Ir al contenido

Historia VIII:Guerra entre Enrique IV y la Liga

De Wikisource, la biblioteca libre.
← Historia VIII:Advenimiento de Enrique IV
Capítulo 8 – Luchas interiores en Francia
Guerra entre Enrique IV y la Liga

de Charles Seignobos


Ya no tenía Enrique bastante gente para tomar París; pero comprendió que, para lograr ser reconocido rey de Francia, le era preciso permanecer en el Norte. Fué a establecerse en Normandía, donde podía recibir refuerzos de la reina de Inglaterra.

El ejército de la Liga fué a atacarle en una fuerte posición, cerca del castillo de Arques, y quedó rechazado (setiembre de 1589). Recibió pronto municiones, víveres y tropas de Inglaterra. Volvió entonces bruscamente contra París y saqueó los arrabales. Casi todos los territorios del Noroeste le reconocieron rey.

Durante tres años Enrique IV maniobró para apoderarse de París. En 1590, el ejército de la Liga fué a atacarle en Ivry. No tenía más que 8.000 infantes y jinetes armados con espada y pistolas, contra 12.000 infantes y 4.000 jinetes armados con lanza. Dijo a su caballería: «Si perdéis de vista vuestras banderas, uníos a mi penacho blanco. Le encontrareis siempre en el camino del honor». Cargó con su caballería y puso en derrota a los de la Liga.

Enrique, vencedor, fué a acampar delante de París, destruyó los molinos e interceptó todos los pasos por donde llegaban los víveres. Pronto no hubo en París más que carne de caballo y harina de avena, y los pobres no tenían otro alimento que la hierba de los arrabales. Las mujeres y los niños que salían para segar los trigos eran recibidos a tiros de arcabuz.

París, hambriento, iba a rendirse cuando llegó el ejército español de los Países Bajos, enviados por Felipe II (véase el Capítulo VI). Desembarazó el Marne y el Serna, las barcas cargadas de víveres entraron en la capital. Enrique IV levantó el sitio. Al mismo tiempo pequeños ejércitos españoles ocuparon el Languedoc, Bretaña y la Provenza.

Felipe II intentó fuera reconocida reina de Francia la infanta, su hija primogénita. El partido de la Liga vacilaba. Unos querían por rey al duque de Mayenne, jefe de la familia de Guisa, otros habían aceptado a la infanta, siempre que se casara con el joven duque de Guisa, hijo de Enrique el Acuchillado.

Muchos burgueses de París deseaban la paz y decían que Enrique IV era el rey legítimo. Se había dividido la ciudad en barrios, cada uno tenía su compañía de milicia. Los jefes de los barrios, apellidados los Dieciséis, eran dueños de París. Mandaron ahorcar a tres jueces del Parlamento partidarios de la paz (1591). Mayenne entró en París, quitó el poder a los Dieciséis e hizo ejecutar a cuatro (1592). Acabó por convocar una reunión de los Estados Generales en París (1593).

A ella no acudieron más que diputados de las comarcas de Francia en que dominaban los de la Liga. El embajador de España se presentó en la asamblea y reclamó el trono de Francia para la infanta. Se le preguntó que marido la destinaba Felipe II. Respondió que su primo el archiduque, príncipe austriaco. Los partidarios de la Liga querían tener un rey francés y abandonaron la alianza con los españoles. Pero no se unieron a Enrique IV, sólo querían aceptar un rey católico.

Enrique IV no había querido convertirse en seguida, por no aparecer obrando demasiado por interés y por no irritar con exceso a sus compañeros protestantes. Pero, como ocurría a muchos príncipes de la época, le interesaba poco su religión. Reunió una asamblea de doctores católicos, escuchó un largo sermón de un arzobispo y se declaró convencido de la verdad de la religión católica. Luego se despidió de los pastors protestantes y les dijo llorando: «que rogasen a Dios por él y le amasen siempre». Fué entonces a la iglesia de Saint-Denis, se puso de hinojos delante del arzobispo y recibió la absolución. No tomaba su conversión muy en serio. Había escrito a su favorita: «El domingo daré el salto peligroso» (1593).

En cuanto Enrique IV se convirtió, los parisienses convinieron una tregua, y el rey se entendió con el conde de Brissac, que mandaba las tropas de la capital. Le prometió 200.000 escudos, una cuantiosa pensió y el título de mariscal. Mediante lo cual, fueron abiertas a su ejército las puertas de la ciudad, y Enrique entró, aclamado por el pueblo. Los soldados españoles salieron de París. Los vió desfilar, saludo a su jefe y les dijo: «Recomendadme a vuestro señor, pero no volvais» (1594).

Los de la Liga seguían siendo dueños de varias provincias y declaraban a Enrique incapacitado para reinar en tanto no estuviera absuelto. Como el príncipe era relapso, sólo el Papa podía darle la absolución. Sixto Quinto, que le había excomulgado, había muerto, pero Felipe II había hecho elegir uno tras otro tres Papas que se habían negado a absolver a Enrique.

No intentó el monarca francés recuperar las ciudades que tenían los de la Liga. Decía que «si había que tomarlas por la fuerza, costarían diez veces más». Prefirió comprar a los gobernadores mediante dinero, pensiones y puestos. Rescató así Normandía, Picardía, Champaña y Borgoña. Prometía a los habitantes no tolerar el culto protestante en sus ciudades.

Al fin fué elegido, contra el deseo del rey de España, un Papa, Clemente VIII, que dió la absolución a Enrique IV (1595).

Ya no tenía éste otros enemigos que los españoles. Hízoles la guerra en Borgoña (1595), luego en Picardía. Por ambas partes se carecía de dinero. Felipe II se resignó. Mediante el tratado de Vervins, hizo la paz con Enrique IV (1598).