar la opinion pública, y yace hoy en el olvido más completo á pesar de los propósitos de Steele, del propio modo que su Englishman, su Crisis, su Carta al Bailio de Stockbridge, su Reader, y, en una palabra, que todo cuanto dió á la estampa sin la colaboracion del verdadero y principal redactor del Spectator.


XLI.

Poco despues de la publicacion de los primeros números del Freeholder, Pope y Addison rompieron completamente. Ni podia tampoco ser de otra manera, porque si Addison echó de ver el primer dia de sus relaciones con Pope que su carácter no era franco sino falso y malévolo, Pope á su vez creyó descubrir en Addison el feo vicio de la envidia; y áun cuando no sea nuestro propósito entrar ahora en ciertos detalles de muy escaso interes para la generacion actual, no estará demas decir que Pope acusaba siempre á José Addison de haberle dado el pérfido consejo de no añadir un tercer canto á su poema del Robo del Rizo, y de ser autor, bajo el nombre de Tickell, de una traduccion de la Ilíada, hecha expresamente por él en daño suyo. Estos fueron los dos agravios principales de Pope contra nuestro Addison; pero, si aquél tuvo sus razones para no seguir las advertencias de éste, ¿se sigue acaso de ahí que fuera su consejo malo de necesidad? y áun siendo malo, ¿habrá de inferirse que lo inspirasen motivos vergonzosos?

La experiencia demuestra con innumerables ejemplos que los poetas no deben retocar, y ménos añadir, aquellas obras cuyo éxito ha sido grande al darse á luz, regla esta general á la que sólo concedemos una excepcion, que por lo mismo la confirma, y es precisamente la del poema citado del Robo del Rizo (The Rape of the Lock). Recuérdese ahora si los amigos íntimos de Walter Scott no le pronosticaron el fracaso de Waverley; si Harder no rogó y suplicó á Goethe para que no tratara de asunto tan ingrato como Fausto; si Hume no intentó persuadir á Robertson de lo mal que hacía escribiendo la Historia de Cárlos V; y por último, si el mismo Pope no estuvo convencido de que Caton fracasaria en el teatro. Pero Walter Scott, Goethe, Robertson y Addison tuvieron todos el buen sentido y la nobleza de agradecer á sus amigos la rectitud de intenciones y el buen deseo que dictaron sus consejos. En cuanto al segundo agravio, todo bien considerado hasta en sus menores detalles, que son por cierto harto insignificantes para enumerados, no resiste siquiera al análisis más sucinto, bastando sólo decir en sustancia, para defensa de Addison, que no fué Tickell nombre supuesto, que Pope lo sabía, y que cuando en 1715 le habló de su traduccion, mediaron entre ambos las explicaciones necesarias á no dar en lo porvenir pretexto á cavilosidades.

A nuestro parecer, Pope no era capaz de acusar en ningun caso á José Addison de faltas que no hubiere cometido en concepto suyo; pero si los hechos que afirmaba los creia ciertos, era porque sus pruebas las tenía dentro de su propio corazon, pues su vida entera no fué otra cosa sino prolongada serie de sutilezas tan viles y despreciables como las de que suponia culpados á Tickell y Addison para con él; que Pope pasó la vida puñal en mano y enmascarado, hiriendo en la sombra, calumniando é insultando á los hombres honrados, y sustrayéndose despues al merecido castigo de su infamia, merced á embustes, equívocos y subterfugios. Así publicó sátiras inmundas contra el duque de Chandos, Aaron Hill y lady Mary Wortley Montague; y cuando lo acusaron por ello, negó que fuera su autor con el atrevimiento y temeridad propios de su cinismo; cometiendo, aparte de cuantos engaños y fraudes le fueron dictados de la malicia, la cobardía, la concupiscencia y la vanidad, otros muchos por el placer de mentir y engañar, y prefiriendo en toda ocasion, cualesquiera que fuesen sus fines, el camino tortuoso al recto y franco. Siendo así este hombre, necesaria y forzosamente deberia de atribuir á la conducta de los demas los móviles indignos que inspiraban la suya, y por idéntico motivo fuera ocioso pedirle pruebas, pues no las daria verdaderas, sino falsas é inspiradas en la perfidia de su corazon.


XLII.

No se sabe de una manera positiva si los ataques de Pope determinaron al cabo á nuestro Addison á usar de represalias por la primera y última vez de su vida; pero es lo cierto que pareció por entonces un libelo en cierto modo agresivo, que hirió al autor del Robo del Rizo en lo más vivo, que un jóven tan necio como disipador llamado el conde de Waurick dijo al poeta ofendido que Addison habia facilitado los apuntes necesarios á su redaccion, y que Pope, furioso con esto, puso en verso el retrato de Attico, que ya tenía hecho en prosa, y lo envió á su antagonista. Sólo una de las censuras del vindicativo Pope merece ser tomada en consideracion, y es aquella en la cual hace referencia el agraviado á la costumbre, ó defecto si se quiere, que tuvo Addison toda su vida de dominar en un pequeño círculo de amigos íntimos inferiores á él, mas en cuanto á las otras imputaciones contenidas en la sátira de que hablamos, y que alcanzó con el tiempo tanta celebridad, ninguna descansa en pruebas, y la mayor parte son evidentemente falsas.

De todas maneras, es lo cierto que áun cuando Addison sintió el dolor de la herida que le hizo la sátira de Pope, y que pudo vengarse fácilmente con sólo quererlo, bien porque siendo grande su influencia en el Estado, una palabra suya hubiera sido bastante para hacerle pagar muy caro su catolicismo, bien porque manejando el arma de la crítica de manera temible, unas cuantas líneas de su mano habrian bastado para ponerlo en ridículo, describiendo hábilmente no más las deformidades de su cuerpo enfermizo, y los vicios y defectos de su ingenio, áun ménos saludable y recto que su cuerpo, Addison se contentó con insertar en el Freeholder un elogio pomposo de la traduccion de la Iliada, y promover la suscricion de todos los eruditos de Inglaterra á obra tan notable; que «Pope, decia, está llamado á prestar á Homero idéntico servicio que Dryden prestó á Virgilio.» Desde aquel dia en adelante hasta el postrero de su vida siempre trató Addison á Pope, como su mismo enemigo reconoce, con estricta imparcialidad; mas no por eso reanudó sus antiguas afectuosas relaciones con él.

XLIII.

El descontento que produjo en el conde de Warwick el proyectado matrimonio de su madre con José Addison, debió sin duda más que otra causa determinarlo á denunciar á Pope su futuro padrastro como autor del libelo que debia de poner término á sus ya no muy cordiales relaciones de amistad. Era la Condesa viuda de la honrada y distinguida familia de los Myddleton de Chirk, y residia en Holland—House. No léjos de allí, en Chelsea, vivió Addison largos años en una casita que tambien habitó Nell Groyn; y aunque Chelsea es hoy dia un barrio de Londres, y Holland—House puede considerarse como de la ciudad tambien, bajo los reinados de Ana y de Jorge I habia muchos campos en cultivo entre Kensington y el Támesis; pudiendo considerarse que, así la morada del escritor como el palacio, de la dama, eran residencias campestres.

Protegido acaso de la familiaridad que fácilmente logra establecerse con los vecinos en el campo, Addison intimó con lady Warwick, y movido de su buen natural, viendo que lord Warwick pasaba la vida persiguiendo á pedradas los serenos, rompiendo cristales y rodando en toneles vacíos por la cuesta de Holborn—Hill á pobres mujeres que hacía entrar en ellos por fuerza, intentó apartarlo de sus aristocráticas diversiones, inspirándole amor al estudio y á la virtud. Pero tan saludables consejos, sobre no aprovechar al discípulo, perjudicaron al maestro, pues el jóven lord siguió haciendo la vida de los calaveras de su tiempo, y Addison quedó prendado de la ilustre viuda. La cual, aunque ya no fuera jóven, como aún estaba por extremo hermosa, y su rango, además, acrecentará las partes de su belleza, Addison la hizo asidua corte durante largo tiempo, aumentando y disminuyendo sus esperanzas en la misma proporcion que la influencia de su partido, y llegando á ser tan conocido de todos sus amigos su amor á la de Warwick, que cuando realizó el último viaje á Irlanda, Rowe dirigió unos versos á «la Clóe de Holland—House» para consolarla de su ausencia.

Al cabo Clóe capituló; y como, por otra parte, Addison podia tratar ya con ella de igual á igual, pues sobre tener mnchas razones para esperar más elevada posicion política, por entónces habia heredado á un hermano suyo que murió ejerciendo el gobierno de Madrás, y poseia una finca rústica magnífica en el Warwickshire, el mes de Agosto de 1716 anunciaron los periódicos «el casamiento de José Addison, Esquire, á quien sus obras en prosa y verso habian hecho célebre, con la condesa viuda de Warwick.» Desde aquel punto pasó Addison á residir á Holland—House, el palacio particular de Inglaterra que ha servido de habitacion á mayor número de hombres de Estado y de literatos distinguidos, y en uno de cuyos salones se ve su retrato. A juzgar de la pintura, los rasgos de su fisonomía fueron agradables y su color hermoso por extremo; pero el conjunto, ántes indica la dulzura de su carácter que la profundidad y el vigor de su espíritu.

XLIV.

Poco despues de su casamiento, Addison llegó al apogeo de su fortuna política. Porque, como dividiera en dos baudos lucha intestina el ministerio whig, triunfando al cabo en la primavera de 1717 la fraccion de lord Sunderland, y retirándose vencidos con lord Townshend Walpole y Cowper, al recibir Sunderland encargo de formar Gabinete, designó á José Addison para el oficio de Secretario de Estado, no sin ofrecerle ántes los Sellos, que rehusó, dando con esto muestra de su buen sentido, toda vez que no debia su encumbramiento político sino á su intachable probidad y á su gloria literaria.

Mas no bien hubo entrado en el Gabinete, comenzó su salud á decaer, poniendo en peligro su vida grave dolencia. Cuando se hubo repuesto, Vicente Bourne celebró su restablecimiento en versos latinos dignos de la pluma del mismo convaleciente. De allí á poco tiempo recayó, y en la primavera de 1718, como un fuerte ataque de asma le impidiera continuar ejerciendo su cargo, hubo de renunciarlo, retirándose á su casa. Le sucedió su amigo Craggs, jóven de mucho talento, y que si hubiera vivido habria llegado á ser el más formidable rival de Walpole. Los compañeros de Addison le concedieron una pension vitalicia de 1.500 libras esterlinas anuales al separarse de él.

El reposo fisico y moral que tuvo entonces pareció reanimarlo y restituirle la salud, y despues de dar gracias a Dios por el beneficio que le otorgaba «libertándolo juntamente de la cartera y del asma,» como le pareciese que con esto se abrian nuevos horizontes á su vista, se propuso emprender várias obras de importancia, entre otras una tragedia sobre la muerte de Sócrates, una traduccion de los Salmos y un Tratado sobre las pruebas del cristianismo.

Pero la cruel enfermedad cuyos primeros ataques habia sentido, seguia progresando, y al reaparecer triunfó de todos los recursos de la ciencia.

Aflige consignar, tratando de este asunto, que una serie de disgustos domésticos y políticos amargara los últimos meses de su vida; pues á dar crédito á la tradicion, la condesa de Warwick era tan altiva y dominante, que mientras Addison tuvo fuerzas para huir léjos de su mujer y de los salones magníficos de su palacio, llenos de recuerdos nobiliarios de la casa de Rich, fué á refugiarse cada dia en algun café donde pudiera reir á sus anchas, hablar de Virgilio y de Boileau, y apurar una botella de Burdeos en compañía de los amigos de sus buenos tiempos. Empero algunos habia perdido, figurando entre los más principales sir Richard Steele, quien suponiéndose postergado por los whigs olvidadizos de sus merecimientos y servicios, les tenía mala voluntad, y aún más á él que á ellos; y no pudiendo perdonarles tampoco la elevacion de Tickell, que á los treinta años fué nombrado subsecretario de Estado por Addison, mientras el editor del Taller y del Spectator, el autor de la Crisis, el diputado por Stockbridge, que habia sufrido persecuciones por su inalterable adhesion á la casa de Hannover, al cabo de mucho pretender y de muchos desaires, tenía que contentarse ya en la vejez con una parte del privilegio del teatro de Drury—Lane, hizo públicas sus quejas en su famoso papel á Congreve, añadiendo que al posponerlo Addison á Tickell incurrió en el resentimiento de otros gentlemen, y acaso no sea muy aventurado pensar que fuera el mismo Steele uno de los gentlemen más agraviados con este motivo.


XLV.

En tanto que sir Ricardo se lamentaba de la manera indicada en órden á los desengaños políticos en general y á la pretensa conducta de Addison en particular, surgió entre ambos nueva querella. Es el caso que sobre hallarse ya divididos los whigs en varias fracciones, se subdividieron aún en dos bandos con motivo del bill que tenía por objeto limitar el número de los Pares; medida ésta cuyo autor reconocido era el orgulloso duque de Somerset, primero por su rango entre los nobles á quienes su religion consentia tomar asiento en la alta Cámara, pero que fué concebida en realidad por el primer ministro.

Fuerza es decir que no sólo era malo el bill, sino que los motivos que determinaron á Sunderland á presentarlo labraron mucho en menoscabo de su honra; pero tambien será justo tener en memoria que lo defendieron los hombres más sabios y virtuosos de su tiempo. Lo cual no es tampoco extraño, pues el último gabinete de la reina Ana, como reconocian los mismos tories, abusó en concepto de los whigs indignamente de la prerogativa de crear Pares, con infraccion manifiesta de la ley fundamental; porque si, conforme á la teoría de la Constitucion inglesa, debian equilibrarse constantemente tres poderes independientes, á saber, la monarquía, la aristocracia y el pueblo, no era posible, sin caer en el absurdo, colocar á uno de ellos bajo la tutela,, mejor dicho, bajo la dominacion de los otros dos, y es evidente que dejando ilimitado el número de los Pares quedaba la Cámara de los Lores á merced de la de los Comunes y de la Corona.

Steele se puso de parte de la oposicion, y Addison del Gobierno; el primero atacó violentamente el bill en un periódico titulado el Plebeian, y el segundo lo defendió á ruego de Sunderland en el Old—Whig, logrando vencer á su adversario, con razon ó sin ella, bajo el triple aspecto del estilo, del ingenio y de la cortesía, sin que por eso pretendamos nosotros que sea esta polémica lo mejor de sus obras.

E Pero si en un principio los adversarios anónimos permanecieron dentro de los límites del respeto debido, al cabo Steele dió suelta sin poder reprimirse á la cólera, y lanzó una imputacion calumniosa sobre las costumbres de su contrincante. Addison replicó á seguida, y aunque no fué su respuesta cual merecia el ataque, hirió profundamente á Steele, quien á su vez contestó en términos de grande acritud. Addison no volvió á tomar la pluma para defenderse, porque como al asma que padecia hubiera sucedido la hidropesía, sintiendo acercarse su hora postrera, renunció á la disputa para consagrarse á luchar con la nueva enfermedad, cuyo estrago sufrió largo tiempo con heroica constancia.

Cuando hubo perdido toda esperanza, despidió los médicos y se preparó tranquilamente á morir.

XLVI.

Confió sus obras al cuidado de Tickell, y algunos dias antes de morir las dedicó á Craggs en una carta, que fué la última produccion de su ingenio, y en la cual se descubre la dulce y encantadora elocuencia de los mejores artículos del Spectator, pues al hacer alusion á su muerte próxima, lo hizo en términos tan dignos, tan joviales y tiernos, que no es posible leerla sin sentir los ojos arrasados de lágrimas. En el mismo papel recomendaba eficacisimamente á Craggs los intereses de Tickell.

Cuando hubo escrito la carta dedicatoria envió recado á Gay para que fuese á verlo sin demora á Holland—House. Llegado que hubo, despues de acogerlo con el mayor afecto, Addison imploró su perdon, quedando Gay, hombre sencillo y bueno por extremo, turbado y suspenso, y sin poder adivinar de qué ofensa ó daño habria de absolverlo. Pero Addison ántes de morir queria descargar su conciencia del peso de una culpa que la remordia y abrumaba. Es el caso, que Addison creia recordar, repasando en su lecho de dolores las memorias de toda su vida, y pesando escrupulosamente los móviles de sus acciones, que habia impedido á sus amigos políticos que dieran á Gay un empleo porque hizo el elogio de Bolingbroke y estaba intimamente relacionado con gran número de tories; de todo lo cual se arrepentia, deplorando haberse valido de su influencia en daño de un literato desgraciado, á quien pedia perdon de una culpa que Gay ni áun sospechaba siquiera en él.

Bien será decir ahora que la piedad de Addison revestia un carácter de plácido contento, y que la idea culminante de sus escritos religiosos es la gratitud á Dios su bienhechor todopoderoso, que veló siempre y en todas las circunstancias de la vida por él, cuando niño y apénas sabía balbucear una oracion, aceptando sus lágrimas inocentes como fervorosa plegaria; cuando jóven, preservándolo de las seducciones del vicio; colmándolo en la edad viril de bienes y venturas, cuyo precio subia de punto á sus ojos por haberle dado la divina providencia corazon agradecido para gozarlos y amigos íntimos para compartirlos con ellos, y apaciguando las embravecidas olas del golfo de Liguria, y purificando el aire pestilente de la Campania, y sujetando adheridos á las rocas del Monte Cenis los taludes para que no se desplomaran á su paso. Pero si así eran su devocion y su fe, no era ménos poética la leyenda piadosa que preferia entre todas, y es aquella en que representa el autor de los Salmos al soberano del universo bajo la forma de un pastor, cuya cayada va guiando el rebaño por entre landas áridas y tristes en busca de risueñas y fértiles praderas.

Con estos principios, que fueron los de toda su vida, fácil es comprender que su muerte sería tranquila y serena. ¿Quién no ha leido su entrevista con el hijo de lady Warwick? «Mirad y ved, Conde, cómo sabe morir un cristiano.» En efecto, hasta la hora postrera permaneció su ánimo sereno y penetrado de absoluta confianza en aquella suprema bondad á la cual atribuyó siempre la dicha y el bienestar de su vida, y espiró el 17 de Junio de 1719, cuando apénas tenía cuarenta y ocho años.

Estuvo Addison de cuerpo presente en la Cámara de Jerusalen, y despues lo trasladaron de noche á la abadía de Westminster, donde lo recibió el obispo Atterbury, uno de los tories que más lo amaron y distinguieron, y presidió el triste cortejo por las naves del templo, á la luz de las antorchas y entre los cantos de un himno fúnebre hasta la capilla de Enrique VII, quedando depositado su féretro junto al de Montague y en la bóveda de la casa de Albermarle. Algunos meses despues, recibieron sepultura por los mismos hombres, con las mismas ceremonias y en el mismo lugar los despojos de Craggs, al lado de los de Addison.


XLVII.

De los homenajes que se tributaron á la memoria de Addison sólo uno ha merecido pasar á la posteridad, y es la elegía de Tickell, composicion famosa que habria podido enorgullecer al más célebre de los escritores ingleses, y en la cual campea la viril grandilocuencia de Dryden y la elegancia y pureza de diccion de Cowper. Este bellísimo poema sirvió de prefacio á la magnífica edicion de las obras de Addison que se publicó el año de 1721. Los nombres de los suscritores que contribuyeron á levantar tan espléndido monumento al literato insigne cuya biografía hemos trazado compendiosamente, demuestran que ya entónces gozaba su nombre de fama universal, pues vemos figurar en la lista la reina de Suecia, el príncipe Eugenio, el gran duque de Toscana, los duques de Módena, Parma y Guastalla, el dux de Génova, el regente de Francia y el cardenal Dubois. Empero con ser bella es muy defectuosa esta edicion bajo muchos aspectos, siendo de lamentar que aún no exista una coleccion completa de las obras de Addison en Inglaterra.

No daremos de mano á nuestra tarea sin decir que ni la opulenta viuda de Addison, ni sus poderosos y aficionados amigos pensaron en conmemorar su recuerdo haciendo poner siquiera una lápida modesta en los muros de la Abadía. ¡Cosa singular!

Sus obras habian conmovido y agitado de muy diverso modo á tres generaciones, cuando la veneracion pública remedió la extraña é inexplicable negligencia de quienes debieron estimar esto por el más principal de sus deberes. Por eso vemos ahora su estatua magistralmente cincelada en el Parnaso (Poet's corner) de Westminster, en el traje y la actitud que lo imaginamos cuando despues de haber escrito un artículo destinado al Spectator salia de su gabinete de Chelsea con las cuartillas en la mano, dirigiéndose al jardin para repasarlas á la sombra de un árbol. Demostracion era esta de gratitud y respeto que debia el pueblo inglés al hombre de Estado insigne y sin tacha, al consumado erudito, al escritor incomparable, al pintor ingenioso de la vida y de las costumbres de su tiempo; pero aún más la debia ciertamente al gran satírico, único entre todos que haya sabido emplear las armas del ridículo sin abusar de ellas nunca, y que realizó una importantísima reforma social reconciliando el talento con la virtud tras prolongada y lastimosa separacion, durante la cual fueron compañeros inseparables, aquél de la licencia, y ésta del fanatismo.

FIN.

  1. El estudio de lord Macaulay es de Julio del mismo año.—N. del T.