Historia VIII:Decaimiento del partido calvinista
La muerte del duque detuvo la guerra. Catalina de Médicis asumió el poder. Otorgó un edicto que daba a los protestantes derecho a celebrar su culto, no ya en toda la campiña, sino solamente en los castillos de los señores de horca y cuchillo, en las casas de los nobles y en una ciudad de cada bailia (1563). Desde aquel momento los calvinistas quedaban expulsados de las ciudades en casi toda Francia. No quedaron otros protestantes sino los moradores de los dominios de los nobles y los de algunas ciudades del Mediodía.
Las iglesias calvinistas se organizaron copiando a la de Ginebra. Prohibieron a sus fieles el baile, el teatro, los juegos de cartas, y los trajes de lujo (véase La Reforma calvinista).
El Concilio de Trento acababa de decidir la reforma católica (véase La obra del Concilio de Trento), lo cual hizo volver al catolicismo a muchos descontentos. Catalina, libre de sus adversarios católicos, cambió de política. Abandonó a los calvinistas y se rodeó de consejeros católicos. Su hija Isabel se había casado con el rey de España. Fué a verla a Bayona (1565).
Corrió el rumor de que la Corte se disponía a dar muerte a los jefes del partido calvinista, Coligny y Condé, y a prohibir el culto protestante. Entonces Condé quiso anticiparse. Intentó apoderarse de la persona del rey sorprendiendo a la Corte, que estaba en Meaux. Pero los dos regimientos de suizos que Catalina acababa de tomar entraron en Meaux por la noche.
Al día siguiente, antes del amanecer, pusieron sus filas al rey, a la reina y a las damas de la Corte, y condujeron a todos camino de París. Los caballeros protestantes los persiguieron casi hasta las puertas de esta población; pero siempre que intentaban atacar, los suizos se detenían y les presentaban las picas (1567).
El golpe había fallado. Pero los calvinistas habían pedido auxilio a los príncipes de reitres alemanes. Saquearon las cercanías de París y se establecieron en el mismo Saint-Denis.
Cuando llegaron los alemanes, los jefes calvinistas no tenían dinero para pagarles el sueldo prometido (200.000 escudos). Los gentileshombres franceses dieron su dinero y sus alhajas.
Los dos partidos estaban cansados. La Corte ofreció la paz, que fué hecha por un edicto del rey, dado en Longjumeau (1568), que reconocía a los calvinistas el derecho de celebrar su culto como en 1563.
Pero los católicos habían visto la debilidad del partido calvinista. A pesar del edicto, en muchos sitios impidieron a los calvinistas tener sus reuniones. Luego Catalina despidió al canciller de l'Hòpital, partidario de la paz, y dió orden de sorprender a los jefes del partido calvinista, Condé y Coligny, que estaban entonces en Borgoña.
Se les advirtió y, atravesando toda Francia, fueron a ponerse en seguridad en La Rochela. Era entonces uno de los puertos más grandes de Francia, en donde se equipaban los corsarios que iban a la captura de las naves españolas. La Rochela vino a ser el centro principal de la resistencia calvinista. A Condé y Coligny se juntó la reina de Navarra, Juana de Albret, y su joven hijo Enrique (1568).
la Corte quiso exterminar a los protestantes. Un edicto ordenó a todos los pastores calvinistas salir del reino, y prohibió, bajo pena de muerte, celebrar el culto protestante. Los calvinistas, exasperados, se sublevaron, ocuparon una parte del Oeste y reunieron un pequeño ejército. Esperaban auxilios de Alemania.
Catalina envió contra ellos un ejército católico, que mandaba su hijo preferido, Enrique, duque de Anjou, de edad de diecisiete años. Hombres de guerra experimentados le dirigían. Aquel ejército atacó a los gentileshombres calvinistas en el Poitou, en Jarnac, y los dispersó.
Condé fué hecho prisionero, un capitán de guardias le mató de un pistoletazo (1569).
La reina de Navarra llevó al campamento de los calvinistas a su hijo Enrique y al joven hijo del príncipe de Condé, ambos príncipes de la sangre, Enrique, que contaba quince años, fué nombrado «jefe de los señores confederados para la defensa de la religión». Coligny había de dirigirle.
El ejército católico perdió el tiempo sitiando ciudades pequeñas. Un ejército de alemanes atravesó Francia y fué a unirse a los calvinistas. El ejército real atacó a los protestantes en Moncontour. Los suizos al servicio del rey dispersaron a los lansquenetes alemanes, y los protestantes se pusieron en fuga (1569).
Pero Coligny y la reina de Navarra decidieron a los calvinistas a continuar la guerra. Coligny reunió nuevos ejércitos, atravesó Francia y llegó hasta Borgoña, donde sorprendió a un ejército católico. La Corte ya no tenía dinero, temía la llegada de un ejército alemán y ofreció la paz.
El rey, por el edicto de Saint-Germain, reconoció a los calvinistas el derecho de celebrar su culto como antes. Además, para garantir que la paz se observaría, les dejó cuatro ciudades fortificadas donde habían de continuar teniendo guarnición calvinista. Se llamó a estas ciudades plazas de seguridad (1570).