Exclamaciones o meditaciones del alma a su Dios/Capítulo IX
1. ¡Oh piadoso y amoroso Señor de mi alma! También decís Vos: Venid a mí todos los que tenéis sed, que yo os daré a beber Pues ¿cómo puede dejar de tener gran sed el que se está ardiendo en vivas llamas en las codicias de estas cosas miserables de la tierra? Hay grandísima necesidad de agua para que en ella no se acabe de consumir. Ya sé yo, Señor mío, de vuestra bondad que se lo daréis; Vos mismo lo decís; no pueden faltar vuestras palabras. Pues si de acostumbrados a vivir en este fuego y de criados en él, ya no lo sienten ni atinan de desatinados a ver su gran necesidad, ¿qué remedio, Dios mío? Vos vinisteis al mundo para remediar tan grandes necesidades como éstas. Comenzad, Señor; en las cosas más dificultosas se ha de mostrar vuestra piedad. Mirad, Dios mío, que van ganando mucho vuestros enemigos. Habed piedad de los que no la tienen de sí; ya que su desventura los tiene puestos en estado que no quieren venir a Vos, venid Vos a ellos, Dios mío. Yo os lo pido en su nombre, y sé que, como se entiendan y tornen en sí, y comiencen a gustar de Vos, resucitarán estos muertos.
2. ¡Oh Vida, que la dais todos! No me neguéis a mí esta agua
dulcísima que prometéis a los que la quieren. Yo la quiero, Señor, y
la pido, y vengo a Vos. No os escondáis, Señor, de mí, pues sabéis
mi necesidad y que es verdadera medicina del alma llagada por
Vos. ¡Oh Señor, qué de maneras de fuegos hay en esta vida! ¡Oh,
con cuánta razón se ha de vivir con temor! ¡Unos consumen el
alma, otros la purifican para que viva para siempre gozando de Vos.
¡Oh fuentes vivas de las llagas de mi Dios, cómo manaréis siempre
con gran abundancia para nuestro mantenimiento y qué seguro irá
por los peligros de esta miserable vida el que procurare sustentarse
de este divino licor.