Fábulas en verso castellano/IV
Apariencia
La emperatriz Sofía cuatro veces al año repartía en pública sesión dos medallones, cada cual de valor de cien doblones, premio del colegial y colegiala, que eran en los exámenes juzgados en grado superior aventajados. Vestiditos de gala, y de curiosa multitud cercados, entraban juntos en la rica sala, donde, al son de trompetas y atabales, a veces con la joya recibían otros diversos dones de las pródigas manos imperiales; al paso que en algunas ocasiones corridos niño y niña se veían al recibir, delante de aquel numerosísimo concurso, dádiva tan chocante, que la plebe y la corte, sin recurso, burlábanse con dura pertinacia de los dos angelitos: verbi gracia. Benito y Valentina, chicos de doce abriles, él docto en la gramática latina, y hábil ella en labores femeniles, fueron los dos electos por la junta de escuelas competente como pareja igual, sobresaliente, como alumnos perfectos de latín y costura. Lindamente. Pero es el caso que en palacio había un pajarito azul, que los defectos de los niños de escuela descubría; y el pájaro maldito contó a la Emperatriz... -¡Qué picardía! Yo, vamos, el pescuezo le torciera. Contó de Valentina y de Benito la corta friolera de que él era un llorón, y ella una fiera. Ya llegó el día de función prescrito. La señorita, pues, y el señorito prepáranse de prisa y van despacio (porque mejor los miren) a palacio. Su Majestad al cuello les pone, al son del atabal sonoro, los codiciados medallones de oro; y después (aquí es ello) dice a Benito así: Cierta avecilla que os atisba las faltas y las pilla, te acusa de marica y apocado; por lo cual, que te compren he mandado ese cumplido chal y esa mantilla: póntelos de contado. Y usted (dijo a la niña) que es persona del sexo débil y de clase fina; pero que audaz y díscola y gritona, en vez de Valentina, merece se la llame Valentona, sepa que por sus rústicas hombradas, le va a plantar aquí mi camarera un par de charreteras encarnadas y una gorra de pelo granadera. Pues o renuncian a su ser y nombre, o han de tener por cualidad primera dulzura la mujer, valor el hombre.