Excursión arqueológica a las ruinas de Kipón

De Wikisource, la biblioteca libre.
Nota: Se respeta la ortografía original de la época

FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS

Publicaciones de la Sección Antropológica
N.º 4



EXCURSIÓN ARQUEOLÓGICA


Á LAS


RUINAS DE KIPÓN


(Valle Calchaquí — Provincia de Salta)


POR


SALV. DEBENEDETTI







BUENOS AIRES

Imp. M. Biedma é Hijo, Bolívar 535
1908





Á LOS PROFESORES


D. Samuel A. Lafone Quevedo


 D. Juan B. Ambrosetti









EXCURSIÓN ARQUEOLÓGICA

Á LAS RUINAS DE KIPÓN

(VALLE CALCHAQUÍ — PROVINCIA DE SALTA)



Antecedentes



El 14 de enero de 1906, la expedición arqueológica[1] enviada por la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires, acampaba en el paraje denominado Kipón, situado á ocho kilómetros al Sur de Payogasta.

Este lugar, donde estuvo ubicada una antigua población indígena, ocupa una plataforma de una superficie de doce hectáreas aproximadamente, sobre la margen izquierda del Río Calchaquí y separada de éste por una faja de tierra de trescientos metros de ancho.

Una quebrada baja y podregrosa corta la región en dos secciones y desaguan por allí las lluvias, abundantísimas durante los meses de verano[2].

La parte Sur de las ruinas está atravesada por una acequia profunda cuya ejecución requirió el corte de las rocas. Sobre esta acequia, que conduce el agua á los terrenos cultivados de las inmediaciones, existe la versión de su existencia remota, noticia que nos ha hecho suponer que se trata de una obra realizada por los antiguos pobladores.

Viene en corroboración de esta presunción lo que de igual modo se dice sobre otra acequia que posteriormente


Fig. 1 — Plantíos próximos á Kipón
Fotografía de la Expedición


pudimos ver en el angosto de Rancagua[3], trabajo admirable que necesitó un esfuerzo inmenso, pues el canal costó una talladura que se interna en el seno de un pequeño cerro hasta veinte metros de profundidad.

Como todas las poblaciones en ruinas situadas sobre el Río Calchaquí, las de Kipón ocupan la parte alta, ó sea las barrancas y plataformas quie se adelantan hacia la ribera; los campos de cultivo se encuentran en la adyacencia del Río donde el riego puede efectuarse con facilidad, aunque estén expuestos á ser barridos por las crecientes que se ocasionan durante los deshielos y temporales del verano.


Fig. 2 — Inmediaciones de Kipón
En último término se ve la cordillera de Cachi
Fotografía de la Expedición


En estos lugares la vegetación es exuberante (fig. 1 y 2); se dan perfectamente los alfalfares, base de la vida costosa de los actuales pobladores del Valle que efectúan sus pequeños negocios con los arrieros que pasan con rumbo á Bolivia ó á los puertos del Pacífico, conduciendo ganado argentino; el trigo y el maíz dan buenos rendimientos, lo suficiente para mantener la vida de los habitantes, pues se sirven de estos granos como de alimento casi exclusivo.

Existen indicios de algarrobales talados y fuera de la vegetación hasta aquí enumerada no hay otra de verdadera importancia, salvo aquellos pequeños arbustos que proporcionan sus maderas para las necesidades imprescindibles.

Como madera de construcción se utiliza hoy el álamo, pero su relativa escasez ha hecho que se la substituya por la del cardón (Cercus sp.), cactea que crece con notable robustez en toda la región, sobre todo en los lugares áridos y pedregosos[4].

Este contraste de la naturalesa, esta desigualdad de la producción en las márgenes del Río y la del resto de las tierras, que permite pasar de un medio á otro sin transición alguna, nos da la idea del trabajo constante á que debieron estar sujetos los viejos pobladores. La lucha sin tregua sostenida contra una naturaleza inclemente que se obstinaba en destruir, ya sea por prolongadas sequías ó irreparables desbordamientos del Río, las sementeras, dan cuenta del carácter de los naturales, de su tenacidad y de su tendencia genuinamente luchadora.

La prehistórica Kipón, á diferencia de las ruinas explotadas posteriormente,[5] no presenta las murallas de circunvalación, característica de las ciudades que desempeñaron un papel importante en la cultura Calchaquí. Esta circunstancia debe tomarse muy en cuenta, pues, como veremos más adelante, nos servirá para apoyar una hipótesis acerca de la vida de esta población.

Tampoco hay indicio de que alguna vez poseyera estos muros de defensa.

El estado de las ruinas es malísimo; grandes montículos de rodados las han cubierto y apenas si asoma de cuando en cuando alguna piedra dispuesta de tal manera que delata el sitio de un sepulcro ó la huella medio escondida de algún cimiento.

No sólo los años han ejercido su influencia destructora sino también los rigores de las estaciones y la mano del hombre. Mucho del material utilizado para las construcciones modernas pertenece á las minas por ser más fácil su extracción y tenerlos más á mano[6].

La situación de Kipón se ha prestado para esas mutilaciones de orden natural y artificial, si se tiene en cuenta su posición, á merced de los fuertes vientos y constantes aluviones modernos, azote implacable de toda la región andina.

Estas causas han hecho que pocos restos hayan llegado hasta nosotros que su estado de deterioro avanzado no nos haya permitido una identificación completa en muchos casos. Por otra parte, la naturaleza del terreno, muy abundante en salitre, ha atacado las piezas arqueológicas y borrado, en muchos casos, la decoración que éstas poseían.

Por las razones ya enunciadas, con el agravante de la escasez de personal en aquellas alturas, las ruinas de Kipón se han salvado del saqueo que traficantes de antigüedades poco escrupulosos llevan á cabo en aquellas soledades, no así con las demás minas que visitamos, despojadas ya de interesantes piezas que llenan los estantes de muceos extranjeros con gran perjuicio de los estudios arqueológicos americanos.

Las excavaciones que practicamos en este lugar se hicieron con método, aplicando la proligidad y atención requeridas para esta clase de trabajos.

Practicada la apertura de una tumba se procedía á su registro y á levantar un minucioso inventario de su contenido, haciendo constar, como se verá, la disposición de los objetos, mediciones y todas aquellas observaciones que lo interesante del momento sujería.

Así pudieron abrirse alrededor de cincuenta fosas, algunas sin beneficio, otras con su contenido completamente destruido y otras, abundantes en material arqueológico, eligiéndose, para estas operaciones, puntos de referencia en los diferentes rumbos del lugar; estas excavaciones nos dieron el resultado que más adelante se expresa, permitiéndonos arribar á algunas conclusiones á las cuales no le damos un carácter definitivo sino que las sometemos á una rectificación en el caso que nuevas exploraciones se detengan á proseguir nuestros trabajos interrumpidos por las contingencias del tiempo y ante la perspectiva de una abundante cosecha de material en «La Paya»[7].

Sobre las poblaciones prehistóricas del Valle Calchaquí puede decirse que se hallan en crecido número y que su importancia, si se tiene presente el estado actual de las ruinas, varía al infinito y hace pensar en refundiciones de pueblos, agregados, tal vez, con el objeto de aunar sus fuerzas para repeler invasiones extrañas, á las cuales estuvieron expuestos los Calchaquíes.

Y no sólo fueron guerras sostenidas entre los pueblos de la misma estirpe sino que, abandonando sus valles, penetraban al de Lerma, llevando ataque á las tribus que ocupaban esta zona llevando más adelante sus correrías, consiguieron invadir el Valle del Rosario de la Frontera y hasta la Quebrada de Humahuaca[8].

La disposición de las viejas ciudades, sus murallas de defensa, la situación que ocupan, — por lo general plataformas altas y abiertas, desde donde es posible dominar mucha extensión del Valle y ponerse al habla entre sí, las diferentes poblaciones, — el contenido de las tumbas donde son comunes los hallazgos de armas, flechas y otros atributos guerreros, las tradiciones y leyendas llegadas hasta nuestros días, ponen de relieve, en líneas generales, el carácter de aquella nación.

Estas consideraciones tal vez no convengan á Kipón que, por lo que anteriormente hemos dicho, no parece haber sido una población caracterizada por un espíritu definidamente guerrero.

Pero de cualquier manera no dejan de ser interesantes estas ruinas. El poco material extraído no nos permitirá induciones de color local completas, pero nos será posible relacionarlo con los descubrimientos que efectuamos en La Paya, rica ciudad, de un arte original y de características únicas[9].

Para la mejor comprensión y determinación del lugar ex- plorado, hemos levantado un croquis aproximado de las vecinas de esta ciudad, objeto de este ensayo; este cro- quis irá al fin del trabajo.


Enumeración de los hallazgos


Hallazgo 1 — Fosa pircada, circular, de 1 m. de diámetro é igual de profundidad; contenía los objetos siguientes:

Fig. 3 — Puco rojo mostrando
su decoración externa
2/5 tamaño natural

a) Una urna negra, de regulares proporciones, pero tan deteriorada que nos fué imposible su extracción; esta urna estaba tapada con un fragmento de otra, negra también y pequeña. Como en casi todas las urnas descubiertas, las asas estaban orientadas según una línea E. O.

Practicado su registro, se halló en su interior, acompañando á los restos de un niño, las siguientes piezas:

b) Un puco rojo (624)[10], de diez centímetros de diámetro y cinco de altura; en la parte exterior presenta como ornamentación cuatro grupos de dibujos análogos, colocados uno frente del otro y consistentes en círculos concéntricos. En dos de estos grupos aparecen tres círculos y uno de ellos un punto como centro, mientras qne en los dos restantes sólo son dos, y, como en los anteriores, el punto céntrico se presenta en uno de los grupos (fig. 3).

El borde de esta curiosa pieza ofrece, como ormentación, pequeños trazos negros colocados á distancias casi matemáticamente exactas y trazados con tanto esmero y seguridad que en ningún momento llegan á sobrepasar en lo más mínimo la línea del borde.

Fig. 4 (659) — Tortero ó
fusaiolo de madera fragmentado

Por defecto de cocción este puco sufrió una transformación, resultando, entonces, su borde circular primitivo, convertido en una elipse poco pronunciada.

c) Un tortero ó de madera (fig. 4), de borde festoneado y fragmentado. Lleva como único dibujo, simples líneas que van del centro á la periferia (659).

d) Un tortero de madera (figura 5), formado por dos paralelepípedos, unidos por una de sus caras y borde festoneado con admirable regularidad; su cara interior está adornada con dibujos lineales simples y perfectamente iguales en cada uno de los paralelepípedos.


Fig. 5 (653) — Tortero con un vástago


Esta pieza conserva aún porte de su vástajo y en uno de sus extremos se ve el pequeño agujero por donde pasó el hilo que sirvió para suspenderlo. Lo más curioso es que en cada una de las caras que sirven de borde presenta cuatro festones, no dejando lugar á duda sobre la intención manifiesta del que talló esta pieza (653).

e) Un ídolo de madera (650), de trece centímetros de altura, representando un hombre en la acción de llevarse la mano izquierda al bajo vientre.

La cabeza es desproporcionada con respecto al resto del cuerpo; los rasgos fisonómicos están trazados con poca seguridad, revelando la impericia del artista y su descuido en los detalles, pero sin embargo, supo imprimirle una expresión de dolor visible en la disposición de los ojos.

Fig. 6 — Idolo masculino,
cuya actitud
es muy común en
toda la región
calchaquí.
1/2 tamaño natural

No tiene peinado alguno; los brazos están marcados con simples surcos y las partes genitales, como puede verse en la figura 6, se hallan tan toscamente representadas que á duras penas se descubre su sexo masculino.

Esta pieza tiene sus extremidades destruidas por la acción del tiempo.

Las representaciones tanto de hombres como de mujeres en actiiud análoga á la de este ídolo, son comunes en toda la región calchaquí, sobre todo en los objetos de alfarería[11].

f) Un mate pirograbado (664), casi esférico y perfectamente conservado.

Sus dibujos (figura 7) consisten en dos guardas; la superior constituida por una serie de triángulos esféricos, uno de cuyos lados termina con una espiral. La inferior, rectilínea, es una modificación de la primera. Los triángulos y las espirales han sido substituidas por rombos, donde, de dos vértices opuestos, arrancan dos flagelos, elemento decorativo comunísimo en el arte calchaquí. Lo curioso en esta guarda y que da idea de una simetría perfecta, es que á cada rombo, y siempre en la misma dirección, corresponden dos triángulos, uno de cuyos lados es una línea quebrada.

g) Un mate pirograbado como el anterior; el mal estado en que se hallaba no ha permitido su reconstrucción pero se alcanza á ver que sus dibujos constituyen una sola guarda, formada por una combinación ó, mejor dicho, una fusión de los dibujos descritos en el mate anterior. Esta pieza se halla catalogada bajo el núm. 666.

Hallazgo 2 — Á 300 metros al N. E. de la casa del señor Policarpo Ruíz de los Llanos, se halló una tumba circular, pircada con un esqueleto, junto á cuyo cráneo había un cesto de paja conteniendo pintura roja, fragmentos de un


Fig. 7 — Guarda doble, pirograbada, que circunda
la superficie externa del mate 664


mate pirograbado y un pedazo de alfarería muy tosca. El mal estado en que se hallaban todas las piezas de este hallazgo no permitió su extracción.

Hallazgo 3 — Tumba de forma elipsoidal, orientada, de las dimensiones siguientes: 2 mts. 50 de largo por 1 mt. 60 de ancho.

Ocupando las extremidades respectivas del eje máximo, se hallaron dos esqueletos tendidos espaldas arriba. Ningún objeto contenía esta tumba.

Pobreza como esta hemos observado en las tumbas fuera del radio ocupado por las ruinas y bastante alejadas de ellas, que nos han hecho suponer que se trata de sepulcros de personas muertas durante las terribles epidemias que debieron asolar aquellas regiones, diezmando las tribus[12].

Hallazgo 4 — Tumba de la misma forma que la anterior, situada á 120 metros, aproximadamente, al N. E. de nuestro campamento.

Á noventa centímetros de la superficie se halló un esqueleto, cuyo cráneo descansaba sobre una olla pequeña (645), roja, con dibujos de simples espirales y detruída en sus dos terceras partes.

El cráneo ocupaba la parte E. de la tumba y á su derecha se encontró: un fragmento de pinza depilatoria de cobre (656) y un caracol terrestre, en pedazos, (672), del género bulimus.

En un plano inferior, y descansando sobre una gran laja, se extrajeron dos esqueletos, orientados como el anterior. Entre estos restos se halló un objeto de cobre de la forma de un pequeño embudo, de cinco centímetros de altura y tres de diámetro.

Los objetos contenidos en esta tumba se encontraban bastante deteriorados y, por su posición, permiten afirmar que se trata de yacimientos superpuestos, donde las inhumaciones tuvieron lugar en épocas distintas[13].

Hallazgo 5 — Á 50 metros al E. del campamento fué abierta una tumba circular, de 1 metro 50 ctms. de diámetro. Á un metro de la superficie se halló un esqueleto, tendido cara arriba sobre un lecho de cenizas y abundantes fragmentos de alfarería variada. El cráneo marcaba el rumbo E. y su completo deterioro imposibilitó su extracción. De esta tumba se extrajeron los siguientes objetos, que componían el ajuar fúnebre:

a) Trozos de madera, que al ser restaurados dieron una pala pequeña (674), de diez y seis centímetros de largo y nueve de ancho; el mango tiene esta última dimensión, (fig. 8).


Fig. 8 — Pala de madera, restaurada
1/3 tamaño natural


b) Fragmentos de un objeto de paja tejida con destreza (678); este objeto puede haber sido un sombrero como también un cesto cuyo fondo se perdió.

c) Una placa pectoral de cobre, de nueve centímetros de largo por cinco de ancho; como todas las piezas de esta naturaleza, presenta un pequeño agujero en la parte superior por donde pasaba el hilo destinado á suspenderla del cuello.

d) Un tortero ó fusaiolo de madera, de forma estrellada con simples dibujos lineales (660) y un fragmento de otro análogo, (661).

e) Un objeto de madera, (fig. 9) en forma de ángulo recto, de extremidades abultadas, afectando la forma de esferas. La aplicación que debieron tener estos objetos nos es completamente desconocida, pero debemos observar que se las halla en reducido número de tumbas. «Fuerte Alto» y «La Paya» nos suministran abundante número de estas piezas.

f) Un vaso ornitomorfo (663), de alfarería roja, representando probablemente un pato. El ala izquierda y la cabeza están fracturados, pero por los rastros que quedan, se alcanza á descubrir el procedimiento usado en la ejecución de la pieza. Éste consiste en la adaptación de la arcilla blanda, modelada, al cuerpo del vaso, en el momento de


Fig. 9 — Objeto de madera, de aplicación desconocida
2/3 tamaño natural


proceder á su cocción. Las pinturas que constituyen el decorado tuvieron lugar cuando el objeto estaba completamente terminado.

El salitre, tan abundante en estas regiones, ha ocasionado verdaderos perjuicios al material arqueológico de esta prehistórica población; así los dibujos de este vaso se han borrado pero, con esfuerzo, se alcanza á descubrir, en el borde, una guarda griega, ancha, de color negro.

Las dimensiones son: once centímetros de diámetro y cinco de altura. Marcaba, en la tumba, el rumbo E. y estaba colocado á pocos centímetros del cráneo, del cual hemos hablado al principio de este hallazgo.

g) En el punto opuesto, es decir al O. del yacimiento, se encontró un puco rojo (647), de zona superior vertical y asas de herradura.

La decoración de este puco se compone de dos partes. La superior, ó del borde, consistente en grecas y triángulos y la inferior ó del vientre propiamente dicho compuesta por círculos reticulados[14].

Dimensiones de esta pieza: veinte y uno centímentros de diámetro y nueve de altura.

h) Tres pucos más se hallaron junto al anterior. Son de color negro, comunes en la región calchaquí y llevan respectivamente los números 635 y 648 en el catálogo del Museo. Uno de ellos, dado su estado de deterioro, fué imposible extraer. Dimensiones: diez y seis centímetros de diámetro y seis de altura.

Hallazgo 6 — Al N. O. del campamento y distante de éste 100 metros apróximadamente, se halló una tumba pircada, de forma circular, de un metro y cuarenta centímetros de diámetro.

Excavada hasta una profundidad de un metro y sesenta centímetros, se hallaron los siguientes objetos, marcando el rumbo O.:

a) Un fondo de olla roja, elaborada con bastante descuido y conservando rastros de decoración lineal simple.

b) Un puco negro, fracturado (638).

c) Dos esqueletos orientados según la costumbre que parece haber presidido las inhumaciones, es decir, uno con su cabeza hacia el E. y el otro en el punto opuesto.

d) Un mate pirograbado, fragmentado, con dibujos caprichosos, pero que, dado su estado de destrucción, se hace imposible identificarlos.

Este mate estaba junto á un cráneo.

Por la naturaleza de este hallazgo es fácil deducir que el fragmento de olla encontrado es una substitución del puco, teniendo presente que estas piezas tenían una aplicación casi exclusiva en las ceremonias religioso - funerarias. En muchas ocasiones hemos visto que fragmentos de alfarería han reemplazado, en los enterramientos, á los objetos que la costumbre y la tradición habían consagrado á un determinado fin. Al fin, las ofrendas que se dedicaban al muerto, dado un caso de apuro ó de extremada pobreza, podían colocarse en piezas que no fueran las más aptas para ello; lo necesario consistía en que la ofrenda no fuese olvidada.

Hallazgo 7 — Tumba pircada como la anterior, situada á 180 metros al N. del campamento, de forma elipsoidal, de dos metros y cincuenta centímetros el eje mayor y un metro y cincuenta centímetros el menor.

A un metro de la superficie se halló una gran laja que, á manera de lápida, cubría un esqueleto muy destruido, reconociéndose, no obstante, partes de su cráneo.

Removida la tierra de los alrededores, no se efectuó otro hallazgo.

Hallazgo 8 — Al pie de una pequeña lomada, rodeada por una pirca, y como á 200 metros al N. del campamento, se practicó una excavación, hallándose, á una profundidad de setenta centímetros, una serie de esqueletos orientados de E. á O., muy bien conservados y circundados por una ancha pared de piedra; abundaban los tiestos de diversa alfarería y se pudo extraer una pequeña olla roja (628), de borde fracturado y asas de herradura, ( fig. 10 ).

El salitre, elemento destructor de las reliquias arqueológicas, ha borrado, en gran parte, las pinturas de esta pieza; se alcanza á ver que fueron negras, predominando en ellas el dibujo reticulado análogo al de los óvalos. El borde, en su parte interna, presenta aún líneas simétricas que se dirigen hacia la base, hechas con toda intención. Como su restauración no ha sido posible completar, no podemos adelantar nada sobre esta ornamentación curiosa que aparece con mucha frecuencia en los bordes interiores de los pucos y otras piezas; volveremos sobre este punto en cuanto la ocasión nos permita abordarlo resueltamente.

La pequeña olla que nos ocupa, de uso exclusivamente funerario, tiene diez centímetros de altura y nueve de diámetro máximo.

Hallazgo 9 — Como 20 metros al S. de la anterior, al


Fig. 10 — Pequeña olla de decoración reticulada
1/2 tamaño natural
Dibujo del señor J. Warnken


pie de una pequeña lomada de cantos rodados, se practicó una excavación, efectuándose los siguientes hallazgos:

a) Una olla negra, de veinte y dos centímetros de altura por cuarenta y seis de diámetro; su base es de un diámetro reducido comparado con las restantes proporciones sus asas son verticales, es decir, perpendiculares á la base. Esta urna está ennegrecida y parece que fué destinada á usos en que se hacía indispensable su exposición al fuego.

Se halla catalogada en el Museo Etnográfico bajo el N°. 634.

b) Un vaso zoomorfo (fig. 11), colocado á la izquierda de la pieza anterior (632); representa una víbora de treinta y cuatro centímetros de largo, en cuya parte media se ensancha el cuerpo hasta ofrecer el aspecto de un pequeño vaso, de borde ancho y arqueado hacia afuera.

El material usado para su confección, es un barro rojo bastante fino, recubierto por una lijera capa de pintura blanca que la acción del salitre ha empezado á borrar; es


Fig. 11 (632)
Vaso ceremonial zoomorfo, representando una serpiente
1/4 tamaño natural
Fotografía de la Expedición


en esa parte interna donde puede observarse con toda claridad el color primitivo.

Como casi todas las partes accesorias en la alfarería calchaquí, los ojos de esta serpiente están formados por círculos en relieve, tan resueltamente ejecutados que imprimen á la figura vida y movimiento marcados. Un poco más arriba de los ojos se han agregado dos apéndices gruesos y cortos, de tal manera colocados que simulan orejas.

Estas dotaciones de determinados órganos á animales qne no los poseen, hace pensar en una asociación que nada tiene de casuística, á nuestro modo de ver, en el arte indígena.

Pensamos que en la vida de los pueldos primitivos, es natural la tendencia á reunir en un objeto determinado todas las cualidades ó atributos que la fantasía ó las embrionarias ideas religiosas puedan proporcionar. Nada de sorprendente tendría que esta serpiente, cuya importancia en las creencias religiosas del pueblo calchaquí son manifiestas, tuviera que escuchar los ruegos y solicitudes de los que, impulsados por la necesidad y las contingencias de un clima ingrato y desigual, acudían á ella como intermediaria y mensajera de los fenómenos meteorológicos.

La serpiente debía oir los ruegos de los indios y como la idea de oir trae inmediatamente la representación del órgano encargado de aquella función, se explica la presencia de estos agregados orgánicos en animales que, como la serpiente, carecen de ellos.

La pieza curiosa que estudiamos puede dividirse en dos partes, atendiendo conjuntamente á sn forma y simbolismo.

La primera estaría dada por el vaso propiamente dicho, con ornamentación independiente, constituida por una ancha guarda griega de cuatro elementos interceptados por nn círculo reticulado.

La segunda sección comprendería el cuerpo de la serpiente, ornamentado por una serie de líneas paralelas entre las cuales se han dispuesto serie de puntos, dando, de esta manera, una idea aproximada de las manchas que posee la piel de estos animales.

Sirve de separación entre las dos secciones una simple línea recta. Todos los dibujos están hechos usando pintura negra sobre el fondo blanco que oculta el verdadero color de la alfarería.

Fig. 12 — Decoración que presenta el borde, en su parte interior, del vaso de la figura anterior.

En la parte interna del vaso, ha sido trazado en negro el dibujo siguiente (fig. 12) que es, tal vez, una representación zoomorfa bastante desgraciada, pero posible de relacionarse con las que, con igual carácter, se encuentran en los pucos funerarios que extensamente ha estudiado el Prof. Ambrosetti en la alfarería de « La Paya » con los cuales el arte de Kipón está íntimamente vinculado.

La fig. 13 muestra el contenido de este rico yacimiento efectuado por nuestro inteligente compañero el Dr. Mario Guido y, teniendo presente el simbolismo calchaquí, no vacilamos en pensar que este vaso, exactamente igual

Fig. 13 — Croquis del hallazgo Nº. 9, levantado sobre el terreno
Dibujo del señor J. D. Warnken
á otro hallado en «La Paya», es de índole puramente religiosa.

c) Una urna roja, (fig. 14) pintada, de cm43 de altura y cm28 de diámetro. Se halla consignada en el Catálogo del Museo Etnográfico bajo el número 630.

Esta interesantísima urna es de triple cintura, dividida por lo tanto, en cuatro secciones bien caracterizadas.

La primera, comprendida entre la base y la primera cintura, ostenta la decoración de los grandes ángulos con sus lados dirigidos hacia arriba, colocados en cuatro series, formada cada una por tres ángulos escalonados, uno dentro del otro.

Fig. 14 — Urna de triple cintura con representación antropomorfa.
1/8 tamaño natural
Dibujo del Sr. J. D. Warnken

Esta decoración, sobre fondo rojo, propia de ciertos pucos, constituye un tipo constante en esta región, sobre todo en «La Paya», ciudad prehistórica cuya arqueología ha sido ya estudiada, dando al Museo de la Facultad de Filosofía y Letras, una preciosa y abundante colección de piezas donde pueden notarse las numerosas variedades de esta curiosa ornamentación dentro de la naturaleza uniforme de aquel arte prehistórico embrionario.

Esta primera sección, separada del resto de la urna, tiene el aspecto de los pucos llamados convexos, diferenciándose de éstos por las asas que, en el caso que nos ocupa, son grandes, anchas, adheridas á los bordes y paralelas á la base.

La segunda sección, comprendida entre dos cinturas paralelas, afecta la forma de nn cilindro de base amplia y reducida altura.

Sobre esta zona, pintada de blanco, ha sido trazada una hermosa guarda compuesta de seis climankistrones.

La tercera sección, comprendida también entre dos cinturas paralelas, presenta la misma decoración que la zona anterior pero sobre fondo rojo.

La cuarta sección, constituye una zona, la más interesante, de cm11 de altura y cm33 de ancho en los bordes. En esta zona han sido usados el color rojo y el blanco para servir de fondo á los dibujos en negro, que ostenta.

Se trata, en cuanto á la ornamentación, de figuras muy comunes en la región calchaqní, cuyas variedades se multiplican al infinito. Son representaciones antropomorfas, que en algunos puntos, como Pampa Grande, Santa María y Quilmes, se las encuentra marcadas en relieve en las urnas funerarias; en la que nos ocupa esta representación marca un grado superior de estilización. Los ojos han sido marcados por dos simples óvalos casi perpendiculares á la boca y terminados en un largo apéndice que se prolonga casi hasta el borde de la urna; la boca ha sido representada por un rectángulo atravesado por seis líneas paralelas como queriendo dar de esa manera una idea muy remota de la dentadura; no tiene nariz y las cejas parecen simularse bajo dos amplios arcos reticulados que se unen en su parte inferior y corren paralelos á los largos apéndices oculares. La cara propiamente dicha de esta figura estaría dada por cuatro grandes espirales, dos á cada lado, unidas entre sí por dos triángulos curvilíneos.

Una zona roja, separa á esta figura de otra análoga; dos pequeñas asas perpendiculares al borde, sugieren la idea de dos trenzas estilizadas y comunes á las dos figuras antropomorfas, que presenta esta única pieza.

Los bordes, en su parte interna, y correspondientes á la zona de separación de las dos caras, muestran dos rectángulos recticulados como si aún hasta adentro de la urna se hubiese querido establecer dos zonas independientes.

Creemos que, considerando la evolución del arte calchaquí, esta pieza, como otras análogas exhumadas posteriormente en «La Paya», marcan un grado muy avanzado en la evolución de las representaciones, propias de la alfarería funeraria.

Efectivamente, por poco perspicaz que sea la observación, encontramos reunidas en esta pieza, todas las decoraciones ornamentales de carácter genninamente religioso, que se hallan en los pucos. Todo está amalganado con notable simetría y perfecta consecuencia, desde la decoración de los grandes ángulos, característica de los pucos primitivos, hasta los triángulos reticulados que parecen ser la estilización más acabada de las serpientes.


Fig. 15 — Puco rojo, decorado, con el símbolo de la serpiente de cabeza doble
1/5 tam.año natural
Dibujo del señor J. D. Warnken


El interior de esta urna, estaba ocupado por el esqueleto de un niño, bastante destruido y un fragmento de hueso de llama (auchenia llama).

d) Un puco rojo (631), que servía de tapa á la urna anteriormente descripta; (fig. 15), tiene veinticinco centímetros de diámetro y nueve de altura. Está pintado externamente, usando los tres colores que hemos hallado en la urna anterior[15].

La decoración de esta pieza se puede dividir en dos secciones, separadas entre sí por una ancha banda, de color rojo, que, partiendo de la base, llega al borde, dejando, dentro de su campo, las asas, constituidas por dos puntos en relieve.

En cada una de estas secciones han sido trazadas dos serpientes de doble cabeza, terminando éstas en largos apéndices rectangulares, dándoles, de esta manera, la apariencia de elementos de guarda griega. El cuerpo de estas serpientes, ha sido pintado de rojo, y en los espacios que sus ondulaciones dejan, se ha ornamentado con los conocidos triángulos reticulados, unidos entre sí por una línea que sigue las sinuosidades del borde.

Es indudable que existe una íntima vinculación entre este puco y la urna, sobre la cual descansaba á manera de tapa. Descartando el simbolismo, cuya analogía es evidente, encontramos igual prolijidad y destreza en la ejecución de ambas piezas, preparadas tal vez por el mismo artista para el fin funerario á que fueron destinados. Creemos que este hallazgo, ofrece un bello ejemplo de sarcófago completo, donde la urna halla su verdadero complemento en la tapa. Podemos asegurar que no muchas veces se ha presentado un caso análogo, es decir, un verdadero juego de piezas funerarias de alfarería, reunido en la misma sepultura.

d) Un yuro situado entre las dos urnas que hemos citado, de color negro, y tosca alfarería (633), con su asa fracturada. Sus dimensiones son de ocho centímetros de diámetro y doce de altura.

Omitimos mayores detalles sobre esta pieza, pues es semejante á las que, posteriormente, hallamos en «La Paya». El Prof. Ambrosetti, en su trabajo «La Prehistórica Ciudad de La Paya», ha dado interesantes datos sobre esta alfarería y ha demostrado con la utilidad de estas piezas, el carácter eminentemente práctico del pueblo Calchaquí.



Según datos del autor tomados sobre el lugar de las ruinas

e) Una urna grande, ennegrecida, que no pudo exhumarse por su avanzado estado de destrucción; contenía restos de un esquelo de niño.

f) Un peine de madera (652), representando, en su parte superior, una cabeza de mujer, con el peinado echado ambos lados, (fig. 16).

Los rasgos fisonómicos están bien trazados, denotando una visible expresión de dolor.

Fig. 16 — Peine de madera é ídolo á la vez.
1/3 tamaño natural
Dibujo de J. Warnken

Los ojos cerrados y la rijidez de las facciones hacen presumir que se quiso representar un muerto.

Para su confección se usó madera de algarrobo así se explica cómo ha llegado hasta nosotros perfectamente conservado[16].

Fig. 17 — Tortero de madera grabado
2/3 tamaño natural

g) Un tortero ó fusaiolo de madera (671), de borde festeonado fracturado en algunas partes; su cara interna, es decir, la parte convexa, está dibujada con líneas simples que convergen hacia el centro (fig. 17)

h) Un mate sin grabado alguno (665).


i) Una pala de madera (fig. i8) y junto á ésta una vara (fig. 18 (a), (649), perfectamente conservada, y con sus extremos terminados en junta. No hay duda alguna que se trata de una pieza, accesorio de un telar, de una de esas máquinas complicadas, en medio de su sencillez, que sirve á los indios para preparar los hermosos ponchos y mantas que, aún en nuestros días, en ciertas localidades, son la fuente única de recursos[17].

j) Un caracol terrestre (bulimus) junto á los restos de un tejido de paja; algunas cuentas de malaquita y otros

Fig. 18 y 18a — Pala de madera
1/3 tamaño natural

fragmentos de madera pertececientes á un objeto cuya identificación nos fue imposible.

k) Por fin, á noventa centímetros al O. de los objetos hasta aquí descriptos, se halló, asentada sobre gruesos troncos de árboles, una pequeña urna, de borde fracturado, asas perpendiculares á la base y pintada, al parecer, de negro sobre fondo blanco. Esta urna contenía cenizas y, restos de carbón ve^^etal. Á su alrededor existía un de- pósito de tiestos negros que nos hicieron suponer (pie pertenecieron á una urna, que la presión de la tierra y los rodados destrozó (i). Hallazgo io— Á 300 metros al N. O. del campamento, sobre una pequeña lomada y rodeados por una pirca cir- cular de grandes piedi'as, nueve esqueletos se hallaron, á un metro de profundidad, de los cuales sólo pudieron ex- traerse siete bien conservados. Los huesos estaban en desorden, delatando un apresuramiento en la inhumación; apresuramiento sugestivo si se consideran cuán serias y prolijas eran las ceremonias fú- nebres entre los calchaquíes . Tendremos ocasión, más adelan- te, de volver sobre este punto, que nos sujiere algunas induc- ciones acerca de la vida de Kipón. Junto á estos restos se halló: a) Un puco negro, de alfare- ría fina ( 642 ), de diez y ocho centímetros de diámetro y cinco de altura. Contenía restos de fibras vegetales, probable- mente de alguna cuerda, y dos torteros ó fusaiolos de madera; uno de ellos (667), de forma estrellada, con di- bujos lineales simples, exactamente igual al del hallazgo anterior (figura 19), el oti'o de borde también festoneado presenta, en su parte interna, dibujos curvilíneos que del borde se dirijen al centro (668). b) Un pequeño puco ( 643 ) de siete centímetros de diá- ('1' Posteriormente, al explorar las ruinas de “Fuerte Alto”, tuvi- mos ocasión de abrir una tumba análoga á ésta; las urnas descansa- ban sobre troncos de algarrobo. Los hallazgos de esta naturaleza recuerdan la costumbre de al- gunas tribus chaquenas que, según el P. Lozano, entierran siguiendo el mismo procedimiento.


Fig. 19— Tortero ó fasaiolo de madera encontrado den- tro de un puco, correspon- diente al hallazgo 10. 213 tamaño natural metro y tres de altura, situado junto al anterior; su color es blanco amarillento, asas paralelas á la base y sin nin- guna ornamentación. c) Un vaso de ofrendas ( fig. 20), situado á sesenta cen- tímetros al E. del puco anterior; estaba volcado y conte- nía : restos de un esqueleto de niño, cenizas, un mate pi- rograbado, pintura roja y un astrágalo agujereado en su parte céntrica ( i ). El interesante vaso tiene sus asas paralelas á la base


Fig. 20 — Vaso funerario, de ofrendas en cuya decoración aparece la simbólica cruz J/6 tamaño natural Dibujo del señor J. D. Warnken


y está pintado de negro sobre fondo blanco. Ea decora- ción, que ocu¡Da toda su parte externa, puede dividirse eu dos secciones perfectamente caracterizadas. Ea superior, ó sea del borde, presenta una guarda an- cha, formada por seis elementos de grecas, separados en- tre sí por series de puntos, cuyo número varía desde tres hasta nueve. El borde está ocupado por dos líneas on- duladas, dejando un espacio donde ha sido trazada una cadena de puntos. Toda esta zona, decorada nítidamente. (1) Es común hallar en los Valles calchaquíes estas piezas aguje- readas. Suponemos que servían, reemplazando á la piedra ó á la madera, para preparar los torteros. no ofrece ninguna peculiaridad fuera de las ya conocidas y estudiadas. La segunda, ó sea la de la base, está separada de la primera por una faja blanca donde se puede ver una serie de seis puntos, agrupados de tres en tres. Aquí se cambian los elementos decorativos ; las gre- cas han sido substituidas por dos grupos de elipses reti- culadas, constituido cada grupo por dos elementos de elip- ses, ha sido trazada, fuertemente, una cruz y sobre ella tres de puntos. Una vez más encontramos el conocido sím- bolo de la cruz, sobre cuyo significado nada resta decir, pues esta cuestión ha sido puesta en evidencia ¡Dor Adán Ouiroga. ( I ) Debe notarse que en esta tumba han sido confundidos los restos de nueve adultos, sin ningún atributo funerario y de un lado, en el espacio dejado por aquellos ele- mentos, en un plano inferior, la pieza que acabamos de describir, conteniendo el cadáver de un niño, como ya hemos dicho. Creemos descubrir, al través de este interesante hallaz- go, dos épocas de inhumaciones. En la primera fué de- positada cuidadosamente la urna y posteriormente aiTojá- ronse en desorden y á un tiempo, los restos de los nueve individuos cuyos huesos hallamos. Esto vendría á corro- borar la hipótesis del profesor Ambrosetti sobre «los pan- teones de familia» donde en épocas diferentes íbanse in- humando los miembros de cada una de ellas. No puede caber otra explicación á projDÓsito de esos arrinconamien- tos de huesos que se observan muy á menudo en las tumbas. Hall.A-ZGO II — A 300 metros al S. de la tumba anterior, en un recinto elipsoidal, pircado con piedras muy salientes, á una profundidad de setenta centímetros, se extrajeron (1) Adán Quiroga: La Cruz en América. Buenos Afres, 1901. cuatro esqueletos completamente destruidos. Uno de los cráneos descansaba sobre un puco rojo (625) sin rastros de dibujo alguno. No se exhumó ningún otro objeto. Sobre estas tumbas pobres, de contenido desordenado, volveremos en seguida, pues ofrecen tanto interés como aquellas que, dentro de la relatividad de la civilización que estudiamos, resultan ricas y hasta lujosas, si se quiere, muchas de ellas ( i ). Hallazgo 12 —A 50 metros al E. del hallazgo 8, en un recinto elipsoidal, pircado^ y á una profundidad de un metro se halló: doce esqueletos muy deshechos y dos pie- zas de alfarería de las cuales una se fracturó al ser ex- traída (2), La restante es un vaso libatorio ( 623 ), rojo y conser- va rastros de la decoración negra que poseyó (fig. 21). En uno de sus bordes se ha representado una mujer sentada, sosteniendo en sus faldas á un niño. Sus rasgos son toscos : nariz muy larga y redondeada, típica en las representaciones calchaquíes de esta natura- za, ojos oblicuos con marcada expresión de sueño, boca diminuta y peinado de dos trenzas que caen á ambos la- dos de la cara. (1) Omitimos, en nuestro trabajo, la enumeración de las tumbas que, habiendo sido abiertas, sólo nos proporcionaron huesos. Baste decir que se encuentran, por lo general, ubicadas fuera del lugar poblado y su número asciende á veinte y seis. (2) Casi todas las piezas de esta prehistórica población se en- cuentran á merced de dos elementos destructores, fuera del tiempo que todo lo deteriora. Estos elementos son: el salitre por una parte, que actúa descascarando las partes externas de todos los objetos y por otra, la masa aluvional que cubre toda la región y cuyo peso fractura completamente los objetos fabricados con material tan frágiles como la arcilla cocida. Suele suceder que las urnas, rasgadas al ser inhumadas, conclu- yen por fragmentarse en miles de pedazos y se las halla, al tiempo de la exhumación, con sus líneas de fractura tan gastadas y pulidas que todo esfuerzo tendiente á su restauración resulta estéril. Es por esto que se hace necesario abandonar aquellas piezas que, ha- llándose en estas condiciones, no ofrecen ningún interés para nues- tros estudios sobre Arqueología. Hay muy poco esmero en los detalles, pero se alcanza á descubrir, sin esfuerzo, cpie la idea que quizo repre- sentar el artista fue la de la maternidad. Para la representación del niño se ha usado un simple pedazo de arcilla, redondeado y alargado, con un aplana- miento para dar idea de la cabeza, y en ésta el apéndice nasal. Este grupo descansa, como ya hemos dicho, sobre el


Fig. 21 — Borde del vaso libatorio donde se ha representado la maternidad Tamaño natural Dibujo del señor J. D. IVarnlcen


borde del vaso, que es muy arqueado y marca una visi- ble tendencia á cerrarse; hacia el lado opuesto se le ha agregado, á manera de un labio saliente, un pequeño vaso, destinado á dar paso al líquido que esta pieza de- bía contener en determinadas circunstancias tal vez, de carácter ritual. Este pequeño vaso complementario ' está en comunicación con el recipiente propiamente dicho por medio de un agujero que atraviesa el borde, que desempeña el papel de pared divisoria entre ambos. Parece que estas piezas fueron destinadas á usos ex- clusivamente religiosos, pues no vemos, atendiendo á su estructura y representación, cómo pudiera adaptarse á otros fines que no fueran aquéllos. ( i )


Fig. 22 — Vaso libatorio exhumado en “La Paya” Tamaño natural Dibujo del señor J. D. Warulien


Junto á este vaso libatorio se halló un fragmento de madera (651), cuyo estado de destrucción no permite ver las esculturas que debió tener, pero dejan entrever que hizo las veces de peine (2). (1) Vasos análogos á éste se hallaron en otras poblaciones pre- históricas del Valle Calchaquí. De las ruinas de «La Paya» se ex- humaron algunos (fig. 22 y 25) pero ninguno en las condiciones de conservación casi perfecta en que se halló el que nos ocupa. (2) Así como en la alfarería el salitre halla qué destruir, en los obExcavada esta tumba treinta centímetros más, se halló, junto á la pieza anterior, descansando sobre huesos, otro vaso libatorio exactamente igual al ya descripto, pero sin el grupo suj estivo del borde. En su interior había: un astrágalo agujereado, un mate negro, tres torteros y una pala de madera (fig. 24); á la derecha se halló: dos pucos, negro uno (641 j, rojo y mal cocido el otro (657). Esparcidos en todo rumbo, en esta curiosa tumba de


Fig. 23 — Vaso libatorio de “La Paya”, análogo al de Kipón 2/3 tamaño natural Dihvjo del señor J. D. ’íra7'nken


inhumaciones superpuestas, se halló abundante cantidad de restos de alfarerías diversas, decorados diversamente también. Hallazgo 13 — Fosa pircada^ circular, de un metro y jetos de madera, menos resistentes, su acción se deja sentir con más rapidez. Los objetos de todo orden, para cuya ejecución se utilizó la ma- dera, difícilmente se los halla en estado que permitan su identifica- ción. Fuera de los cuidados prolijos puestos en práctica al ser ex- traídos, fué necesario darles un baño de cera, en el terreno de las exploraciones, para evitar su pérdida completa y,'para resistir el tra- queo de un largo viaje, á lomo de muía, al través de regiones mon- tañosas y en sumo grado pedregosas. cincuenta centímetros de diámetro, situada á diez metros al N. E. del hallazgo anterior. Como á un metro de la superficie se halló una urna de cincuenta centímetros de altura y treinta y ocho de diá- metro medio (fig. 25). Esta urna, que recuerda á las del tipo de «Santa María», se halla destruida, en parte, por el salitre, pero no al ex- tremo de imposibilitar el examen de las interesantes pin- turas que ¡josee. Ea decración puede dividirse en dos zonas: la inferior


Fig. 24 — Pequeña pala de madera 1/3 tamaño natural


limitada por una línea que partiendo de una de las asas va á tocar la otra, ostenta tres grecas superpuestas que se unen á triángidos rectángulos de hipotenusas denta- das; en la parte inferior, casi tocando la base de la urna, se suceden una serie de triángulos escalonados, á seme- janza de ciertos pucos á los cuales hemos tenido ocasión de hacer referencias, en la primera parte de esta mono- grafía. Ea segunda zona ocupa el resto de la urna ó sea el gollete projDÍamente dicho, separado de la primera por un angostamiento apenas visible, de las paredes; éstas se ele- van perpendicularmente á la base, doblándose, en su parte superior, hasta formar un ángulo recto. En esta zona donde se ve la parte más interesante de esa ornamentación antrofomorfa llegada á sn mayor grado de estilización, casi tocando el borde se destacan los ojos, formados por dos círcnlos concéntricos y un punto central; nn largo apéndice simnla las cejas y por fin siete peque- ños trazos parten del párpado inferior como si fueran siete lágrimas c|ue á un tiempo se desprendieran de los ojos. La boca, colocada á una distancia enormemente despro-


Fig. 25 — Urna funeraria Tipo de Santa María y decoración antropomorfa 1/7 tamaño natural Fotografía de la Expedición


porcionada de los ojos, ha adquirido la forma de un rec- tángulo atravesado por siete rectas paralelas que permiten apreciar la existencia de una dentadura muy estilizada. No hay otro rastro que en esta evolución adquiere la re- presentación de la figura humana en la alfarería fnneraria de esta región. El resto de esta zona está ocupado por gruesas rectas inclinadas con respecto al eje vertical de la urna, que corren paralelas entre sí formando nna serie que correspon- dería á cada una de las mejillas de la cara que se quiso representar; de estas líneas inclinadas salen, en sentido opuesto, dos series de espirales, formada cada una por tres elementos. Esta decoración correspondería á la mejilla derecha, mientras que para la izquierda las espirales están colocadas una frente de otra y consta cada serie sólo de dos elementos. El elemento de guarda griega que vimos en la zona inferior para nada aparece aquí, pero, en cambio, lo vol- vemos á hallar en el borde, hacia el lado interno, substi- tuyendo de esa manera á la ornamentación clásica del borde, consistente en simples líneas ó ángulos con vértice hacia adentro. Esta peculiaridad es la primera vez que se presenta al efectuar el examen minucioso del material arqueológico que extrajimos de las ruinas de Kipón (i). Toda la decoración descripta está firmemente trazada usando pintura negra sobre un fondo ligeramente ama- rillo que es el color natural de la alfarería. Se pudo reconocer, como contenido de esta nrná, el es- queleto de un niño en estado casi completo de destrucción, sin ningún atributo que pueda permitirnos alguna conclu- sión. Removida la tierra de las adyaceneias no se halló nada más. (1) Más adelante, cuando las piezas arqueológicas puedan con- tarse abundantemente, volveremos sobre esta observación, es decir, sobre la ornamentación de los bordes, pues creemos que es un dato importante que podría marcar la evolución de los símbolos y ya que no es posible determinar fechas en nuestra prehistoria, podríamos tentar el establecimiento de las épocas sucesivas por que ha pasado la caótica civilización calchaquí. Apuntamos esta idea al pasar, sin detención alguna, porque, además de la razón aducida, no podemos ajustar este nuevo tema al plan que nos hemos propuesto al escri- bir esta monografía.



Petroglifos


Completando la enumeración del material prehistórico que nos suministró Kipón, haremos mención de tres petroglifos encontrados por uno de nuestros excavadores, en


Fig. 26 — Petroglifo sobre un rodado de pórfido
1/3 tamaño natural


el lugar de las ruinas de una vivienda, al remover la enorme cantidad de aluvión que ha cubierto casi totalmente aquel lugar.

Es bien sabido que el uso, practicado por los viejos pobladores de la vertiente oriental de los Andes, de grabar en las piedras determinados símbolos, se había generalizado de tal manera y tan constantemente, que testimonio de esta aseveración lo ofrecen desde las grutas de Carahuasi y los menhires de Tafí descubiertos por el prof. Ambrosetti en 1896 (i), hasta los que se hallan en la quebrada de Huma- huaca en las vecindades de «Negra Muerta» y en los pe- ñascos de Yavi que reconocimos en nuestras exploraciones de 1908, de los cuales hablaremos oportunamente. Por lo general, los petroglifos de la región argentina representan la misma idea; son animales ya aislados, ya en manadas, siempre en la misma actitud de relativo reposo y siempre con los mismos caracteres ; otras veces los graba- dos son líneas rectas ó curvas, círculos, puntos y muy ra- ras veces pájaros completos ó parte de ellos. Los que nos ocupan tienen la característica de haber sido


Fig. 27 — Petroglifo descubierto bajo los escombros provenientes del derrumbe de una vivienda indígena. 1/4 tamaño natural


trazados, sin gran cuidado, sobre cantos rodados de pór- fido, usando para su ejecución otra piedra más dura con la cual golpeaban hasta marcar la figura que algún mito dictaba. Como ya hemos dicho, estos petroglifos son tres; el pri- mero, anotado en el Catálogo del Museo bajo el núm. 709 (fig. 26), ha sido grabado sobre un rodado de pórfido, sin pulimento previo y representa dos llamas ; una de ellas, la de menor tamaño, considerada con respecto á la otra, des- íl) Ambrosetti : Los monumentos megalíticos del Valle de Tafí (Tucumán), Boletín del Inst. Qeográf. Tomo XVIII. cansa tocando el suelo con la cabeza. Las llamas (nnchenia lama)^ puede fácilmente notarse, no han exigido mucho arte para su representación. Sobre la mayor ha sido tra- zado un círculo bastante regular y junto á él un punto. El segundo petroglifo (710) representa una llama tam- bién, mirando hacia la derecha (fig. 27); los rasgos son más firmes cpie los del anterior auncpie no guardan sus partes proporción con la realidad. El cuerpo es demasiado alargado, lo mismo que las patas y el pezcuezo. El tercero, por fin (71 1), ha sido trazado en ambas caras


Fig. 28 — Petroglifo de Kipón hallado en las mismas circunstancias que los anteriores 1/4 tamaño natural


de un rodado laminar durísimo (fig. 28). Aquí las llamas no han sido terminadas por el rudimentario artista, pues carecen de cabezas, aunque en uno de los animales se al- canza á ver, por una línea punteada, cual hubiera sido la forma si las circunstancias hubieran permitido terminar la obra. Se nota que la parte inferior de la llama mayor fué rayada con un instrumento de filo, pues las líneas son fir- mes y ejecutadas de un solo rasgo. En la cara opuesta (fig. 29) del rodado aparece otra re- presentación, sumamente tosca, de algo que pudo haber sido una llama, pero que, por mal cálculo del que la ejecutó, ape- nas puede notarse que es un animal de la misma especie que los anteriores. Para concluir, todos estos petroglifos son muy defectuo- sos y en nada comparables á los que posteriormente vimos en «Pa Paya» sobre enormes peñascos de granito, proce- dentes de un derrumbe del cerro, en cuyas faldas se asienta la Necrópolis de aquella ciudad prehistórica (ij). Po interesante de estos petroglifos es la forma en que fueron hallados. Casi todos, hasta ahora, se encontraban


Fig. 29 — Cara opuesta del rodado donde se trazó el petroglifo de la figura anterior 1/4 tamaño natural


sobre grandes roeas que denunciaban, tal vez, el sitio de alguna ceremonia especial que no conocemos, ó el lugar preferido de los pastores para apacentar sus ganados; pero, los que nos ocupan pertenecieron, indudablemente, al ajuar de una vivienda y no es difícil que hayan sido objeto de veneración familiar, trasmitidos de generación en gene- ración. (1) Véase el mapa que se encuentra al final de “La Prehistórica Ciudad de La Paya”, por J. B. Ambrosetti ; Revista de la Universi- dad de Buenos Aires, T. IV, 1907. A estas inducciones nos lia llevado el haberlos hallado en las condiciones ya anotadas, es decir, entre los escom- bros provenientes del derrumbe de una casa. petroglikos i)f: «la paya» (i) Publicados ya los resultados arqueológ'icos de nuestras exploraciones durante las campañas de 1906 y 1907 y cómo, por una omisión involuntaria, no fueran tratados los pe- troglifos hallados en esta prehistórica ciudad, el prof. Am- brosetti, autor de la interesante monografía sobre las ruinas de < La Paya y nos pide incluyamos aquí los curiosos petro- glifos que forman parte de los restos arqueológicos que nos quedan de aquella antigua población. Como habrá podido verse en la obra citada, una cadena pedregosa, estribo de la gran serranía sobre cuyos lomos alza su sien eternamente blanca el macizo de Cachi, cir- cunda, á manera de herradura, el lugar donde se alzó la ciudad. Sólo hacia el naciente queda abierta la región, dominándose por ese rundDo las playas del Río Calchaquí y los campos rojizos y quebrados que se extienden hasta la lejana serranía de la Apacheta. Filé en ese círculo montañoso, alto y árido donde halla- mos los petroglifos que pasamos á describir. Estos son cinco, que para mayor comodidad enumerare- mos siguiendo el orden en que fueron hallados : (1) Estos curiosos trabajos, que revelan la paciencia y constan- cia de aquellos pueblos esparcidos á lo largo de la cordillera andina ó en los valles escalonados que se van sucediendo hasta encontrar la llanura pampeana, fueron encontrados casualmente, en circustan- cias en que realizábamos una ascención á un pico de la sierra, donde encontraríamos, se nos dijo, una gruta con antiguos. La fantasía indígena había hecho de aquel lugar el teatro de le- yendas misteriosas y el depósito de ricos tesoros legados por la antigüedad salvaje, que con nuestra exploración se derrumbaron, en- contrando, en cambio, los petroglifos que ocuparán un momento nuestra atención, esparcidos en distintos rumbos del camino recorri- do en aquella ascensión. Núm. i — Este simplísimo petroglifo (fig. 30) fué ha- llado sobre una piedra enorme y fija que se destaca en el faldeo de la sierra, á nna altura de 105 metros sobre el nivel de las ruinas. Como puede verse en la figura, es una repetición de los bien conocidos grabados que abundan en las regiones del Valle Calchaquí. Es un símbolo conocido, el que encon- tramos tantas veces en la cei'ámica prehistórica de aquellas comarcas. A nuestro modo de ver, se quiso representar aquí la clásica serpiente de los Calchaquíes, ese animal de la mitológía americana c[ue lo vemos reproducido al infinito bajo distintas modalidades y que parece haber sido un sím-


Fig. 30 — Símbolo de carácter religioso esculpido sobre un peñasco enorme que se alza en las vecindades de “La Paya”


bolo general, adoptado por las civilizaciones prehistóricas de este continente. Creemos que nuestra conclusión no es aventurada, si se tiene presente nn conjunto de circunstancias qne nos llevan lógicamente á admitirla. En primer lugar, un análisis ligero nos muestra una co- rrelación de formas entre este petroglifo y las serpientes más ó menos estilizadas que encontramos en las decora- ciones de los pucos y urnas funerarias de la región Calcha- quí. Por cierto que en el petroglifo no aparece ningún detalle orgánico de los que posee tal ofidio, pero eso es explicable; los instrumentos rudimentarios no ofrecían oca- sión para especializarse en la ejecución de los órganos }' por otra parte bastaría la línea ondulada para que, conven- cionalniente, supiese toda la tribu que aquello era la representación de una serpiente, en cuyo culto bien interioriza- dos estuvieron. Por otra parte, debemos considerar el lugar de su ha- llazgo; en un paraje de difícil acceso, sobre un peñasco situado á considerable altura y aislado cu absoluto. Esta circunstancia unida á una vieja tradición que per- dura entre los indios del Valle y por la cual se afirma que la serpiente atrae al rayo y éste cae tan sólo en los sitios altos y solitarios, nos traería un argumento de carácter le- gendario, pero no por ello despreciable, que en este petro- glifo se ha representado una serpiente (i). Basten, por ahora, estas consideraciones ligeras, y si se nos permite, agregaremos una promesa que cumpliremos oportu- namente, cuando, relacionado con este tema, poseamos mayor material de comparación y nos sean posibles mayores ve- rificaciones de lo que, hoy por hoy, es simplemente una hipótesis, más ó menos atrevida en cnanto se considera que los casos observados son reducidos y muchos de ellos en condiciones tan desventajosas que no merecen ser toma- dos en cuenta. Los petroglifos restantes se han hallado á cuatro kiló- metros al Sur de las ruinas de la ciudad, y á algunas cuadras al O. del deshecho (2) que conduce á Molinos, Cafayate y entra luego en la Provincia de Catamarca. Allí, en nna especie de ensenada formada por un rodeo de la serranía, se encuentra desordenomente, una serie de (1) En una tarde de tormenta, acampados al pie de las ruinas, cayó un rayo sobre las crestas de la vecina sierra ; uno de los in- dios que nos conversaba sobre la cosecha arqueológica de la maña- na, al oir el estampido nos dijo lleno de asombro y temor : Señor, debe andar una serpiente por ios faldeos de la sierra. Se ve de esta manera cómo ha quedado algo, tradicionalmente, de las viejas creencias de aquel pueblo, cuya vida no conocemos bien aun. (2) Se llama deshecho, en el Valle Calchaquí y demás comarcas andinas de nuestra República, al sendero abierto en la falda de los cerros, utilizable cuando las crecientes imposibilitan transitar por los caminos naturales que son las quebradas ó desfiladeros. inmensos pedregones provenientes de derrumbes en época lejana. Se ha utilizado ese material para trazar sobre él los petrogli- fos, y por el lugar donde se encuentran, cercado por la se- rranía, nos hace suponer que bien pudo ser destinado aquel sitio para corral de huanacos ó especie de potrero donde quedaban las tropas de llamas y otras especies animales, pues no es admitible que entrasen en la ciudad,


Fig. 31 — Petroglifo de “La Paya”, sobre la cara E. de un peñasco


granito ó un cuarzo — con la cual se golpeaba hasta 'desgastar la superficie del peñasco, de manera que la fi- gura aparece como excavada. Por cierto que usando tal procedimiento la figura debe adquirir contonios toscos y en ningún caso han podido representarse con sutilezas. De igual modo fueron trazados los que ya hemos vis- to, recogidos entre los escombros desparramados de Kipón y los que, en 1904, reconocimos junto á las cascadas de Mallín, en la provincia de Córdoba. Por algo que no debe ser casual, es regla casi general encontrar orientadas estas representaciones ; parece que fueran caravanas en niarclia hacia el naciente. Estas figuras se hallan sobre la. cara E. del peñasco; en la opuesta, ó sea en la O. se encuentra el grupo de lla- mas que puede verse en la fig. 32. Estas representaciones han sido trazadas, como hemos dicho ya, utilizando una piedra durísima — podría ser un


Fig. 32 — La cara O. del peñasco anterior (fig. 31)


donde no hay rastros de que algún terreno estuviese des- tinado á tales efectos. Los petroglifos se hallaron en el siguiente orden : Núm. 3 — Sobre un peñasco rojizo se encontró éste, (fig. 31) ejecutado con bastante esmero y siguiendo la costumbre que parece haber sido general en el Valle. Las figuras, que son llamas^ están agrupadas en dos series, como si constituyeran dos familias de dichos ani- males. Núm. 3 — Scbre otro peñasco, como á 300 metros al S. del anterior, encontramos este tercer petroglifo ( fig. 33 ) con representaciones análogas á los anteriores. Pa- rece que no hubiese sido terminado á juzgar por algunos rastros de golpes en los cuales no puede observarse que hayan obedecido á una tendencia definida. En la parte E. se ve una cabeza de llama que al no ha- ber sido terminada nos hace suponer que involuntariamen- te quedó este sugestivo trabajo, inconcluso. Núm. 4 — Como á 500 meti'os al S, sobre otro enor- me peñasco y en la superficie que mira hacia arriba, se halló este curioso petroglifo ( fig. 34. )


Fig. 33 — Petroglifo núm. 3, descubierto en “La Paya”, inconcluso, al parecer.


Como puede verse, un gran surco profundamente ta- llado divide el petroglifo en dos secciones, en dos cam- pos. Las figuras trazadas son múltiples y parece que la idea dominante fué la de grabar ac|uellos animales que alguna relación tienen con los cultos meteorológicos; no sería difícil que el gran surco fuese la representación convencional de un río, una acecpiía ó, tal vez, una ser- piente. Pero de cualquier manera lo perfectamente visible, lo cpre no deja lugar á dudas es que las figuras predominan- tes son las llamas y los ziiris ó avestruces. Estos últimos adquieren, como puede observarse en la figura citada, distintas modalidades, las cuatro veces que han sido trazados. Eefectivamente, se presentan: en su figura completa, una vez; otra inconlusa ; y dos veces como cabezas sim- ples, una de las cuales muestra claramente su pico abierto. Este modo de trazar el ziiri debe tener alguna relación con los que se ven, principalmente en los objetos de al- farería, cuya interpretación es ya bien conocida, habiendo sido posible darle una posición determinada dentro de las líneas generales del culto prehistórico en imérica.


Fig. 34 — Gran petroglifo de “La Paya” con grabados polimorfos


Una característica más, la ofrece el segundo zuri^ don- de un mismo cuerpo, ha servido para adaptarle dos cabe- zas á semejanza de las serpientes de cabezas dobles y, aún de Z7tris con la misma peculiaridad, hallados entre el ajuar fúnebre de algunas tumbas de «Ea Paya». Núm. 5 — Como á 5 metros al N. del ¡Dcñasco an- terior se ene jntró éste tan complejo é interesante como aquél, (fig. 35). Un surco profundo divide este petroglifo en dos cam- pos ; en ambos han sido trazados símbolos análogos á los anteriores, pero faltan los ornitomorfos que se ven en el núm. 4. Lo más curioso de este petroglifo, es el conjunto de líneas irregulares que se ve hacia el O. y que parece ser una guarda griega inconclusa, semejante á aquéllas que hemos hallado en los objetos de alfarería, de cobre, madera y hueso. En conclusión; los petroglifos de «La Paya», como los de toda la región Calchaquí, presentan grabados zoo y omito morfos de la misma naturaleza que los que comunmen-


Fig. 35 — Peñasco que ostenta el raro petroglifo núm. 5, descubierto en las inmediaciones de “La Paya”.


te se encuentran en la cerámica con el agregado de las llamas. Esta concordancia en todos los petroglifos es la que nos ha hecho suponer que los sitios donde se los halla fueron destinados á ciertas ceremonias de carácter exclusivamente religioso, análogas á las que aún en nues- tros días realizan los habitantes de aquellas regiones, ten- dientes á solicitar de los buenos hados el aumento del ga- nado, mediante fecundas reproducciones y tiempos cle- mentes. CONCI^USIONES Como se habrá podido observar, las tumbas de las rui- nas de Kipón pueden agruparse eu tres categorías; (i) a) Tumbas circulares. b) Tumbas elipsoidales. c) Tumbas amorfas. Las tumbas circulares están pircadas^ es decir, rodeadas por una sólida muralla de piedra, por lo general de cantos rodados. Estas tumbas contienen ya un solo esqueleto ó una urna destinada á guardar los restos de algún niño. En estos sepulcros se nota mucha prolijidad eu la inhu- mación; los objetos acompañan el cadáver y por hallarse protegidos contra los elementos externo.s, se encuentran en buen estado de conservación. Podemos decir, generalizando, que las tumbas circula- res eran destinadas á una sola persona. Como en las ruinas de «La Paya», es en éstas donde se han efectuado los mejores hallazgos arqueológicos. Las segundas, pircadas también, contienen, en casi to- dos los casos, dos ó más esqueletos; su eje máximo está orientado de E. á O. y si son dos los esqueletos que la acupan se hallan ubicados según aquellos rumbos. Cuan- do son más de dos los restos no hay entonces una norma que pueda determinar sus respectivas orientaciones. En estos recintos, los objetos que componen el ajuar fúnebre se hallan colocados en la vecindad de los cráneos desem- peñando, en muchos casos, las veces de almohadas. Estos yacimientos no carecen de aquel cierto esmero que anotamos para los de la primera categoría, denun- ciando claramente la prolijidad y cuidado con que aquel pueblo extinguido debió presidir las inhumaciones. (1) La misma clasificación podría referirse á las de toda la región Calchaquí. Una peculiaridad propia de estas dos especies de tum- bas, es el hallarse situadas en el recinto verdaderamente poblado, cerca de las viviendas y, algunas de ellas, cons- truidas jvmto á los muros de las casas. No hemos encon- trado ninguna fuera del núcleo propiamente llamado pobla- ción (i) lo que nos hace suponer que sean tumbas ocasio- nales que exijían ceremonias especiales. La tercera categoría, ó sea las amorfas, contienen cre- cido número de cadáveres; están en el despoblado, lejos de las construcciones y se las de.scubre con cierta dificul- tad, pues no hay indicios que las denuncien ó éstos se reducen á alguna piedra clavada de punta como para indi- car la síntesis última de la pirca que por apresuramiento, tal vez, no pudo construirse. Su contenido es de una po- breza extrema; no se encuentran aquí objetos, pero en cambio aparecen profusamente restos humanos en un des- orden muy snj estivo. Son las más numerosas en Kipón y las que delatan, á nuestro modo de ver, dos momentos en la vida de aquella ruinosa población. Hemos procedido á esta clasificación teniendo en cuen- ta la estructura de las tumbas; se impondría por lo tanto hacer una nueva clasificación, teniendo por base el con- tenido, pero esta operación es imposible por el momento, refiriéndose á Kipón, pues los hallazgos han sido escasos y denotan, en general, una pobreza sui generis. Sin embargo teniendo en cuenta la cantidad de yaci- mientos correspondientes á la tercera categoría, ó sea á la de las tumbas amorfas, considerando la abundancia y (1) Fn “La Paya” se encuentran estas tumbas muy abundante- mente al pie del Cerro que limita la prehistórica ciudad por el O. y las hay también dentro de la misma ciudad. En el primer caso, creemos, se trata de un enterratorio bien defi- nido pues además de aparecer aisladas de la ciudad, se nota una simetría muy característica. Las segunda serían tumbas ocasionales ya sea por tratarse de casos de apuro ó por estar destinadas á per- sonas cuya posición ó circunstancias especiales requerían pompas póstumas de distinta naturaleza á las empleadas comúnmente. el desorden de los restos humanos, su ubicación en lu- gares apartados, la carencia de vestigios que delaten abier- tamente su presencia, la falta de aquellos atributos y ofren- das que por lo común acompañan á los muertos cuando son enterrados siguiendo ritos que se vislumbran, creemos que son suficientes para llevarnos á presumir la existencia de un enterratorio durante una época anormal, que bien pudo haber sido de peste. Debemos descartar la hipótesis de que sean guerreros muertos en alguna de aquellas campañas bélicas que so- lían efectüar las diferentes tribus de aquel apartado Valle. Las tumbas de los hombres dedicados á la azarosa vi- da de guerrear, son fáciles de reconocer; una simple fle- cha, una placa pectoral, un disco, una piedra de honda ú otros atributos son bastante para permitirnos una ge- neralización en aquel sentido, pues, dada la inclinación natural á la guerra, los caídos en ella eran objeto de una inhumación cuidadosa. Por estas causas, observables sólo cuando se está sobre el terreno de las exploraciones, se ha hecho fácil el reconocimiento de la tumba del que vi- vió entregado á aventuras guerreras, la de una mujer, la de un cacique, etc. (i) Estas consideraciones generales nos llevan á sentar la hipótesis de que Kipón fué asolada por alguna peste que diezmó notablemente la población. Trasplantándonos á muchos siglos de distancia obser- vamos que en nuestros días flagelos de esa naturaleza suelen descargarse sin piedad sobre las miserables pobla- (1) Era costumbre, en las inhumaciones, acompañar al cadáver de todos aquellos objetos que le pertenecieron en vida, como ser los útiles de su profesión ó de su sexo. Por lo general los adultos son depositados en la tumba libremente en cambio los niños son aprisionados en urnas especiales. En “Pam- pa Grande” se hallaron adultos, por excepción, colocados dentro de tinajas adaptadas en el momento de la inhumación. ciones del Valle Calchaquí 3^ demás regiones ubicadas en los faldeos de la cordillera andina, (i) Por instinto de natural defensa, estos muertos debie- ron ser enterrados lejos de la población, en cuanto fuera posible. Y, allí, es donde los hemos hallado, en los bor- des de las barrancas formadas por los desagües en las épocas de las lluvias, ó en sitios donde la masa aluvional es menos espesa y se destaca más la capa de tierra ar- cillosa. De acjuí la importancia de estos hallazgos característi- cos, efectuados con método riguroso, por primera vez en una población prehistórica de la República Argentina. Otra conclusión cpie se desprende del estudio de las piezas arqueológicas extraídas, á pesar de la destrucción ocasionada por el salitre y los demás elementos, es la es- trecha relación que presenta esta civilización con la de «Da Paya»; las piezas de maderas son difíciles de identificar salvo aquellas que se hallaron dentro de las urnas fune- (P En nuestra campaña de 1907 tuvimos noticias, hallándonos en la ciudad de Salta, que no reuniríamos personal de excavadores pa- ra continuar nuestros trabajos, pues en 1906, á nuestro regreso del Valle, se había declarado una peste durante la cual murieron como cincuenta individuos. Esta mortandad, como es natural, debía achacarse á alguien y co- mo el inmediato fenómeno anterior fué la profanación, por nuestra parte, de los yacimientos arqueológicos, justo era que se nos atri- buyese á nosotros la responsabilidad de tamaño mal. Por fortuna el desesperante vaticinio no se cumplió y pudimos reunir buenas cuadrillas sobre el lugar mismo de las ruinas. Curiosas y en extremo interesantes son las supercherías de los indígenas relacionadas con las excavaciones de los aniigales (pala- bra usada para indicar los lugares de poblaciones antiguas y cemen- terios prehistóricos). Las oblaciones y ofrecimientos de cada mañana, al comenzar el trabajo, tienen por fin alejar á los malos espíritus, atraerse las sim- patías de la “PachaMama” y hacer que la tierra no los agarre. En el estudio, que daremos á conocer en breve, sobre los yaci- mientos de “La Isla’^ (Quebrada de Humahuaca), tendremos ocasión de volver sobre este asunto. Es aquí donde hemos visto más de cerca esas sugestiones características, provocadas por la presencia lúgubre de las ruinas. [18] la alfarería, como es lógico, la más destruirla, permite, en pocas piezas, apreciar los símbolos pintados, salvándose de la destrucción las notables piezas 673,[19] y 626; los objetos de cobre, escasísimos, apenas pueden reconocerse y los demás como ser los tejidos de diferentes substancias, cestos, mates, etc., sólo han dejado huellas.

A cerca de la antigüedad de esta población nos parece que sería arriesgado emitir opiniones de caráter estable, pero, las condiciones geológicas del terreno, el material acumulado y estudiado en su evolución, nos inducen á pensar que Kipón completó su ruina en época precolombiana.

No obstante estas conclusiones, impuestas teniendo á la vista los yacimientos, anotamos como punto capital de esta monografía, la estrecha relación entre el material de Kipón y el extraído posteriormente de «La Paya». Ambos son productos de una misma cultura aunque, posiblemente, no marquen un florecimiento contemporáneo; hay comunidades de forma, en general; los símbolos se repiten y el mismo procedimiento se observa en lo que se refiere á las inhumaciones.

El día que más abunde el material arqueológico de Kipón, podrá establecerse la relación verdadera que existe entre esta civilización del Norte del Valle Calchaquí y las restantes, adelantando, como dato ilustrativo que la cultura de la vieja Kipón no presenta, como la de «La Paya», conctacto alguno con la llamada Civilización Peruana del Pacífico.

Salv. Debenedetti. 

 1908.

Notas
  1. Componían esta expedición los señores; Prof. Juan B. Ambrosetti, como jefe, el Doctor Mario Guido y el que esta monografía subscribe.
  2. Las lluvias que en esta estación se suceden casi á diario en toda la región montañosa, nos ocasionaron algunos trastornos en nuestras investigaciones; el trabajo era interrumpido frecuentemente y los pozos abiertos, llenándose de agua, nos obligaban á abandonarlos.
  3. Se da el nombre de angostos á los lugares interceptados por los cerros y abundan sobre todo en dos ríos y quebradas. El más importante y temible de cuantos vimos es el llamado "Mal Paso", en la quebrada de Escoipe. El de Rancagua reduce el cauce del Río Calchaquí á 15 kilómetros al Sur de Cachi.
  4. Al Este Kipón se extiende el inmenso campo de Tin-Tin donde la esterilidad del suelo y la profusión de estas plantas es tal que le dan un aspecto tan lúgubre é imponente que cualquier comparación resultaría pálida.
  5. En las campañas de 1906 y 1907, además de Kipón, reconocimos las ruinas de "Fuerte Alto" y "La Paya". En 1908, estudiamos los yacimientos de "Pucará" y "La Isla", de los cuales daremos noticias oportunamente. Estas dos últimas poblaciones prehistóricas se encuentran en la Quebrada de Humahuaca (Provincia de Jujuy).
  6. En Rancagua, lugar ya mencionado, hemos visto pircas levantadas con piedras talladas, exactamente iguales á las que sirvieron para edificar "La Casa Morada", en "La Paya". Estas piedras debieron pertenecer á alguna ruina completamente desaparecida bajo los cultivos actuales.
  7. Para el viaje desde Salta al Valle Calchaquí, al través del Valle de Lerma y Cumbres de Cachipampa, véase la descripción del Prof. Ambrosetti; Revista de la Universidad de Buenos Aires, Año IV, T. VIII, Pág. 151 y sig.
  8. En un documento del Archivo de Tucumán, fechado en aquella ciudad por Dn. Alonso Mercado y Villacorta, el 26 de Febrero de 1658, se dice: que teniendo en cuenta el accidente ocurrido en Esteco de haber los indios muerto cuatro hombres y de haberse declarado enemigos de aquella jurisdicción y estar en peligro aquella ciudad, según aviso que se tiene, se hace necesario el envío de 20 hombres para defender á Esteco, por estar esta ciudad fronteriza de los indios calchaquíes.»
    En otro documento, fechado en esa misma ciudad en 1652, D. Bernardo Ordónez de Villaguirán, hace mención de las «terribles y generales guerras del Valle Calchaquí».
  9. Véáse Exploraciones Arquelógicas en la ciudad prehistórica de La Paya. (Valle Calchaquí — Prov. de Salta). Campañas de 1906 por Juan B. Ambrosetti. Revista de la Universidad de Buenos Aires. Tomo VIII. 1907.
  10. Los números entre paréntesis indican la numeración de cada pieza según el católogo del Museo Etnográfico de la Facultad de Filosofía y Letras.
  11. Juan B. Ambrosetti, «Notas de Arqueología Calchaquí», Buenos Aires, 1897-1899.
  12. En la «Historia de la Conquista del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán», dice Lozano, á propósito de los indios tonocotés muertos de peste: Abandonan á los apestados y de los muertos queman todo hasta el rancho y hacen pedazos lo demás, ollas, cántaros, etc., t. I, pág. 95.
    Lo mismo ocurre en las regiones patagónicas, donde el explorador Fric, en su reciente viaje á aquellas comarcas, ha podido constatar la existencia de tumbas en las cuales se enterraron conjuntamente, centenares de indios atacados de peste y, muchos de ellos, cuando aún no habían muerto.
  13. El Prof. Ambrosetti ha dado á estas tumbas el nombre de «Panteones de familia». Posteriormente hallamos estos sepulcros, en gran número, en las ruinas de la prehistórica ciudad de «La Paya».
  14. Esta decoración ha sido extensamente estudiada por el Prof. Ambrosetti, teniendo á la vista la hermosa colección de pucos extraída de las ruinas de «La Paya» durante las campañas de 1906 y 1907. Véase: «Revista de la Universidad», Año IV, T. VIII.
  15. Este puco es igual al encontrado en "Pampa Grande", por la primera Expedición de la Facultad de Filosofía y Letras. Rev de la Universidad de Buenos Aires, 1906, T. IV.
  16. Hemos tenido ocasión de ver que muchas mujeres del Valle Calchaquí usan todavía para llenar sus coqueterías naturales, peines de madera muy semejantes á éstos, pero que no pudimos obtener á pesar de nuestros esfuerzos dirijidos hacia ese fin.
  17. En algunos puntos del Valle de Santa María y Belén (Catamarca) y otros del Valle Cachalquí (Salta), propiamente dicho, la profesión de telero, está tan generalizada que en cada choza puede asegurarse la existencia de un telar. Cuando acampamos en "La Paya", fué en la vivienda de un telero, quien nos brindó ocasión para seguir el prolijo trabajo que requiere la confección del poncho, la pilcha clásica de nuestra indumentaria nacional del Norte.
  18. Vénse los hallazgos núm. 1 y núm. 2.
  19. Esta interesante urna, de triple cintura, constituye por su forma y estilización de sus decoraciones, un tipo original no encontrado hasta entonces. «La Paya», posteriormente, nos dió algunas de este mismo tipo.