Gotas de sangre/Canallada extranjera

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Canallada extranjera


No sé qué tanto de culpa corresponderá a los yanquis Sargent por los malos tratos que dieron, en su domicilio de Asnières, a niños que adoptó por suyos dicho matrimonio estéril. No es de suponer que Sargent y su mujer se dedicasen al tráfico de criaturas, por cuanto que ella tiene, si no exageran los periódicos, 25.000 libras de renta anual; de modo que si no los recogían para vicios monstruosos como los de Juana Weber, Soleilland y Julio César -según historias romanas,- no se entiende que, presumiendo de filántropos, adoptasen niños para darles carreras de baqueta y pisarles los dedos de los pies hasta que se los reventaban.

Asnières, etimológicamente, viene de asne, que se pronuncia ane -burro, dispensando el modo de señalar,- porque en otro tiempo no había más que asnos en este paraje. Ahora hay, además, yanquis atormentadores de niños.

Muy lejos de mi ánimo la idea de atenuar, ni siquiera por achaque de locura, los actos de los Sargent. Son, sin embargo, frecuentes en París, y algunos parecen plagio de monstruosidades sádicas que he narrado en estas columnas. No causaron entonces, quizás por nacionales, la indignación pública que, merecidamente, produce ahora esa canallada extranjera, con 25.000 libras de renta anual...

Otra novedad es que la denunciadora de los Sargent es una de sus criadas, la Srta. Cachelièvre. -La señora -ha dicho- obligaba a la niña María Ana, mientras la pegaba, a cantar, a declamar aires ingleses o franceses, y la pobrecilla ocultaba así sus dolorosos sollozos. Con frecuencia oía yo, a través de la puerta, el ruido de los golpes y la gentil voz de la niña, y no podía explicarme esa extraña mescolanza de dolor y alegría. Cuando tuve la explicación por boca de la misma niña, me indigné y hubiese hecho añicos la cara de esa mujer.

Tanta indignación me sorprendió, y como el periódico publicaba, al mismo tiempo, el retrato de la indignada, lo miré con curiosidad profunda.

¡Qué risa!... Cachelièvre, que, a pesar de su origen etimológico, no ocultaba liebre, pero sí encerraba gato, aparecía hecha un brazo de mar, con falda negra, guanteándole los misteriosos encantos; corpiño blanco, de seda, y entre el corpiño y la falda un ramo de flores: ¡traje de criada siglo XX, de las que tocan el piano y hacen gorgoritos mientras la señora rasca las cazuelas!

¡Qué risa! a esa Cachelièvre me la he tropezado muchas veces en el camino de la estación, y siempre me parecía cualquier cosa... ¡menos redentora de criaturas!

En ello estaba pensando cuando los periódicos de esta mañana me sirvieron la siguiente escena de un careo entre el ama y la maritornes con bouquet de violetas en semejante sitio:

-¡Usted pegaba a los niños! -gritó la señorita Cachelièvre.

-¡Embustera! ¡Mujer horrible! -exclamó la señora Sargent.

-¡Quien miente es usted, malvada! ¿Tiene usted la osadía de negar?

-Cierto -replicó vehementemente la señora Sargent- que yo las he dado algunas bofetadas, cuando lo merecían, para corregirlas; pero usted, que me acusa, usted sí que pegaba cruelmente a las pobrecillas.

-Porque usted me lo mandaba.

-¿Pegaba usted a las criaturas? -preguntó, interviniendo, el juez.

-Sí; pero, lo repito, las pegaba cuando me lo mandaba la señora.

Tanto peor, porque ni siquiera puede alegar la excusa de haber respondido a una pasión monstruosa. La Cachelièvre maltrataba por orden, ejercía de verdugo. Ella, que empezó diciendo que hubiera hecho añicos la cara de la Sargent, ha terminado por confesar que a quien le hacía añicos la cara era a la niña. Y porque se lo mandaba la señora... ¡Como si en los oficios que justificaban el sueldo estuviese comprendido la tortura a la infancia! ¡Cuarenta francos al mes por barrer las habitaciones, hacer las camas, pasear el perro y martirizar los rorros de la casa!

Los Sargent son unos canallas; pero la Cachelièvre no lo es menos, y en el mismo caso de ella están muchas de las personas indignadas contra los Sargent en una sociedad donde, por lo general, un niño merece menos que un perro.