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Gotas de sangre/Criadas complicadas

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Criadas complicadas


No podía pasar mucho tiempo sin que Juana Weber sacase cría, y ahí está la familia Eohee que lo puede decir. Su criadita, Josefina Pelou, venía consagrándose a la original tarea de meterle alfileres a una niña de dos años, que sus padres le confiaron para que la cuidase, y a la que convirtió en acerico. Unas veces le metía alfileres por la boca y otras veces por... donde le cogían.

-¿Los ha echado todos? -le preguntó la madre, acongojada, cuando la criatura había devuelto diez.

-Si todavía le queda alguno en la tripa -le contestó la criada,- ya lo verá usted.

Y la madre, con tal respuesta, debió quedar tranquila, si no encantada.

El titulado servicio doméstico, que en París no sirve para nada, absolutamente, ha llegado a ser una ganga... para las mujeres del servicio. Cincuenta francos de soldada, por término medio, bien comidas, bien bebidas, bien ardidas, nada que hacer, si no son comisiones a tiendas donde soban a cualquiera, las noches libres, los domingos y fiestas de guardar ídem de lienzo, los 5 centimitos del franco partido, y luego la sisa y después la mar para «mademoiselle», que de todo se ofende y a toda labor hace ascos y desde que se levanta hasta que se acuesta, caso de no dormir fuera y volver a las tantas del día siguiente, está encorsetada, prendida con mil alfileres y yendo y viniendo a su cuarto a darse polvos y alguna inyección, porque es muy limpia, aunque la casa sin barrer.

Pero ahora se ha complicado el servicio doméstico con que los Renard y Courtois, a cuyo cuidado confió usted vida y hacienda, se levantan a media noche, se ponen como sus madres les parieron, entran a paso de lobo en el cuarto de usted, que duerme como un bendito, y a cuchilladas le ponen lo mismo que una carne mechada. Luego se lavan de sangre de usted en su propio tocador, sacan los levitones y los chisterómetros y, con aire muy compungido, asisten a su entierro, exclamando:

-¡Pobre señor!... ¡Tan bueno, tan noble, tan generoso!...

Otras veces el servicio doméstico se complica con que la criada le pone a su niña de usted unos supositorios que le arden el pelo, porque se componen de alfileres, con cabezas de vidrio y tamañas como tachuelas, y luego, la chica, para salir de los alfileres, se retuerce como una anguila y pone el grito en el cielo, lo cual le da mucho gusto a la niñera.

Otras veces, en fin, se acuesta usted tranquilamente, como el Sr. Barré, de Niza, y la criada le hace picadillo y luego se disculpa con que usted se estaba lavando los pies y le dio gana de suicidarse, tal vez fatigado de no acabar de lavárselos.

En Madrid están ustedes en la gloria. Salvo algún caso a lo Cecilia Aznar -que a mi amigo Claudio Frollo, por lo que nos ha contado, le hizo tilín por su temperamento amoroso, cuando la vio en la cárcel, aunque dudo mucho que quisiera tomarla de criada para que le planchase-, las maritornes desequilibradas se contentan, como Obdulia Martínez Benítez, con envenenar con fósforos cuarenta gallinas del corral. Son criadas en la infancia del crimen, candidatas a Juana Weber y a Josefina Pelou, criminales en germen o en canuto, asesinas sin desasnar.

Bien que tampoco tienen los incentivos que algunos articulistas parisienses procuran a estas criadas. Refiriéndose al caso de Josefina Pelou, el doctor Coutand ha dicho:

-Estoy persuadido de que Juana Weber tiene imitadoras y de que sus crímenes obsesionan a no pocos cerebros débiles y destornillados.

¡No ha de tener imitadoras con artículos como el que el doctor Pascal dedicó en Le Journal al análisis del diabólico gou que había experimentado la ogresa!

Ahora sólo falta que ese Pascal, u otro doctor cualquiera, pinte a lo vivo el gou que tendría Josefina Pelou en darle a una niña lavativas de alfileres con cabezas de vidrio, y verá usted que cualquier día se descubre que otra criada le daba al crío biberones de aguarrás.