Historia (DEIE)/De España
Después de la historia sagrada que nos explica la creación y el estado de los primeros hombres, la historia griega que nos hace conocer los pueblos antiguos, la historia de los Romanos, que formaban como una nación universal de donde han salido la mayor parte de los pueblos modernos, llegamos á la historia de la edad media, después á la nuestra que debe llamarnos la atención mas que ninguna otra. Desgraciadamente esperamos todavía una historia de España completa, imparcial bien escrita y digna de nuestra gloria nacional. Si hasta ahora no se ha formado la verdadera historia de España, despojada de absurdos y de preocupaciones, no es porque hayan faltado talentos históricos, sino por un efecto, un resultado inevitable de las circunstancias, de la falta de libertad. Cuando la verdad no puede decirse á todas luces, no es posible formar una buena historia. Para escribirla bien es necesario poder decir todo lo que se piensa de los hombres y de las cosas (fari quoe sentiar).
De otro modo es lo mismo que ir á remolque de todos los partidos, de todas las opiniones dominantes por falsas y exageradas que sean. Es menester no obstante convenir que á la falta de libertad se unía en los primeros tiempos la de una buena instrucción y una sana critica. La barbarie era el sello natural de aquellos siglos. Vivian sepultados en la más profunda ignorancia. Los libros, ó mas bien los manuscritos, eran muy raros, escritos en mal latín ó en estilo tudesco, mezcla informe de todos los idiomas. Saber leer era cosa poco común. Las ciencias estaban en poder de frailes sencillos y crédulos; de donde resultaron relaciones inconexas, crónicas estériles, tristes y únicas cadenas que nos ligan á aquellos tiempos antiguos.
Las mismas causas se notan hasta en una parte de la tercera raza, pues bajo el régimen feudal, en tiempo de las guerras civiles y religiosas que le sucedieron; quién se hubiera atrevido á hacer oír la verdad?
Nuestra historia no puede escribirse bien sino por un hombre apasionado á la verdad, independiente por su fortuna y sus opiniones, ajeno de toda preocupación; por un hombre dotado de una sana razón y amplia instrucción; por un hombre, en fin, de un carácter firme, que pueda expresarse franca y libremente en todas las circunstancias, sin cuidarse de la critica, de la ignorancia ni del egoísmo de los partidos.
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