Fábulas en verso castellano/XII
Apariencia
Estaba el niño Gil postrado en cama de una fiebre tenaz y peligrosa, y el médico mandó que el tierno brazo tendiese a la lanceta salvadora. No era Gil de los tímidos chicuelos, que si de sangre pierden una gota, se ponen a temblar; brioso y dócil, se conformó con la sentencia docta. A presenciar la interesante escena, solícitos acuden a la alcoba los padres, la criada, y el primero Blas, hermano de Gil, que en él adora. Átale a Gil el sangrador la venda, báñale el brazo en agua, se le frota, y la vena infantil hinchada al cabo, el hombre el pincho con los dedos toma. Callado Blas y atónito observaba la tal operación preparatoria, sin saber qué pensar; mas en el punto que la lanceta vio... ¡Virgen de Atocha! ¡Qué lágrimas! ¡Qué gritos! -Yo no quiero (clamaba sin cesar aquella boca), yo no quiero que pinchen a mi hermano. ¡Váyase usted de aquí, mata-personas! -¡Cuánto me quiere Blas!, dijo el paciente. -Es muy buen corazón, dijo llorosa de placer la mamá: lo mismo el padre sintió, y el cirujano y la fregona. Retiraron a Blas, pues de otro modo su fraternal dolor allí le ahoga. Corrió la sangre del querido enfermo, y se alivió y curóse por la posta. El júbilo de Blas ya se supone. Como su afecto a Gil era una cosa fuera de lo común, su madre en pago diole unos mazapanes de Vitoria. -A la parte me llamo, Gil le dijo. -Guardarlos quiero, contestó con sorna el cariñoso Blas. Para guardarlos, se los comió en seguida el zampatortas. -¡Bravo! (exclamaba Gil) señor goloso, usted que tanto por su hermano llora, ¡un miserable mazapán le niega, y sin reparo los engulle a solas! Pues el tener buen alma no consiste sólo en gimotear; consiste en obras. Blasito relamiéndose, repuso: -Una cosa es llorar, y dar es otra.