Gesta/Naturales/Navegando

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NAVEGANDO
I

U

NA onda alcanza á otra onda y las dos forman un himno. El himno eterno, la canción inmortal á cuyo son marcha el mundo.

¡Oh, mar eterno, mar de siempre! En el seno de tus olas, de tus olas que rugen, que blasfeman, que maldicen y tiemblan, este ser miserable se siente más grande, se siente más fuerte, se siente más hombre. ¡Oh, mar eterno, mar de siempre! Cuando en medio de las sombras el casco cruje estremecido por tus fuerzas, cuando en medio de las sombras entonas el canto de tus iras mientras el peñón espera, este ser miserable se siente más grande, se siente más fuerte, se siente más hombre!

Y entonces pienso en los vagabundos de la tierra, pienso en los párias del mundo, pienso en todas las miserias, pienso en todas las desgracias, pienso en todos los dolores, pienso en todas las tristezas; y al verte soberbio, amenazante, levantarte airado, creo que eres tú el vengador que corre rápido á barrer la tierra para lavar sus llagas.

¿Qué alma grande no te admira? ¿Qué lira no te ha cantado? ¿Qué poder tú no has vencido? ¡Oh, mar eterno, mar de siempre!

II

Es la hora del silencio. Es la hora del recogimiento. Es la hora de la soledad. Es la hora en que se elevan en la sombra esas voces misteriosas que contestan á las que cantan en nuestros corazones.

Navegamos por un mar de fósforo. Cada ola parece un mónstruo coronado de luz. La estela que deja el barco semeja plata hirviendo en un crisól. Las algas luminosas quedan flotando largo rato sobre la superficie del agua, produciendo un fenómeno curioso. Yo estoy sobre cubierta apoyado en la borda del buque. Miro el mar y pienso en Byron y en Demartino.

Olas de sombra y luz ¿á dónde vais? ¿Lo sabéis acaso? Empujadas por el viento cruzáis cantando, ora límpidas, serenas, la canción de la esperanza, ora turbias y bravías, la canción de la desesperación ó el exterminio. Así nosotros, olas del mar humano, cruzamos el mundo empujados por el viento de las pasiones, pulsando las notas de todos los cariños y de todos los ódios.

¡Oh, vosotros los grandes de la tierra! ¿De qué vale vuestro orgullo? ¿De qué vuestra vanidad? Fortuna, gloria, valor; todo es nada ¡oh mar! ante tu grandeza infinita.
III

Allá, en lo alto, sobre la frente del cielo, las nubes se arremolinan presagiando la tempestad. Los relámpagos cruzan de pronto abriendo el seno de las nubes. Fuego en el cielo y fuego en el mar. ¡Qué cuadro!

Poetas, artistas, soñadores, locos: todos los que sintáis la idea agitarse en vuestros cerebros, cuando estéis desesperados, arrojaos sobre los mares, lanzaos sobre sus aguas; ante su majestad quedareis mudos y el olvido caerá sobre vuestras almas atormentadas, como cae la lluvia sobre un campo incendiado. La contemplación de la naturaleza absorbe por completo nuestros sentidos. Casi estoy por creer que hasta el amor desaparece ante la majestad de su grandeza.

¡Oh, mar eterno, mar de siempre! Ya he hablado contigo, ya he escuchado tus querellas. Mañana, peregrino del mundo, volveré á surcar tus ondas. Que ellas me saluden como á un viejo conocido.