Gotas de sangre/Angelita

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Angelita


Tarde aprovechada la de ayer. Los aficionados a dramas pasionales, noticias sensacionales, acontecimientos trágicos y cosas raras, no perdieron los 15 céntimos de la lectura de Le Temps. Entre la luz del cielo, que empieza a clarear, y la luz eléctrica, los parroquianos de las terrazas de los cafés aparecían con la nariz pegada al texto del periódico.

Bien pudo decirse ayer que había sucesos y lectura para todos los gustos. Informaciones sobre el crimen del misterioso Smith, que se enfada cuando le dicen que no es inglés y pasea orgullosamente su nacionalidad, como si fuese honroso para Inglaterra que uno de sus súbditos intentase asesinar a cogotazos con una bola de acero; el horrible relato del martirio que Brulings dio a su hija, de cinco meses, abofeteándola «porque a las criaturas hay que corregirlas desde que nacen», escatimándole la manutención «porque él no quería mantener un ogro», metiéndole en la boca corteza de pan mojado, echándole una jarra de agua fría a la cabeza y terminando por rompérsela con la misma jarra; la historia de los amoríos de la señora Frieedda Englander, esposa divorciada del subdirector de la Agencia Reuter en Londres, con el comerciante Ernst, que la mató y se suicidó; la estupenda noticia de que el yanqui Tesla, inventor de un disco mágico de ocho pies de diámetro, teniendo en el centro un electrodo de 7 pulgadas se compromete, ampliando su aparato, a turbar el equilibrio magnético del planeta terrestre y a sacudir el planeta Marte; otra noticia de origen americano, la adoptación del Luger para el ejército, revólver que dispara 116 tiros por minuto; el telegrama que da cuenta de la huelga de los médicos de Leipzig, los cuales, a consecuencia del funcionamiento de las «Cajas de enfermos», no cobran más que dos perras chicas por visita; en fin, para que de todo hubiera en la viña de Le Temps, apareció un español herido y corriendo por la escalera de un hotel de la calle Richard-Lenoir.

Hay que reconocer que los tenorios que España envía a París no dejan muy bien puesto el pabellón. Por lo menos, no pueden alardear de afortunados.

No hace aún mucho tiempo que conté la tragedia del pintor español que suicidóse por una meretriz, a quien dio por muerta de un tiro, lo que no impidió que a la noche siguiente hiciera ella ronda en la plaza Clichy, vigilada por su chulapón, y ayer le tocó la china a otro artista español, escultor y catalán, que también vivía con una meretriz...

Claro que sobre gustos no hay nada escrito; pero verdad es que no resulta muy decoroso que muchos de nuestros violinistas, pintores, escultores y poetas, aparezcan del brazo de una meretriz en la Prensa de Europa. En la Metrópoli de los amores fáciles, en una ciudad poblada de tantas costureras, sombrereras, confiteras, obreras, en fin, que no piden más sino que las ayuden un poquito, «porque es costumbre en París», según dijo recientemente una de ellas al Jurado; en la villa de las Mimís y de las Pompón, bonitillas, elegantes en su pobreza, instruidas, espirituales y tan alegres, es realmente extraordinario que españoles en general, y el artista español en particular, tengan decidida vocación a echarse novia en la clase de las más infelices mujeres, encanalladas hasta la coronilla, a quienes espera el chulo -un chulo de un género desconocido en España, porque es asesino- para recoger las sobras del pot-au-feu y las pesetas del español... Narrando este caso de tenoritis, dice la información:

«La amorosa pareja se veía turbada por las escapatorias de la mujer; pero el español y la cortesana vivían en bastante buena inteligencia.»

No sólo por eso era héroe el artista, sino también porque el temperamento suicida de la mujer con quien estaba le tenía con el alma en vilo.

En efecto, Angeles Lefevre le hablaba constantemente de suicidarse. Le decía:

«Mira; me voy a tirar por la ventana.»

O bien:

«¿A que me tomo este tazón de vitriolo?»

Un nido así debía de ser un encanto. El artista estaba en el caso de decir a su cónyuge morganática:

«Pues mira, hija, vete a otra parte a darte el jicarazo. Porque no estoy subvencionado por la Funeraria.»

Pero la decía, bonachón:

«¡Qué cosas tienes, Angelita!»

Y la Angelita no se limitó a quitarse de en medio, sino que quiso llevársele a él por delante, no por amor, por sport macabro, probablemente. Ya que voy a matarme -se decía ella-, también escabecharé de paso a este buen hidalgo que está roncando como un bendito a mi vera.

El artista, «despertado a tiros», sintiendo «dolor de cabeza» (¡como que su Angelita le había metido dos balas!), salió de estampía, en situación lamentable, «bajando la escalera en camisa, pidiendo socorro y entrando como una tromba en el cuarto de un amigo suyo». Y hoy ha salido, también en camisa, a pasearse por la Prensa de París. ¡Una notoriedad en faldetas! ¡Una verdadera escultura! Y un ecce homo...

No. A mí no me digan que esas tenoriadas tienen gracia y tal. A lo sumo, tienen una gracia que hace llorar...

Y esos señores tenorios de Barcelona (que es bona en París si la bolsa sona), no tienen siquiera la disculpa de haber tropezado con una Dama de las Camelias o con una Manon Lescaut. No van a redimir cautivas. Sus amantes, con escapatorias, no son Magdalenas arrepentidas. Son meretrices por toda la vida, porque nacieron para serlo; meretrices que dan de comer a un souteneur a cuenta de lo que las da un hidalgo.

Y cuenta que esto es lo mejor que puede pensarse de D. Juan Tenorio en el asfalto parisiense...