Historia de Cristóbal Colon y de sus viajes (Tomo I): Libro Primero. Capitulo IX

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​Historia de Cristóbal Colon y de sus viajes (Tomo I)​ de Roselly de Lorgues
Libro Primero. Capitulo IX


CAPITULO IX.


I.


El Viérnes 14 de Enero se dió á la vela el almirante, y de paso puso nombre á los cabos Baupres, del Anjel, Redondo, Frances y Buen Tiempo, á la punta de Fierro y á la montaña de Plata. A medida que continuaba costeando la isla Española, no podia menos de estrañarle sobre manera su estension.

Deseoso de procurarse víveres frescos envió á tierra un bote, cuyos tripulantes dieron con unos hombres armados de flechas y con los cuales entraron en relaciones, decidiendo á uno de los guerreros á seguirlos en la carabela. Era un salvaje desnudo completamente, con la cara de feroz aspecto y pintarrajada de negro, y cuyos cabellos largos y atados á la espalda iban adornados de plumas. Por su belicosa catadura, tono resuelto y repugnantes facciones imajinó Colon que seria uno de aquellos Caribes antropófagos de que habia oido hablar, y le preguntó si era canibal. Respondióle que nó el guerrero y le mostró con el dedo al E. la dirección de la tierra habitada por los de esta raza. Después de haberlo interrogado sin gran provecho le hizo dar de comer, le regaló algunas bujerias y lo envió á la playa invitándolo á que si tenia oro lo trajera. En el momento en que la embarcacion ganaba la orilla se ocultaron detras de los árboles sobre sesenta indíjenas que á las primeras palabras de su compatriota depusieron entre el follaje parte de las armas y se adelantaron á los españoles que les compraron dos arcos y gran copia de flechas; pero no bien hubieron recibido su costo, en vez de entregarlas, viendo que no tenian que habérselas mas que con siete estranjeros corrieron en busca de cordeles para amarrarlos, considerándolos ya como cautivos. Apercibidos del caso los españoles caen como el rayo sobre los indios y hieren á uno en el pecho, y á otro, de un sablazo, en las caderas. La intrepidez del ataque les infundió tal espanto, que huyeron, arrojando sus lanzas por el camino. Si el oficial que mandaba la lancha no hubiera, conforme á sus instrucciones, impedido que los persiguieran habrian hecho los siete una carniceria. Aflijido quedó el almirante al saber este suceso, pues hubiera querido que su espedicion no costara una gota de sangre á los pueblos que venia á convidar con la paz del señor; pero la reflexion lo consoló en breve, porque la derrota de sesenta guerreros del pais por siete de los suyos debia redundar en beneficio de la pequeña colonia dejada en el puerto de la Navidad.

Pertenecian estos indios á los ciguayenos cuyas costumbres diferian de las de los otros naturales de la Española en razon á que espuestos á las invasiones de los caribes, habian contraido ciertos hábitos crueles de sus enemigos.

Al otro dia tornó á enviar Colon la chalupa, pero armada en guerra, y los playeros, acompañados del que ya estuvo á bordo de la Niña se acercaron sin miedo alguno, no guardando rencor por lo pasado. El almirante llamó á aquel paraje, golfo de las Flechas.

Afan tenia Colon de encontrar, antes de volver la proa á Castilla, á la raza de Caniba ó de Carib tan temida entre los pueblos que llevaba visitados, y de ver á los comedores de carne humana, seres rebeldes al órden establecido por la providencia, ofensores de la naturaleza, y que por un esceso de la gula mas repugnante, robaban á los hombres, para saciar en ellos su asqueroso apetito. Le parecia imposible tal abominacion, y para creerla queria verla. Tambien le habian hablado de una isla nombrada Matinino, poblada por mujeres solas y armadas, que recordaban á las amazonas y estaba seguro de su existencia, que suponía al ESE.[1] No se equivocó; pero como los naturales no supieron indicarle el camino, y ademas se levantó un viento favorable para venir á España, y su jente comenzaba á disgustarse de una navegacion tan prolongada, decidió hacer rumbo á Europa, tanto mas, cuanto que, las dos carabelas hacian mucha agua. No era menos peligroso quedarse que partir en circunstancias en que solamente podia esperar en Dios.

El hombre de la providencia puso el rumbo á España en nombre de la Santísima Trinidad, porque como dice el venerable padre Las Casas "no obstante la mucha agua que las carabelas hacian, confiaba en nuestro señor que le trajo le tornara por su piedad y misericordia."[2]

Al principio la mar estuvo bastante buena y se esperimentaron con frecuencia variaciones de viento. En los dias que siguieron se ajitaron las olas, se vió gran cantidad de atunes y rabos de junco, pájaros bobos, dámias y fragatas; pero sin embargo, la mar se mantuvo llana, la temperatura suave, y la brisa escelente, por lo cual dió Colon gracias á Dios.

El 21 de Enero refrescó mucho el viento, se vieron todavia multitud de pájaros; pero pocos peces, y el agua empezó á enfriarse. Al dia siguiente permaneció en calma, tanto que los indios se divirtieron en nadar al rededor de los buques. Se encontraron yerbas, mas ya no alarmaron á ninguno. En las otras singladuras los rumbos fueron muy variados; con frecuencia la Niña se veia obligada á disminuir el trapo para esperar á la Finta que iba mal á la bolina y se ayudaba peor con la vela de me- sana, en razón á la averia de su palo, que Martin Alonso Pinzón, cuando desertó para cojer oro, descuidó com- poner. Pronto perdió el cielo su trasparencia. El contínuo cambio de los vientos hizo que las maniobras fuesen cons- tantes; se adelantaba poco, las provisiones sólidas toca- ban á su fin y no quedaba mas que patatas, galletas y vino, lo que reponia mal las fuerzas, en medio de tanta fatiga. El Viernes 25 de Enero, después de salir el Sol, so- brevino una gran calma, y los marineros consiguieron cojer un atun y un enorme tiburon; con lo cual se reparó algún tanto la despensa. Durante los demás dias se avanzó poco, pues el viento y las olas permanecian sin movimiento, sin que por eso dejara Colon de dar gra- cias á Dios por el estado del mar. Con el cielo cada vez mas encapotado comenzó á llover el 4 de Febrero y el aire se puso mas frio. El almirante hizo rumbo al E., siguiéndolo hasta el 8 en que tomó al SE. cuarto al E. El 10, los pilotos se hallaban por su apunte ciento cincuenta leguas mas cerca de Castilla que Colon, pero, el cálculo del almirante estaba exacto y equivocado el de los otros, como se probó luego. El 12, rachadas de aire precursoras de la tempestad comenzaron á silbar entre la jarcia y arboladura: el dia fué penoso, y por la noche tres relámpagos rasgaron la atmósfera al NE.: eran los preludios de un huracán, que se preparó á esperar el almirante, haciendo cargar las velas y no guardando mas que una baja, achicada con rizos y abocinada al palo mayor con el objeto de que ayudara á levantar la carabela, que las ajitadas olas sumerjian. Elevábanse estas enfurecidas y espumantes, para es- trellarse unas contra otras, con estruendo formidable, caer y tornar á levantarse hasta las nubes, abriendo á su pié simas horribles; el horizonte se inyectaba en tintas de siniestro cariz y la noche iba estendiendo el mas ne- gro y espeso de sus velos sobre aquel cuadro de deso- lación y angustia. Jemian las ligazones de la Niña al redoblado empuje de los elementos desencadenados y como era imposible maniobrar, se entregó á merced del viento y de las aguas, lo mismo que la Pinta, á la que su averiada arboladura no permitió luchar mas tiempo. Hizo Colon encender, conforme á lo dispuesto en tales casos, tres faroles, uno sobre otro en el palo mayor, en qué flameaba la bandera real, para indicar á la Pinta que no conservase trapo; y á fin de poder evitar un abor- daje durante la oscuridad mandó poner una luz próxima al fanal, á cuya seña contestó Martin con otra que man- tuvo hasta que la violencia del temporal lo acabó de ocultar en la lontananza de la moviente llanura. Lejos de disminuirse el horror de la tempestad, au- mentó con la vuelta del dia. Colon no habia abandonado la cubierta y proseguia dirijiendo en persona el buque; pero la persistencia progresiva del temporal tenia intimi- dados á los tripulantes que volvian sus tristes ojos á Cristóbal, y este al padre de las misericordias, único recurso en tamaño pehgro. El hombre no podia mas; pero el cristiano permanecia firme, alentado por la fe. Propuso el almirante á su jente hacer un voto, para que aquel á quien señalara la suerte, fuese en peregrina- ción á Nuestra Señora de Guadalupe, con un cirio de cinco libras de peso en la mano. Pusiéronse al efecto en un gorro tantos garbanzos como tripulantes habia, señalando en uno, con un cuchillo, una cruz.^ Se acer- caron todos, y el virey, como principal, entró la mano el primero y retiró la semilla cruzada. Pocos momentos después, como acreciera el riesgo, y con él el pavor se decidió otra promesa. Se trataba de ir á Nuestra Señora de Loreto en los estados pon- . Jueves 14 de Febrero. tificios y habiéndole tocado al marinero Pedro de Villa, natural del Puerto de Santa María, imposibilitado de cos- tear el viaje, Colon se hizo cargo de proveerlo de recursos. Mas tarde, la cólera de los elementos inspiró un ter- cer voto, para cuyo cumplimiento fué señalado de nuevo el almirante. Consistia en hacer celebrar una misa en Santa Clara de Moguer y pasar una noche entera en oración al pié del altar mayor. En seguida se procedió á otro colectivo, para ir todos procesionalmente, los pies descalzos y en camisa á la iglesia de Nuestra Señora que mas cerca estuviera en la primera tierra que se divisara. El abatimiento de los espíritus era indescribible. Nin- guno tenia duda de que la Finta hubiese perecido: cada cual se encomendaba al santo de su devoción; pero sin esperanza de salvarse, pues no veia en lo humano ni la menor probabilidad de ello. La carabela sufria tanto mas, cuanto que carecia de lastre; y como Colon no pu- do alcanzar la isla de las Mujeres, en la que se propo- nia hacerlo y estivar la Nma, la falta de víveres, agua y vino la tenían tan lijera, que iba en cualquier dirección y como si no fuera gobernada. Los tripulantes estaban desesperados, y el mismo jefe sentía decaer su espíritu. Su corazón, mas ajitado que la borrasca misma, des- cendiendo de la conñanza al temor, se elevaba y caía alternativamente como las olas del Atlántico. Él lo ha dicho: cada golpe de agua que venia á estrellarse contra el casco de su carabela, era bastante para turbarlo, no sin que atribuyera su flaqueza á la insuñciencia de su fe y falta de absoluta confianza en la divina providencia. Por una parte, al acordarse de las circunstancias prodi- jiosas de su descubrimiento, de las mercedes que el so- berano señor le otorgara con tamaño triunfo, mostrán- dole infinitas maravillas y haciéndole encontrar multitud de islas cual si hubiera querido que al fin de tantas contrariedades como esperimentó en Castilla quedasen sobrepujadas hasta sus mas lisonjeras ilusiones, se tranqui- lizaba un poco. Y cuando descendía al fondo de su conciencia y hallaba en ella aquel ardiente deseo, aquella sed insaciable de la mayor gloria de Dios, le parecia impo- sible que aquel Dios que lo libertó de cuantos peligros se opusieron á su primer viaje, que le hizo dominar el mie- do y la revuelta, sosteniéndolo firme contra todos, in- utihzára hoy los continuos milagros de su bondad, aban- donándolo en el peligro supremo. Pero por otro lado, al considerar la persistencia de los rigores del cielo, á pe- sar de sus plegarias, y ver tan inmediata la destrucción de todos se decia que, sin duda por sus pecados. Dios para castigarlo, quería privarle del placer de ser él mismo portador de la noticia del resultado de su empresa, y así de la gloria que ilustraría su nombre. Morir sin haber revelado las desconocidas bellezas que admiró,, dejar ignorando la existencia del nuevo mundo á las naciones cristianas, y á los nuevos pueblos la venida de Jesu-Cristo, la redención del jénero huma- no, era una lúgubre idea que oprimía su corazón y der- ramaba en su pecho la amargura. Morir, cuando habia descubierto la tierra deseada en cuyas playas de arenas de oro estaba el rescate del santo sepulcro; morir, hun- diéndose en los abismos con los trofeos de su victoria, la conquista cosmográfica mas grande déla humanidad, era agonizar con el alma, con el corazón y con el cuer- po; era sucumbir tres veces pereciendo una. Si hubiera estado solo en el peligro, habría sufrido su desventura con mas resignación porque vio muchas veces la muerte tan de cerca, que una mas no le hiciera estremecerse; pero no era así, y el imajinar que causaba la pérdida de tantos como venían con él, mal de su grado la mayor parte, y que en el delirio de su desesperación, en su hora postrera, lo maldecirían y lo culparían de su mala estrella, lo dejaba transido de dolor, y si la imájen de sus inocen- tes hijos se aparecía en su memoria y pensaba en la orfandad y desamparo en que quedarían en tierra es- traña, pues los reyes no sabiendo lo que habia hecho su padre no se acordarían mas de aquellos pedazos de sus entrañas, se llevaba las manos trémulas á la cabeza como para impedir que se le fuera el juicio. En medio de los lamentos de la tripulación, del es- trépito de los golpes de mar, de los quejidos de la Niña, medio zozobrada, del crujir de las cuerdas, de los sollozos de las bombas, que apuraban mas que el agua las fuer- zas de los marineros; en medio de este horrísono con- cierto, bajó de la toldilla y entrando en la cámara, to- mó un pergamino^ y á pesar de los balances escribió en él con mano firme el resumen de su hecho, lo envolvió en otra hoja en que pedia al que la leyera la llevase á la reyna de Castilla, ofreciéndole en su nombre una re- compensa de mil ducados, lo puso luego en un hule, dentro de un pan de cera, lo selló, y después de colo- carlo en un barril vacio y de cerrarlo herméticamente, lo mandó echar al Océano. Los marineros no vieron en aquella ofrenda á las olas sino el cumplimiento de un voto secreto. Por temor de que las corrientes no apartaran de Europa su desesperada misiva hizo dos copias y metida la segunda en un barril que amarraron á popa la dejó allí con la esperanza de que si la Niña zozobraba, pu- diera sobrenadar y ser cojido un dia. En esto el viento cambió al O, manteniéndose, sin embargo, la mar negra y ajitada.



II.



El Viernes 1 5 de Febrero, al salir el Sol se vio tierra al NE. Reanimáronse con esto los decaídos ánimos, á pe- . "Tomé un pergamino y escribí en él todo lo que pude." Jueves 14 de Febrero. sar de que la marejada continuaba viniendo gruesa del lado de poniente. Los pilotos se creian, según su esti- ma, en las costas de España; pero Colon les dijo que eran las de las Azores,^ á cuya inmediación no les per- mitió acercarse aun el temporal y pasaron el resto del dia, la noche y el siguiente, dando bordadas para alcan- zarlas; pero en vano. En la noche del Sábado al Domin- go, el almirante, que sin embargo de sufrir de la gota habia permanecido desde el principio de la tempestad, es decir, por espacio de cuatro dias y cuatro noches, es- puesto á la lluvia, al viento, y á los golpes de agua, sin descansar, y escaso de alimento, hallándose casi balda- do de las piernas tuvo necesidad de reposar algún tan- to; pero apenas amaneció tomó de nuevo el mando, go- bernó al SSO., y al fin alcanzó por la noche una isla, que por falta de luz no pudo conocer. La dio vuelta para encontrar un sitio seguro, y habiendo echado un ancla y perdídola en seguida fuéle menester salir á mar ancha por temor de un siniestro: el Lunes consiguió to- mar puerto. Estaban en Santa María, la mas meridio- nal de las Azores, que pertenecía al rey de Portugal. Atónitos quedaron sus habitantes de que un barco tan frájil y en semejante estado hubiera podido sopor- tar la furiosa y larga tormenta pasada, y mas fué su asombro cuando supieron de donde venia. Con la nueva del descubrimiento de las Indias '^daban gracias á Dios,2 haciendo muchas alegrías,'^ y no se cansaban de oir relaciones acerca de aquella tierra. Por la tarde vinieron tres hombres á la orilla que hablaron con los de la Niña por medio de una bocina, y estos enviaron una lancha para recojerlos. Traian al almirante volatería y pan fresco de parte del gobernador de la isla, que según decían, debía venir al otro dia para . "El almirante por su navegación se hallaba estar con las islas de los Azores y creia que aquella era una dellas. Viernes 15 de Fe- brero. . Lunes 18 de Febrero. visitarlo, llevarle nuevas provisiones y devolverle tres marineros que retenia en tierra por disfrutar del gusto de oirlos. Como ya era tarde, Colon dispuso que dur- mieran á bordo los enviados. Al amanecer, no queriendo demorar por mas tiempo el cumplimiento de la promesa hecha por todos de ir descalzos y en camisa á la iglesia de Nuestra Señora, en la primera tierra á que llegaran, pidió á los mensa- jeros, que volvian á la ciudad enviasen un sacerdote á la capilla de la vírjen que estaba cerca de la playa, de- tras de un cabo. Al efecto se trasladó allí la mitad de la tripulación y mientras oraba al pié del altar, llegó una manga de soldados que hizo prisioneros á los po- bres peregrinos. Esperaba el almirante la vuelta de la chalupa para desembarcar á su turno; pero dieron las once, y como no venia sospechó que retenian á los suyos, ó que la embarcación se habia destrozado contra los peñascos de la orilla. Desde donde estaba no podía di- visar la ermita y levó anclas acto continuo para diri- jirse á un sitio mejor, una vez en el cual poco tardó en distinguir un escuadrón de jinetes que se apeaba y en- traba armado en la lancha, que vogó hacia la Niña como para tomarla al abordaje. Cuando estuvieron al alcance de la voz, el goberna- dor de la isla, que venia dirijiendo en persona este golpe de mano, pidió un salvo conducto para él si subía á la carabela. Otorgóselo el almirante; pero el cauteloso lu- sitano no fiándose de una palabra que él en lugar de Colon habría violado, no se movió del esquife. El virey le preguntó, porque, contrariamente á las leyes de la hospitalidad, y violando el derecho de jentes aprisionaba á sus marineros, con tanta menos razón, cuanto que los portugueses vivían en Castilla tan segu- ros como en Lisboa; y le dijo que el rey y lareyna cu- yo grande almirante era, le tenían mandado tratase con distinción á los buques de la marina de Portugal que hallara por el camino, y que sí no le restituía su trípulacion no continuaría el viaje con el resto, sino que ha- bia de castigar severamente tan pérfido y odioso proce- der. Respondióle el gobernador con arrogancia, que allí nadatenian que ver con los monarcas de Castilla, ni con sus cartas, y que le baria saber lo que Portugal valia. Cuando hubo agotado sus fanfarronadas, prorumpió con insolencia que el almirante podia si queria tornar al puerto con su carabela, que él por su parte, habiendo obrado con arreglo á las instrucciones de su rey y se- ñor, estaba tranquilo. Tuvo Colon que limitarse á fulminar terribles ame- nazas por tamaña deslealtad, y obligado por la ajitacion del mar volvió á la bahia, que por cierto no presentaba la mayor seguridad. Su primer cuidado entonces fué el de prevenirse contra cualquier evento. Estivo la carga é hizo un lastre provisional llenando de agua las pipas vacias. Pero de nada le sirvió su precaución, pues aque- llos desleales enemigos le cortaron las amarras, viéndose el virey en la necesidad de huir en las tinieblas de la noche, buscando en ancha mar un abrigo contra la mal- querencia de la costa. Por espacio de treinta y seis ho- ras permaneció . en los peligros mas inminentes, porque entre los hombres que conservaba á bordo no habia sino tres marineros; que el resto lo componían indios y novi- cios. Felizmente, las olas no azotaban á la Niña mas que por una banda, en vez de acometerla en todas direccio- nes como en los dias anteriores; y Cristóbal, con el co- razón siempre levantado hacia su divino maestro, le dio gracias por la disminución del peligro. El Viernes 22 de Febrero, por una repentina reso- lución, habiendo vuelto á echar el ancla en el mismo puerto de donde tuvo que salir, vio á un hombre aji- tando una capa y haciendo señales á la carabela para que esperase. A breve rato llegó la chalupa con dos eclesiásticos y un escribano; los que, después de pedir resguardo para sus personas, le suplicaron les mostrara sus papeles para asesorarse de que realmente servia á los reyes católicos. No habiéndole salido bien el atentado y temiendo las consecuencias, buscaba el gobernador portugués el modo de encubrirlo con un prestesto plau- sible. Colon lo comprendió y no solo los satisfizo, sino que todavía les hizo regalos de objetos del nuevo mun- do. Convencidos los delegados del gobernador de su calidad, le devolvieron con la lancha los marineros que guardaban en rehenes, los cuales decian que si hubie- ran logrado apoderarse de su persona, nunca jamas les dieran Hbertad, porque así era la orden espresa de don Juan 11. Levaron anclas sin perder momento y dieron vuelta á la isla, queriendo hallar sitio donde hacer leña y tomar piedra para lastre, pero lo fuerte de la resaca impidió á las embarcaciones arrimarse á tierra; y como en esto se presentasen ciertas señales, precursoras del viento del S., que en aquellas alturas es tan peligroso aguardar so- bre las amarras, decidió el almirante proseguir su ca- mino. La mar estaba tranquila y navegaban impulsados por una fuerte brisa, por lo cual daba el virey gracias al señor en su Diario y en su corazón. Por espacio de .^dos dias la marcha fue regular; mas á poco, vientos con- trarios tornaron á lanzar á los marineros en los peligros y fatigas de que creian haber escapado ya. III. El 1 y 2 de Marzo pudo seguirse un rumbo favora- ble. El 3 al ponerse el Sol, un chubasco se llevó en pe- dazos las velas de la Niña, que estuvo á punto de zozo- brar; pero la divina providencia veló por su servidor; '^Dios quiso salvarlo/^ dice Las Casas. En la inminencia del peligro se hicieron nuevas plegarias, y un nuevo vo- to. Se tornó á echar suertes para saber quien de entre ellos iria descalzo y en camisa á Nuestra Señora de la Cinta, en la provincia de Huelva, y como ya habia su- cedido dos veces, le tocó á Colon, 'lo que le hizo creer que Dios iba siempre con él; pero que queria que se humillara y no se enorgulleciera con los favores que le tenia hechos/^i Ademas cada uno prometió estar á pan y agua el primer Sábado siguiente á la llegada de la carabela. Menester fué dejarse llevar por las olas á palo seco; que tan recia era la tormenta. Redobló esta su fuerza con la venida de la noche; siniestros relámpagos alum- braban con su luz sulfúrea la pavorosa escena; la lluvia caia á torrentes; las olas arremetian en todas direcciones al buque , y así se levantaba tremenda ima montaña de agua, como se abria un abismo negro, inmenso, ame- nazando tragarlo con su espumosa boca. El crujir de la jarcia, de la arboladura y del casco hacia coro con los silbidos del viento y el estrépito de los truenos, á los que parecía servir de eco los espantosos bramidos del mar. Ningún poder humano fuera bastante para salvar- los de tanto peligro; '^pero plugo á nuestro señor venir en auxilio del virey, y mostrarle la tierra,'^ como dice Las Casas. A media noche la divisaron; mas la oscuri- dad impidió reconocer el lugar. Sin embargo de lo atre- vido de la maniobra, el almirante mandó echar la vela grande de juanete, no teniendo tampoco otro recurso para levantar á la Niña que sumerjia la proa; y así los guardó Dios hasta el dia'^^ en medio de las angustias y de la ansiedad de una noche de tribulación y naufrajio. Llegaba el almirante á las costas de España á fines de un invierno desastroso; durante uno de esos sacudi-

Las Casas. Historia de las Indias, lib. I cap. LXXIII. 
Las Casas. Compendio del Diario de Colon. Lunes 4 de Marzo. mientos de la naturaleza, que, trastornándolo todo, ha- 

cen sentir su impulso formidable del Polo al Ecuador. Al decir de la jente marinera nunca se conoció un in- vierno de mas siniestros marítimos, pues de cuatro meses atrás soplaban vientos asoladores. El océano Jermánico estaba impracticable, y los buques padecían en los puer- tos, bloqueados por los temporales. Veinticinco barcos españoles perecieron en las costas de Elandes, y por todas las demás se veian esqueletos de naves é infinitos despojos. Al amanecer, al través de la neblina, que producía la ajitacion de las olas y la abundancia de espumas que se levantaba en el aire, el almirante reconoció el pro- montorio elevado de Cintra, cerca del Tajo. La costa de Portugal, difícil de abordar siempre que hay mar gruesa, es en estremo peligrosa con un temporal, porque ningún cabo, ninguna abertura amor- tigua el impulso de las olas, que corren sin obstáculo, y con una violencia acrecentada por la distancia, á rom- perse con ruido infernal contra los peñascos. Colon, á pesar de que no pudieron acercársele las lanchas de los prácticos, se esforzó por entrar en la ria. Tampoco con- taba con otro refujio. Las rocas cubiertas con la espu- ma, engañaban la vista; y una fuerza irresistible arras- traba á la Niña á los escollos, rechazándola de la em- bocadura á lo cual también contribuía el viento con- trario y una grande avenida. Hubiérase dicho que un tenebroso poder redoblaba su furor, para impedir salvar- se á la lijera carabela, haciéndola perecer casi á la entra- da del puerto. Al presentir una catástrofe, los habitantes de Cascaes, población situada en el embocadero del Tajo, acudie- ron á la iglesia, y con cirios encendidos quedaron oran- do durante la mañana por las almas de los tripulantes de la Niña, que consideraban ya pasto del terrible ele- mento; y cuando con el favor del altísimo entró Colon por el rio, el pueblo en masa acudió á la orilla conside- rando como milagro su salvación de una muerte ine- vitable.

  1. Las amazonas y su isla existian real y positivamente ademas de la mitolojia, con la diferencia de que estas robustas guerreras vivian sin hombres no mas que una parte del año.
  2. Lúnes 14 de Enero.