Hacia el reino de los Sciris: Un accidente de trabajo

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Hacia el reino de los Sciris
de César Vallejo
Un accidente de trabajo

Un accidente de trabajo

Paseaba una tarde Túpac Yupanqui, en compañía de Mama Ocllo y rodeado de su séquito, por las colinas de la ciudad sagrada, visitando los trabajos de reconstrucción de la fortaleza de Sajsahuamán. Veinte mil súbditos habían salido a los trabajos aquel día. Operaban a la sazón sobre la segunda torre, que estaba ya para quedar terminada. El Inca avanzó hasta el lugar de la labor y, observando a la bullente multitud, volvió los ojos hacia uno de los mitas:

–¿De dónde es la piedra de la puerta?

El quechua se arrodilló:

–¡Padre! Es de Pisuc.

El cortejo imperial se estremeció ante este nombre de la cantera oriental.

Venía del otro lado un rumor sordo y convulso de voces y exclamaciones. Hormigueaba allí la muchedumbre, en torno a una piedra gigantesca, que debía ser levantada para base de la tercera y última torre de la fortaleza. La piedra viajaba, hacía seis años, desde las márgenes del Urubamba. Mucho tiempo hacía que, a mitad del camino, se cansó, y ya no quiso avanzar. La habían agitado, golpeándola. La llamaron a grandes gritos,empujándola de todos lados. La piedra siguió inmóvil, sorda a toda llamada y estímulo. Pasaron los días, las lunas y los años.Fueron por ella gran número de hombres. Las aguas llovedizas removieron las tierras donde yacía, arrastrándolas consigo y la piedra seguía fija, inconmovible. De lejos, los pastores, al buscar sus ganados, la solían mirar, al caer la tarde, con medrosa piedad,como a las piedras de las tumbas. Los buitres y los búhos asentáronse en ella por las noches y los graznidos y los trinos arrullaban su sueño. Pero los hombres fueron un día de nuevo por ella y lograron entonces despertarla. La traían ahora e iban a levantarla sobre la terraza de Sajsahuamán.

El Inca dijo pensativo:

–Es la piedra cansada. También de Pisuc.

El roquedal de Pisuc estaba al otro lado del Urubamba, muchos tiros de honda más allá de la margen. Según las tradiciones, desde allí fueron traídos gran parte de los bloques dela fortaleza, aun muchos de los primeros basamentos. Bloques enteros y hermosos, montañas de una sola pieza, basaltos de grano apropiado para los grandes dentajes como para las aglutinaciones sutiles y de simple acercamiento. Los arquitectos prefirieron los bloques de Pisuc a cualesquiera otros y, si todas las murallas, torres y subterráneos no estaban construidos de ese material, ello obedecía a la imposibilidad de trasladarlo a través de las aguas caudalosas. Una circunstancia singular rodeaba a las piedras de Pisuc de catadura tétrica: desde que saltaban de la cantera, hasta que quedaban enclavadas en el lugar a que se las destinaba, dejaban tras de sí el exterminio de muchas vidas, la desgracia de otras, siempre una brecha de sangre y lágrimas. En esta aureola lúgubre de Pisuc meditaba el Inca, cuando vino a él un auqui:

–¡Padre! ¿Querrías ver cómo queda la puerta de la segunda torre? Acaban de dejarla terminada.

Advertida de que los soberanos volvían, la multitud se arrodilló en silencio. Los maestros canteros daban órdenes acaloradamente y los mitas se esforzaban en cumplirlas con rapidez y habilidad. Un juego de sogas recorría algunos agujeros de la parte superior del muro y desparecía hacia arriba y abajo, para aparecer de nuevo, en gruesos cabos, en las manos de los trabajadores. De todas partes, salía un estruendo angustioso de golpes de piedra, restallidos de sogas, pasos apresurados, acezar de pechos. Cuando el monolito de la puerta empezó a ser levantado, la muchedumbre se sumió en un gran silencio, no oyéndose más que el ruido de los lazos, al ludirse en los agujeros de los muros y uno que otro bufido de energía. Túpac Yupanqui y Mama Ocllo dieron unos pasos atrás, para observar mejor. Era asombroso el modo como iba subiendo la piedra, cuyo peso y tamaño, a medida que ganaba la altura, parecía ir perfilándose mejor y cobrando tal importancia en el mecanismo, que producía una impresión de vago terror. Una interrupción imprevista paralizó de repente el mecanismo de brazos y cordajes. Acercáronse algunos personajes de la comitiva imperial. Uno de ellos estiró la mano y a duras penas alcanzó a tocar con las yemas de los dedos el bloque suspendido. Hincó en él las uñas y se volvió hacia los demás:

–¡Los basaltos de Pisuc son los más bellos del reino!

De improviso se vio una cosa espeluznante. Restallaron los cabos en las encallecidas manos y en distintos puntos del ciclópeo artefacto. Sonaron terribles exclamaciones de alarma.Cayeron de los sobacos de la puerta finísimos guijarros y el gigantesco cuerpo rocoso se abatió como un rayo. Retembló espantosamente la muralla entera. Hondo silencio siguió a la caída de la piedra, cual si esta se quedase allí muerta para siempre...

A Mama Ocllo la tenía el Inca en brazos, desfallecida de horror. Algunas sipacoyas y doncellas de la corte lanzaban quejidos y voces de socorro. De dentro de la torre venían gritos ahogados:

–Aquí está. ¿Y mi hermano?

Preguntas había que no obtenían respuesta.

–No lo he visto. No lo he visto...

–¡Sangre! Sangre!

Un gran alarido colectivo, largo, interminable, llenó el espacio y fue a resonar en la ciudad y en los flancos del cerro Huanacaure.