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Galerna:3

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El baile terminó. En varios grupos se divide la multitud. Hacen unos viaje a los interiores del pueblo; otros echan puente arriba, camino de los campos, que regalan a las criaturas su perfume estival.

Pablo y Mariuca quedan solos junto al pretil del muelle, donde cabecea Reina de los Ángeles.

-¿A qué sitio vas ahora? -pregunta el marinero.

A la mi casa -responde ella.

¿Pa qué vas a ir allá? El tu padre metióse en la taberna de junto a los bolos. En busca suya fue tu madre. Bien la vimos entrar. Los tus hermanos ándanse tamién fuera. El mayor a la busca de la Petrona. ¡Gran pulpo estáse la Petrona! Tu hermano lleva el número doce. Ello sí, guapuca es, y dura como piedra, al decir de los once. Menos mal si tu hermano no sale del cortejo dolío.

-¿A qué tanto lo dices?

-Al tanto que la Petrona ruea de unos a otros; y al tanto de que, fruta que ruea mucho, acaba por cucarse.

-¡Animal!

-Bueno. El tu hermano mayor anda tras la Petrona. El pequeño formó coro con más de veinte. Cantando echaron por los atajos que suben hacia la estación. Entoavía se les oye cantar.

En efecto, allá lejos sonaban ecos de canción. Traídos eran hasta la aldea por los pajecillos de la noche:


«Flor hermosa del panizo,
¡qué bien te columpia el aire!
De noche voy a cogerte
pa que no me vea nadie.»


Suena el cantar como reclamo en la noche juliana. Parece hecho con las cálidas emanaciones que brotan de la tierra, con partículas encendidas del aire que recorre la atmósfera.

De la ría suben olores punzantes de marisco; el agua besa dulcemente las peñas recubiertas de musgo; las barcas crujen a cada balanceo.

-Démonos -murmura Pablo a la oreja de Mariuca-; démonos, si quieres, un paseo por los altos de la marisma. Bien lo podemos dar. Dos meses faltan pa las bendiciones.

Hombro con hombro se retiran del muelle; hombro con hombro van perdiéndose en el camino; hombro con hombro suben monte arriba la senda que a los eucaliptos conduce.

Llégase hasta los eucaliptos por un tapiz verde que las amapolas motean a las veces en rojo. Tiene el aire por aquellos lugares cuchicheos de plática nupcial; los rumores del Océano suenan apagados, temblantes; la brisa sisea entre las hierbas inmediatas al bosque. Este es como templo de movibles arcos, sostenidos por columnas cimbrátiles. Entre las hojas verdes ofician de pontifical los ruiseñores.

Los amantes se han dejado caer contra la hierba; él apoyando el codo en el suelo, puesta la cabeza sobre el codo y los ojos en el rostro de la mujer. Ella no le mira. Vuelta al varón la cara, sigue con los oídos y con el corazón los rumores del bosque.

-Mira -dice él-: mañana, en cuanto se haga día, saldremos a la mar.

-Yo verete salir dende el muellecillo de la fábrica -contesta Mariuca.

-¡Qué remedio! exclama Pablo-. Hay que trabajar.

Hay que trabajar -responde la moza como un eco.

-Ya poco nos queda de asepararnos por la noche -cuchichea Pablo, inclinándose hacia la muchacha.

-¡Tontón! -replica ésta-. No hables de ello y deja los días correr. A la cuenta, pronto se pasan los dos meses.

-Pasarán pronto pa la tu persona. No pa la mía, que de ca minuto hace un año. ¿Es que a ti no te sucede igual? ¿Es que no sientes ganas de acortar el tiempo? Ya ves, dentro de un poco, a la tu casa tú, yo a la mi barca, y mañana yo a correr por la mar. ¿No te parece -cosa triste despedirse así, de esta manera, cuando la mujer va a quearse sola y el hombre va a correr por la mar?

Hay una pausa larga. Ni aun siquiera míranse la hembra y el varón. La mano derecha de él sube rozando con la hierba hasta coger suavemente, muy suavemente, la cintura de Mariuca. Avanza después la otra mano y se torna abrazo la caricia. Ella deja caer la cabeza en el pecho del marinero. Este la contempla con ojos dormilones y va inclinando sus labios hacia la carne virgen que en los brazos suyos palpita.



¿Qué dice el viento entre las hojas del bosque de eucaliptos? ¿Qué pronuncia el aire sobre los tallos de la hierba?

Acaso las palabras que dentro de dos meses ha de proferir un sacerdote en el templo románico. Tal vez son los olores campesinos que brotan de praderías y de huertos, los fuertes vahos que ascienden desde la marisma, incienso del templo natural que se yergue sobre el Cantábrico, bajo el relucir de los astros flotantes en lo azul.

Un ruiseñor, columpiándose encima de las ramas, canta el amor de su hembra; un suspiro de felicidad le contesta en el pabellón de eucaliptos...

Amor debe acompañar el viaje de dos sombras que tornan al pueblo abrazadas por las cinturas.

Así las ve marchar desde una umbría el viejo profeta borracho que vuelve tambaleándose a su choza de la marisma.

En sus labios, amoratados por el vino, hay una sonrisa de bondad y ternura.