Exclamaciones o meditaciones del alma a su Dios/Capítulo VIII
1. ¡Oh Señor, Dios mío, y cómo tenéis palabras de vida adonde todos los mortales hallarán lo que desean, si lo quisiéremos buscar! Mas ¡qué maravilla, Dios mío, que olvidemos vuestras palabras con la locura y enfermedad que causan nuestras malas obras! ¡Oh Dios mío, Dios, Dios hacedor de todo lo criado! ¿Y qué es lo criado, si Vos, Señor, quisiéreis criar más? Sois todopoderoso; son incomprensibles vuestras obras. Pues haced, Señor, que no se aparten de mi pensamiento vuestras palabras.
2. Decís Vos: Venid a mí todos los que trabajáis y estáis cargados,
que yo os consolaré. ¿Qué más queremos, Señor? ¿Qué pedimos?
¿Qué buscamos? ¿Por qué están los del mundo perdidos, sino por
buscar descanso? ¡Válgame Dios, oh, válgame Dios! ¿Qué es esto,
Señor? ¡Oh, qué lástima! ¡Oh, qué gran ceguedad, que le
busquemos en lo que es imposible hallarle! Habed piedad, Criador,
de estas vuestras criaturas. Mirad que no nos entendemos, ni
sabemos lo que deseamos, ni atinamos lo que pedimos. Dadnos,
Señor, luz; mirad que es más menester que al ciego que lo era de
su nacimiento, que éste deseaba ver la luz y no podía. Ahora,
Señor, no se quiere ver. ¡Oh, qué mal tan incurable! Aquí, Dios mío,
se ha de mostrar vuestro poder, aquí vuestra misericordia.
3. ¡Oh, qué recia cosa os pido, verdadero Dios mío, que queráis a
quien no os quiere, que abráis a quien no os llama, que deis salud a
quien gusta de estar enfermo y anda procurando la enfermedad!
Vos decís, Señor mío, que venís a buscar los pecadores; éstos,
Señor, son los verdaderos pecadores. No miréis nuestra ceguedad,
mi Dios, sino a la mucha sangre que derramó vuestro Hijo por
nosotros. Resplandezca vuestra misericordia en tan crecida maldad;
mirad, Señor, que somos hechura vuestra. Válganos vuestra
bondad y misericordia.