Ir al contenido

Gotas de sangre/El Whisky, asesino

De Wikisource, la biblioteca libre.

El Whisky, asesino


A los alcoholes, como a todo, es aplicable el vulgar dicho de que unos tienen la fama y otros cardan la lana. Los médicos franceses y las Sociedades de temperancia han declarado guerra al ajenjo, achacándole toda clase de crímenes, locuras y enfermedades. Para dichos médicos y Sociedades el ajenjo tiene la culpa de todo lo malo que ocurre en Francia, y cuando hablan del veneno alcohólico se refieren siempre al ajenjo, haciendo abstracción de todas las demás bebidas que gasta el público.

No voy a poner cátedra en defensa del ajenjo. No lo bebo, no por virtud del espíritu, sino por repugnancia del paladar. El ajenjo es una especie de pintura, y a mí no me ha dado todavía por pintarme las tripas. Recién llegado a París, oí decir que el ajenjo tenía la virtud de producir ensueños y transportes. Alfredo Vicenti es testigo de que yo, en aquella época de mi agradable vida, tenía muchas ganas de transportarme; tantas, que de buenas a primeras me transporté de la Redacción de El Globo al bulevar de Montparnase, y ya en París hubiera querido transportarme a Madrid, volver a ver la Redacción de El Globo, con una ventana a la calle, por donde solía pasar una mujer muy guapa, que tenía aficiones literarias; enterarme de cómo iba la campaña que por entonces hicimos contra un señor Ceballos, o Caballos, no recuerdo bien, que hacía de representante de la Sociedad titulada de Padres de familia, y ver a Vicenti en su sitial, como Carlomagno en su trono, por lo tieso y correcto, aunque tristón y archiaburrido.

Por eso bebí ajenjo; pero el resultado fue negativo, y en vez de transportarme a Madrid me transporté a un lugar del cual no quisiera acordarme, bien que por fuerza lo recuerdo diariamente...

Quedé plenamente convencido de que el menjurje denominado ajenjo es una de las muchas porquerías que beben los franceses, maestros en el comer y doctrinos en el beber. Pero poco a poco me fuí convenciendo de que, como el ajenjo, todas las bebidas son porquerías para el estómago y engañifas para el espíritu, y que el whisky, cuya popularidad es grande en Inglaterra y Estados Unidos, donde tiene predicamento de inofensivo, es uno de los alcoholes que más perniciosamente influyen en el carácter, dándole al hombre algo así como una segunda naturaleza, de la que difícilmente puede desprenderse.

El caso del asesino Goold lo prueba. Cogidos él y su fullera mujer con las manos en la masa de la Emma Lewey, y arrestados en la cárcel de Marsella, la mujer pide con insistencia que le den whisky a su marido, y el marido, según dicen de Marsella, «no tiene más obsesión que el whisky y pide a grandes voces que le den whisky».

Sin whisky, el malo de Goold no es nadie, no tiene valor para defenderse, ni siquiera para hablar, y de fijo no lo habría tenido para contribuir a la siniestra obra de matar a una mujer y descuartizarla en un baño. Y la esposa de Goold, que conoce a éste, que sabe que sin whisky en el cuerpo es un deprimido, incapaz de matar una mosca, y muy capaz, por débil, de cantar lo del asesinato y descuartizamiento, no tiene más que una preocupación: que le den whisky, mucho whisky, que le revista de la segunda naturaleza que precisa para tenérselas tiesas ante la acusación.

El fermento del whisky -que ya circula a chorros en las terrazas parisienses- es tan nocivo al cerebro del hombre como el fermento del ajenjo. Sólo que el whisky, al menos en París, resulta caro y no está al alcance de los 15 céntimos que paga el proletariado por envenenarse con una copita de ajenjo.

No discurro como moralista, sino como catador impertérrito e impermeable. Ángela Barco y otros escritores han dicho que mi bebida favorita es el whisky. En punto a bebidas no tengo favorita... Sí he bebido mucho whisky; pero también mucha ginebra, que no es para despreciada, y otros aguarrases, no por ostentación ni por curdería, siendo así que nadie me ha visto calamocano, gracias a que todos los venenos alcohólicos se disuelven en el que llevo dentro del cuerpo...

Y, precisamente, porque he podido ejercer de espectador de curdas, tengo el convencimiento de que si alguna vez pudieran estar los intereses morales sobre los intereses materiales de un pueblo, la supresión del alcohol, de todas las bebidas alcohólicas, abriría una era de bondad y perfeccionamiento en el corazón humano...