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Gotas de sangre/Comedianta

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Comedianta


La Giriat, que tuve el horror de presentar a ustedes, puede, en clase de garza, mucho más que Waldeck y Combes en clase de cabras elocuentes, como les llamó Clemenceau, y que el mismo Clemenceau, en clase de perro de Terranova, salvador de una de dichas cabras. El público mira con más ansiedad hacia el dormitorio de la asesinada Fougère que hacia el Senado del derrotado Waldeck, y como el periodista no tiene que contentarse a sí mismo, sino contentar preferentemente al público, resuelvo dejar las cabras y el Terranova del Senado para charlar con ustedes de la garza de Aix-les-Bains.

¡Es mucha garza! Hábil, felina, pasmosa por su sangre fría, desconcertó al juez instructor en la terrible escena de la reconstitución del crimen. Se hizo atar, gritando: «¡Más fuerte! ¡Más fuerte! ¡Los asesinos me apretaron más la noche del crimen!». Y cuando estuvo atada como un salchichón, probó, que podía, apoyándose en la cabeza, ganar la ventana y pedir socorro, como lo pidió a raíz del asesinato. Las autoridades no encontraban un botón eléctrico que servía a la Fougère para llamar a su servidumbre. La Giriat, lista como una perdiz, subió a la cama de su difunta amiga y encontró el botón eléctrico, «no sin haber manchado con la suela de sus botitos las blancas fundas de las almohadas que empleó ella misma para asfixiarla». Y luego, sentada a la vera del juez instructor, se fue enterando del estado en que se hallaban los trajes y demás efectos de su «pobre amiga».

-¡Ah! -exclamó.- Con tanta humedad como hay en esta casa cerrada, van a florecerse esas prendas de mi amiga, y es lástima que se pierdan. ¡Si pudiéramos arreglar un poco la habitación!...

La escena de la confrontación de la Giriat con su confidenta Blanca de Valmont y con su cómplice Enrique Bassot es un mundo de sensaciones morbosas.

«El 6 de octubre -cuenta Blanca de Valmont- almorcé copiosamente con la Giriat en un restaurant de la avenida de Clichy. La Giriat lucía un sombrero muy bonito, guarnecido de una hermosa pluma, que era de la Fougère. Animándose la Giriat, me confesó que la noche del crimen había acompañado a la Fougère al Gran Casino de Aix-les-Bains. a la una de la mañana volvieron a la villa Solms. La Giriat, que hacía de amiga más que de criada de la Fougère, la ayudó a desnudarse.

«Al ir a asesinarla, después de haberla dejado en la cama, la Fougère, muy nerviosa, quiso defenderse y arañar al hombre que acompañaba a la Giriat.

¿La Fougère sufrió mucho?, la pregunté.

«-Un cuarto de hora largo, me contestó. Tenía el cuero duro. ¡Ah, penco! Se había puesto de rodillas, pidiendo perdón. ¡Que me lo roben todo, decía; pero que no me maten!... No la hicimos caso. Cuando la vi muerta me hice atar por mi hombre, para representar la comedia.»

La Giriat oye la acusación de Blanca de Valmont y, extendiendo un brazo, exclama:

-¡Juro por Cristo que todo cuanto ha dicho esa mujer es falso!...

Luego increpa a Bassot, le injuria, le escarnece, le patea con la palabra, le acusa; pero Bassot, que conoce a su hembra, la mira en el blanco de los ojos, y la dice suavemente:

-Comedianta...

¡Comedianta! Sí; comedianta consumada en el difícil arte de la perfidia y el disimulo. Hay en el apóstrofe de Bassot, surgido mimosamente de los labios, pero con convicción íntima, plena, inmensa, una requisitoria más vigorosa que la acusación que hará el fiscal. Comedianta... Bassot sabe lo que dice, porque compartió su vida de mentiras, de intrigas, de infundios, de embusteras caricias en revolcaduras sobre fango, y como está en el secreto, y la conoce en las más íntimas entretelas, y sabe de cuánto es capaz esa mujer, no le pidió el cuerpo enfurecerse cuando ella le injuriaba y denunciaba, sino que le pidió decirle retozonamente: Comedianta, como si esta palabra fuese una palmadita afectuosa de las que la daba en embusteros ratos de amor... con una pantera de Java...