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Hacia el reino de los Sciris: La paz de Túpac Yupanqui

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Hacia el reino de los Sciris
de César Vallejo
La paz de Túpac Yupanqui

La paz de Túpac Yupanqui

Numerosos cuerpos del ejército fueron disueltos. Sus hombres pasaron a las labores del cultivo, a la terminación de los caminos de la capital a la fronteriza Tumbes y a Coquimbo, la rebelde, y alas obras de fortificación y embellecimiento del Cusco,Chanchán, Cajamarca y Huánuco. De los tambos esparcidos en el territorio, empezaron a llegar regimientos enteros, los mismos que eran desarmados y enviados a los minerales de Anta y del Collao y a los trabajos de reedificación del Aclla Huasi de la capital, templo que había sufrido serios daños a causa de un reciente temblor.

El desarme aportaba miles de brazos a todas las actividades del reino. Las artes en metal, arcilla, piedra y tejidos recibieron nuevo impulso. De la fragua y del buril salían múltiples órdenes de fuentes, orones para el culto, estatuas de animales, plantas y pastores, grabados primorosos, alfileres, vajillas con serpientes y pájaros en relieve, que al ser usadas, despedían silbidos sorprendentes. En madera de chonta y guayacán ingresaron al palacio del Inca bellos vasos y garrafas, tallados a filigrana, con dibujos en colores indelebles, referentes a episodios de batallas entre los ejércitos del Tahuantinsuyo y las tribus occidentales y a algunas escenas que recordaban las fiestas de la coronación de Túpac Yupanqui. En el monasterio de las escogidas se tejió en pocos días una preciosa faja en lana de alpaca, para el Soberano.En la faja aparecían bordados, en oro y en vívidos tintes vegetales, todos los animales del Imperio, cada especie dentro de su clima y ambiente propios. Asombrosa era la sutileza de los hilados y su disposición, según los colores y matices,desconcertaba la habilidad y acierto con que se sucedían las sombras y luces anatómicas en las pieles y plumajes. La retina sufría extrañas desviaciones a la vista de la faja maravillosa, en el deseo de ordenar las partes, precisando las formas de los animales o buscando la imagen panorámica de la fauna. La faja,mirada a cierta distancia -cuando iba ceñida a la cintura del Inca, por ejemplo-, no ofrecía nada de extraordinario, fuera de la suntuosidad y brillo de sus tinturas; pero, vista de cerca, daba una sensación deslumbrante y casi angustiosa. Había quienes no alcanzaban a captar, de manera precisa, su contenido artístico y no faltaban otros que, observando la labor bajo un exceso de sol,no podían distinguir ni un solo animal. Ya se alejase el objeto de los ojos o se le acercase, sin salir del ángulo normal de la visión,el observador acababa por ser como cegado y no veía nada.

–No veo -decían muchos- animales, ni cielos, ni terrenos ni nada...

Un auqui de la corte imperial, a quien acaba el Soberano de dar por esposa una hermosa infanta, hija del Inca en linaje yunga, al escrutar la faja, buscando sorprender todos sus detalles y pormenores, fascinado, se volvió ciego. Conmovida la corte, atribuyose al rutilante objeto un sentido embrujado y sentimental,llegándose a murmurar que una vestal, enamorada del príncipe, al saber el noviazgo con la infanta, imaginó la faja fatal, en venganza de su amor.

En el palacio de Chanchán se dio principio a la refacción del gran corredor que conducía del aposento de los arabescos en colores hacia el fondo del edificio, donde había cincuenta estancias, retiradas y secretas, a las que nadie más que el rumay- pachaca penetraba, una vez por año, a raíz de las reparticiones del señorío. Estas habitaciones, secretas y recónditas, poseían, desde la época de los chimús, una aureola misteriosa y de encantamiento. Sus muros lindaban con el cementerio de la ciudad, el cual se levantaba a pocas varas del mar, llegando las olas, a veces, hasta salpicar los cimientos funerarios. Y fue sobreuno de los muros de aquel corredor -vasto pasadizo hacia tan tristes estancias- donde se empezó a labrar un bajorrelieve inaudito y calofriante. Nadie preguntó al artista que lo concibió,la causa y sentido de ese friso.

El relieve representaba un esqueleto tañendo una quena, hecha de un collar de cráneos humanos reducidos. Bullían en torno danzantes de ambos sexos y de todas las edades. Aunque la figura del músico macabro estaba ya terminada, parecía aún un boceto, pues tenía un no sé qué de cosa perpetuamente en borrador, en fin, de una eterna gestación de líneas. Los talladores estaban a la sazón esculpiendo, a la zaga de esta primera parte del friso, la segunda sección del bajorrelieve, que representaba un coro de plañideras. Uno de los artistas cincelaba el rebozo de una de las lloradoras; otro labraba un pie descalzo, levantado hacia atrás, al dar el paso; aquel desleía una angustia excesiva en unos labios; este delineaba una lágrima, cayendo a la altura de un cuello cetrino y joven, y cual luchaba, hacía algunos días, por atenuar la cavilosa vibración de unas pestañas... Los talladores trabajaban ardorosamente. Uno de ellos exclamó sorprendido, a mitad o al final de su labor:

–¡Oro!... ¿De dónde sale oro en esta piedra?

A un golpe de cincel, una chispa de oro apareció en la palma de una mano del relieve. Meditó el artista un momento, sin decidirse a limar el aspa del metal sagrado. Contempló desde diversos puntos de vista la mano, la palpó varias veces y consumo cuidado, poniendo el alma en las yemas de los dedos. Volvió a meditar largamente y una sonrisa inefable iluminó su rostro: la mano estaba perfecta. ¡Ni una línea más ni un átomo menos!

Túpac Yupanqui, en su anhelo de paz y trabajo, prestó también atención a la cría, a la caza, a la pesca. Se organizó nuevos rebaños. Invadían los bosques, jalcas, lagos, ríos y mares,tropeles cinegéticos, en pos de la pluma delicada, del canto jamás oído, de las pintadas pieles, de las garras brillantes, de las finas cornamentas, de las escamas diamantinas, de los bruñidos colmillos, de las perlas silenciosas, de los encelados mugidos. El Soberano ordenó preparar para la fiesta del Raymi un gran chacu en el reino, operación que no se efectuaba hacía seis años. El chacu regional del Cusco debería ser presenciado por el propio Inca y se llevaría a cabo en la llanura que queda al pie del palacio de Colcapata, en el valle de Vilcamayo.

Transcurridas algunas lunas de la retirada de Huayna Cápac, el Tahuantinsuyo se vio convertido en una inmensa colmena. Fuera de unos cuantos regimientos acantonados en las fronteras y una que otra provincia insurrecta, todos los súbditos del reino, originarios y mitimaes, se entregaron a la exclusiva obra de acrecentar la riqueza del imperio. La política incaica despojose de golpe de su carácter proselitista y guerrero. Los pueblos trabajaban sin descanso, dando fin a las obras empezadas, extendiendo el radio de otras, iniciando nuevas.

No es que Túpac Yupanqui repudiase la vida de las armas y delas conquistas. Durante su reinado, no había hecho otra cosa sino guerrear siempre. Su padre, Pachacútec, le dejó mucho por hacer.Todos los señoríos esparcidos en el norte, desde el de los chancas hasta el de Tumbes, cuyo régulo aún permanecía en rehenes en el Cusco, acababan de ser sometidos por Túpac Yupanqui. Largos años de sangre y ambición. Expediciones heroicas, sin precedente en la dinastía, primero sobre los nazcas poderosos, tan hábiles artífices como animosos defensores de su libertad y luego sobre el dominio de los chimús, orgullosos rivales de los Incas.Esta última ofensiva duró ocho años, con peripecias de todo género y con encarnizadas batallas de bajas incontables. El solo asedio y asalto a la inexpugnable fortaleza de Paramonga, al iniciar la invasión, costó cinco mil quechuas. El mismo Túpac Yupanqui dirigió la estrategia, siendo herido de un flechazo en el brazo. Después, fue la toma de la populosa, brillante y soberbia Chanchán, capital de los chimús. Victorias y hazañas que ningún antecesor suyo había realizado. Allí estaba la historia, los quipus elocuentes y veraces, los relatos y testimonios de sus generales,de los soldados y del pueblo, las odas de los aravicus, los himnos triunfales, las danzas de guerra, los trofeos, los relieves y monumentos que moran en los tambos y diversos teatros de los hechos... Túpac Yupanqui era, pues, un emperador guerrero. Mas ahora ansiaba un remanso a las fragosas jornadas, un remanso que él, ciertamente, ignoraba cuánto tiempo duraría. Ansiaba paz y trabajo. Que obrase el pensamiento en su estambre sutil y tranquilo y que la tierra produjese el tallo que da sombra y frescura, la semilla que nutre y prolifica, la flor que se abre para los tabernáculos, para las cunas y las tumbas. Ansiaba trabajo y paz. Que la alegría exhalase la risa fecunda y confortante; que se serenase el cielo sobre las frentes de gañanes y pastores; que el marido besase a su mujer, y que los ardientes crepúsculos del reino vertiesen mansa luz sobre los sacerdotes, tormentosas figuras de cráneos ovalados y larga barba... El Inca ansiaba ahora el amor, la meditación, el germen, el reposo, las grandes ideas, las imágenes eternas.