Historia de Cristóbal Colon y de sus viajes (Tomo I): Libro Primero. Capitulo VIII

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​Historia de Cristóbal Colon y de sus viajes (Tomo I)​ de Roselly de Lorgues
Libro Primero. Capitulo VIII


CAPITULO VIII.


I.


El Viernes 12 de Octubre de 1492, al romper el alba, se vió desprenderse de las sombras y destacarse, como si saliera de las aguas, una tierra floreciente, cuyos bosques, dorados con los primeros rayos del Sol, exhalaban mil desconocidos perfumes, y seducian la vista con su risueña perspectiva. Avanzaron las carabelas reconociendo una isla de bastante estension y nada montañosa: espesas florestas cortaban el horizonte, y en sus claros relucia como un espejo el agua cristalina de un lago. Las ondulaciones del terreno, cubierto con vigorosa vejetacion, formaban por decirlo así, como un marco de media caña salomónica á una playa espaciosa, hácia la cual se dirijieron.

No bien cayeron las anclas, que lleno de recojimiento, revestido de un manto escarlata, llevando en la diestra el estandarte de la espedicion, que ostentaba la imájen de nuestro señor Jesu-Cristo, bajó Colon la escala y entró en la chalupa, seguido de su estado mayor. A su vez, los capitanes de la Pinta y de la Niña, con las banderas de la empresa, tomaron sitio en sus canoas, que en pocas remadas ganaron la orilla.

Colon, sin poder contener su entusiasmo, y mudo de felicidad, saltó el primero con ardor juvenil. La dicha reanimaba sus fuerzas, y apenas hubo pisado la nueva tierra, plantó en ella significativamente el estandarte de la cruz. No pudiendo contener su reconocimiento al supremo autor de la descubierta, se prosternó, é inclinó tres veces consecutivas su frente al suelo, y besó,[1] regándola con sus lágrimas, la playa desconocida á que lo condujo la bondad divina. Conmovidos como él, todos los que lo acompañaban se arrodillaron á su ejemplo, y levantaron en el aire un crucifijo,[2] mientras Cristóbal, en la efusion de su gratitud, alzando las manos al cielo, halló en lo mas íntimo de su corazon una plegaria admirable, cuyas primeras palabras ha recojido la historia y son estas:
Dios eterno y todopoderoso! Bendito y alabado sea tu nombre en todas partes y exaltada tu majestad que se ha dignado permitir, que por mí, tu humilde siervo, se conozca é invoque tu sagrado nombre en esta parte del mundo...[3]

Su agradecimiento y su piedad se desahogaron en espresiones sublimes, y levantándose despues con majestad y desplegando el estandarte de la cruz, ofreció á Jesu-Cristo las primicias de su descubrimiento, poniendo á la isla el nombre de san Salvador.[4] Sacó luego la espada, imitándolo sus oficiales, declaró tomar posesion de aquella tierra en nombre de nuestro señor, para la corona de Castilla, y mandó al escribano mayor de la flota, con presencia del comisario de marina y de los capitanes estender el acta en la forma prescripta.

Habiendo tenido lugar el descubrimiento, las condiciones del tratado con los reyes, en la vega de Granada, estaban cumplidas, y de consiguiente, los títulos de virey, gran almirante y gobernador jeneral de las islas y tierra firme que descubriese en las Indias, le pertenecian de derecho. En seguida, todos los circunstantes, llenos de admiracion y entusiasmo, lo reconocieron por tal, prestándole juramento de obediencia, espresándole muchos el dolor que les causaba recordar su pasada conducta, rogándole la olvidase y prometiéndole una fidelidad á toda prueba en lo sucesivo.

Pasado el acto de la toma de posesion, dispuso que los carpinteros formaran con dos ramas de árbol una cruz grande. Llamábase lo descubierto[5] en lenguaje de los indíjenas, Guanahani, y es centro de la primera línea de las Lucayas, ocupándolo también en el grupo prolongado que constituye el archipiélago de Bahama. Sin embargo de no verse ninguna habitacion, estaba bastante poblada; pero los naturales, espantados con la aparicion de las carabelas, que unos tomaban por monstruos salidos del mar, y otros por seres celestiales, se refujiaron temblorosos en lo mas intrincado de los bosques. Mientras que el escribano Rodrigo de Escobedo, rodeado de los oficiales de la corona, del juez de la flota, del vehedor y de los capitanes, estendia sobre su rodilla el testimonio, los habitantes, que hasta entonces permanecieron escondidos entre el follaje, comenzaron á salir, y tranquilizados con la espresion de serenidad, grandeza y benevolencia que respiraba la fisonomía de Colon, á quien su talla elevada, su rico traje, el brillo de sus armas y la deferencia de su séquito les designaba como caudillo de los hombres misteriosos, fueron saliendo poco á poco. Uno tras otro osaron acercarse mas, y se pusieron de rodillas en su presencia, palpando sus ropas y sus piernas, para convencerse de que era una realidad, y no soñaban; pero sin duda alguna lo que mas asombro les causó, fué ver las espesas barbas de los españoles. A imitacion del almirante, acojieron los suyos á los inocentes salvajes con bondad, y se prestaron gustosos á su exámen.

Observó Colon que todos eran jóvenes y diferian de los africanos por el color, la forma de la cabeza y de las piernas; y su estatura era bastante elevada, y el matiz de sus carnes los asemejaba á los de las Canarias. Tenian la frente y el cráneo muy anchos, bien rasgados los ojos, poblada la cabellera, recortada por la frente, y cayendo sobre las espaldas, lampiña la cara, rectas las piernas, y el cuerpo muy proporcionado. Iban en la desnudez mas completa; pero se pintaban los miembros de diversos tintes; quien de rojo, quien de blanco, quien totalmente, quien solo la cara, quien no mas que las narices: estos eran los elegantes. Sus armas consistian en palos endurecidos al fuego, y un diente de caiman ó un pedernal en la punta.

Apenas llegado al nuevo mundo, y como si los indios hubieran adivinado que el almirante gustaba de los perfumes,[6] le ofrecieron un haz de yerbas secas aromáticas. Reconoció Colon en la repentina amistad que se habia establecido entre unos y otros, que, usando de dulzura, mejor que de intimidacion, seria fácil convertirlos al cristianismo; y para disponerlos mejor en favor suyo, les regaló gorros de colores, avalorios, cascabeles y mil bujerias mas, que parecian á los hijos de las selvas, de inestimable valor, y por las cuales ofrecian respetuosamente cuanto tenian.

La tripulacion de las carabelas pasó el resto del dia solazándose en los sombrios bosques, y así que los carpinteros hubieron dado de mano á su tarea, Colon hizo ensanchar el hueco practicado con el asta de la bandera, que clavó por la mañana, y erijir la cruz,[7] que sostuvo con sus propias manos, cantando el himno Vexilla regis prodeunt; y luego que estuvo fija en el suelo, entonó el Te Deum laudamus.

No hizo Colon plantar aquella cruz tan solo para dejar una señal de haber sido ocupado ya aquel terreno,[8] sino con el fin de consagrar por su medio el objeto de su descubrimiento, é indicar en las fronteras del nuevo mundo, que tomaba posesion de él en nombre de nuestro redentor Jesu-Cristo.[9] A puestas del Sol rezó la oracion de la tarde al pié de la cruz, y asiendo su estandarte, el labarum con que venciera el horror á la mar Tenebrosa, el espanto á la inmensidad, los azares del moviente elemento y los tumultos de los marineros, tornó á su carabela.

Al dia siguiente al amanecer, rodeaban los indíjenas á los tres buques, en piraguas de una sola pieza, y de trabajo admirable, si se atiende á que ignoraban de todo punto el uso del hierro. Remaban con una especie de palas de horno, cortas y anchas, llamadas gullas, y traian ovillos de algodon, venablos y loros domesticados, para cambiarlos hasta por pedazos de porcelana y de vasos rotos, llegando á dar treinta libras de algodon hilado por una blanca, trueque desproporcionado, cuya repeticion prohibió el almirante, no queriendo que se abusara de tal modo del candor de los indios en cosas de comercio.

Al despuntar el alba el 14 de Octubre, hizo armar Colon la lancha de la Santa Maria y los botes de la Pinta y de la Niña, con el objeto de reconocer la isla por el otro lado. Tribus enteras, noticiosas de su llegada, se dirijian hácia ellos, llamándolos y trayéndoles agua fresca y vituallas; y dando gracias al señor por tan singular visita, se interrogaban unos á otros y estimulaban con grandes voces á los morosos y ancianos diciéndoles: Venid á ver los hombres que han descendido del cielo, y traedles de comer y de beber; al oir lo cual, acudian apresuradamente con víveres individuos de ambos sexos, bendiciendo á Dios á su manera, que consistia en arrojarse al suelo y levantar los brazos en alto.

Reconoció el almirante en medio de bosques bravos, huertas fácilmente regadas, verjeles deliciosos y "piedra propia para edificar iglesias."[10] Retuvo á bordo á siete indíjenas, que deseaba llevar á Castilla para presentarlos á los reyes, enseñarles la lengua española, hacerlos cristianos y devolverlos en seguida á su patria, y dióse á la vela.

Apenas se hubo apartado de la isla de San Salvador, se vió en la mas grata de las indecisiones, pues á medida que avanzaba, parecia salir de las aguas multitud de islas cubiertas de follaje, que se estendian por todos los puntos del horizonte. No se podian contar: los indios de á bordo nombraban mas de ciento, y todavía quedaban muchas: su perspectiva incitaba á la curiosidad: no sabiendo por donde comenzar la esploracion de este archipiélago, se dirijió el contemplador de la naturaleza hácia la isla que le pareció mas grande, distante unas siete leguas. Llamóla Santa Maria de la Concepcion, y al desembarcar procedió á la toma de posesion en la forma solemne, es decir, erijiendo una cruz. Era en extremo llana, y parecía ser muy fértil; y sus habitantes por la fisonomia, la desnudez, la confianza y la dulzura de su carácter recordaban los de San Salvador. Admiraban tambien á los extranjeros milagrosos, les dejaban reconocer libremente su tierra, y les daban con respeto cuanto les pedian.

Dirijióse en seguida Colon en demanda de otra isla, que atendiendo á las susceptibilidades del rey, nombró Fernandina, aun antes de desembarcar. Los naturales, semejantes á los ya vistos, parecían sin embargo, como dijo el virey. "Mas dóciles y tratables, mas civilizados y hasta mas arteros."[11] Trabajaban el algodon, y fabricaban hamacas, mantillas y nagüetas para las mujeres casadas; y sus chozas, construidas en forma de tienda de campaña, daban fe de su esquisito aseo.

Mientras que bajo la proteccion de un piquete, los marineros de servicio hacian aguada, el almirante se paseaba embelesado por los bosques, y admiraba agradecido la multitud de plantas, que tenia á su alrededor, procurando conocerlas. Desplegaba la vejetacion un lujo nunca visto, y su variedad era infinita. La abundancia y la espesura de los árboles hacia que las ramas, los troncos y los retoños confundieran sus brazos, mezclando sus hojas de tal modo, que uno mismo parecia llevar por partes cañas y lantiscos. Oprimidos entre sí los vejetales, entrelazaban su follaje, hasta el estremo de producir esa ilusion, que despues han esperimentado los botánicos allí: por eso en los primeros dias creyó Colon que aquellos árboles diversificaban sus productos.

Habiéndole dicho los indíjenas que á cierta distancia estaba una grande isla llamada Saometo, cuyo rey llevaba vestidos y mucho oro sobre su persona, salió inmediatamente para ella.

Y vió una tierra fecunda, risueña y accidentada de un modo pintoresco por eminencias coronadas de bosques, y aspiró los balsámicos olores que recojia la brisa, al pasar por las florestas y esparcirlos sobre el mar. El contemplador de las obras de Dios deleitaba su olfato con aquel ambiente estraño en Europa, admiraba las trasparencias de las aguas, la suavidad del aire y el brillo del cielo, y no sabia á donde echar el ancla. "Mis ojos, decia, no se cansaban de mirar un verde tan hermoso y tan distinto del europeo...... Las flores y los árboles de la playa nos enviaban, un olor tan grato, que era lo mas suave que podia respirarse;"[12] y como lo convidaban por todos los puntos de la orilla nuevos encantos, andaba indeciso, sin saber á cual preferir.

Al desembarcar reconoció la superioridad de esta isla sobre las demás. Estaba cubierta de magníficos y soberbios árboles, y de yerba tan alta como en el mes de Abril en Andalucía: inmensas lagunas la daban deliciosa frescura, y á cada momento innumerables bandadas de loros oscurecian el Sol. El canto y los relucientes plumajes de multitud de aves, nunca vistas en Europa, la pureza del ambiente, los estraños productos del suelo, y el aspecto de la nueva naturaleza, al par que lo sorprendieron, lo inclinaron á bautizarla con el nombre de la real asociada de su fe, de sus esperanzas y de su celo evanjélico: llamóse, pues, Saometo, la Isabela.

Al acercarse los estranjeros, sus habitantes se huyeron en desordenada fuga, llevando consigo todos sus adornos, salvo los muebles, á los cuales prohibió tocar el almirante bajo las penas mas severas. A poco rato los indíjenas, viendo que no se ocupaban los españoles de perseguirlos, se fueron acercando para hacer cambios. Algunos traian suspendidas del cuello y narices laminitas de oro, que trocaban gustosos por pedazos de vidrio, tazas rotas y escudillas de barro.

Colon pasó unos dias en esta isla en la espera de un cambio considerable de oro que le habian prometido, y mientras tanto la examinó con escrupulosidad, no pudiendo por menos de escribir estas palabras en su Diario: "La diversidad de los árboles y frutos de que están cargados, con los perfumes que embalsaman el aire, me asombran y me admiran, y no parece sino que faltan las fuerzas para abandonar estos sitios al que los ha visto una vez"[13] Y desconsolado de no conocer los nombres y las propiedades de tantos vejetales añadió: "Es imposible estar mas apesarado que yo de no saberlos, porque estoy muy cierto del gran merito de todos ellos," y tal fué su sentimiento que por tres veces consecutivas lo manifestó en las siguientes ó parecidas palabras: "Creo que hay aquí muchas producciones, que tienen gran precio en España entre tintoreros, boticarios y mercaderes; pero no las conozco, y es para mí la mayor pena del mundo."

Paseándose á la orilla de un lago, divisó el almirante un leguano, armado de garras, con erizadas escamas y cabeza horrible; verlo y atacarlo fué la misma cosa para él; pues era menester habituar la intrepidez española á los animales de aquel pais desconocido. El leguano zambulló; pero como el agua no estaba muy profunda, lo persiguió Colon, y á lanzadas lo mató; su piel tenia siete pies de largo.[14]




II.



Como con el noble deseo de conocer las obras de Dios y de adquirir oro, se confundiera Colon ante la multitud de islas, y la cantidad de objetos nuevos que se ofrecian á su reflexion y á su entusiasmo, tuvo que resignarse á contarlas no mas; porque como escribia á la reyna, "su objeto no era el de visitarlas en detalle, pues no hubiera concluido en cincuenta años, sino por el contrario, ver y descubrir las mas que pudiese." [15]

En el primer viaje, despues de haber revelado la existencia de aquellas desconocidas rejiones, tenia mas interes en adquirir oro y reunir una gran cantidad, que en estudiar la naturaleza. Y lo buscaba para interesar á España en la prosecucion de los descubrimientos, mostrando con él la prueba palpable de su importancia; y sobre todo para dar principio al tesoro inmenso que queria reunir, para la emancipacion de los santos lugares y el rescate del sepulcro de Jesu-Cristo: idea que no se apartaba un instante de su imajinacion, y era causa de su ambicion desmedida.

Anhelaba, pues, recojer para convertirlas en oro, las especerias y cuantas preciosidades produce el oriente, en cuyas puertas se creia: por donde quiera que iba inquiria con dilijencia los paises en que lo habia; su vista escitaba en él los mas vivos deseos; jamas ningun cristiano ansió el oro con tanta vehemencia como Colon, que no hallándolo tan pronto como se lo prometió en mi principio, invocó á Dios, rogándole lo llevara á los criaderos, y se los mostrara. No bien hubo tomado posesión de San Salvador, fué "á examinar atentamente á los indios, dice él, con el objeto de averiguar si allí lo tenian."[16] Al otro dia de su llegada por tres veces habló en su Diario del mismo asunto. Apenas fondea en Santa Maria de la Concepción, salta en tierra cerca de un cabo, para adquirir noticias del suspirado metal, y se ocupa de unas islas en que debia existir, añadiendo: "Pueden encontrarse aquí muchas cosas que yo ignoro, porque no quiero detenerme, á fin de no privarme de visitar y reconocer porción de islas para dar con el oro:" y prosigue con candor infantil: "Con la ayuda de nuestro señor no puedo menos de encontrarlo allí donde nasce."[17] Preocupóle mucho en la Fernandina una gran lámina de oro que llevaba en las narices un indíjena, y reprendió á su jente por no haberla comprado. Prosiguió después su rumbo, anunciando que se detendría solamente en los parajes en que se hallase oro en abundancia, y hacíasele largo el camino á la isla de Saometo, porque los indios se dejaron decir, que en ella estaban las fuentes auríferas. En la Isabela provocaron su curiosidad los adornos de oro, que se ponían los insulares en las narices, y se detuvo allí, esperando que se lo trajeran á trueque de bujerías de Europa. Mas, no era allí donde crecían los filones, y así puso la proa en demanda de una isla llamada Cuba, "en la cual había oro,[18] especias, grandes buques y comerciantes." Por las descripciones de los indios presumió fuera la de Cipango, sobre la que tantas maravillas se contaban, y que, son sus palabras, "según las esferas que yo he visto, así como las pinturas de los mapamundis, está situada por aquí."

El 24 de Octubre á media noche, el almirante mandó levar anclas, para darse á la vela para Cuba, siguiendo las indicaciones de los indíjenas que venian á bordo, y poniendo de consiguiente la proa al OSO. Soplaba con bastante fuerza el viento; mas con la llegada del dia aflojó y comenzó á llover. Despues de las doce tornó la brisa, pero lijera, y á todo trapo siguió la Santa Maria hasta el oscurecer. En razon á estar aquel paraje sembrado de islas y de bajos, el almirante dispuso pasar la noche (que se cerró en agua), á la capa, y al siguiente dia prosiguió el rumbo con viento fresco, reconociendo á eso de las tres de la tarde, á cinco leguas de distancia, de siete á ocho islas, que nombró "de Arena," por la poca profundidad del mar en sus inmediaciones; anclaron, y el Viérnes al despuntar la aurora se inclinaron al SO., prosiguiendo entre ellas. A la otra mañana, un brisote los fué impeliendo hasta la anochecida, en cuya hora se destacó la tierra entre las sombras; pero las carabelas se mantuvieron á cierta distancia. La lluvia caia á torrentes.



III.


En la amanecida del Domingo vió Colon, por la proa de las carabelas, estendida por el horizonte al SO. una tierra, cuyo grandioso aspecto anunciaba mejor un continente que una isla. Las cimas sonrosadas de las alturas y los perfiles violados de las cumbres, delineándose al través de una leve neblina con los primeros rayos del Sol, le recordaron por su soberbia elevacion las montañas de Sicilia.[19] Perfumes mas penetrantes y esquisitos prometian mayor opulencia en las galas del terreno: el sello de majestuosa fecundidad que caracteriza á esta tierra privilejiada, lo llenó de admiracion, y á medida que avanzaba y podia distinguir mejor cada forma, percibia un poder hasta entónces desconocido; porque no era el follaje rizado y espeso, las plantas acuáticas y las florestas un tanto húmedas de las Lucayas, sino una diversidad tal en las actitudes, y tan pintorescos los contrastes y la combinacion de los grupos, que escedia á cuanto puede inventar de mas seductor y maravilloso la imajinacion humana. En primer término: cocos, cactus descomunales, pitas, tribus de palmíferos de infinidad de formas, helechos arborescentes, ojálidas de flores amarillas, ácidos calmias, jigantescas acederas elevando su follaje hasta dos varas de altura, alcaparros, delicadas sensitivas, palo tinte, mahogon, caoba, calabazas, troncos espinosos, guanabanos, y sedosos gálegas; luego orelias catárticas, gazumas, guayabas, granados salvajes, cañafístola, negros y relucientes ébanos, vides cargadas de racimos... ¡cuán pródiga habia sido allí la mano del creador! la vejetacion se presentaba bajo todos sus aspectos, formas y colores, desde la elevada y esbelta palmera á la enana cepa de vid, desde las blancas florecillas, que alfombraban el suelo, á los robustos, negros y brillantes ébanos.

En verdad que debió sentir Colon el ignorar los nombres y propiedades de estas plantas, y verse reducido á contemplarlas tan solo, no pudiendo saber ninguno de los secretos que la bondad divina depositó en las virtudes, la utilidad y las armonias de los productos del suelo.

Encontraron la embocadura de un rio, desahogando tranquilamente sus aguas cristalinas, y ofreciendo un puerto seguro: en el momento de penetrar en él las carabelas, dos canoas con indios, que iban desembocando, al notar las chalupas que sondaban el paso tomaron precipitadamente la fuga y se escondieron. Era una rada magnífica, y Colon, al examinar sus orillas, sintió duplicarse su admiracion, porque si de lejos habia esperimentado el efecto de la perspectiva, ahora de cerca, se manifestaba por entero á sus ojos la prodijiosa riqueza de los detalles.

Árboles en forma de pilastras, de cipos, de candelabros y de cirios, acopados, en forma de quitasol ó de abanico, y bajo cúpulas de vivos colores, vejetales de hojas puntiagudas, ásperas, lisas, velludas, redondas, cilíndricas, lanceoladas, cordiformes; espátulas, palmas aguzadas, corazones, flechas, raquetas; ramajes robustos, mezclados con delicadas enredaderas, cubiertas de flores encarnadas, azules, verdes, ya en guirnaldas, ya en ramos; pámpanos, cálices, pezones, umbelas de mil hechuras y aromas diversos, completamente ignorados hasta entónces.

Lo pintoresco de los grupos, lo atrevido de las posiciones, lo singular de los contrastes, la multitud de objetos de diferentes organizaciones y cualidades; aquellas flores, aquellos frutos, aquellos perfumes, aquellos conjuntos casuales y armoniosos, presentados de repente, hubieran deslumbrado al primer golpe de vista á cualquier hombre no acostumbrado á los prodijios de la creacion, cuando el mismo contemplador de la naturaleza, al considerar tan asombrosa profusion, demasiado admirado y conmovido para atreverse á entrar en detalles, se limitó á escribir confundido en su Diario "que nunca jamas vió tal magnificencia."[20] Abrazaba desde á bordo las orillas, cubiertas en toda su estension de árboles hermosos y verdes, cargados de flores y de frutas, y sobre las cuales se cernian bandadas de pájaros de reluciente plumaje. Distinguió también entre tantas clases de vejetales muchas especies de palmeras, diferentes de las que crecían en España, en las Canarias y en la costa de África.

Deseoso de comenzar cuanto antes la busca del oro, y su colección de productos del pais, saltó el almirante en tierra, y después de tomar posesión de ella en la forma acostumbrada, clavando una cruz, la dio el nombre de Juana, y á la rada el de San Salvador. Como divisara entonces dos casas á lo lejos, se dirijió hacia ellas, y entró; pero los habitantes hablan huido, y no halló sino un perro feo, cobarde y mudo, inútil guardián de algunos utensilios de pesca. Reiteró su prohibición de tocar ningún objeto, y remontó el rio hasta gran distancia.

La tranquilidad y trasparencia de las aguas, la suavidad del aire embalsamado, la rica tapicería que formaba la vejetacion, el murmullo de los cañaverales, los insectos brillantes, las mariposas de color de oro, los presumidos colibrís, los guacamayos vestidos de vistosas plumas, el coro de innumerables avecillas escondidas entre el ramaje, el matiz de las flores, la gracia, el perfume, la infinidad de tonos del paisaje, los susurros, los sonidos vagos ó cadenciosos que se prolongaban al través de los bosques, la fertilidad apoderándose de lo inculto, la vida, la savia, la organización jerminando por todas partes, presentándose á los ojos del hombre risueña, palpitante, tierna, adornada de galas tan estraordinarias, que ni se soñaron siquiera en nuestra Europa antes de aquel dia, abismaron su alma en dulce é indefinible encanto, y esclamó candorosamente, "que no podría separarse de aquellos lugares sin pena, y solo con la esperanza de tornar á ellos." Comprendió que iba pasando por la tierra privilejiada de la naturaleza, que se acercaba á la mansión encantadora de las rejiones equinocciales, y dijo entonces, cuando las dos terceras partes del globo no se conocían aun, "que aquella era la isla mas hermosa que jamas vieron los mortales"[21]

El tiempo y la esperiencia han sancionado este asombro del contemplador de la naturaleza, y hoy, despues de la completa esploracion de los espacios del Océano, Cuba no tiene rival, y es la isla mas hermosa que han visto los hombres. Cuba, la perla de los mares, merece en justicia el título que lleva de reyna de las Antillas; por la constancia y dulzura de su temperamento, por la falta de huracanes frecuentes, y de la violencia de las corrientes submarinas, la salubridad de sus costas, la comodidad de sus puertos, la pureza de sus aguas, la frescura de sus montañas, que se destacan sobre un cielo limpio y despejado, la riqueza fabulosa de sus productos y la variedad de sus perpectivas és incomparable. Cuba, objeto perenne de la admiracion del pensador, del artista, del poeta y del botánico, escita la tenaz codicia de un pueblo vecino, temerario é insaciable, no obstante poseer la mitad del nuevo mundo.

En medio de este infinito de cosas admirables se esforzaba Colon en apoderarse de los rasgos sublimes del pensamiento creador; queria saber por qué nuevas maravillas se dignaba manifestarse al entendimiento la ciencia de Dios, y sorprender los indicios de alguna gran ley del globo. Porque yá en aquella época tenia en sí el jérmen de la observación filosófica y de la tendencia á la jeneralizacion de los hechos, que desplegó después.

La poesia, la admiracion, las grandes miras, no le hicieron olvidar nunca el lado práctico, útil y comercial de las cosas. Luego de haber examinado multitud de palmíferos y de yerbas, tan altas entónces como en el mes de Mayo en Andalucia, reconoció la péplide y el berro venenoso; y al ver que casi á la misma orilla del agua crecia en abundancia el follaje, dedujo lójicamente, que en aquel sitio el mar debia permanecer siempre tranquilo. En efecto, allí estaba preservada en toda su estension la costa de los sacudimientos de las corrientes ecuatoriales, que pasan entre Cuba y el continente americano. Habiendo reparado en un lugar, que juzgó á propósito para formarse conchas de perlas, pues se encontraban bivalvos en abundancia, que es una especie de indicacion de su existencia, y como le dijeran los indios que era abundante en ellas y minas de oro, deseoso de encontrarlas se dió á la vela el 29 de Octubre con rumbo á poniente, en demanda de la capital que indicaban los naturales. Al paso por la embocadura de una corriente la bautizó con el nombre de rio de la Luna, y cuando por la tarde se avistó otro mucho mas ancho le puso el de rio de los Mares.

Enviáronse á tierra las embarcaciones para tomar lenguas: pero sus habitantes habian huido espantados al divisar á los estranjeros. Las viviendas, á guisa de tiendas de campaña levantadas aquí y allá, sin regularidad ni simetria, estaban en estremo limpias, y con cierta elegancia en su modesto ajuar. Halláronse estátuas de mujer, muchas caretas primorosamente hechas, perros mudos y de repugnante aspecto, y aves domesticadas que vivian en su triste y taciturna compañia: muchos utensilios de pesca indicaban el jénero de industria de este pueblo, y Colon prohibió de nuevo tocarlos.

La magnificencia que admiraba aquí el almirante, no era menos digna de su estudio. Pasaba embelesado las noches en la contemplacion de aquella naturaleza, observando la bóveda celeste, la luz de las estrellas, la dulzura del aire, las emanaciones odoríferas del suelo y de las aguas, que fertilizaban mil plantas aromáticas. Escuchaba con melancólico placer el gorjeo de los pajarillos, los variados é inimitables trinos del ruiseñor, todos los rumores, en suma, de tan ricas florestas, desde el rujido de la fiera á el canto del grillo,[22] que recordaba á sus marineros sus juegos de la niñez en el hogar paterno; y calculaba que el reposo del mar favorecerla allí la formacion de las conchas de perlas. Como ni su arrobamiento relijioso, ni la poesia de sus emociones, detenían ni atenuaban sus investigaciones cosmográficas, al par que se deleitaba con la tranquüidad y el ambiente embalsamado de las noches, exentas de frio y de calor, se preguntaba, por qué en un radio tan poco distante de las islas de Bahama, en las cuales el calor es en estremo intenso, encontraba temperatura tan moderada, hallando la razón de esta diferencia en que en Bahama, el terreno estaba llano, y era constante un viento nada fresco del lado del Este.

Al otro dia, continuando el almirante su camino al O., reconoció un cabo tan abundante en palmeras, que le dió ese nombre; y los indios embarcados en la Pinta dijeron á su capitán, que á la espalda de aquel, corría un rio distante de Cuba solo cuatro jornadas. Martin Alonso Pinzón no dudaba de que la tierra que iba costeando fuera un continente, y Cuba una gran capital. A consecuencia de haber estudiado el planisferio ideal de Toscanelli, que Colon le comunicó, y que guardó tres dias, Martin Alonso se creia llegado á las rejiones que señaló en el hipotéticamente; pero Colon pensaba que aquella inmensa estension de tierra, de influencias tan caracterizadas, era tal vez el continente asiático, y que de consiguiente se hallaba á cien leguas poco mas ó menos de Zayto y de Quinsay.

Con el fin de salir de dudas, resolvió el almirante enviar un mensaje al soberano de esta nacion, escojiendo al efecto á Rodrigo de Jerez, que habia estado en África, al poliglota Luis de Torres, judio convertido, y en otro tiempo agregado á la familia del gobernador de Murcia en calidad de preceptor, y á dos indios para que, en caso necesario, sirvieran de intérpretes. Provistos de bujerías, para procurarse víveres en el viaje, debian dirijirse los mensajeros á la corte del gran Kan, y participarle la llegada á sus estados de Cristóbal Colon, encargado de una carta y de presentes de los reyes de España, deseosos de trabar relaciones de amistad con su alteza. Colon les dio instrucciones muy circunstanciadas acerca de las observaciones que tenian que hacer en aquella escursion. Durante su ausencia mandó carenar las tres carabelas; pero teniendo la precaución de no varar mas de una á la vez en la costa, dejando dos prontas siempre á combatir; sin embargo de que por la apariencia no hubiera nada que temer de los indíjenas.

Tornaron los enviados al cabo de seis dias; pero en lugar del gran Kan, de su capital y de las minas de oro, no habian encontrado mas que una aldea de medio ciento de cabañas, en la cual fueron recibidos como venidos del cielo. Los principales los tomaron en brazos para conducirlos á la mejor choza del lugar, y los hicieron sentar en sillas, mientras que ellos se prosternaban en tierra respetuosamente á su alrededor, y les besaban pies y manos. Al volver Rodrigo de Jerez y Luis de Torres dieron con multitud de naturales de ambos sexos, que traian unos rollos de yerbas secas encendidas por un estremo, mientras por el otro se lo acercaban á la boca para aspirarlo, después de lo cual, despedian de ella una nube de humo. Designaban esta especie de caramillo con el nombre de Tabaco, que nosotros hemos dado á la misma planta.

Los embajadores atravesaron por tierras perfectamente cultivadas, sembradas de aldehuelas, y vieron cantidad de árboles, de flores, de yerbas aromáticas y de aves del todo desconocidas en España, á escepcion de los ruiseñores y los ánsares que no escaseaban. Pero si no se hallaba oro en tan fértiles sitios, abundaban almas que salvar, y pueblos pacíficos que conservar, de cuyas disposiciones relijiosas auguraba bien Colon; pues espresaba de esta manera su esperanza á los reyes: "Ya tengo dicho, serenísimos príncipes, que desde el momento en que haya misioneros que hablen su lengua, se vendrán al cristianismo. Espero en Dios que vuestras altezas se decidirán prontamente á enviarlos, para poder reunir á la Iglesia tantos pueblos tan numerosos, y que sin duda alguna los convertirán, así como han destruido á los que no han querido confesar al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo"[23] (los mahometanos). Como en el ardor de su fé Colon no temia la muerte, no vacilaba presentar su imájen á los reyes; imájen que tanto cuidado ponen los cortesanos en apartar de su vista, y añadia: "Y despues de sus dias, (que todos somos mortales), dejarán sus reinos en muy tranquilo estado, y limpios de herejia y maldad, y serán bien rescebidos delante el eterno criador."[24] Y con la misma naturalidad, dejando correr su pluma, rogaba á Dios por sus altezas, y le pedia, "que le pluguiera acordarles larga vida, grande acrecentamiento de reinos y principados, y voluntad y disposicion para acrecentar la santa relijion cristiana."[25] Despues anunciaba á los reyes que habia puesto su buque á flote el mismo dia, y que "se despachaba para partir el Juéves en nombre de Dios, é ir al Sueste á buscar oro y especerias, y descobrir la tierra."[26]

Salió el almirante del rio de los Mares en demanda, segun la indicacion de los indios, de la isla de Babeque, en la que decian por señas, se cojia oro en la playa por la noche á la luz de hachones. Siguió la costa durante dieziocho leguas, sin querer acercarse á ella, y al otro dia Martes, reconoció un cabo que llamó de Cuba.

El 14 de Noviembre se alejó al E. para descubrir aquella Babeque, cuyos metales auríferos no cesaban de ponderar los indíjenas, y se halló en un archipiélago nuevo, del que era imposible contar las islas. Eran estas grandes, montañosas y cubiertas de magnífica vejetación; la pureza de la atmósfera y el brillo de las aguas, de las que parecían salir aquellas masas; cautivaban los ojos de Colon que bautizó al mar con el nombre de Nuestra Señora. La hermosura del sitio lo seducía, queria, á pesar de su sed de oro; recorrerlo todo con las chalupas de las carabelas que habian anclado en un magnífico fondo de arena y registrar el grupo que parecía prometer al menos, especerias y piedras preciosas.

El Viérnes 16 de Noviembre, en el momento de saltar Colon en tierra para verificar la toma de posesión en la primera de ellas, en la forma consagrada por su piadosa costumbre, vió en el suelo en un accidente del terreno dos grandes maderos, uno más pequeño que otro, y el menor sobre el mayor, formando una cruz con tanta exactitud, que un carpintero no hubiera podido darle mejores proporciones. Cayó en tierra de rodillas el mensajero del apostolado, dando gracias al Señor por esta nueva bondad, y adoró la Cruz que le había sido providencialmente preparada en aquella isla desconocida, pareciéndole al mismo tiempo que Dios no lo abandonaba, al encontrar anticipados sus deseos en parajes desiertos y sin nombre. Hecho esto, dispuso se terminara afirmándola, y quiso que la erección del sagrado signo tuviera lugar el Domingo siguiente en un sitio de los más aparentes y desnudos de ramaje. Entretanto examinaba los productos del suelo, é hizo buscar á su yente conchas de perlas que se hallaron, pero vacias. Cojiéronse muchos peces extraños, entre otros, uno duro, con la cabeza como de cerdo, cubierto de escamas, y no teniendo blanco sino la cola y los ojos. Colon lo mandó salar para mostrarlo á la reyna, que gustaba de curiosidades de historia natural. Al otro dia encontró en otra isla cerdos de Indias, langostas monstruosas y gran cantidad de aves: el fuerte olor de almizcle, que en ciertos sitios se advertía, le hizo creer que hubiese animales que lo produjeran.

El Domingo 18 de Noviembre el almirante con sus oficiales y la mayor parte de las tripulaciones, todos de grande uniforme, se embarcaron en las lanchas para ir á enarbolar el signo de la redención. La alta y hermosa cruz fué plantada en un punto culminante, en que los árboles no la ocultaban, y acompañó á la ceremonia las oraciones de costumbre, dedicando todo el dia al rezo y al descanso.

El Lunes, antes de salir el Sol, ya habian levado anclas las carabelas; pero contrariadas por la mar y el viento avanzaron poco, y temeroso Colon de que los indios de San Salvador no se les escaparan al avistar la Isabela, de la cual solo distaban doce leguas, cambió de rumbo. Por otra parte los indíjenas parecían estar muy satisfechos de su nuevo jénero de vida, empezaban á comprender algunas voces españolas, se santiguaban, se arrodillaban delante del crucifijo,[27] recitaban sus plegarias levantando los brazos, y repetian la Salve y el Ave Maria con un tanto de recojimiento, persuadidos de que hacian coro á hombres venidos del cielo en busca de oro, y que los devolverian á su patria así que lo hubieran hallado.

El 20 y 21 de Noviembre prosiguieron navegando hacia la isla de Babeque, cuyos tesoros traian inquietas á todas las imajinaciones.

En medio de las fatigas consiguientes á estas pesquisas no faltaban á Cristóbal Colon motivos de descontento y de inquietud. En la Pinta y en la Niña jamas se obedecian sus órdenes con puntualidad, y sus dos capitanes se permitian ciertas observaciones, todavia mas inconvenientes por el tono que por las palabras. Los tres hermanos Pinzon, el mayor principalmente, no podia tolerar el que un estranjero, que sin su ayuda no hubiera podido hacer la espedicion, se viese tan de súbito condecorado con los títulos de almirante y virey, y con derecho á recojer según sus capitulaciones con la corte de Castilla, una parte considerable de las riquezas que producian aquellas rejiones: la envidia aguijoneaba la ambicion del señor Martin Alonso.

Un indio embarcado en la Pinta en calidad de intérprete, hubo de ponderar á su capitán las magnificencias de Babeque, del camino de la cual se pretendia práctico, y Martin Alonso, alucinado con tan risueñas esperanzas, se apartó de los otros buques en su demanda en la noche del 21 al 22 de Noviembre. Como la atmósfera estaba despejada y el viento fresco, pudo ver el almirante la maniobra, é hizo encender un farol, que se dejó ardiendo hasta el alba; pero Pinzon, sin tener en cuenta la señal, continuó con rumbo al E. desapareciendo en el horizonte: grande sentimiento causó al virey su deserción.

La Niña, mandada por Vicente Yañez Pinzon, se mantuvo fiel en su puesto, que Vicente, ademas de ser muy dado á las cosas de la mar y de la hidrografia, comprendía mejor que sus hermanos el manejo de un buque y las nociones del deber, y por su capacidad podia mas bien que ellos apreciar el carácter de Colon.

En los dias 23 y 24 se acercó el almirante por la mar de Nuestra Señora á las costas de Cuba, descubriendo varios cabos y fondeaderos seguros y capaces. En una de sus escursiones encontró piedras con partículas de oro, y las guardó para llevarlas á la reyna. Halló también abetos perfectamente rectos y de altura descomunal, tanto que entre ellos escojió un palo y una antena para la Niña.

El 25 descubrió una rada, cual nunca vió otra parecida, pues cien navios de línea habrian podido guarecerse en ella sin necesidad de amarras. Montañas cubiertas de bosques de maderas propias para construccion la defendian de los vientos, y Colon lleno de agradecimiento dijo con este motivo, "que hasta aquel dia plugo á nuestro señor mostrarle siempre una cosa superior á la precedente, y que habia ido de mas en mejor en todos sus descubrimientos."[28]

El 26 recreó su vista con nuevos paisajes y fondeaderos, que maravillaban á sus oficiales.

El 27; no obstante la serenidad del cielo y la proximidad de cinco ó seis bahias admirables, tuvo valor para no saltar en tierra, con el objeto de no demorar el cumplimiento de su objeto principal. Porque decia, como repite Las Casas, que, "se detenia siempre mas de lo que queria, arrastrado por el deseo de contemplar y el placer de admirar la hermosura y feracidad de aquellos sitios, por cualquier lado que penetrase en ellos." Para ponerse en guardia consigo mismo continuó dando bordadas toda la noche; y al dia siguiente, costeando al SO. entraron los buques en un puerto, circunvalado por una inmensa llanura, perfectamente laboreada y sembrada de cabañas, que hacian suponer las columnas de humo, que se elevaban de en medio de glorietas de árboles. Altas colinas y montañas cercaban el horizonte. Sondeó Colon la rada; en ella desaguaba por el lado del S. un rio profundo, y suficiente para dar paso á un buque de alto bordo, y cuya embocadura, cubierta con los accidentes del terreno, no se veia sino á muy corta distancia.



IV.



En esta parte de Cuba próxima á las montañas, y bajo la completa influencia del medio dia, parece haber reunido la creacion sus últimos esfuerzos, pues abunda en efectos de conjunto y perfecciones de detalle indescriptibles: cada movimiento del terreno diversifica las decoraciones de una vejetacion espléndida, hasta llenar de asombro la mente, y diríase que una fuerza subterránea hace subir á la superficie la potente fecundidad, con que el creador dotó al humus. La abundancia de la sávia circula bajo todas las formas, y se manifiesta de un modo tal, que la vista no puede entreveer la superficie del suelo, en fuerza de lo tupida que es la urdimbre que forman los vejetales, que lo tapizan y adornan. Por donde quiera árboles jigantescos se levantan como verdaderos obeliscos del centro de impenetrables matorrales, y dominan desde su altura la multitud de plantas, que nacen, crecen y viven á su sombra, siempre verdes y risueñas. Otros, menos atrevidos, se disputan con mas porfia el espacio, se acercan, pugnan entre sí, y se asfixian con sa número. Luego coquetas estipas, engalanadas de vistosos penachos, y de hojas en forma de abanico, acercando lánguidamente sus cabezas, semejan cariñosos besos y tiernas confidencias; y á sus pies plantas parásitas, hanas sinuosas multiplicando sus enlazaduras, y arrastrándose á distancia, velan la tierra con sus guirnaldas de flores, y ruedan por las pendientes en pellones de follaje. Las hanas sarmentosas, amigas inseparables de las orillas de los torrentes, se agrupan á los flancos de las rocas, y caen por su temeridad en los abismos con su belleza, sus perfumes y sus encantos. Allí la gracia y la poesia iban unidos á lo terrible; los precipicios estaban cubiertos por lechos de blancas azucenas. Sin duda que Colon vio en aquel sitio junto á las plantas, con que ya se habia familiarizado, especies aun desconocidas, porque su contemplación llegó repentinamente al apojeo del entusiasmo.

Bajo las anchas cintas de la palmera vinífera, los naranjos salvajes con su fruto de oro, las quiebras que resisten al hierro, los bananos, mostrando sus paños de gruesa tela, las belónias, con ramos cilíndricos, los sebestos, cargados de flores, los eritales, con sus bayas de color de púrpura, traspirando á jazmin, los jigüeyes, con elásticos racimos, los euforbios de brácteas escarlata, las chinchonas, los copales, inapreciables en la medicina, las conizas aromáticas, y los caimíteros con manzanas violadas. Palmitos, mirtos olorosos, semejando con sus hojas al limón, la pimienta, la prela, exhalando aroma de vainilla, en buena compañía con árboles sin nombre, dominados todos por el jigantesco ceiba, rey absoluto de aquellas soledades. Y á través de las innumerables vueltas y revueltas, que formn las hanas al pasar de unos árboles á otros, y mientras se arrastra su tronco por el suelo, para subir atrevido á la copa del mas alto, la trepadora calabaza y la paulinia alada encantan los ojos, y el humilde cicoparzo sirve de guarida al amor de las palomas.

Para las almas intelijentes, esta venturosa tierra tiene aun atractivos irresistibles. En sus puras y cristalinas aguas se producen al rizarse reflejos maravillosos, y en la mar que la circunda, fenómenos é ilusiones sin igual; la tranquilidad del cielo, la clara luz del dia, los vivos tonos del paisaje y el dulce aroma que impregna el aire hacen penetrar en los sentidos una vaga escitacion, que seduce y embelesa. Este es el efecto de la influencia material. Pero si el pensamiento se atreve á investigar en tan cabal conjunto las huellas de la divinidad, á estudiar las armonias y asombrosas combinaciones de su pródiga mano; combinaciones que, sin que entrasen en ellas la belleza de las flores, su aroma, y el canto y plumaje de las aves, bastarían para humillarlo, se siente confundido, anonadado, pues las fuerzas de la naturaleza se desarrollan en ella de un modo colosal y ciclópico. Lo fuerte de las emociones corresponde á la magnificencia de la perspectiva.

Hoy, familiarizados por trescientos años de esperiencia con estas producciones, entonces desconocidas, no podemos comprender la impresión que causaría semejante variedad, vista de una mirada, porque la poesia y los misteríos de lo desconocido iban unidos á la sazón con los encantos de la forma revelada.

Consideraba Cristóbal Colon con santo respeto y reconocimiento aquella manifestación, de todo punto nueva para la humanidad, y su éxtasis al contemplar las obras del criador se igualaba al inocente embeleso del primer amor, reasumiendo de antemano con virjinal ternura las sensaciones que habia de esperimentar la posteridad su legataria en tan opulenta herencia. Ningún mortal sintió nunca en su alma regocijo semejante al que allí conmovió al elejido de la providencia. Lo sublime de la obra acrecentaba el mérito de la cooperación con que el señor lo honrara, ponia de relieve el encumbrado carácter de su misión y lo elevaba sobre sí mismo.

A la hora de las doce de la mañana, estando recorriendo Colon en un bote las orillas de la rada, descubrió el rio lleno de armonías, y escondido cual un secreto de hermosura al S. del puerto. Sorprendido y casi atemorizado de su esplendor y majestad, y temblando de admiración, se lamentó de haber quedado sin fuerzas para espresar la milésima parte de su asombro, y dijo á los reyes, que tuvo un momento en que creyó le faltase aliento, para desviarse de un paraje tan encantador. La amenidad de este rio, anadia como para justificarse, la claridad del agua, que permite entrever hasta las arenas del fondo, la multitud de palmeras de diversas formas, las mas altas y graciosas que nunca he visto, y una infinidad de otros árboles elevados y verdes, el canto de los pájaros y la frescura del campo dan á este sitio, serenísimos principes, una tan maravillosa magnificencia, que escede en encanto y hermosura lo mismo de noche que de dia á las demás; lo cual me hace decir á menudo á los que me rodean, que cualesquiera que fuesen mis esfuerzos para estender una relación completa á sus altezas, ni mi lengua podría decir toda la verdaci, ni mi pluma escribirla. Y es tan cierto que me hallo confundido en presencia de tanta y tan superior belleza, que no sé como espresarla, porque si os he relatado con respecto á las otras rejiones, y acerca de sus árboles, de sus frutos, de sus yerbas y de todas sus cualidades tanto como pude; pero no como debí, de esta todos afirman que es imposible exista en el globo otra mas hermosa. Ahora callo deseando que la vean otros, que quieran describirla; pues conozco cuan poco puede ser considerado por mí su mérito, y que puede ser afortunado en boca ó pluma de otro.[29]

Como entre los mas grandes favores que Dios le otorgó, tuvo Colon la dicha de ir siempre disfrutando progresivamente de tantas cosas, cada vez mas admirables, y de conservarse en buena salud, decia: "Gracias al señor, ni uno solo de los hombres de mi tripulación ha esperimentado hasta ahora, ni el mas leve dolor de cabeza; ninguno ha guardado cama por enfermedad, á no ser un anciano marinero, que sufrió toda su vida de mal de orina, y se encontró curado al segundo dia de llegar aquí.[30] Lo que digo del estado sanitario, prosigue, comprende la tripulación de los tres buques."[31]

Antes de poder conocer cada una de las producciones especiales de aquel suelo maravilloso, comprendió la importancia de su posesión, y la espuso de esta manera: "Cuáles son los beneficios que se podrán sacar de aquí, es lo que no escribo. Es cierto, serenísimos príncipes, que, donde hay tales tierras, debe existir infinidad de cosas útiles.... y mas tarde es cuando se sabrán las ventajas que pueden reportarse de ellas."[32]

Teniendo intuitivamente una clara noción de sus infinitos recursos, y de su preeminencia sobre las otras, después de disfrutar de todos sus encantos, y de ponderarlos como poeta, como naturalista y como marino, afirmó que, con lo descubierto acababa de abrir nuevas vias á las relaciones humanas, y que "la cristiandad sobre todo tendría negociación en ellas, cuanto mas la España, á quien debe estar sujeto todo."[33] Entonces, dejándose llevar en alas de su divina inspiración, osó dar un consejo, que casi fué un precepto, á sus soberanos y señores, esponiéndoles con franqueza y libertad cristiana, que no debían permitir la entrada en mansión tan venturosa á ningún estranjero, á menos que la pureza de su fe no estuviese fuera de duda, porque, habiendo sido hecho el descubrimiento en nombre de Jesu-Cristo, para su mayor gloria, y dilatación de la Iglesia, no era justo que la incredulidad disfrutara de una conquista del catolicismo.[34]

Estas palabras escritas cuarenta y seis días después del primer desembarco en San Salvador, mientras y aun antes de estar completamente terminado el descubri- miento, son dignas de que en ellas se fije la atencion. Su sentido y su fecha tienen una importancia decisiva para establecer el verdadero carácter de la empresa de Colon; y no debe dudarse en su vista de la causa real y positiva que impelia al mensajero de la cruz, ni equivocarse acerca del objeto que se proponia, á saber: la mayor gloria de Jesu-Cristo, el acrecentamiento de su Iglesia, y de consiguiente la salvacion de las almas y la civilizacion de los pueblos.

No obstante la prisa de Colon, le cautivaban tales maravillas, y "le parecia que se encontraba cercado de ilusiones y encantamientos". Aquel lugar, cuya magnificencia imponia respeto, é inspiraba santos pensamientos, recibió á causa de esto el nombre de Puerto Santo, y durante tres dias permaneció en él estasiado y lleno de admiracion. Su sed de oro pareció aplacarse con la suavidad de la atmósfera, la frescura de las florestas y su perfumado ambiente. El contemplador de la creacion se sobrepuso un momento al incomparable buscador de oro, ardiendo en deseos de abrir las entrañas de la tierra para estraer de ellas lo que necesitaba, para rescatar el sepulcro de Jesu-Cristo. Cuan feliz no se sentirla el hijo adoptivo de la familia franciscana, al hacer los rezos que prescribe la regla de la Orden Seráfica, bajo las bóvedas de los árboles jigantes, templo primitivo de la naturaleza, rodeado de las prodijiosas obras del creador, y mezclando su voz con las salmodias del viento, cuyos ecos iban repitiéndose por aquellas soledades.

No obstante; un hombre tan práctico y positivo como Colon no podia consumir sin inmediato provecho para su empresa el tiempo concedido á la espansion de su alma; y así, aprovechándose de una permanencia, que venían á justificar ciertas contrariedades atmosféricas, daba consejos hijiénicos á los marineros, y enviaba por distintos lados, bajo las órdenes de un oficial, y provistos de intérpretes, destacamentos para reconocer el pais, y ponerse en relaciones con los habitantes. Pero estos continuaban como habían comenzado, huyendo siempre, y todas sus escursiones fueron inútiles, pues solo se apoderaron de varias mujeres con tres niños, en una aldea, y de los remeros de una embarcacion de los indíjenas, que sorprendieron.

El Viernes 30 quiso Colon antes de salir de Puerto Santo[35] consagrarlo con el signo de la cruz, y al efecto mandó á los carpinteros hicieran una de gran tamaño. El 1 de Diciembre fué llevada con solemne pompa por las dos tripulaciones á la principal altura, que dominaba la entrada del puerto, y clavada en la peña viva.

Como al siguiente Domingo, el viento fuera contrario, pudo santificarlo Colon al pié del símbolo sagrado, y prolongar un dia mas el placer que recibia en su contemplacion.

El Lúnes, hizo en un bote un reconocimiento de la costa al SO. y descubrió un astillero de los indios perfectamente dispuesto: habia en él canoas de una sola pieza, que podian contener cien personas.

El dia 4, se levaron anclas y prosiguieron con rumbo al O.

Al partir de Cuba el almirante, con el objeto de imponerla un nombre significativo bautizó á su estremidad oriental con el de Alpha y Omega: el principio y el fin, porque allí donde comenzaban las Indias de po concluia el oriente del Asia, constituyendo así el punto de partida y el de llegada del antiguo y nuevo mundo.



V.



En su vehemente amor por la creacion, en vano se buscaria en Cristóbal un pensador elejíaco, un mero contemplador entusiasta de la naturaleza, pues la admiracion que le infundian aquellas perspectivas, su laborioso estudio de la flora y de la faunia de las nuevas rejiones y sus observaciones sobre el terreno, de que se prometia estraer oro y piedras preciosas, no eran el objeto esclusivo de todas sus meditaciones, sino que con afan nunca visto se esforzaba por comprender el carácter de unos pueblos, que huian delante de él como visiones, y ya que no podia estudiarlos de cerca, los adivinaba. En efecto, sus relaciones con los naturales fueron desde el primer momento cual sí dataran de antiguo. Nunca se engañó con respecto á ellos, y siempre supo hacerse comprender y amar, dominarlos con la dulzura, y tomar sobre ellos un grande ascendiente personal. Como su salvacion era su móvil, aprovechaba cuantas ocasiones se le presentaban de inspirarles una alta idea de los europeos, para que deseáran reunírseles, y adoptar sus costumbres, mostrándoles con magnanimidad constante lo sublime del Evanjelio. Y es indudable que, sin la brutal codicia de sus tripulaciones, jamas hubieran los indios esperimentado otro sentimiento que el de la gratitud y el respeto para con los hombres celestiales, como ellos decían.

 No descuidaba nunca Colon la mas leve circunstancia, el menor detalle, ni el hombre que pareciera mas insignificante. Entre la Concepción y la Fernandina, habiendo dado con un indíjena, que bogaba solo en su canoa, le hizo subir á borbo de su carabela, con el objeto de agasajarlo, y se encontró ser precisamente un correo espedido á una de las Lucayas, para llevar la nueva de la llegada de los hombres divinos, en testimonio de lo cual traia consigo dos monedas y algunas cuentas de vidrio. De aquí dedujo Colon que presto se estenderia mucho la noticia de su venida, y que importaba difundir con ella el buen nombre de los enviados del cielo. La prudencia y la política, que tan bien hermanaban con sus inclinaciones naturales, le impelían á desplegar cierta magnificencia y dulzura con aquellos pueblos nacientes. Si de antemano Colon los amó en Jesu-Cristo, ahora los amaba el primero como el padre ama á su hijo, y ellos por instinto le daban algo de su afecto, apurando en su favor la poca constancia de su veleidoso carácter. En ningún tiempo ni lugar dieron los indios á un europeo testimonios de tanta confianza y adhesión como á él. Era que Cristóbal tenia el don de hacerse amar y obedecer á ciegas.

 Observó el almirante la falta de habitaciones á la orilla del mar, y de los ríos; á pesar de la hermosura de los sitios y de las comodidades que reportarian viviendo allí; y como notara todas las cabanas dispuestas de tal modo, que sus habitantes pudieran ver, antes de ser vistos, sospechó con su singular sagacidad, que un peligro común los obligaba á estar alerta. Comprendió que alguna raza estranjera, mas atrevida y mejor armada, tendría costumbre de llegar allí, para robar á los riveranos; y supo, después de haberle costado gran pena convencerse de ello, que en medio de la paz y la abundancia de tan risueños y poéticos parajes, atroces forajidos recorrían los confines de los bosques, no para saquear las cabanas, sino para apoderarse de sus habitantes, ponerlos en manadas como animales, engordarlos, y alimentarse con su carne. Desgraciadamente era' esto demasiado cierto. Los caribes antropófagos, estraños á estas islas, diferentes de sus naturales por la forma de la cabeza, las facciones, el color, el idioma, las pinturas de sus cuerpos, las armas y el temple de su corazón, cuando las invadían, las asolaban. Entrevio Colon un cambio el mas feliz en la condición de aquellos pueblos, porque ya en adelante, gracias á la protección de Castilla, gozarían de los consuelos de la fe, y estarían en posesión de la salud eterna. Bendecía á Dios por haberlo enviado para tan grande obra de misericordia y penetrado de su misión apostólica obraba como precursor del Evanjelio.

Antes de poder hablar del redentor á los indíjenas de un modo intelijible. Colon, que ardia en deseos de enseñarles á adorarlo, proclamaba á los cuatro vientos del cielo, en la lengua de la Iglesia católica el poder del verbo, y hacia resonar en tan apartadas orillas el nombre del salvador. Donde quiera que abordaban sus chalupas plantaba cruces, para que de antemano supieran los indios que este signo venerando era el de los hombres celestiales, ó destinados á serlo. La escuela protestante ha pasado en silencio el que el almirante pusiera estas cruces, y hecho sobrentender que , al erij irlas , solo trataba de dejar una prueba ostensible de su toma de posesión; pero la exactitud se opone á semejante duda acerca de sus sentimientos y de su fin, y no la permitiremos, porque sus hechos y sus intenciones los esplico terminantemente él mismo. Una vez veríficada la toma de posesión en la forma acostumbrada, clavaba el almirante cruces en los sitios mas adecuados y pintorescos, manifestando al obrar así, mas deseos de honrar al redentor, que de dar fe de sus descubrimientos; porque tanto como anhelaba contemplar los prodijios del verbo, tanto mas sentía la necesidad de glorificar á los ojos de los hombres al que por salvarlos se sacrificó. Y no solamente daba gracias al señor porque lo elijiera para revelar lo ignorado, sino por haberle concedido la honra de ser el primero que enarbolase allí el emblema de la inmortalidad conquistada. Se consideraba en los risueños desiertos de las Indias cual otro Juan Bautista, preparando el camino del que iba á venir con su gracia santificadora, bajo la forma del símbolo eucarístico. Designado por la providencia, precedía Cristóbal á los nuevos apóstoles, sus hermanos los de la Orden Seráfica, y á sus amigos los frailes de santo Domingo, que debían ir seguidos de cerca por los santos émulos de Francisco, Javier.

Esforzábase Colon en ilustrar el entendimiento de los indios que traía á bordo,[36] y los interrogaba con frecuencia; y á pesar del mal éxito de sus preguntas y de la confusión de sus respuestas, reconoció desde los primeros días su predisposición á lo hiperbólico y á lo fantástico, hasta tal punto que, sus mas claras afirmaciones no merecían sino á medias la confianza.

Y no solo tenía que desconfiar el almirante de los intérpretes, sino de las aseveraciones de los sabios y de los viajeros de que estaba imbuido: necesitaba prevenir se contra lo que veía, oía y se acordaba. Había estudiado en los libros de los cosmógrafos, de los jeógrafos y de los viajeros, entre ellos en Marco Polo; y de todos, el "Cuadro del mundo" (Imago Mundi) del cardenal Pedro de Ailly parecía ser el que mas crédito le merecía, tanto por el rango eclesiástico y la ortodoxia de su autor, como por su reconocido saber. Mas aunque se asociara á las afirmaciones de ciertos escritores, no por eso se refería jamas á ellos absolutamente; y así dudaba, conjeturaba, presumía la posibilidad; pero nunca aseguraba de un modo terminante; porque su penetración, sus inspiraciones y, digámoslo de una vez, su instinto de revelación, le apartaron de caer en los estravios de un sistema. Con todo, es evidente, que se habria aproximado mas á la verdad si, contra sus modestos hábitos y la vulgar prudencia, hubiera osado desprenderse del todo de los errores de los cosmógrafos, que hacian entonces autoridad, para no atenerse mas que á sus propios presentimientos: un tanto de presunción le hubiera economizado muchas vacilaciones; por eso y á causa de que el entendimiento humano no comprende lo desconocido, sino por lo que ya conoce. Colon no podia espHcar las cosas que encontraba, mas que por medio de las que sabia.

Muchas veces se ha repetido, que al partirse de Cuba el almirante llevaba la convicción de haber encontrado la estremidad del continente asiático, y este es uno de los errores tradicionales, en que se incurre con respecto á Colon, y que parece aceptado sin litijio; pero nosotros lo disiparemos mas adelante con hechos y documentos. Hasta el nombre jenérico de Indias, dado por Colon á las tierras descubiertas, nada establece en contra de tal idea; porque estaba destinado de antemano por él para los paises que iba á descubrir, como lo justifican las siguientes palabras de su hijo don Fernando: "Como las Indias pasaban en todo el mundo por abundantes en oro y toda clase de riquezas, quiso dar el mismo nombre á las tierras que pensaba descubrir, para obligar á Castilla á protejer su espedicion, halagándola con la esperanza de grandes beneficios".1 Sin duda deque por un momento, la tan caracterizada fisonomia de Cuba pudo inclinarlo á creer, que tocaba al estremo del continente asiático; pero las mas veces, según sus observaciones espontáneas, pensaba ha-

1. Fernando Colon, cap. VI, edición francesa, bajo el siguiente título: La vie de Cristofle Colomb et la décowoerte qu'il a faite des Indes Occidentales, vulgairement appelées le nouveau monde. Traducción del provenzal Catolendi. Paris, librería de Claudio Barbin, 1681. ber llegado á las antefronteras de un mundo absolutamente nuevo. Por lo demás, en el primer viaje, el contemplador de la naturaleza procuraba menos esplicar que enumerar las rejiones que descubria.



VI.



Al dirijirse á la invisible Babeque, el almirante divisó al SE. una tierra, que los indios le dijeron ser Bohio, en la cual secomian los hombres, Parecian tener mucho horror á las jentes de Caniba,[37] habitadoras de aquella isla, ó de su vecindad, y pretendian que aquellos feroces deprendadores, mantenidos de carne humana, tenian la cabeza como de perro, y solo un ojo en mitad de la frente; así es que cuando vieron al almirante, que, á pesar de su descripción, tomaba el rumbo de Bohio, quedaron sobrecojidos, hasta el punto de no poder hablar. Impelida por una fuerte brisa iba la Santa Maria á todo trapo, y como eran favorables las corrientes, se deslizaban con rapidez las carabelas hacia la isla misteriosa; pero habiendo sobrevenido la noche, la pasaron bordeando para esperar el dia.

El 6 de Diciembre entró el almirante por una ensenada, que puso bajo la invocación de la vírjen. Al SO. avanzaba un hermoso cabo, y en homenaje á Maria, la estrella del mar, lo nombró de la Estrella. Viéronse ademas muchos promontorios y ensenadas, á las cuales fué bautizando, y continuó su navegación con la costa á la vista , echando el ancla á la hora de vísperas1 en un puerto admirable, tanto por su seguridad, como por su hermosura, y lo llamó San Nicolás, en honra del santo cuyo dia era. De esta rada dijo Colon, que después de cuanto habia hablado de los puertos de Cuba, podia elojiarse con justicia, "pues cabian en ella con comodidad mil carracas dando bordadas"

El Viernes 7 de Diciembre se hizo á la vela para seguir la costa al NE. Descubríanse á lo lejos altas montañas, y en los llanos intermedios, campos y colinas, cuya perspectiva recordaba los de Castilla, notando el almirante árboles, que se parecian á las encinas, á las carrascas y á los madroños, y que la temperatura era mas fresca que la de Cuba. Por la tarde dio con una ensenada, á la que puso Concepción, y queriendo examinar los peces de aquellas aguas, y en su consecuencia mandado poner en su canoa las redes, cayó en el bote antes de que él entrara un sargo, idéntico á los de las costas de España; y cojieron ademas salmones, sardinas, lenguados y otros muchos parecidos á los de Castilla. El aspecto jeneral del pais, así por el cultivo como por la disposición en que se hallaba, diferia de la fisonomía tropical de Cuba, y se asemejaba en cierto modo á la de España.

El 8 de Diciembre, fiesta de la Concepción, una violenta lluvia, acompañada de viento, retuvo á toda la jente á bordo, y el almirante pudo dedicarse con entera libertad á orar por la vírjen. Habiendo impedido la frecuencia de los aguaceros, que los buques se empavesaran, dispuso que, durante las horas de los oficios se disparasen salvas en honor de María, concebida sin pecado.

1. La piedad de Colon, su costumbre de rezar diariamoate los oficios, en las horas señaladas por la regla de los franciscanos, le hace indicar involuntariamente en su Diario la hora de las vísperas, para señalar el momento de la tarde, que reservaba á este relijioso deber; y muchas veces se le escapó sin pensarlo esta espresion. El 9 continuaba la lluvia, y como la humedad, la forma de las nubes, y el ambiente recordaban á los españoles el mes de Octubre en Andalucía, y las llanuras que se divisaban les traian también á la memoria su cara patria, puso el almirante á esta isla, cuyo nombre primitivo diversificaban los indíjenas, el de Española. Unos la llamaban Bohio, que en lengua de aquella tierra significa gran mansión; otros en menos número Haiti, que quiere decir tierra alta, y la mayor parte Quisqueya, palabra que sirve para espresar tierra grande ó gran todo, porque los naturales no conocian otra mas estensa. Los de Castilla la llamaron bien Hispaniola ó sencillamente y por abreviar la Española.

El 12 de Diciembre consagró el almirante su toma de posesión con un signo propio de su piedad, haciendo clavar en presencia de las dos tripulaciones, en un sitio elevado, a la boca de la ensenada, una cruz de gran tamaño, no solo para hacer constar los derechos de Castilla y el acto habido, sino principalmente por señal de Jesu- Cristo nuestro señor, y honra de la cristiandad.1

Seis dias hacia ya que procuraba relacionarse con los indíjenas; pero estos, cuyas habitaciones estaban en lugar apartado, y de manera que sus huéspedes pudieran ver venir á lo lejos á las jentes, huian no bien se acercaban los estranjeros. Después de las ceremonias relijiosas lograron los de Colon apoderarse de "una muchacha muy hermosa, que tenia puesto en las narices un arete de oro" lo cual era de buen augurio. Converso con los indios de las carabelas, pues su habla le era conocida, y el almirante mandó que la vistieran á la europea; y adornada con bujerías venecianas, cascabeles y sortijas de latón, la devolvió á los suyos en compañia de tres naturales de los que venían en los buques, para que se avistasen con los de aquella tierra.

1. Miércoles 12 de Diciembre. Mas no se atrevieron por miedo á seguir la joven hasta su cabana, y volvieron á bordo á las tres de la madrugada.

Envió el almirante á tierra nueve hombres armados, resueltos é intelij entes, con un indio por intérprete; los que debian reconocer el pais y entablar tratos con los naturales. Encontraron á cuatro y media leguas de la orilla una aldea desierta, pues al divisarlos sus moradores tomaron la fuga, después de ocultar lo que poseían; y como el intérprete los siguiera, gritándoles con grandes voces que volviesen, que los cristianos no eran canibas, sino que venian del cielo, y daban cosas muy hermosas, poco á poco se fueron acercando, y en número de mas de dos mil rodearon á los españoles, contemplándolos con veneración y asombro. Sacaban de sus casas los mejores ahmentos para ofrecérselos, y en esto se adelantó un gran golpe de ellos conduciendo en hombros á la mujer que habia recibido los presentes de Colon, una parte de los cuales traian con gran ceremonia, conducidos por el afortunado marido, que iba á las carabelas á dar las gracias al jefe de los hombres celestes. El intérprete, habiendo creido oir á bordo, que el almirante deseaba un loro enseñado, espresó su deseo, y en seguida se los trajeron de todas partes, sin aceptar nada en cambio.

Los europeos, al tornar con este cortejo, pudieron ver en su camino, magníficos campos cultivados, mas frondosos aun que los de Córdoba; pues á pesar de ser á mediados de Diciembre, los árboles estaban verdes y cargados de frutas, y la yerba tan alta y lozana como en Castilla en el mes de Abril; sin embargo, no se notaba ninguna apariencia de oro.

El Viernes se puso el almirante de nuevo en demanda de la isla Babeque, tan preconizada por los indios en cuanto al precioso metal; pero las contrariedades del viento le llevaron á la de la Tortuga, fértil, bien cultivada, y que recordaba, aunque confusamente, la campiña de Córdoba. El 16, al acercarse Colon á la Española, dio con una canoa conducida por un indio. Admiróle la audacia del insular que en aquel frájil barquichuelo afrontaba un viento muy recio, lorecojió con su pequeña embarcación, lo colmó de halagos, le dio cuentas de vidrio, sortijas y cascabeles y lo hizo poner en la playa cerca de donde vivia. Después echó el ancla en un puerto cercano que llamó de la Paz y esperó.

Lo que habia previsto el virey se realizó al instante. El indio, mostrando los regalos desconocidos convocó en torno suyo á sus compatriotas, elojiándoles la magnificencia de los hombres venidos del cielo; pero no tuvo la suerte de cojerlos de nuevas, pues ya eran sabedores de la llegada de los viajeros celestes, que iba cundiendo de una en otra aldea. Mas de quinientos insulares se dirijieron á los buques y entre ellos algunas mujeres de singular belleza que traian en las orejas y narices, laminitas de oro fino que se apresuraban á dar, no teniendo sobre sus personas otra cosa que ofrecer. Recomendó espresamente Colon que se les tratara con la mas grande afabilidad, y como si fueran ya cristianos, "porque son, escribía á los reyes, las mejores jentes del mundo, y sobre todo, porque tengo una grande esperanza en nuestro señor de que SS. AA. los harán cristianos á todos".1

Según Las Casas, en aquel momento "creia el almirante, que estaba muy próximo á los parajes, en que la tierra ocultaba sus mas cuantiosos tesoros, y que el señor le habia de mostrar donde nasce el oro"2

El 18 de Diciembre, desde el alba, el almirante, fiel en su devoción a la vírjen, hizo empavesar las dos carabelas, y saludar con la artillería el dia en que la piedad de los españoles conmemora la anunciación en la

1. Domingo 16 de Diciembre.

2. Lunes 17 de Diciembre. iglesia de Nuestra Señora de la O.1 Después, ala hora de vísperas llegó el joven rey del pais en un palanquin, escoltado de una guardia de honor de doscientos hombres, y acompañado de dos graves personajes, tal vez sus ministros ó consejeros. En aquel momento Colon comia en su cámara, pues el monarca no quiso que se le previniera de su visita. Entró con aire resuelto en el salón, se dirijió al almirante, lo saludó cortesmente, tomó asiento a su lado, con un ademan hizo que se retirasen sus guardias, que obedecieron con muestras de profundo respeto, y no retuvo a su lado sino á los personajes importantes, que se colocaron á sus pies.

El almirante lo mandó servir en seguida, creyendo que se convidaba á comer; pero él no hizo otra cosa que gustar con los labios lo que se le ofrecia, y eso como para contestar al cumplido; y envió el resto á los que venian con él. Al levantarse de la mesa, hizo ciertas señales á uno de los suyos, y le trajo un cinturon adornado con dos láminas de oro, de un trabajo delicado, que ofreció al almirante, quien luego de aceptarlo y darle las gracias, le enseñó la carabela, y lo condujo á su camarote, donde, como observase que miraba el rey con ojos de envidia la colcha de su cama, se la dio, junto con un collar de gruesos granos de ámbar, que tenia al cuello, unos borceguies encarnados, y un tarro de esencia de azahar, esperando conciharse con estos presentes su benevolencia, y atraerlo mejor al cristianismo.

Mostróle Colon el crucifijo y los retratos de los reyes de España, y le habló de su grandeza y poder; mas el monarca y sus ministros creian que los estados de estos soberanos estaban en el cielo y no en la tierra. Cuando el rey bajó á su canoa se le tributaron los honores militares.

No bien hubo partido, vino á bordo su hermano con

1. Esta iglesia, construida sobre una montaña, cerca de Segovia se llama Nuestra Señora de la O, á causa de los peñascos que la rodean en forma de una O. no muy ovalada. aspecto pusilánime y servilmente obsequioso, á mendigar baratijas, y por él se supo, que en el idioma del pais se llamaban caciques los monarcas. Si el almirante no pudo obtener aquel dia mucho oro, oyó al menos hablar mucho de él, y un viejo indíjena tuvo con él conversación de cierta isla de oro, y de otras partes en que este metal abundaba, hasta el punto de que no habia mas trabajo que el de cojerlo: lo fundian y lo hacian barras.

No quiso partir Colon sin honrar también allí el emblema de la redención, y asi mandó construir una cruz grande, y la colocó en el centro de la aldea, para familiarizar á sus habitantes con su vista. Y tan gustosos vinieron en ello los indios, que se arrodillaron delante del símbolo sagrado, cuya significación ignoraban, procurando imitar los movimientos y las palabras de los españoles durante las oraciones. A juzgar de lo porvenir por tan felices disposiciones. Colon "esperaba en nuestro señor, que todas aquellas islas serian cristianas".1 En la noche del dia siguiente se hicieron á la vela para proseguir el reconocimiento de la costa de la Española, y doblaron al otro varios cabos, dando vista á escelentes ancladeros.

El Viernes 21 de Diciembre descubrió el almirante una rada, que escedia á las precedentes. No fué necesario llamar á los indíjenas, pues ya la fama les precedía. A eso de las diez de la noche una canoa llena de curiosos iaipacientes atracó á una carabela, y al otro dia una multitud cubría la playa. Hombres y mujeres ofrecían á los españoles oro, calabazas con agua fresca, y pan de ñame, de grato paladar; pero no parecian poseer gran cosa. "Todos estaban desnudos, como al salir del vientre de sus madres," dice Colon, y por lo tanto recomendó la mayor decencia con aquellos inocentes hijos de la naturaleza.

1. Martes 18 de Diciembre. Con reiterados mensajes pidieron al almirante visitara una aldea vecina antes de irse, y como se encontraba en su camino, fué á ella. El cacique, que habia salido á su encuentro, esperaba en un otero, rodeado de su séquito é infinidad de sus vasallos. Todos rogaban al jefe de los viajeros celestiale's que no se fuera, y permaneciese á su lado; como asimismo los enviados de otro cacique, que llegaron á suplicarle, suspendiera la partida hasta que su amo hubiese podido verlo, en lo que vino gustoso. Tenia preparado el cacique gran cantidad de víveres, y después de cargar con ellos á las embarcaciones españolas, sus subditos quisieron á su vez abastecerlos, y regalarles loros. Pedian coii gritos descompasados, que el almirante no se fuera, y como lo viesen embarcarse, á pesar de sus instancias, lo siguieron en canoas á los buques. Tratólos Colon cariñosamente, y dioles cuentas de vidrio, sortijas de cobre y cascabeles, no porque ellos lo importunasen por tenerlos como dice Las Casas, sino "aporque le parecia conveniente, y los consideraba ya como cristianos".

Es indudable que el anuncio de estos estranjeros maravillosos preocupaba los mas apartados pueblos de la isla, porque durante la corta ausencia del almirante, un cacique de la parte O. vino en derechura á bordo, para visitarlo, y la víspera otro que residía á tres leguas de distancia, llegó para hablarle de oro.

El Sábado 22 de Diciembre el señor mas poderoso del pais, el gran cacique Guacanagari, magnate joven y de jentil apostura, deseando á su vez conocer á los hombres venidos del cielo, envió á uno de sus primeros vasallos, para invitar al almirante trajese sus baques cerca de su residencia, y ofrecerle un cinturon, del cual pendía á guisa de limosnera, una máscara de madera lijera; pero cuyas descomunales orejas, lengua y ojos eran de oro puro. El enviado no comprendía apenas el habla de los indios de San Salvador, y á estos les sucedia otro tanto con él, lo que hizo que pasaran una parte del dia en interpelarse inútilmente, siendo necesario que Colon aclarase sus equivocaciones recíprocas, y adivinara por sus ademanes el objeto del mensaje. Al dia siguiente era Domingo, y á pesar de que Colon, como muy bien observa Las Casas, "no tuviera la costumbre de aparejar en él, no por superstición sino por piedad," decidió salir á la mar, á fin de mostrar el signo de la redención en aquellas orillas, en dia que pertenece al señor, "á causa de la esperanza que conservaba de que se tornaran cistianos". A las doce de la mañana mas de ciento y veinte canoas cargadas de indios, rodearon las carabelas, llevando cada uno su pequeño presente.

Como el viento faltó, y el almirante no pudo trasladarse á la residencia de Guacanagari, envió en las embarcaciones al notario real y varios oficiales, para saludarlo de su parte. En este tiempo un cacique inferior vino á la Santa María, anunciando que en aquella isla existia mucho oro, que venian á comprarlo de las naciones vecinas, y que tendrían tanto como quisieran. Conmovido el virey con tal noticia, y lleno de esperanzas dio por ello gracias de todo corazón al señor; mas como si quisiera reprimir su casi mundano regocijo, hizo acto continuo sumisión de su voluntad á la de Dios, y escribió coii edificante resignación en su Diario, que "nuestro señor, que tiene en sus manos todas las cosas, vea de me remediar y dar como fuere su servicio."1

Una irresistible curiosidad impelia á los pueblos de la ribera, pues mas de mil indios hablan venido en canoas, llevando todos regalos, y á falta de sitio sobre quinientos se arrojaron á nado, para ver á los estranjeros celestiales: también acudieron cinco caciques con sus familias, á los cuales como á todos dio regalos el almirante, teniéndolos por bien empleados.

Las nuevas de oro se confirmaban mas y mas: algunos de los indíjenas hablaban á Colon de las minas

1. Domingo 23 de Diciembre. de la isla, y un natural, que pareció simpatizar con él por un movimiento espontáneo, le indicó muchos sitios, que lo producian, señalando entre otros á Cibao, (el almirante creia que queria decir Cipango,) cuyo cacique tenia una bandera de oro puro. Este pais estaba lejos aun, y decia él hacia el E. Colon presentía que se acercaba á las minas auríferas, y conmovido y sediento de riquezas, rogaba á Dios fervorosamente lo condujera al fin allí, no pudiendo menos de esclamar: "Nuestro señor me aderece por su piedad á que halle este oro"1 Durante la noche trajeron las embarcaciones al notario y á los oficiales, enviados por el almirante al gran cacique Gnacanagari. En su camino se les presentó una multitud de canoas con j entes, deseosas de conocer á los hombres celestiales, que conducidos á la residencia del rey fueron recibidos con gran pompa. El cacique, que sentía mucho no haber visto al almirante, le enviaba esperando su visita "loros, y muchos pedazos de metal aurífero"



VII.



El Lunes 24 de Diciembre, al despuntar el dia, se hizo á la vela el almirante con buen viento de tierra, gobernando al E. en dirección de las minas de oro indicadas, y con el objeto de visitar al paso á Gnacanagari; pero el viento amainó pronto, y se anduvo poco durante el resto del dia. La Niña iba á media legua de distancia por la popa.

1. Domingo 23 de Diciembre. A eso de las once de la noche, como se sintiera Colon fatigado, porque durante dos dias consecutivos y toda la noche anterior la afluencia de los indíjenas, los regalos hechos y recibidos, los cambios á que tuvo que atender, las preguntas á los intérpretes, sus respuestas, verdaderos enigmas, los mensajeros que era preciso escuchar, los que necesitaba espedir, la clasificación y conservación de los diferentes productos del pais, que quería llevar á Castilla, sus ejercicios relijiosos, sus observaciones sobre el terreno y el clima, y los múltiples cuidados del mando no le dejaron un minuto de reposo, cediendo á la necesidad, bajó á su camarote, y se acostó vestido en su litera. Para hacer esto debia estar muy tranquilo acerca de la situación del buque, como lo estaba en efecto, pues la mar se mantenia sosegada, navegaba por los parajes que las chalupas tenian sondados de dias atrás, y un oficial vijilaba el timón.

Mas, á pesar de la prohibición reiterada durante el viaje de no abandonar la caña á los novicios, no bien se hubo recojido el almirante, el oficial de guardia hizo otro tanto, una hora mas tarde, el timonel cedió su puesto á un mozo, yéndose á su hamaca, y la guardia entera se entregó al sueño. A su vez se quedó dormido el mozo, y la Santa Maña se fué insensiblemente inclinando, impeUda por la corriente, hacia un banco de arena. A una legua de distancia se oian las rompientes; pero tan profundo era el sueño de la tripulación, que no se despertó sino á la voz del almirante, que á los primeros gritos del mozo, alarmado del ruido, saltó de su litera, y subió á cubierta para remediar el siniestro, antes que ninguno pensara que hubiesen varado. En un abrir y cerrar de ojos acudieron los pilotos con el contramaestre que le tocaba estar de guardia aquella noche.

Mandó Colon echar al agua la canoa que pendia de los pescantes de popa de la Santa María, cargarla con un ancla, é ir á echarla á cierta distancia por la popa. El contramaestre y los marineros saltaron en seguida en la lancha; pero en lugar de ejecutar la maniobra, se alejaron con presteza para ponerse al abrigo de la Niña, que se mantenía anclada á media legua al viento. No quiso recibir su capitán á los cobardes desertores, que se vieron en la necesidad de tornar á la carabela, no sin que antes le tomara la delantera la chalupa de la Niña. El almirante, apercibiéndose de la traición de sus marineros, y viendo que la marea bajaba, y que ya la Santa Maña se iba á la banda, quiso cortar el palo mayor, para alijerar la nave, y procurar ponerla á flote; pero como no le quedaban bastantes brazos para esta operación, tuvo que desistir de ella. Por otra parte la Santa Maria tenia muy enterrada la quilla para poder enmendarla. Confió pues á la providencia el casco del buque, y pasó á la Niña, para trasbordar su tripulación. La mar rompió al fin sobre la carabela; mas sin desbaratarla, pues solamente se abrieron sus costuras, permaneciendo entero lo demás. Colon se preparó activamente al salvamento, y al despuntar el dia envió á Diego de Arana y Pedro Gutiérrez con encargo de informar del siniestro al cacique Guacanagari.

Conmovió al rey "esta nueva, hasta el punto de romper en lágrimas, y envió inmediatamente multitud de jentes con canoas, para ayudar á la descarga de la Santa Maria, tomando las disposiciones oportunas para la conservación de los objetos que se sacaran de á bordo. Mandaba frecuentemente decir al almirante que no se entristeciera, que él le daría todo lo que poseia. Gracias al socorro de brazos bien dirijidos, la operación se verificó en pocas horas. Guacanagari dio á sus huéspedes tres grandes cabanas, para que depositaran en ellas cuanto les pertenecía, puso una guardia para vijilar la propiedad de los estranjeros, y vino él mismo á presidir sus disposiciones, siendo tal su cuidado y tanta la honradez de sus vasallos, que en el transporte del cargamento, municiones y aparejos del buque, no se perdió el objeto mas insignificante. Las simpatías de los naturales y la acojida dispensada por su rey endulzaron la amargura, que esperimentó Colon por este accidente. En ningún pais de Europa hubiera encontrado una hospitalidad mas cariñosa ni mas cordial.

Siempre sumiso á la voluntad de Dios, sabiendo que hace redundar en nuestro bien lo que nos parece un descalabro. Colon, al recordar las diversas circunstancias del accidente sobrevenido sin culpa suya; á pesar de la falta de viento y de brumas y de la calma y el ruido de las rompientes, á despecho de los esfuerzos intentados para enderezar el navio, y por la misma traición del contramaestre de la carabela, que era su compatriota; considerando que la capitana permanecía intacta, como el dia de su partida, que lo que llevaba en su bodega estaba en salvo, que ni una tabla, ni un clavo, ni una barrica de harina se habia perdido, pensó que nuestro señor lo hizo encallar, á ñn de que se estableciera allí.1 En efecto, podia dejar en los estados de un soberano hospitalario una parte de su tripulación, que aprenderla la lengua de los naturales, les enseñarían la relijion cristiana, y recojeria oro, mientras él fuera á España. Muchos de su jente pedian quedarse en la isla, y Guacanagari estaba en estremo complacido de ver establecerse á su lado á los seres maravillosos, tanto mas, cuanto que como á veces desembarcaban los antropófagos por aquellas costas, y arrebataban á sus subditos para comerlos esperaba que los poderosos estranjeros lo libertaran de ellos. Colon para confirmar su confianza le mostró el efecto de los talabartes y los arcos moriscos, y los estragos que podia producir la artilleria, queriendo al mismo tiempo que probarle cuan temible seria para los caribes, inspirarle el respeto que sabe imponer la fuerza, para que en caso de necesidad supliese á la benevolencia. Resolvióse la construcción de un fortin,

1. "Que yo conosco que milagrosamente mandó quedar allí aquella nao Nuestro Señor." Domingo 6 de Enero. y su establecimiento casual y casi forzado vino á ser al menos una prueba de posesión previa, para evitar hasta la menor dificultad en lo sucesivo con los demás europeos: así sacó provecho el almirante de una catástrofe.

Cada dia eran mas estrechas las relaciones entre Colon y el cacique: Guacanagari esperimentaba por el almirante admiración, respeto y confianza, y su intelijencia, sobreescitada por una viva curiosidad, se esforzaba en elevarse hasta sus misteriosos huéspedes, en comprender su naturaleza, y adoptar sus costumbres: su noble y afable aspecto respiraba distinción y majestad, y sus maneras y sus gustos tenian algo mas de aristocráticos que los del resto de su pueblo; pues mientras á este embelesaba el ruido de los cascabeles, (chuq, chuq,) y le deslumhraban las bujerías, por las que daba oro y algodón, él llevaba camisa, prefería los guantes á las anteriores bagatelas, y á trueque de máscaras, espejos y coronas de oro, pedia una palangana para lavarse las manos después de comer, en lugar de frotárselas con yerbas odoríferas, como hacia anteriormente. Poseía el instinto de la jerarquía de la dignidad y el mando, y la jenerosidad parecia natural en él, porque jamas vio al almirante sin presentarle un obsequio; daba como rey, por el placer de dar, y la etiqueta de su corte agreste ofrecia el jérmen de una civilización, que no carecía de gusto y elegancia en medio de su sencillez.

No obstante; el afecto que manifestaba Guacanagari á los europeos, no se debe confundir con un sentimiento de admiración por la superioridad de los hombres divinos, que lo que le atraía era la persona del almirante. Los salvajes como los niños, juzgan por instinto de las cosas que no pueden esplicar, y no se equivocan acerca de los que aman. Así se sentia atraído por la grandeza de Colon el inocente rey de aquellas selvas, y así lo unía al hombre divino un instintivo cariño. Por él fué por quien lloró cuando supo el naufrájio de la Banta Mana, y por él fué cada una de sus concesiones en favor de los suyos. Uno de los rasgos característicos del injenio del almirante y de su destino providencial era sin contradiccion una repentina aptitud para las ciencias, y cuanto hubiera de mas estraño: don asombroso, con que pudo dar cima fácilmente á todo. El naufrájio de su buque lo transformó en injeniero, y en seguida trazó el plano de un fuerte cuadrado, con bastiones en sus ángulos,[38] y dirijió en persona las obras.

La actividad de los españoles, secundada por los vasallos de Guacanagari, hizo prodijios. Diez dias despues de haber varado la carabela, se levantaba en la playa un formidable castillo, construido con tierra, y sostenido por grandes maderos del esqueleto del buque. Bajo él una espaciosa bodega debia servir para encerrar las municiones de boca y guerra, como asimismo las mercaderias destinadas á los cambios, que eran muy considerables.

Para guarnicion del fuerte, sobre cuyas almenas flotaba la bandera de Castilla, escojió el virey entre los tripulantes de la capitana los que parecian mas robustos y mejor intencionados. Agrególes el bachiller Bernardino de Tapia; el señor Juan; el fundidor de metales y joyero de Sevilla, Castillo; el primer maestro de armero, que también era mecánico; un constructor de buques, un calafate, un tonelero y un sastre, poniéndolos bajo las órdenes de Diego de Arana, en quien delegó sus poderes, y al que dio por teniente á Pedro Gutierrez, oficial de la casa real, y á falta de este á Rodrigo de Escobedo, sobrino de un sacerdote muy bien quisto en España, llamado Rodrigo Perez. Componiase la naciente colonia de cuarenta y dos hombres en junto.

Una vez establecida de este modo la autoridad, proveyó Colon la vanguardia del antiguo mundo con lo que formaba el cargo de la Santa Maria, instrumentos, utensilios, galleta para un año, semillas, armas, la chalupa, y las bujerías con que habían de procurarse oro; recomendando particularmente á los buenos oficios del cacique los tres jefes superiores.

Dejaba pues el almirante álos españoles bajo las mejores condiciones que pudieran apetecerse: aprestados con abundancia de todo lo necesario para la vida, su conservación y defensa, en el seno de un pueblo amigo, y protejidos por un monarca jeneroso y bueno.

Antes de separarse de ellos les dijo Colon el discurso mas tierno que jamas haya dirijido un padre á sus hijos. Les dio consejos admirables, llenos de saber y previsión, les hizo presente el glorioso fin del descubrimiento: la propagación de la fé; les pidió que estudiaran el idioma de los naturales y procurasen atraerlos al cristianismo con sus ejemplos y enseñanza; les mandó en nombre de los reyes prestaran obediencia á los oficiales que habia investido con sus propios poderes; les recomendó guardasen las mayores consideraciones al soberano de la nación, que evitaran las disidencias con su pueblo, que respetaran á las nnijeres, que nunca se separasen, ni fuesen solos, que durmieran siempre en el fortin, y sobre todo que no estralimitaran las hospitalarias fronteras del rey que los acojia.

Al recojer los ecos de la elocuente exhortación rebosando la solemnidad y grandeza casi bíblica que nos han transmitido los historiógrafos Herrera y Muñoz, no podemos menos de esperimentar una emoción profunda; pero al recordar los sucesos que poco después sobrevinieron, quedamos admirados de la previsión de Cristóbal, y descubrimos en ella una superioridad de alcances, que escede con mucho á lo permitido al hombre.

El 2 de Enero se despidió Colon del cacique, dándole al marchar otra camisa y unos borceguíes rojos, poniéndole al cuello un collar de piedras africanas, sobre las espaldas un manto escarlata, y en el dedo un anillo de plata, metal que él prefería al oro. Lo abrazó con cariño fraternal, y Guacanagari, que lo amaba cual un tierno infante al autor de su vida, no pudiendo dominar su dolor prorumpió en sollozos y copiosas lágrimas.

El Viernes 4 de Enero al salir el Sol, la Niña, remolcada por su lancha, salió con rumbo al E. en demanda de una elevada montaña, á la cual puso el almirante el nombre de Monte-Cristo. Observóla Colon como hidrógrafo, como naturahsta y como poeta, y dejó consignado en su Diario su perenne é inagotable entusiasmo por aquella naturaleza tan armoniosa. Dos dias mas tarde aparejó, continuando el costeo en toda su estension hacia el E.; pero manteniéndose á distancia bastante en razón á los arrecifes, cuando á las doce de la mañana, el marinero que estaba de guardia en la cofa, señaló una vela por la proa. Era la Pinta, á la que un brisote devolvía á el almirante.

En vano esperaba el señor Martin Alonso que la inmensidad ocultaría su deserción, porque la divina providencia lo arrastraba á través de los espacios ante los ojos de su jefe embarcado en la Niña-, punto imperceptible en la inconmensurable llanura. Eorzado por el viento á unirse á Colon, lo siguió al puerto de Monte-Cristo, y pasó á su bordo, buscando para disculparse razones todas falsas, y contradictorias muchas. Sin embargo; el almirante finjió admitirlas, por temor de agravar la situación; pues ambos buques los mandaban Pinzones, y la mayor parte de sus tripulantes eran ó parientes, ó amigos, ó paisanos suyos: en todo tiempo, mas principalmente después de la descubierta, le habia hecho sentir el mayor de los tres hermanos el peso de su aislamiento y su calidad de estranjero, y sabiendo de qué escesos era capaz su brutal orgullo, escitado por la envidia, se contuvo por no dar lugar, como dice Las Casas, á las malas obras de Satanás,1 que buscaba el modo de impedir aquel viaje, como hasta entonces habia hecho.

1. Las Casas. Diario de Colon, 6 de Enero de 1493. Se resigno y sacriticó su amor priopio, sus instintos justicieros, y su dignidad personal en aras de un deber mas grande aun que su derecho.

Martin Alonso Pinzón, asociando á su crimen sus marineros, pasó dieziseis dias á la boca del rio de Gracia, traficando en oro, contra lo dispuesto por el almirante; y en los momentos de su partida, uniendo la violencia á la rapacidad, arrebató como esclavos á cuatro hombres y dos muchachas. Pero Colon le hizo soltar su inicua presa, tranquilizó á los indios, los colmó de presentes, para neutraUzar tamaña injuria, y los puso en tierra, para que tornasen á sus hogares. Avaramente ocupado en apilar oro, Martin Alonso, olvidando los cuidados que todo capitán debe á su buque, ni aun reparó en que, favorecidos por la inmovilidad durante su estada en el rio de Gracia, las bromas se habian multiplicado á su placer por los costados y la carena de la Pinta, agujereándoselos cual un panal de cera. Tampoco pensó siquiera en proveerse de un trinquete, para reemplazar el suyo, que no estaba en disposición de mantenerse ñrme, y por lo cual no daba toda su vela al viento.

A pesar de su deseo de costear la Española, la conducta de los Pinzones demostraba bastante claro áel almirante la necesidad de ganar lo mas en breve posible un puerto de Castilla, exijiéndolo también el mal estado de las carabelas; pues el 7 de Enero fué menester tapar una via de agua en la bodega de la Niña.

Al siguiente dia, cerca del rio de Oro, así llamado por traer en su seno arenas de este metal, divisó á cierta distancia tres manatis, que se presentaron sobre la superficie, recordándole los que habia visto otras veces en la costa de Guinea, y que á lo lejos tienen una semejanza con el hombre. Eran las sirenas de los antiguos, y asi las llamó él, añadiendo, que no eran hermosas como se las representa.

El 9, el almirante navegó al ENE. y reconoció el cabo Rojo. La costa tenia una vista seductora. Enormes tortugas venían á desovar á la orilla. Pero no podia entregarse á su deseo de observarla; pues ya se le hacia tarde la vuelta para no tener mas relaciones con Martin Alonso, y dar á la reyna la nueva de su descubrimiento; que una vez cumplida su misión estaba resuelto, decia, "á no sufrir los tuertos de hombres sin delicadeza ni virtud, y que pretendian aisladamente hacer predominar su voluntad contra quien tanto los honró."










  1. "Inginocchiati baciorono la terra tre volte piangendo di allegrezza." Ramusio. Delle navigationi é viaggi racotte, tomo III., foglio I.
  2. Robertson. Historia de América, tomo I. lib. II. páj. 120.
  3. P. Claudio Clemente. Tablas chronológicas de los descubrimientos, decada primera. Esta plegaria de Colon se repitió luego por órden de los reyes de Castilla en los posteriores descubrimientos. Hernán Cortés, Vasco Nuñez de Balboa, Pizarro &c., debieron emplearla oficialmente.
  4. "La llamó á gloria de Dios que se la habia mostrado, librándolo de muchos peligros, San Salvador." Fernando Colon. Hsitoria del almirante, cap. XXV.
  5. No hallando los protestantes ingleses bastante hermoso para figurar en sus cartas de navegacion el nombre de "San Salvador", lo han reemplazado con el de "Gato"; y en sus atlas hidrográficos la isla de San Salvador lleva el honroso nombre de Isla del Gato.(Cat-Island.)!
  6. "Unas hojas secas que debe ser una cosa muy apreciada entre ellos, porque ya me trujeron en san Salvador dellas en presente." Diario de Colon. Lúnes 15 de Octubre.
  7. "Collocata in luogo della bandiera." Ramusio. Delle navigationi é viaggi raccolte, tomo III. fól. 2.
  8. A ejemplo de Washington Irving, la escuela protestante se ha guardado bien de decir una sola palabra acerca de la ereccion de esta cruz.
  9. "Ma per lasciare un segno d'haver preso la possessione in nome di Nostro-Signore Jesu-Cristo." Ramusio, ibid.
  10. Diario de Colon. Esta observacion hecha el 14 de Octubre de 1492 no fué mencionada sino por casualidad el 5 de Enero de 1493.
  11. Diario de Colon. Mártes 16 de Octubre de 1492.
  12. Diario de Colon. Viérnes 19 de Octubre de 1492.
  13. Diario de Colon. Domingo 21 de Octubre de 1492.
  14. Ibid. Ibid.
  15. Diario de Colon. Viérnes 19 de Octubre de 1492.
  16. Diario de Colon. Sábado 13 de Octubre de 1492.
  17. Ibid. Lúnes 15 de Octubre.
  18. Ibid. Miércoles 24 de Octubre.
  19. Diario de Colon. Domingo 28 de Octubre de 1492.
  20. Las Casas. Diario de Colon. 28 de Octubre de 1492.
  21. Diario de Colon. Domingo 28 de Octubre de 1492.
  22. Diario de Colon. Lúnes 29 de Octubre de 1492.
  23. Diario de Colon. Mártes 6 de Noviembre de 1492.
  24. Ibid. Ibid.
  25. Ibid. Ibid.
  26. Ibid. Ibid.
  27. "Y muy presto á cualquiera oración ques no ses digamos que digan y hacen el segnal de la cruz." Diario de Colon. Lúnes 12 de Noviembre de 1492.
  28. Las Casas. Diario de Colon 25 de Noviembre de 1492.
  29. Fernando Colon. Vida del almirante, cap. XXIX.
  30. Esto nos recuerda que el comendador Poincy curado de la gota, por haber permanecido en la Martinica, inspiró á Scarron el deseo de ensayar los climas coloniales. El duque de Noailles. Histoire de madame de Maintenon t. 1, cap. V, p. 162.
  31. Porque, loado nuestro señor, hasta hoy de toda mi jente no ha habido persona que le halla mal la cabeza, ni estado en la cama por dolencia, salvo un viejo de dolor de piedra.... Esto que digo es en todos tres navios.... Martes 27 de Noviembre de 1492.
  32. Diario de Colon. Ibid.
  33. Ibid. Ibidem.
  34. "Y digo que vuestras altezas no deben consentir que aquí trate ni faga pié ningún estranjero, salvo católicos cristianos, pues todo esto fué el fin y el comienzo del propósito que fuese por acrecentamiento y gloria de la relijion cristiana &c." Ibid.  Ibidem.
  35. Puerto Santo, devastado después por el hierro y el fuego, se llama hoy Baracoa. En su lugar, siempre de admirable perspectiva, se ha levantado una ciudad, que lleva su nombre; pero cuyo destino no ha cambiado menos que su aspecto, pues sirve hoy de guarida á los traidores, á los revolucionarios, á los negreros, á los hombres perdidos de todas clases, que tienen á sueldo los libertadores de la Union. En su puerto, en otro tiempo santificado, se agitan los mas voraces de los buitres americanos, groseros materialistas y déspotas brutales, á su vez esclavos de la multitud. Desde allí estienden con los dolars y la calumnia contra la corona española los revolvers, por medio de los cuales, esperan cojer de improvisto á Cuba, la reyna de las Antillas. Los seres mas envilecidos de la humanidad ansian la mas hermosa posesion de los mares. Que la Francia vele!*
    * Basta con que lo haga España....
     N. del T.
  36. Colon tenia en todo veinte indios ó indias v tres niños á bordo de las carabelas, á saber: siete insulares, traidos de San Salvador, y seis hombres, siete mujeres y tres niños sacados de Cuba.
  37. De este nombre se deriva el de Canibal, equivalente de antropófago.
  38. Oviedo y Valdes. Historia natural y jeneral de las Indias, lib. II cap. VI.