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Fuenteovejuna/Acto II

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ACTO SEGUNDO

Salen ESTEBAN y otro REGIDOR

ESTEBAN:       Así tenga salud, como parece,
               que no se saque más agora el pósito.
               El año apunta mal, y el tiempo crece,
               y es mejor que el sustento esté en depósito,
               aunque lo contradicen más de trece.        

REGIDOR:       Yo siempre he sido, al fin, de este propósito,
               en gobernar en paz esta república.

ESTEBAN:       Hagamos de ello a Fernán Gómez súplica.
               No se puede sufrir que estos astrólogos,
               en las cosas futuras ignorantes,                  
               nos quieran persuadir con largos prólogos
               los secretos a Dios sólo importantes.
               ¡Bueno es que, presumiendo de teólogos,
               hagan un tiempo en el que después y ante!
               Y pidiendo el presente lo importante,          
               al más sabio veréis más ignorante.
               ¿Tienen ellos las nubes en su casa
               y el proceder de las celestes lumbres?
               ¿Por dónde ven los que en el cielo pasa,
               para darnos con ella pesadumbres?                 
               Ellos en el sembrar nos ponen tasa:
               dacá el trigo, cebada y las legumbres,
               calabazas, pepinos y mostazas...
               Ellos son, a la fe, las calabazas.
               Luego cuentan que muere una cabeza,            
               y después viene a ser en Transilvania;
               que el vino será poco, y la cerveza
               sobrará por las partes de Alemania; 
               que se helará en Gascuña la cereza,
               y que habrá muchos tigres en Hircania.     
               Y al cabo, que se siembre o no se siembre,
               el año se remata por diciembre.


Salen el licenciado LEONELO y BARRILDO

LEONELO:       A fe que no ganéis la palmatoria,
               porque ya está ocupado el mentidero.

BARRILDO:      ¿Cómo os fue en Salamanca?

LEONELO:       Es larga historia.   

BARRILDO:      Un Bártulo seréis.

LEONELO:       Ni aun un barbero.
               Es, como digo, cosa muy notoria
               en esta facultad lo que os refiero.

BARRILDO:      Sin duda que venís buen estudiante.

LEONELO:       Saber he procurado lo importante.                 

BARRILDO:      Después que vemos tanto libro impreso,
               no hay nadie que de sabio no presuma.

LEONELO:       Antes que ignoran más siento por eso,
               por no se reducir a breve suma;
               porque la confusión, con el exceso,        
               los intentos resuelve en vana espuma;
               y aquel que de leer tiene más uso,
               de ver letreros sólo está confuso.  
               No niego yo que de imprimir el arte
               mil ingenios sacó de entre la jerga,       
               y que parece que en sagrada parte
               sus obras guarda y contra el tiempo alberga;
               éste las distribuye y las reparte.
               Débese esta invención a Gutemberga,
               un famoso tudesco de Maguncia,               
               en quien la fama su valor renuncia.
               Mas muchos que opinión tuvieron grave
               por imprimir sus obras la perdieron;
               tras esto, con el nombre del que sabe
               muchos sus ignorancias imprimieron.     
               Otros, en quien la baja envidia cabe,
               sus locos desatinos escribieron,
               y con nombre de aquél que aborrecían
               impresos por el mundo los envían.

BARRILDO:      No soy de esa opinión.

LEONELO:       El ignorante        
               es justo que se vengue del letrado.

BARRILDO:      Leonelo, la impresión es importante.

LEONELO:       Sin ella muchos siglos se han pasado,
               y no vemos que en éste se levante
               un Jerónimo santo, un Agustino.

BARRILDO:      Dejadlo y asentaos, que estáis mohino.


Salen JUAN ROJO y otro LABRADOR


JUAN ROJO:     No hay en cuatro haciendas para un dote,
               si es que las vistas han de ser al uso;
               que el hombre que es curioso es bien que note     
               que en esto el barrio y vulgo anda confuso.

LABRADOR:      ¿Qué hay del comendador?  No os alborote.

JUAN ROJO:     ¡Cuál a Laurencia en ese campo puso!

LABRADOR:      ¿Quién fue cual él tan bárbaro y lascivo?
               Colgado le vea yo de aquel olivo.                 


Salen el COMENDADOR, ORTUÑO y FLORES


COMENDADOR:    Dios guarde la buena gente.

REGIDOR:       ¡Oh, señor!

COMENDADOR:    Por vida mía,
               que se estén.

ESTEBAN:       Vuseñoría
               adonde suele se siente,
               que en pie estaremos muy bien.                 

COMENDADOR:    Digo que se han de sentar.

ESTEBAN:       De los buenos es honrar,
               que no es posible que den
               honra los que no la tienen.

COMENDADOR:    Siéntense; hablaremos algo.                

ESTEBAN:       ¿Vio vuseñoría el galgo?

COMENDADOR:    Alcalde, espantados vienen
               esos criados de ver
               tan notable ligereza.

ESTEBAN:       Es una extremada pieza.                           
               Pardiez, que puede correr
               al lado de un delincuente
               o de un cobarde en qüistión.

COMENDADOR:    Quisiera en esta ocasión
               que le hiciérades pariente                 
               a una liebre que por pies
               por momentos se me va.

ESTEBAN:       Sí haré, par Dios.  ¿Dónde está?

COMENDADOR:    Allá vuestra hija es.

ESTEBAN:       ¡Mi hija!

COMENDADOR:    Sí.

ESTEBAN:       Pues, ¿es buena            
               para alcanzada de vos?

COMENDADOR:    Reñidla, alcalde, por Dios.

ESTEBAN:       ¿Cómo?

COMENDADOR:    Ha dado en darme pena.
               mujer hay, y principal,
               de alguno que está en la plaza,  
               que dio, a la primera traza,
               traza de verme.

ESTEBAN:       Hizo mal;
               y vos, señor, no andáis bien
               en hablar tan libremente.

COMENDADOR:    ¡Oh, qué villano elocuente! 
               ¡Ah, Flores!, haz que le den
               la Política, en que lea
               de Aristóteles.

ESTEBAN:       Señor,
               debajo de vuestro honor
               vivir el pueblo desea.
               Mirad que en Fuenteovejuna
               hay gente muy principal.

LEONELO:       ¿Vióse desvergüenza igual?

COMENDADOR:    Pues, ¿he dicho cosa alguna
               de que os pese, regidor?                       

REGIDOR:       Lo que decís es injusto;
               no lo digáis, que no es justo
               que nos quitéis el honor.

COMENDADOR:    ¿Vosotros honor tenéis?
               ¡Qué freiles de Calatrava!            

REGIDOR:       Alguno acaso se alaba
               de la cruz que le ponéis,
               que no es de sangre tan limpia.

COMENDADOR:    Y, ¿ensúciola yo juntando
               la mía a la vuestra?

REGIDOR:       Cuando                  
               que el mal más tiñe que alimpia.

COMENDADOR:    De cualquier suerte que sea,
               vuestras mujeres se honran.

ESTEBAN:       Esas palabras deshonran;
               las obras no hay quien las crea.             

COMENDADOR:    ¡Qué cansado villanaje!
               ¡Ah!  Bien hayan las ciudades,
               que a hombres de calidades
               no hay quien sus gustos ataje;
               allá se precian casados            
               que visiten sus mujeres.

ESTEBAN:       No harán; que con esto quieres
               que vivamos descuidados.
               En las ciudades hay Dios
               y más presto quien castiga.           

COMENDADOR:    Levantaos de aquí.

ESTEBAN:       ¿Qué diga
               lo que escucháis por los dos?

COMENDADOR:    Salid de la plaza luego;
               no quede ninguno aquí.

ESTEBAN:       Ya nos vamos.            

COMENDADOR:    Pues no así.                

FLORES:        Que te reportes te ruego.

COMENDADOR:    Querrían hacer corrillo
               los villanos en mi ausencia.

ORTUÑO:        Ten un poco de paciencia.

COMENDADOR:    De tanta me maravillo.                  
               Cada uno de por sí
               se vayan hasta sus casas.

LEONELO:       ¡Cielo!  ¿Qué por esto pasas?

ESTEBAN:       Ya yo me voy por aquí.


Vanse los LABRADORES

COMENDADOR:    ¿Qué os parece de esta gente?      

ORTUÑO:        No sabes disimular,
               que no quieres escuchar
               el disgusto que se siente.

COMENDADOR:    Éstos ¿se igualan conmigo?

FLORES:        Que no es aqueso igualarse.             

COMENDADOR:    Y el villano, ¿ha de quedarse
               con ballesta y sin castigo?

FLORES:        Anoche pensé que estaba
               a la puerta de Laurencia,
               y a otro, que su presencia              
               y su capilla imitaba,
               de oreja a oreja le di
               un beneficio famoso.

COMENDADOR:    ¿Dónde estará aquel Frondoso?

FLORES:        Dicen que anda por ahí.               

COMENDADOR:    ¡Por ahí se atreve a andar
               hombre que matarme quiso!

FLORES:        Como el ave sin aviso,
               o como el pez, viene a dar
               al reclamo o al anzuelo.             

COMENDADOR:    ¡Que a un capitán cuya espada
               tiemblan Córdoba y Granada,
               un labrador, un mozuelo
               ponga una ballesta al pecho!
               El mundo se acaba, Flores.              

FLORES:        Como eso pueden amores.

ORTUÑO:        Y pues que vive, sospecho
               que grande amistad le debes.

COMENDADOR:    Yo he disimulado, Ortuño;
               que si no, de punta a puño,           
               antes de dos horas breves,
               pasara todo el lugar;
               que hasta que llegue ocasión
               al freno de la razón
               hago la venganza estar.                 
               ¿Qué hay de Pascuala?

FLORES:        Responde
               que anda agora por casarse.

COMENDADOR:    ¿Hasta allí quiere fïarse?

FLORES:        En fin, te remite donde
               te pagarán de contado.             

COMENDADOR:    ¿Qué hay de Olalla?

ORTUÑO:        Una graciosa
               respuesta.

COMENDADOR:    Es moza briosa.
               ¿Cómo?

ORTUÑO:        Que su desposado
               anda tras ella estos días
               celoso de mis recados                   
               y de que con tus crïados
               a visitarla venías;
               pero que si se descuida
               entrarás como primero.

COMENDADOR:    ¡Bueno, a fe de caballero!              
               Pero el villanejo cuida...

ORTUÑO:        Cuida, y anda por los aires.

COMENDADOR:    ¿Qué hay de Inés?

FLORES:        ¿Cuál?

COMENDADOR:    La de Antón.

FLORES:        Para cualquier ocasión
               ya ha ofrecido sus donaires.       
               Habléla por el corral,
               por donde has de entrar si quieres.

COMENDADOR:    A las fáciles mujeres
               quiero bien y pago mal.
               Si éstas supiesen, ¡oh, Flores!,   
               estimarse en lo que valen...

FLORES:        No hay disgustos que se igualen
               a contrastar sus favores.
               Rendirse presto desdice
               de la esperanza del bien;               
               mas hay mujeres también,
               porque el filósofo dice,
               que apetecen a los hombres
               como la forma desea
               la materia; y que esto sea              
               así, no hay de qué te asombres.

COMENDADOR:    Un hombre de amores loco
               huélgase que a su accidente
               se le rindan fácilmente,
               mas después las tiene en poco,        
               y el camino de olvidar,
               al hombre más obligado
               es haber poco costado
               lo que pudo desear.


Sale CIMBRANOS, soldado


CIMBRANOS:     ¿Está aquí el comendador?   

ORTUÑO:        ¿No le ves en tu presencia?

CIMBRANO:      ¡Oh, gallardo Fernán Gómez!
               Trueca la verde montera
               en el blanco morrión
               y el gabán en armas nuevas;           
               que el maestre de Santiago
               y el conde de Cabra cercan
               a don Rodrigo Girón,
               por la castellana reina,
               en Ciudad Real; de suerte               
               que no es mucho que se pierda
               lo que en Calatrava sabes
               que tanta sangre le cuesta.
               Ya divisan con las luces,
               desde las altas almenas                 
               los castillo y leones
               y barras aragonesas.
               Y aunque el rey de Portugal
               honrar a Girón quisiera,
               no hará poco en que el maestre        
               a Almagro con vida vuelva.    
               Ponte a caballo, señor;
               que sólo con que te vean
               se volverán a Castilla.

COMENDADOR:    No prosigas; tente, espera.             
               Haz, Ortuño, que en la plaza
               toquen luego una trompeta.
               ¿Qué soldados tengo aquí?

ORTUÑO:        Pienso que tienes cincuenta.

COMENDADOR:    Pónganse a caballo todos.                  

CIMBRANOS:     Si no caminas apriesa,
               Ciudad Real es del rey.

COMENDADOR:    No hayas miedo que lo sea.


Vanse TODOS. Salen MENGO, LAURENCIA y PASCUALA, huyendo.


PASCUALA:      No te apartes de nosotras.

MENGO:         Pues, ¿a qué tenéis temor?     

LAURENCIA:     Mengo, a la villa es mejor
               que vamos unas con otras,
               pues que no hay hombre ninguno,
               porque no demos con él.

MENGO:         ¡Que este demonio crüel            
               nos sea tan importuno!

LAURENCIA:     No nos deja a sol ni a sombra.

MENGO:         ¡Oh!  Rayo del cielo baje
               que sus locuras ataje.

LAURENCIA:     Sangrienta fiera le nombra;             
               arsénico y pestilencia
               del lugar.

MENGO:         Hanme contado
               que Frondoso, aquí en el prado,
               para librarte, Laurencia,
               le puso al pecho una jara.           

LAURENCIA:     Los hombres aborrecía,
               Mengo; mas desde aquel día
               los miro con otra cara. 
               ¡Gran valor tuvo Frondoso!
               Pienso que le ha de costar              
               la vida.

MENGO:         Que del lugar
               se vaya, será forzoso.

LAURENCIA:     Aunque ya le quiero bien,
               eso mismo le aconsejo;
               mas recibe mi consejo                   
               con ira, rabia y desdén;
               y jura el comendador
               que le ha de colgar de un pie.

PASCUALA:      ¡Mal garrotillo le dé!

MENGO:         Mala pedrada es mejor!                  
               ¡Voto al sol, si le tirara
               con la que llevo al apero,
               que al sonar el crujidero
               al casco se la encajara!
               No fue Sábalo, el romano,          
               tan vicioso por jamás.

LAURENCIA:     Heliogábalo dirás,
               más que una fiera inhumano.

MENGO:         Pero Galván, o quien fue,
               que yo no entiendo de historia;         
               mas su cativa memoria
               vencida de éste se ve.
               ¿Hay hombre en naturaleza
               como Fernán Gómez?  

PASCUALA:      No;
               que parece que le dio                   
               de una tigre la aspereza.


Sale JACINTA


JACINTA:       Dadme socorro, por Dios,
               si la amistad os obliga.

LAURENCIA:     ¿Qué es esto, Jacinta amiga?

PASCUALA:      Tuyas lo somos las dos.                 
JACINTA:       Del comendador crïados,
               que van a Ciudad Real,
               más de infamia natural
               que de noble acero armados,
               me quieren llevar a él.            

LAURENCIA:     Pues, Jacinta, Dios te libre;
               que cuando contigo es libre,
               conmigo será crüel.


Vase LAURENCIA


PASCUALA:      Jacinta, yo no soy hombre
               que te pueda defender.                  


Vase PASCUALA


MENGO:         Yo sí lo tengo de ser,
               porque tengo el ser y el nombre.
               Llégate, Jacinta, a mí.

JACINTA:       ¿Tienes armas?

MENGO:         Las primeras
               del mundo.

JACINTA:       ¡Oh, si las tuvieras!         

MENGO:         Piedras hay, Jacinta, aquí.


Salen FLORES y ORTUÑO


FLORES:        ¿Por los pies pensabas irte?

JACINTA:       ¡Mengo, muerta soy!

MENGO:         Señores...
               ¿A estos pobres labradores?...

ORTUÑO:        Pues, ¿tú quieres persuadirte         
               a defender la mujer?

MENGO:         Con los ruegos la defiendo;
               que soy su deudo y pretendo
               guardarla, si puede ser.

FLORES:        Quitadle luego la vida.              

MENGO:         ¡Voto al sol, si me emberrincho,
               y el cáñamo me descincho,
               que la llevéis bien vendida!


Salen el COMENDADOR y CIMBRANOS

COMENDADOR:    ¿Qué es eso?  ¿A cosas tan viles
               me habéis de hacer apear?             

FLORES:        Gente de este vil lugar,
               que ya es razón que aniquiles,
               pues en nada te da gusto,
               a nuestras armas se atreve.

MENGO:         Señor, si piedad os mueve             
               de suceso tan injusto,
               castigad estos soldados,
               que con vuestro nombre agora
               roban una labradora
               a esposo y padres honrados;             
               y dadme licencia a mí
               que se la pueda llevar.

COMENDADOR:    Licencia les quiero dar...
               para vengarse de ti.
               Suelta la honda.

MENGO:         Señor!       

COMENDADOR:    Flores, Ortuño, Cimbranos,
               con ella le atad las manos.

MENGO:         ¿Así volvéis por su honor?

COMENDADOR:    ¿Qué piensan Fuenteovejuna
               y sus villanos de mí?                 

MENGO:         Señor, ¿en qué os ofendí,
               ni el pueblo en cosa ninguna?

FLORES:        ¿Ha de morir?

COMENDADOR:    No ensuciéis
               las armas, que habéis de honrar
               en otro mejor lugar.                    

ORTUÑO:        ¿Qué mandas?

COMENDADOR:    Que lo azotéis.
               Llevadle, y en ese roble
               le atad y le desnudad,
               y con las riendas...

MENGO:         ¡Piedad!
               ¡Piedad, pues sois hombre noble!        

COMENDADOR:    Azotadle hasta que salten
               los hierros de las correas.

MENGO:         ¡Cielos!  ¿A hazañas tan feas
               queréis que castigos falten?


Vanse MENGO, FLORES y ORTUÑO

 
COMENDADOR:    Tú, villana, ¿por qué huyes?            
               ¿Es mejor un labrador
               que un hombre de mi valor?

JACINTA:       ¡Harto bien me restituyes
               el honor que me han quitado
               en llevarme para ti!                    

COMENDADOR:    ¿En quererte llevar?

JACINTA:       Sí;
               porque tengo un padre honrado,
               que si en alto nacimiento
               no te iguala, en las costumbres
               te vence.

COMENDADOR:    Las pesadumbres         
               y el villano atrevimiento
               no tiemplan bien un airado.
               Tira por ahí.

JACINTA:       ¿Con quién?

COMENDADOR:    Conmigo.

JACINTA:       Míralo bien.

COMENDADOR:    Para tu mal lo he mirado.               
               Ya no mía, del bagaje
               del ejército has de ser.

JACINTA:       No tiene el mundo poder
               para hacerme, viva, ultraje.

COMENDADOR:    ¡Ea, villana, camina!

JACINTA:       ¡Piedad, señor!

COMENDADOR:    No hay piedad.

JACINTA:       Apelo de tu crueldad
               a la justicia divina.


Llévanla y vanse. Salen LAURENCIA y FRONDOSO


LAURENCIA:     ¿Cómo así a venir te atreves,
               sin temer tu daño.

FRONDOSO:      Ha sido       
               dar testimonio cumplido
               de la afición que me debes.
               Desde aquel recuesto vi
               salir al comendador,
               y fiado en tu valor                
               todo mi temor perdí.
               Vaya donde no le vean
               volver.

LAURENCIA:     Tente en maldecir,
               porque suele más vivir
               al que la muerte desean.                

FRONDOSO:      Si es eso, viva mil años,
               y así se hará todo bien
               pues deseándole bien,
               estarán ciertos sus daños.
               Laurencia, deseo saber               
               si vive en ti mi cuidado,
               y si mi lealtad ha hallado
               el puerto de merecer.
               Mira que toda la villa
               ya para en uno nos tiene;               
               y de cómo a ser no viene
               la villa se maravilla.
               Los desdeñosos extremos
               deja, y responde "no" o "sí."

LAURENCIA:     Pues a la villa y a ti                  
               respondo que lo seremos.

FRONDOSO:      Deja que tus plantas bese
               Por la merced recibida,
               pues el cobrar nueva vida
               por ella es bien que confiese.          

LAURENCIA:     De cumplimientos acorta;
               y para que mejor cuadre,
               habla, Frondoso, a mi padre,
               pues es lo que más importa,
               que allí viene con mi tío;
               y fía que ha de tener
               ser, Frondoso, tu mujer
               buen suceso.

FRONDOSO:      En Dios confío.


Escóndese LAURENCIA. Salen ESTEBAN, alcalde, y el REGIDOR


ESTEBAN:       Fue su término de modo,
               que la plaza alborotó.                
               En efecto, procedió
               muy descomedido en todo.
               No hay a quien admiración
               sus demasías no den;
               la pobre Jacinta es quien               
               pierde por su sinrazón.

REGIDOR:       Ya a los católicos reyes,
               que este nombre les dan ya,
               presto España les dará
               la obediencia de sus leyes.             
               Ya sobre Ciudad Real,
               contra el Girón que la tiene,
               Santiago a caballo viene
               por capitán general.
               Pésame; que era Jacinta                 
               doncella de buena pro.

ESTEBAN:       Luego a Mengo le azotó.

REGIDOR:       No hay negra bayeta o tinta
               como sus carnes están.

ESTEBAN:       Callad; que me siento arder             
               viendo su mal proceder
               y el mal nombre que le dan.
               Yo, ¿para qué traigo aquí
               este palo sin provecho?

REGIDOR:       Si sus criados lo han hecho             
               ¿de qué os afligís así?

ESTEBAN:       ¿Queréis más? Que me contaron
               que a la de Pedro Redondo
               un día, que en lo más hondo
               de este valle la encontraron,      
               después de sus insolencias,
               a sus criados la dio.

REGIDOR:       Aquí hay gente.  ¿Quién es?

FRONDOSO:      Yo,
               que espero vuestras licencias.

ESTEBAN:       Para mi casa, Frondoso,              
               licencia no es menester;
               debes a tu padre el ser
               y a mí otro ser amoroso.
               Hete criado, y te quiero
               como a hijo.

FRONDOSO:      Pues señor,             
               fiado en aquese amor,
               de ti una merced espero.
               Ya sabes de quién soy hijo.

ESTEBAN:       ¿Hate agraviado ese loco
               de Fernán Gómez?

FRONDOSO:      No poco.          

ESTEBAN:       El corazón me lo dijo.

FRONDOSO:      Pues señor, con el seguro
               del amor que habéis mostrado,
               de Laurencia enamorado,
               el ser su esposo procuro.               
               Perdona si en el pedir
               mi lengua se ha adelantado;
               que he sido en decirlo osado,
               como otro lo ha de decir.

ESTEBAN:       Vienes, Frondoso, a ocasión        
               que me alargarás la vida,
               por la cosa más temida
               que siente mi corazón.
               Agradezco, hijo, al cielo
               que así vuelvas por mi honor               
               y agradézcole a tu amor
               la limpieza de tu celo.
               Mas como es justo, es razón
               dar cuenta a tu padre de esto,
               sólo digo que estoy presto,           
               en sabiendo su intención;
               que yo dichoso me hallo
               en que aqueso llegue a ser.

REGIDOR:       De la moza el parecer
               tomad antes de acetallo.                

ESTEBAN:       No tengáis de eso cuidado,
               que ya el caso está dispuesto.
               Antes de venir a esto,
               entre ellos se ha concertado.
               En el dote, si advertís,           
               se puede agora tratar;
               que por bien os pienso dar
               algunos maravedís.

FRONDOSO:      Yo dote no he menester;
               de eso no hay que entristeceros.        

REGIDOR:       Pues que no la pide en cueros
               lo podéis agradecer.

ESTEBAN:       Tomaré el parecer de ella;
               si os parece, será bien.

FRONDOSO:      Justo es; que no hace bien              
               quien los gustos atropella.

ESTEBAN:       ¡Hija!  ¡Laurencia!...

LAURENCIA:     ¿Señor?

ESTEBAN:       Mirad si digo bien yo.
               ¡Ved qué presto respondió!
               Hija Laurencia, mi amor            
               a preguntarte ha venido
               --apártate aquí-- si es bien
               que a Gila, tu amiga, den
               a Frondoso por marido,
               que es un honrado zagal,             
               si le hay en Fuenteovejuna...

LAURENCIA:     ¿Gila se casa?

ESTEBAN:       Y si alguna
               le merece y es su igual...

LAURENCIA:     Yo digo, señor, que sí.

ESTEBAN:       Sí; mas yo digo que es fea            
               y que harto mejor se emplea
               Frondoso, Laurencia en ti.

LAURENCIA:     ¿Aún no se te han olvidado
               los donaires con la edad?

ESTEBAN:       ¿Quiéresle tú?

LAURENCIA:     Voluntad               
               le he tenido y le he cobrado;
               pero por lo que tú sabes...

ESTEBAN:       ¿Quieres tú que diga sí?

LAURENCIA:     Dilo tú, señor, por mí.

ESTEBAN:       ¿Yo?  Pues tengo yo las llaves.         
               Hecho está.  Ven, buscaremos
               a mi compadre en la plaza.

REGIDOR:       Vamos.

ESTEBAN:       Hijo, y en la traza
               del dote, ¿qué le diremos?
               Que yo bien te puedo dar             
               cuatro mil maravedís.

FRONDOSO:      Señor, ¿eso me decís?
               Mi honor queréis agraviar.

ESTEBAN:       Anda, hijo; que eso es
               cosa que pasa en un día;                   
               que si no hay dote, a fe mía,
               que se echa menos después.


Vanse, y quedan FRONDOSO y LAURENCIA


LAURENCIA:     Di, Frondoso.  ¿Estás contento?

FRONDOSO:      ¡Cómo si lo estoy!  ¡Es poco,
               pues que no me vuelvo loco              
               de gozo, del bien que siento!
               Risa vierte el corazón
               por los ojos de alegría
               viéndote, Laurencia mía,
               en tan dulce posesión.                


Vanse. Salen el MAESTRE, el COMENDADOR, FLORES y ORTUÑO


COMENDADOR:    Huye, señor, que no hay otro remedio.

MAESTRE:       La flaqueza del muro lo ha causado,
               y el poderoso ejército enemigo.

COMENDADOR:    Sangre les cuesta e infinitas vidas.

MAESTRE:       Y no se alabarán que en sus despojos       
               pondrán nuestro pendón de Calatrava,
               que a honrar su empresa y los demás bastaba.

COMENDADOR:    Tus designios, Girón, quedan perdidos.

MAESTRE:       ¿Qué puedo hacer, si la fortuna ciega
               a quien hoy levantó, mañana humilla?           


Dentro


VOCES:         ¡Victoria por los reyes de Castilla!

MAESTRE:       Ya coronan de luces las almenas,
               y las ventanas de las torres altas
               entoldan con pendones victoriosos.

COMENDADOR:    Bien pudieran, de sangre que les cuesta.          
               A fe que es más tragedia que no fiesta.

MAESTRE:       Yo vuelvo a Calatrava, Fernán Gómez.

COMENDADOR:    Y yo a Fuenteovejuna, mientras tratas
               o seguir esta parte de tus deudos,
               o reducir la tuya al rey católico.       

MAESTRE:       Yo te diré por cartas lo que intento.

COMENDADOR:    El tiempo ha de enseñarte.

MAESTRE:       Ah, pocos años,
               sujetos al rigor de sus engaños!


Vanse. Sale la boda, MÚSICOS, MENGO, FRONDOSO, LAURENCIA, PASCUALA, BARRILDO, ESTEBAN y alcalde JUAN ROJO. Cantan


MUSICOS:       "¡Vivan muchos años
               los desposados!          
               ¡Vivan muchos años!"


MENGO:         A fe que no os ha costado
               mucho trabajo el cantar.

BARRILDO:      Supiéraslo tú trovar
               mejor que él está trovado.          

FRONDOSO:      Mejor entiende de azotes
               Mengo que de versos ya.

MENGO:         Alguno en el valle está,
               para que no te alborotes,
               a quien el Comendador...             

BARRILDO:      No lo digas, por tu vida;
               que este bárbaro homicida
               a todos quita el honor.

MENGO:         Que me azotasen a mí
               cien soldados aquel día...            
               sola una honda tenía
               [y así una copla escribí;]
                  pero que le hayan echado
               una melecina a un hombre,
               que aunque no diré su nombre               
               todos saben que es honrado,
               llena de tinta y de chinas
               ¿cómo se puede sufrir?

BARRILDO:      Haríalo por reír.

MENGO:         No hay risa con melecinas;              
               que aunque es cosa saludable...
               yo me quiero morir luego.

FRONDOSO:      Vaya la copla, te ruego,
               si es la copla razonable.


MENGO:         "Vivan muchos años juntos               
               los novios, ruego a los cielos,
               y por envidia ni celos
               ni riñan ni anden en puntos.
               Llevan a entrambos difuntos,
               de puro vivir cansados.            
               ¡Vivan muchos años!"

FRONDOSO:      ¡Maldiga el cielo el poeta,
               que tal coplón arrojó!
BARRILDO:      Fue muy presto.

MENGO:         Pienso yo
               una cosa de esta seta.                  
               ¿No habéis visto un buñolero
               en el aceite abrasando
               pedazos de masa echando
               hasta llenarse el caldero?
               ¿Que unos le salen hinchados,        
               otros tuertos y mal hechos,
               ya zurdos y ya derechos,
               ya fritos y ya quemados?
               Pues así imagino yo
               un poeta componiendo,                   
               la materia previniendo,
               que es quien la masa le dio.
               Va arrojando verso aprisa
               al caldero del papel,
               confiado en que la miel                  
               cubrirá la burla y risa.
               Mas poniéndolo en el pecho,
               apenas hay quien los tome;
               tanto que sólo los come
               el mismo que los ha hecho.              

BARRILDO:      Déjate ya de locuras;
               deja los novios hablar.

LAURENCIA:     Las manos nos da a besar.

JUAN ROJO:     Hija, ¿mi mano procuras?
               Pídela a tu padre luego            
               para ti y para Frondoso.           

ESTEBAN:       Rojo, a ella y a su esposo
               que se la dé el cielo ruego,
               con su larga bendición.

FRONDOSO:      Los dos a los dos la echad.             

JUAN ROJO:     Ea, tañed y cantad,
               pues que para en uno son.


Cantan


MÚSICOS:       "Al val de Fuenteovejuna
               la niña en cabellos baja;
               el caballero la sigue              
               de la cruz de Calatrava.
               Entre las ramas se esconde,
               de vergonzosa y turbada;
               fingiendo que no le ha visto,
               pone delante las ramas.            
               --¿Para qué te escondes,
               niña gallarda?
               Que mis linces deseos
               paredes pasan.--
               Acercóse el caballero,           
               y ella, confusa y turbada,
               hacer quiso celosías
               de las intricadas ramas;
               mas como quien tiene amor
               los mares y las montañas              
               atraviesa fácilmente,
               la dice tales palabras:
               -¿Para qué te escondes,
               niña gallarda?
               Que mis linces deseos              
               paredes pasan-."


Sale el COMENDADOR, FLORES, ORTUÑO y CIMBRANOS


COMENDADOR:    Estése la boda queda
               y no se alborote nadie.

JUAN ROJO:     No es juego aqueste, señor,
               y basta que tú lo mandes.             
               ¿Quieres lugar?  ¿Cómo vienes
               con tu belicoso alarde?
               ¿Venciste?  Mas, ¿qué pregunto?

FRONDOSO:      ¡Muerto soy!  ¡Cielos, libradme!

LAURENCIA:     Huye por aquí, Frondoso.                   

COMENDADOR:    Eso no; prendedle, atadle.

JUAN ROJO:     Date, muchacho, a prisión.

FRONDOSO:      Pues ¿quieres tú que me maten?

JUAN ROJO:     ¿Por qué?

COMENDADOR:    No soy hombre yo
               que mato sin culpa a nadie;             
               que si lo fuera, le hubieran
               pasado de parte a parte
               esos soldados que traigo.
               Llevarlo mando a la cárcel,
               donde la culpa que tiene                
               sentencie su mismo padre.

PASCUALA:      Señor, mirad que se casa.

COMENDADOR:    ¿Qué me obliga que se case?
               ¿No hay otra gente en el pueblo?

PASCUALA:      Si os ofendió, perdonadle,            
               por ser vos quien sois.

COMENDADOR:    No es cosa,
               Pascuala, en que yo soy parte.
               Es esto contra el maestre
               Téllez Girón, que Dios guarde;
               es contra toda su orden,                 
               es su honor, y es importante
               para el ejemplo, el castigo;
               que habrá otro día quien trate
               de alzar pendón contra él,
               pues ya sabéis que una tarde               
               al comendador mayor,
               --¡qué vasallos tan leales!--
               puso una ballesta al pecho.  

ESTEBAN:       Supuesto que el disculparle
               ya puede tocar a un suegro,             
               no es mucho que en causas tales
               se descomponga con vos
               un hombre, en efecto, amante;
               porque si vos pretendéis
               su propia mujer quitarle,               
               ¿qué mucho que la defienda?

COMENDADOR:    Majadero sois, alcalde.

ESTEBAN:       Por vuestra virtud, señor,...

COMENDADOR:    Nunca yo quise quitarle
               su mujer, pues no lo era.               

ESTEBAN:       Sí quisistes...  Y esto baste;
               que reyes hay en Castilla,
               que nuevas órdenes hacen,
               con que desórdenes quitan.
               Y harán mal, cuando descansen         
               de las guerras, en sufrir
               en sus villas y lugares
               a hombres tan poderosos
               por traer cruces tan grandes;
               póngasela el rey al pecho,            
               que para pechos reales
               es esa insignia y no más.

COMENDADOR:    ¡Hola!, la vara quitadle.

ESTEBAN:       Tomad, señor, norabuena.

COMENDADOR:    Pues con ella quiero darle              
               como a caballo brioso.

ESTEBAN:       Por señor os sufro.  Dadme.

PASCUALA:      ¿A un viejo de palos das?

LAURENCIA:     Si le das porque es mi padre,
               ¿qué vengas en él de mí?          

COMENDADOR:    Llevadla, y haced que guarden
               su persona diez soldados.


Vase el COMENDADOR y los suyos


ESTEBAN:       Justicia del cielo baje.


Vase


PASCUALA:      Volvióse en luto la boda.


Vase


BARRILDO:      ¿No hay aquí un hombre que hable?     

MENGO:         Yo tengo ya mis azotes,
               que aún se ven los cardenales
               sin que un hombre vaya a Roma.
               Prueben otros a enojarle. 

JUAN ROJO:     hablemos todos.

MENGO:         Señores,              
               aquí todo el mundo calle.
               Como ruedas de salmón
               me puso los atabales.


FIN DEL ACTO SEGUNDO