Gotas de sangre/¿Se la cortan?...

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¿Se la cortan?...


Es el rompecabezas del día en «la ciudad del buen gusto y de las finas maneras»:

-¿Se la cortan?...

Amigos y conocidos que se tropiezan en la calle se preguntan, después de cambiar un saludo:

-¿Cree usted que se la cortan?...

Hay apuestas con motivo de si se la cortan, y también disputas y riñas por si no se la cortan.

-¡Que sí se la cortan!

-¡Que no se la cortan!

-¡Si lo sabré yo!

-Usted, ¿qué ha de saber, si es más bruto que un arado?

Y en la ciudad del buen tono y de las finas maneras la controversia se interrumpe con una bofetá de cuello vuelto.

Es que la cuestión intriga y excita. No se trata de una coleta, sino de una cabeza, la cabeza de Soleilland.

-¿Pero se ha abolido la pena de muerte en Francia?

-No, señor.

-Entonces, ¿qué duda cabe de que se la cortan?

-¡Pues yo le digo a usted que no se la cortan!

No se ha abolido la pena de muerte; pero es como si se hubiese abolido, porque el presidente de la República, el Gobierno y los partidos que lo sostienen son refractarios a la aplicación de dicha pena, que hace años no se aplica en París, ni siquiera a monstruos como el parricida Briere.

La guillotina fue expulsada de la plaza de la Roquette, y hasta ahora los vecinos de otros barrios no quieren recibirla.

Pero el crimen de Soleilland y Soleilland mismo han producido tal indignación en la conciencia pública, que la guillotina está en todo París, simbolizada en un juguete barato, que es una maquinilla -de venta en los bulevares- con un tajo y un cesto, en donde cae la cabeza de Soleilland. La musa callejera canta la ejecución de Soleilland y la multitud aplaude la copla.

Resulta, pues, que este monstruo de monstruos está atravesado entre las piadosas intenciones del presidente de la República y la voluntad, claramente expresada, del pueblo.

Otra cosa hay, muy francesa. El debate sobre si se la cortan o no se la cortan ha hecho saber al público pagano que en el presupuesto continúan figurando los gastos inherentes al verdugo Deibler, a sus acólitos y a todo lo que necesita una ejecución pública, y contribuyentes hay que creen que debe aprovecharse esta ocasión para justificar dichos gastos. Puesto que pagamos por ello, dicen, hay que cortar de vez en cuando una cabeza... por no despilfarrar el dinero... Otra excisión: si las madrazas están porque se la corten a Soleilland, las mujeres refinadas, finas, «exquisitas», las de la casta de esas que en la vista del proceso trataron de hacer llegar a manos de Soleilland declaraciones de amor tan obsceno que, según confesión de la Prensa, «ruborizarían a un carabinero», de ninguna manera quieren que se la corten, y la idea de que se la corten las encalabrina el sexo.

-¡Por Dios, que no se la corten! ¡Pobre, pobre chico! -exclaman ellas poniendo los ojos en blanco y rechinando entre los dientes el rictus del sadismo.

Tal es la preocupación del París de las terrazas, que suda tinta, mientras aperitivea entre husmos de mujeres andariegas.

¿Se la cortan?... ¿No se la cortan?...

Por mí que se la corten; pero maldito lo que se conseguirá con ello, porque el amor lúgubre, entre estertores agónicos y sangre de criaturas infelices, no es enfermedad de Soleilland, sino epidemia que se ha extendido a toda Francia.