Historia VIII:Gobierno de los Guisas
El primogénito de Enrique II, Francisco I, le sucedió. Tenía dieciséis años y era por tanto mayor de edad, según la costumbre de los reyes de Francia; pero gozaba de poca salud, era débil de espíritu e incapaz de gobernarse.
Los Guisas le habían hecho casar con su sobrina María Estuardo, reina de Escocia (véase Capítulo VII: María Estuardo), princesa bella, instruída y graciosa, la cual, siendo mayor que su marido, le dominaba por completo. Francisco dejó gobernar a los tíos de la reina, el duque de Guisa y el cardenal de Lorena. Llevaron al rey y a la reina a los castillos de las orillas del Loire, y siguieron quemando en la hoguera a los protestantes.
El Concilio de Trento estaba en suspenso hacía diez años (véase cap V) y no había esperanzas de que se realizase ninguna reforma en la Iglesia. Muchos franceses, sin querer ingresar en el calvinismo, deseaban una reforma y estaban descontentos del gobierno del Cardenal.
Después de terminada la guerra con España, se había licenciado al ejército. Muchos caballeros, de vuelta del servicio, se encontraban sin medios de vida. Merodeaban por las cercanías de las ciudades donde estaba la Corte, esperando obtener algún empleo o dinero. Asustado el Cardenal, mandó promulgar un edicto en que se ordenaba a todas las gentes de guerra alejarse so pena de muerte. Se encerró con la Corte en la plaza fuerte de Amboise, y mandó levantar cadalsos en el castillo. Los caballeros, descontentos, se reunieron en un bosque en los alrededores y resolvieron entrar por fuerza en Amboise para raptar al rey. El duque de Guisa envió soldados al bosque, y los soldados cercaron a una tropa de descontentos en un pequeño castillo. Se les hizo salir prometiendo no hacerles daño, y quince de ellos fueron llevados a Amboise, donde fueron sometidos a tormento para obligarles a confesar que habían conspirado contra el rey. A esto se llamó la Conspiración de Amboise (1560).
Los prisioneros fueron condenados por el delito de lesa majestad. Se les decapitó, ahorcó o enrodó en el patio del castillo, contemplando el rey y las damas el espectáculo desde las ventanas. Luego se prendió a los caballeros que llegaban de todas partes y fueron decapitados, colgados de horcas levantadas en la puerta del castillo o arrojados al Loire.
Estas ejecuciones hicieron muchos enemigos a los Guisas. Agrippa d'Aubigné, el célebre historiador calvinista, que a la sazón tenía ocho años, pasó por el puente de Amboise con su padre y vió las cabezas de las victimas clavadas en postes. Su padre le dijo que debía «ahorrar la vida para vengar a aquellos jefes llenos de honor», y que si no lo hiciera, le maldeciría.
En varios lugares los calvinistas celebraron asambleas públicas y entonaron salmos. La reina de Navarra hizo ir a su Corte a uno de los amigos de Calvino, Teodoro de Bèze.
El Gobierno convocó en Orleans los Estados Generales. El príncipe de Borbón y el de Condé acudieron y fueron presos. Condé fué condenado a muerte como cómplice en la conspiración de Amboise. Estaba fijado el día de la ejecución, cuando Francisco II murió de un acceso al oído (diciembre de 1560). Aquella muerte salvaba a los calvinistas. Calvino vió en ella un milagro y escribió: «Dios ha herido al padre en el ojo y al hijo en el oído».