Historia VIII:Enrique IV

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Historia VIII:Edicto de Nantes
Capítulo 8 – Luchas interiores en Francia
Enrique IV​
 de Charles Seignobos


Este rey había nacido y había pasado su infancia en los Pirineos, en el Béarn que era la provincia principal de los reyes de Navarra, desde que Navarra había pasado a poder del rey de España. Se le apellidó el Bearnés. Su abuelo quería que fuese hombre de guerra, para poder reconquistar su reino, y le hizo educar como un joven de la montaña. Enrique, sobriamente alimentado, vestido como un aldeano bearnés, corría por las montañas con los pies descalzos y sin nada a la cabeza aguantando la lluvia y el sol, viviendo fraternalmente con la gente del campo. Se hizo, y continuó toda su vida robusto, atrevido y alegre, resistente a las fatigas y a las privaciones.

Enrique tenía la frente ancha y algo hundida, brillantes los ojos, larga nariz aguileña, labios gruesos y sonrientes y grandes bigotes erizados, y la barba en punta. Cuando fué rey de Francia siguió vistiendo con sencillez. Llevaba con frecuencia traje de lana gris muy descuidado. No era limpio; decíase "Que olía mas a soldado que a rey". Enrique hablaba con familiaridad y le gustaban las chanzas, tenía respuestas imprevistas y frases ingeniosas a estilo de los gascones. Hacía muchas promesas, daba buenas palabras, y hablaba frecuentemente de su deseo de aliviar a su pueblo. Deseaba, decía, "Que el campesino de Francia fuera bastante rico para echar gallinas al puchero todos los Domingos". Jamás se rodeó de guardias, quería que todos sus súbditos pudieran acercarse a él y hablarle. Su aire placentero hacía creer a la gente que era sensible de corazón. Se le llamó "El buen rey Enrique". Los que le conocían bien sabían que pensaba sobre todo en su persona, y que no era generoso. Se le creía incluso avaro.



Enrique pasaba la mayor parte del tiempo en diversiones, cazaba mucho, era apasionado por el juego, y sus favoritas han conservado la celebridad. Pero era su comprensión pronta y la decisión rápida. No trabajaba casi más de dos horas al día, paseando por su jardín, o de pie arrimado a una ventana y hasta recibía a los embajadores paseándose. Pero trabajaban deprisa y bien, escuchaba los informes de sus ministros y daba la resolución en pocas palabras.