Historia (DEIE)/Otros requisitos para ser historiador
No basta estar preparado para escribir, haber meditado bastante tiempo el plan, haber estudiado sus diversas partes, poder abrazarle de una ojeada; es menester además, como dice Lucien, gozar de una completa libertad de imaginación, fortuna y posición; es preciso también que á la veracidad acompañe un alma elevada y generosa; que cierta viveza de imaginación sirva para adornar los objetos como conviene; que los cuadros se presenten con atrevimiento, las reflexiones con aplomo, veracidad y concisión; conocer el fondo del corazón humano y la marcha de las pasiones; que la narración sea elegante, enérgica, viva y animada; que su historia avance rápidamente á su término: todo lo que la detiene en su marcha desagrada y debe desagradar, que las transiciones se presenten con naturalidad, las causas generales de los acontecimientos se desarrollen bien, la trabazón íntima de los hechos se presente claramente; que se sepa elegir en los detalles, los que es indispensable dar á conocer, los que son mas á propósito para hacer agradable la verdad; que no fatigue á los lectores por la superabundancia de una erudición inoportuna ó la uniformidad de hechos insignificantes. Es muy importante que el que escribe la historia tenga en cuenta la pereza ó negligencia de sus lectores: para combatirla es preciso emplear rasgos luminosos que llamen la atención á la imaginación distraída, les obliguen á remontar á la causa de los acontecimientos, colocándolos en posición de seguir el encadenamiento sin trabajo, ó mas bien con placer: esta es acaso la mayor dificultad que tiene que vencer el historiador. A estas cualidades debe unir un fondo de probidad, prudencia, imparcialidad y luz, sin el que no se puede obtener un éxito duradero. No ocupará jamás á sus lectores de si mismo y si de los personajes que presenta en escena. Debe cuidar de poner cada acontecimiento, cada trozo de composición en su lugar, con el fin de no exponerse á que haya que decir de sus escritos non erat híc locus, hé aquí rasgos admirables pero mal colocados.
Por lo demás todos los medios que son á propósito para interesar, instruir y agradar son permitidos al historiador; puede usar de la libertad de tomar toda clase de giros, para que sus pensamientos puedan chocar mas á nuestra imaginación y presentar la verdad de un modo mas agradable para la sana razón. Para esto, lo mas útil es que haga hablar á los personajes en lugar de contar él mismo.
Esos discursos, imitaciones de las arengas antiguas, animan a narración, nos hacen olvidar al historiador y nos ponen, digámoslo así, en presencia de los hombres á quienes se hace hablar. En este caso no es ya una relación como se quiera, es una acción que pasa á nuestra vista y cuya memoria se graba mas fuertemente en nuestra imaginación. Pero es menester que estos discursos sean necesarios y que no se empleen mas que en ocasiones importantes. Por el fondo de las cosas, por la fuerza de los pensamientos deben brillar, y no por un vano lujo de palabras y de lugares triviales de elogio. Sobre todo se ha de cuidar siempre de hacer hablar á cada personaje, según su carácter conocido y el de su siglo. San Luis, Mirabeau y Napoleon, dice un escritor contemporáneo, no debían expresarse del mismo modo. No se ha de perder de vista que la claridad es una de las primeras leyes de todo historiador; el lector se enfría y aburre si se le tiene en suspenso sobre el sentido de las palabras, extraviándole del término á donde se le quiere conducir.
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