Historia XIII:Carlos II

De Wikisource, la biblioteca libre.
Historia XIII:Restauración
Capítulo 13 – Inglaterra desde 1660 a 1714
Carlos II​
 de Charles Seignobos


Era el rey muy alto, el pelo negro, hermoso y de maneras caballerosas, tenía afición a la caza, a las carreras de caballos, a la navegación. Le gustaba mandar construir y plantar. Le interesaban el teatro, los cuadros y hasta las ciencias. Le ocurrió asistir a disecciones, y tenía un laboratorio químico. No le gustaba emborracharse, ni jugar, lo cual era raro entonces. Tenía excelente memoria, y hablaba con facilidad, a veces con ingenio. Sabía bien el francés y el italiano. Pero no había aprendido nada regularmente y no se dedicaba a ningún trabajo seguido. Ante todo quería divertirse y no tener en qué pensar. Dejaba que resolvieran los asuntos sus consejeros y sus favoritos. No era duro y podía mostrarse afable, como era bueno para sus sabuesos, que tenía con él en su cámara, Pero no quería a nadie más que a sí propio, no creía en la honradez de los hombres ni de las mujeres, ni tenía el menor escrúpulo en mentir. Cuando los solicitantes le enojaban, intentaba desembarazarse de ellos, y, si no lo conseguía, prometía cuanto le era pedido y no cumplía nada.

En su juventud, Carlos había pasado cerca de dos años en Escocia, rodeado de pastores presbiterianos que le pronunciaban largos sermones y le impedían divertirse. Había guardado rencor a la religión presbiteriana. Dijo un día a uno de sus cortesanos: «El presbiterianismo no es religión para caballeros».

Carlos había vivido luego ocho años desterrado en los países católicos, en Francia, en Colonia, en Bélgica, y se había intentado convertirle al catolicismo. Una vez rey, casó con una princesa católica de Portugal. Por eso no experimentó, como sus súbditos ingleses, odio a la religión católica. No era afecto siquiera, como su padre, a la iglesia anglicana. Hubiera querido establecer en Inglaterra la tolerancia para el culto católico. Pero, como decía, «estaba decidido, ocurriera lo que ocurriera, a no empezar de nuevo sus viajes», es decir, a no correr el riesgo de una revolución.