Gotas de sangre/Tragedia de artista
Tragedia de artista
Ya que esta Prensa ha «descorrido el velo» de la velada dama que diariamente iba de visita vespertina al estudio del pintor Syndon, lícito sea a los cronistas españoles discurrir, sin alarmar con difamaciones el honesto sentido de nuestro morigerado público, sobre las consecuencias de los amoríos de dicho artista con la señora de David, el cual no era el de la Biblia, sino un marido que, tras de engañado, fue revolvereado por el amante de su mujer.
Cuentan las crónicas que al ir unos periodistas, ganosos de información, al estudio de Syndon, encontraron en el jardín al escultor Chartier dando zancadas, sumamente abstraído y sin dignarse contestarles ni mirarles la cara cuando le hicieron las primeras preguntas. Y después, obligado a responder algo, en vez de ocuparse del crimen, habló del talento de su amigo, enseñó sus últimos cuadros y siempre ensimismado, nuevamente emprendió el interrumpido paseo a zancadas por el jardín.
Esta actitud del escultor es el complemento de la actitud del pintor. En la tragedia David-Syndon, que es de una vulgaridad cotidiana, el gesto del artista, medio loco, matando porque no le dejaban ver a la dueña de sus pensamientos, es lo único interesante para el observador.
Y es también una gran lección para las damas mundanas de vida ligera y de amoríos veraniegos. Los de la señora David hubiesen tenido un desenlace natural y cotidiano si Syndon no fuera artista. En el caso de éste, un hombre de mundo, seguramente harto de recibir las visitas de la velada dama, habría acogido con mil amores, y como un favor, la terminación de los de madama David, y después de darle las gracias al marido, hubiera buscado otra madama.
Syndon no lo entendía así. Desequilibrado, como buen artista; puesto que artistas en equilibrio no los hay más que en los circos ecuestres, y viviendo por y para su arte, exclusivamente, con la continuada tensión nerviosa que enloquece el espíritu y arruina la materia, la aparición de madama David en el estudio del pintor fue el complemento del arte de éste, algo indispensable a la mise en scene del estudio, y la quiso con todo el salvajismo con que un artista quiere a su obra. Era su gran lienzo, su cuadro maestro. Si un hombre cualquiera hubiese pretendido arrebatarle el cuadro que le premiaron en la Exposición de pinturas, Syndon le hubiera perseguido a tiros por el jardín de su estudio. Eso mismo hizo con el hombre que, con perfecto derecho, pretendió arrebatarle su obra amorosa.
Las señoras mundanas que mudan de amor como de camisa aprenderán que no es lo mismo cultivarlo con un comerciante equilibrado, que cultivarlo con un artista, cuyas pasiones casi siempre piden una camisa de fuerza...