Gesta/Naturales/En la taberna

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EN LA TABERNA

E

L café del arrabal hervía. La voz ronca de la mujer podía escucharse con claridad en medio de aquel ambiente de barullo infernal, en que se mezclaba el grito insolente del compadre con el ruido producido por el choque seco de los vasos, que caían, golpeados con fuerza casi siempre, sobre la piedra mármol de las mesas.

Sin verguenza! cochino! y ¡qué te has creído! que yo soy juguete tuyo! y tan luego, por quién! miren la trasa!

Ella se había parado frente á frente de él y lo miraba con ojos de acusadora, mientras la compañera, que hacia vis con el hombre, permanecía sin moverse, echada para atrás sobre el respaldar del asiento y haciendo, con los labios, una mueca que podía traducirse como un signo de desprecio triunfante.

Mirá que ya estoy cansada de estas cosas—continuó después— y que el día menos pensado se va armar la grande!. Y se le fué encima, metiéndole las manos en los ojos como si quisiera arrancárselos.

El, sin contestarle, la tomó de un brazo y quiso hacerla sentar á viva fuerza. La mujer dió un tirón con ímpetu, y se desprendió de la garra.

¡Qué vivo! Hacé sentar alguna otra sarnosa, como esa, dijo, señalando á la otra mujer.

Tenia fama de mala y sabia perfectamente que con la rival aquella no tenía ni para empesar, como decía en su jerga pintoresca.

Y después has de ir pá que te dé de comer—agregó—porque yo te he muerto el hambre más de una ves...

¡Tu madre! perra!—contestó él, y sin dejarla terminar levantó la mano que cayó como un latigazo sobre la mejilla.

El escándalo se había producido. Uno de los concurrentes que, como otros muchos, observaba la escena desde su comienzo, se levantó de su silla y avanzando hácia el grupo:—¡Ah, flojo! sotreta! castigador de mujeres! yo te voy á enseñar!—dijo, y llevando la mano á la cintura atropelló resuelto.

Los demás se interpusieron.

Y á ese guapo de pico, ¿quién le dá velas en este entierro? yo quisiera saber! si ha de ser pura boca no más. pero aguárdate un rato, que después á de haber para vos también; no te aflijas!—exclamó el hombre que se había parado esperando la acometida de aquel Quijote de taberna.

Y ella, que había acudido al lado de éste, para evitar el choque, se expresó así:

Y Vd. no se meta, por que en estas cosas nadie tiene que ver nada, ¡sabe!—dijo de mala cara— de todas maneras si el me pega es porque puede hacerló!

El impetuoso empezó a arrepentirse de su acción:

Así son todas ustedes! Y á mi también, ¡quién me mete á comedido! ¡bien hecho, por sonso! Y volvió tranquilo, sereno, á tomar asiento frente al mostrador.

Después de un momento ella dijo de buen talante:

Juan, vení, vamos ¿querés? por que vá á venir el chafe, y será pior.

Es cierto — dijo él — bueno, vení vamos; seguí vos adelante.

Y así desfilaron por en medio de la doble hilera de mesas—siendo blanco de las miradas de todos los asistentes,—él quebrando el cuerpo y sin mirar á nadie, y ella arrastrando la pollera súcia, con aire de victoriosa á pesar de todo, pues se llevaba al querido, que había encontrado esa noche divirtiéndose con la otra.

Al cruzar la vereda, alguién que también salía del burdel en ese momento, pudo escuchar de sus labios:

Lo que es á esa, un día que esté muy borracha le voy á marcar la cara. ¡Ya sabes que tengo mala bebida! Y haciendo un ademán rápido, se arremangó el vestido mostrando, en señal de amenaza, el pequeño cuchillo con cabo de hueso, que ocultaba atravesado en la liga.