Gotas de sangre/Examen mental de todos
Examen mental de todos
Por fin y según parece, hoy saldremos del cadáver de Syveton, terminando el señor juez por declarar que sí hubo suicidio, cosa que saltaba a la vista de un ciego.
Puede decirse que el señor juez ha trabajado involuntariamente por el doctor Barnay, por el portero Jondreau y por el psíquico Cesare Lombroso.
El doctor Barnay, que era un ilustrísimo desconocido, aprovechó la conyuntura para darle varios golpes a su retrato en cada periódico parisiense. El lector no podía echarse a la cara ninguno de ellos sin tropezar incontinenti con la vera efigie del doctor Barnay con su cabeza de calabaza, y sus barbas de chivo en reposo.
El portero Jondreau también ha salido en retrato como catorce veces en cada periódico, y ahora una empresa teatral le ha ofrecido cincuenta mil francos por actuar de don Juan en un teatro contando sus amoríos porteriles con su ama y la Margot...
Cuanto al psíquico Cesare Lombroso, su gloria estaba algo extinguida en París desde que se le probó que era un plagiario de Crepieux-Jamin.
La exageración de Lombroso, con motivo del asunto Syveton, en esta Prensa, paréceme más lamentable que sus plagios en la Grafología, porque el juicio que ha expresado sobre la mentalidad de madama Ménard es más propio de un charlatán que de un sabio como él, que sí lo es, a pesar de sus plagios.
En efecto: declara Lombroso que «no son suficientes los documentos que tiene para juzgar la cuestión, porque hay que desconfiar de las fotografías vulgares», y a renglón seguido dice «que madama Ménard, por sus retratos, tiene los caracteres que ha expuesto él en su libro La Mujer Criminal, aliándose al precoz erotismo».
Y, como si no le pareciera bastante clara la acusación, añade el Maestro:
«Con la Mujer criminal acuérdanse perfectamente los versos y la prosa de la joven Ménard, precozmente y mórbidamente erótica.»
Lo que no se acuerda de ningún modo es este fallo psíquico con la declaración de que las fotografías vulgares no son documentos suficientes para formar juicio.
Siendo esto así, ¿por qué lo formó Cesare Lombroso? ¿Qué prisa le corría? ¿Le iba en ello su fama de sabio? ¿Necesitaba, para comer, cobrar su artículo?...
¡Aviadas estaríamos las celebridades europeas si los psíquicos nos juzgasen por las fotografías! En algunas mías, que no sé de dónde las hubieron ciertos periódicos, parezco una especie de Aldige, y maldita la gracia que le haría a mí familia que Lombroso, juzgándome por esos retratos, dijera de mí:
«Este caballero tiene todos los caracteres de Ménesclou, el asesino que atropelló brutalmente a la chiquilla Deu, de cuatro años, la degolló, la descuartizó en 39 pedazos, después de dormir con el cadáver metido en la paja de su jergón; y cuando la policía arrestó al miserable, todavía guardaba éste, en los bolsillos de su chaqueta, dos sangrientos muñones correspondientes a las manecitas de la pobre niña. No tengo documentos suficientes para decir que el Sr. Bonafoux es quien mató con el muñeco de Aldige a las víctimas enterradas en su huerto; pero por las trazas del retrato publicado en tal periódico tiene todos los caracteres que he expuesto en mi libro El Hombre Criminal.»
Líbrenos Dios de sabios que a lo mejor le desacreditan a uno psíquicamente. Mucho más comedido que Lombroso, el doctor Garnier, al pedirle opinión sobre el carácter de madama Ménard, limitóse a aconsejar que se la someta a un examen mental -y cuenta que el doctor Garnier no conoce a madama Ménard por los retratos exclusivamente sino que la ha visto en persona.
Tal vez le haya parecido la Ménard una Merlac a una Morel, cuyos históricos histerismos hicieron tanto daño; pero se guarda muy mucho de expresar juicio sin someterla a examen mental.
Una magistratura a remolque de unos cuantos periódicos voceras, que por intereses de partido dieron en gritar: ¡A la asesina!; un público dedicado a tragar diariamente relatos tan fantásticos como malsanos; un portero, buscado, celebrado y adulado por terribles aventuras, que arrastra el ala a lo largo de los bulevares; una atropellaplatos que se sirve de la Prensa como bocina para enterar al portero de que sigue muriéndose por sus pedazos, y un sabio que falla psíquicamente lo que ni estudió ni vio, son manifestaciones de la más completa falta de seriedad.
Si madama Ménard, según el doctor Garnier, necesita un examen mental, no menos necesitados de examen mental están los autores de aquellas manifestaciones.