Hacia el reino de los Sciris: El otro Imperialismo
El otro Imperialismo
Este rumor lo producía el ejército del príncipe heredero, al entrar a la ciudad, de regreso de su expedición conquistadora a Quito. De las terrazas de Sajsahuamán se veía el desfile de las huestes, a su entrada a la Intipampa, por el ancho camino de la sierra.
A la cabeza venía Huayna Cápac, cuya figura aún adolescente-pues era su primera campaña militar-, aparecía curtida por las intemperies, los calores y fríos del norte. El ejército, mermado por el hielo en el heroico sitio de los chachapoyas, cruzaba las primeras rúas del Cusco, a paso lento, que marcaban los tambores de guerra. Las armas del imperio venían precedidas, aun tiro de honda, por los expertos rumanchas. Flameaba luego el Iris, recamado sobre un pendón de lana y plumas, dardeado por los rayos solares y rematado en un suntupáucar, consistente en una irón de oro. Iban angulosos héroes, triangulados de arrugas,sujeta al hombro la compacta masa de queschuar, mellada y ojosa por los golpes contrarios; honderos enflaquecidos y mustios;consumidos y curvos flecheros de anascas raídas, embrazado el tercio de flechas de metálica punta emponzoñada, el arco de bejuco en descanso al omoplato; lanceros de brazos enormes y colgantes, las celadas de guayacán deshechas en colgajos; hacheros desprovistos de la cuña, cojeando dolorosamente... Al medio iba el apusquepay, un viejo de enorme mentón y ojos serenos, con su turbante amarillo, ceñido por un ruinoso burelete de plumas.
El ejército entraba a la ciudad, decaído, inválido. Solamente algunos generales, oficiales de la nobleza o veteranos, sonreían al pasar por las calles. Mas, en general, los expedicionarios y hasta el propio príncipe heredero, venían poseídos de honda pesadumbre.
Al desaparecer los últimos soldados en el fondo de la ciudad,los obreros de la fortaleza los vieron, embargados de extraña indiferencia. No sonó un aplauso, ni un grito de entusiasmo. Las mujeres y los niños, asomados a las puertas, contemplaban fríamente a los guerreros. Algunas mujeres atravesaron la calzada y dieron a beber al pariente que volvía, unos tragos de chicha o llevaron a su boca un poco de cancha y ocas dulces. Mudos estaban los heraldos. En lugar del hailli de victoria, llenaba las bocas un turbio silencio. Cuando el ejército cruzó delante del templo de las escogidas, en el Hanai-Cusco, una anciana se puso a llorar.
A lo lejos, vibraron las trompas bélicas, al penetrar el ejército ala Plaza de la Alegría. Eran apagados aullidos de unos clarines hechos de cráneos de perros, cazados a los enemigos. A la dentadura de estos cráneos venían atadas sonoras sartas de dientes de monos del norte, de modo que, al agitarse el aire y jugar en el bárbaro instrumento, se oía un chillido calofriante y famélico... Al oírlos ahora, la ciudad Te arrebujó en lástima y silencio.
Túpac Yupanqui, al saber la aproximación de Huayna Cápac,le esperó en el patio de cobre del palacio, rodeado de la corte. Tenía el rostro contraído por la ira. El príncipe heredero avanzó hasta el pie del trono imperial, la frente descubierta e inclinada; hizo un movimiento de vasallaje y obediencia y, en actitud sumisa y prosternada, dio cuenta de la expedición:
–Padre -dijo-, la conquista de los huacrachucos queda consolidada. Vienen conmigo quinientos mitimaes y he dejado alas orillas del Marañón cincuenta hijos del Sol. Heroico ha sido el arrojo de los quechuas, para obtener la rendición de aquella provincia, cuya juventud se ha defendido fieramente, y si no fuese por el consejo de sus ancianos, a los que logré reducir por medio de beneficios y otros actos generosos, el sometimiento delos huacrachucos habría fracasado...
El Inca permaneció indiferente. Las miradas se volvieron a él ávidas de ver el efecto que producían las palabras del heredero, cuyo arribo al Cusco era inesperado. No lo habían hecho aguardar las vigentes disposiciones del Inca, no lo poco favorables que hasta entonces fueron los resultados de la expedición. Las hogueras en los montea, los chasquis, nada había anunciado tan súbito retorno.
–...Después de muchas jornadas a través de las selvas-continuó Huayna Cápac-, ataqué a los chachapoyas en sus propias murallas y fortines. La resistencia fue mayor aun que la de los huacrachucos. Durante tres lunas asedié a la ciudad. Allí perdí el grueso del ejército. Mis hacheros murieron batiendo las selvas que a los naturales servían de trincheras y defensas invulnerables. Allí también cayeron muchos veteranos del Mauley Atacama. Redoblé el ataque. Buscando otro lado menos inexpugnable, ascendimos, dando la vuelta, de noche, hacia las punas de Chirma-Cassa...
Al llegar a este punto, Huayna Cápac dio un tono de tragedia a sus palabras. La corte de dispuso a oír con toda atención.Solamente Túpac Yupanqui seguía en su gesto displicente, cual side antemano supiese cuanto el heredero tenía que decir.
–...En aquella región mortífera -añadió el príncipe-, toda estrategia fue imposible, sino al precio de una gran abnegación.En territorios desconocidos y acosados por una naturaleza hostil,resolví afrontar los caminos más rectos, así fuesen los de mayor audacia y sacrificio. Así lo hice. Ello costó trescientos guerreros del Sol, que quedaron helados por el frío, en vísperas de nuestro último y definitivo encuentro con el enemigo. La batalla en tales condiciones fue imposible. Nos retiramos y, en vista de haber sido el ejército mermado casi por entero, decidí, después de un consejo de guerra, volver al Cusco...
Dijo Huayna Cápac y se arrodilló ante su padre. El semblante del Inca se demudó y, en un arranque de cólera, rasgó sus vestiduras, en presencia de la corte amedrentada, diciendo:
–Los hijos del Sol se han visto rechazados primero en las montañas del Beni, de donde volvieron a Mojos solo mil guerreros de los diez mil que se embarcaron en balsas preparadas en dos años. Después, al iniciarse la conquista de los chirihuanas,tuvieron miedo a los salvajes y antropófagos. Más tarde,repasaron el Maule, cediendo a los feroces promoncaes. Y hoy, el hijo del Inca, el príncipe heredero, en su primera campaña militar, hace una retirada vergonzosa e interrumpe así la conquista de los sciris... Pues bien: no más conquistas. ¡Y a las labores de la paz!
Túpac Yupanqui abandonó su silla de oro y penetró a sus aposentos, seguido de Raucaschuqui. Los demás estuvieron indecisos de la conducta que les tocaba seguir, a raíz del enojo del Inca. El heredero cubrió su cabeza de jaguar y echando, con ademán de rabia y de dolor, la capa a uno de los hombros, se dirigió al pórtico y desapareció, seguido de dos jóvenes huaracas, sus ayudantes en campaña.