Exclamaciones o meditaciones del alma a su Dios/Capítulo X
1. ¡Oh Dios de mi alma, qué prisa nos damos a ofenderos y cómo os la dais Vos mayor a perdonarnos! ¿Qué causa hay, Señor, para tan desatinado atrevimiento? ¿Si es el haber ya entendido vuestra gran misericordia y olvidarnos de que es justa vuestra justicia? Cercáronme los dolores de la muerte ¡Oh, oh, oh, qué grave cosa es el pecado, que bastó para matar a Dios con tantos dolores! ¡Y cuán cercado estáis, mi Dios, de ellos! ¿Adónde podéis ir que no os atormenten? De todas partes os dan heridas los mortales.
2. ¡Oh cristianos!, tiempo es de defender a vuestro Rey y de
acompañarle en tan gran soledad; que son muy pocos los vasallos
que le han quedado y mucha la multitud que acompaña a Lucifer. Y
lo que peor es, que se muestran amigos en lo público y véndenle en
lo secreto; casi no halla de quién se fiar. ¡Oh amigo verdadero, qué
mal os paga el que os es traidor! ¡Oh cristianos verdaderos!, ayudad
a llorar a vuestro Dios, que no es por solo Lázaro aquellas piadosas
lágrimas, sino por los que no habían de querer resucitar, aunque Su
Majestad los diese voces. ¡Oh bien mío, qué presentes teníais las
culpas que he cometido contra Vos! Sean ya acabadas, Señor,
sean acabadas, y las de todos. Resucitad a estos muertos; sean
vuestras voces, Señor, tan poderosas que, aunque no os pidan la
vida, se la deis para que después, Dios mío, salgan de la
profundidad de sus deleites.
3. No os pidió Lázaro que le resucitaseis. Por una mujer pecadora
lo hicisteis; véisla aquí, Dios mío, y muy mayor; resplandezca
vuestra misericordia. Yo, aunque miserable, lo pido por las que no
os lo quieren pedir. Ya sabéis, Rey mío, lo que me atormenta verlos
tan olvidados de los grandes tormentos que han de padecer para
sin fin, si no se tornan a Vos.
¡Oh, los que estáis mostrados a deleites y contentos y regalos y
hacer siempre vuestra voluntad, habed lástima de vosotros!
Acordaos que habéis de estar sujetos siempre, siempre, sin fin, a
las furiasinfernales. Mirad, mirad, que os ruega ahora el Juez que
os ha de condenar, y que no tenéis un solo momento segura la
vida; ¿por qué no queréis vivir para siempre? ¡Oh dureza de
corazones humanos! Ablándelos vuestra inmensa piedad mi Dios.