Gesta/Mosaico/Bajo la cruz

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BAJO LA CRUZ

E

l joven pintor, saludado recientemente por la crítica como una real esperanza del arte, en su país habla. Tiene un oyente; otro artista como él, de iguales años aunque de más experiencia, que le escucha sonriéndo. En su sonrisa cualquier mediano observador descubriría, sin notorio esfuerzo, una enorme cantidad de amargura aderezada con algunos granos de cinismo.

Es de noche. Ha hecho un día formidable, de fuego, y los dos amigos beben cerveza helada, sentados en la fresca y alegre terraza del más conocido de los restaurants de la ciudad mónstruo.

Después de una frase hiriente y mordaz, anatematizadora y cruel, sobre la vida y los hombres. el joven artista, levantando el diapason de su voz, trémula y entrecortada por la emoción, dice en tono profético:

—Tengo veinte y cinco años y he luchado diez. Hay mucha fuerza en mis músculos y mucha luz en mi cerebro. Pero mi espíritu se agita en una región de sombras. ¡Con cuánta razón afirmaba, hace poco, un pensador italiano que existe una clase de proletarios mucho más digna aún de llamar hácia ella la atención que la compuesta por los trabajadores manuales! Se refería á esa juventud de intelectualidad robusta y preparada cuyos servicios nadie requiere aunque, al fin de cuentas, todos obtengan algún provecho de ellos. A esa juventud llena de ideales, que pocos comprenden. que muchos desprecian y á quien ningún poderoso, ningún gobierno tiende la mano amiga. A esa juventud pensadora que, á pesar de todo, vá dejando en el camino de los tiempos su reguero de luz y preparando, en las edades, las diversas jornadas de las civilizaciones.

Ved mi vida: al cabo de mucho estudio, de una consagración absoluta á mi arte, cuando debería tener derecho al triunfo, cuando el éxito verdadero debía compensar mis desvelos, mis sacrificios, mis afanes; después de haber recorrido el mundo—¡Dios sabe cómo!—aprendiendo en las academias europeas lo que no podían enseñarme mis compatriotas; despues de haber arrastrado mis infortunios de muchacho por todas las capitales del orbe donde mi inteligencia sabía encontrar una nueva verdad; despues de haber adquirido la técnica de mi arte, de haber almacenado la mayor suma de conocimientos posibles; de haberme formado hombre útil, me encuentro por fin, aquí, en la ciudad de mi nacimiento, en la ciudad de los míos, con que no tengo siquiera derecho á la existencia! Sí, soy solo un pobre diablo, cargado de sabiduría, que con todo su arte se muere de hambre en esta tierra. Y aquí estoy, aquí me encuentro, como un ente perjudicial y dañino, sin otro rumbo que el del manicomio, el hospital ó el suicidio!...

Hubo un minuto de silencio, durante el cual se miraron los dos amigos como escrutándose el alma, mientras en las mesas vecinas estallaban, con intermitencias, carcajadas sonoras, prueba elocuente de la alegría y el buen humor que animaba á la mayoría de los frecuentadores de aquel amable sitio. En seguida:

—¡Bebe cerveza, niño! dijo el compañero que había escuchado, imperturbable, aquella confesión terrible. Y empuñando, con nervioso brío, su jarro recientemente lleno del líquido generoso, agregó sonriéndo siempre: después hablaremos de arte...