Fábulas en verso castellano/XLIV
Apariencia
No lejos del Estrecho que hoy es de Gibraltar apellidado, hubo antes un país, ya sepultado por la furia del mar. Allí no había ni un hombre que al andar fuese derecho: ley natural, que de sorpresa embarga por única en el mundo todavía, nacer a los indígenas hacía con una pierna corta y otra larga. Salta pues, a los ojos que a tal disposición de piernas, era consiguiente y precisa la cojera; pues aunque hay muchos cojos por otras causas que decir no importa, cojo es el que se ve por su desdicha con una pierna larga y otra corta, o, términos usando generales, el que tiene las piernas desiguales. Aparte de la gracia susodicha, cual si tuvieran en la lengua nudos mujeres y varones, hablaban además a trompicones: cojos eran en fin y tartamudos. Arribó a este país un europeo, y al notar circunstancia tan chocante, dijo muy arrogante: Rey voy a ser aquí, pues no cojeo. El hombre se llevó terrible chasco. No bien de una ciudad las calles pisa, cuando viéndole andar los moradores, quién de lástima exclama, quién de risa: fruncen el gesto, y aparentan asco señoritas, señoras y señores: haciendo muecas y soltando pullas, sigue la multitud al forastero, «que anda como los pavos y las grullas»; y hasta un despilfarrado zapatero, asiéndole del brazo, en tomarle medida se empeñaba para hacerle una bota, que supliera con lo alto del tacón el gran pedazo que, según él juzgaba, en una pierna al otro le faltaba. Burlado el infeliz de tal manera, ya no pudo callar. -Pueblo sin juicio (grita con voz robusta y altanera), ir derecho no es vicio; lo vicioso y lo feo es el vaivén, el torpe bamboleo que sin cesar vais dando por no poder andar: yo soy el que ando; y atónitos de ver mi gallardía, cada cual imitarme debería, si esto le fuese dable a una turba de cojos miserable. Todas estas injurias imprudentes no las oyeron bien aquellas gentes; pues como al son de la primera frase del colérico huésped, observaron que no era tartamudo, no esperaron a que él sus invectivas acabase, para aturdirle a voces y silbidos. Cosa fue de taparse los oídos. -¡Qué-qué-qué-qué (decían) lengua-guaje! De-de lo que habla el mu-mu-muy salvaje, la-la mi-mi-mitad se-se co-come. Que un ma-maestro se-se le-le lleve, y a fu-fu-fuerza de-de zu-zurridos, que-que la-la costu-tu-tumbre tome de-de hablar y an-andar co-como debe. Si en escapar de allí se tarda un poco, me le enjaulan por loco. Tal suele acontecer al desdichado, que a combatir se atreve un error por el tiempo consagrado.