Gotas de sangre/La Araña y la Mosca
La Araña y la Mosca
El capitán von Goeben, amante de la señora von Schoenebeck y asesino de su marido, por sugestión de ella, declaró antes de suicidarse en la cárcel a un redactor del Lokal Anzeiger:
-Esa mujer, que ejercía en mí una especie de sugestión, era mi ídolo. Sin la menor resistencia interior, sin el más mínimo remordimiento, cometí por ella el más grande de los crímenes. Pero hay más todavía: me sentía dichoso de haberlo cometido por ella. La amaba con locura, a pesar de lo que me había referido de su vida frívola y liviana. No niego que el ardiente deseo de poseerla yo sólo fue el esencial motivo de mi acto. Por ella hubiera yo abandonado mi patria, mi madre, mis amigos, todo, todo, con la sonrisa en los labios...
Conocido es el drama. La Nochebuena última, el capitán fue arrastrado por su querida hacia el árbol de Noel, y allí le hizo jurar que mataría a su marido, «De esta noche -le dijo- no debe pasar...» Y el capitán, procediendo como un asesino vulgar, entró por la ventana de la habitación del esposo, y, al despertarse éste con el ruido, le mató de un tiro de revólver.
La Sñra. Schoenebeck, cuyo marido la dejaba hacer cuanto la venía en gana, y que por no perturbarla ni siquiera residía en el mismo piso que ella, se dio trazas para convencer a su amante de que era una desgraciada mártir, a prueba de vejámenes, y el amante, transformándose en caballero andante, salió por su dama, que era de él al mismo tiempo que de otros.
Este drama, en que una hembra dislocada y perversa aprovecha a un enamorado ciego para quitarse un estorbo de encima, es repetición del reciente drama veneciano, en que un pobre diablo, instigado por la rusa Tsarnowska, mata a un conde, suponiéndole rival, mientras ella se revuelca de gusto con un chulapo... Es también, bajo otro prisma siniestro, la tragedia de Langon, en que la Lucía, deseosa de satisfacer caprichos pecuniarios, arma con el asesinato al malvado bruto Branchery. Y con la bordelesa y la rusa tiene no pocas semejanzas de histerismo la yanqui Glacia, causante de la muerte de Carkins a mano airada de Roy, idiota de amor por ella, de quien dejan suponer los últimos telegramas de Nueva-York que tenía relaciones anormales con su propio hermano, Carkins, y que las tuvo en París con el difunto Sha de Persia, aunque ella declara que éstas fueron puramente artísticas, como si aquel animal hubiera podido tener relaciones artísticas con nadie, si no se entiende por arte las curiosidades malsanas que la historia le atribuye.
En los citados casos, como en otros análogos, el amante es instrumento y ludibrio de un histerismo traidor, que, a solas y en la sombra, se ríe del sujeto sugestionado; y es que, así como los sátiros a lo Soleilland necesitan para amar el dolor sangriento, la agonía y la muerte del ser amado, las histéricas como la Sra. Schoenebeck, necesitan para amar la intriga sexual, la muerte de un papanatas, la deshonra de otro papanatas y saborear lascivias con un advenedizo, mientras allá afuera matan y se matan por ellas.
Son arañas de amor, que tejen sus telas en alcobas monstruosas, donde van cayendo, como moscas, amantes enfermos de lujuria, que cuando se notan enredados en las patas de ellas y miran hacia arriba, se asombran de tener de cielo, al que todo lo sacrificaron, una mancha viscosa y peluda, que mana podredumbre y sangre...