Huellas literarias/Corzuelo incapaz...

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Corzuelo incapaz...

La declaración de incapaz que lanzó sobre sí mismo el Sr. D. Andrés Corzuelo fue una corazonada sumamente importante. Dicho estimable señor ha declarado, con ingenuidad que envidiaría Mariscal, que «él no tiene capacidad para decir todo lo que se le ocurre». Es inmensa la declaración. Aprendan del Sr. Corzuelo una porción de periodistas tan incapaces como él dice que es, aunque menos ingenuos.

El acto de D. Andrés y su incapacidad merecen la más sincera felicitación. Porque si el Sr. Corzuelo tuviera capacidad para decir todo lo que se le ocurre, y si todo lo que se le ocurre es como lo que ha dicho en el artículo Declaración, sería cosa de emigrar...

Para decir que Clarín es «una gran personalidad literaria», que sus libros «viven y vivirán mientras haya literatura», que esos mismos libros «se encuadernan y guardan en una biblioteca para avalorarla»; que leyó la novela Su único hijo, y que, después de leerla «lo único que se le ocurrió» fue volver a leerla, y que después de leerla por tercera vez no se dio por vencido y «tampoco se le ocurrió dejarla de la mano», y sigue con ella por ahí, dando lata...; para decir que él, D. Andrés, es «de los seres privilegiados porque encuentra en las novelas del Sr. Alas más atractivos que otros lectores»; que el Sr. Alas «es crítico en la cátedra, en la conversación, en las epístolas familiares», por donde resultaría, si eso fuera cierto, un crítico insufrible a domicilio; que Emma Valcárcel es «un maravilloso ejemplar hecho por Dios con sujeción al modelo presentado por Clarín», de lo cual se deduce que Clarín es el arquitecto del verbo divino, y que Balzac «prestó su maravilloso pincel al Sr. Alas», y que éste es superior a Galdós, a Pereda, a Larra, y «un escritor sin límites», el más eximio de Lisboa y del ayuntamiento de Oviedo; para decir eso, y ganarse la buena voluntad del Sr. Alas, y algún bombito «de paso», ¿necesitaba el Sr. Corzuelo llamarme víbora?... ¿La parecería bien a ese señor que yo le llamara, por ejemplo, rinoceronte literario? ¿o se figura que, por el hecho de gastar frac en las solemnes recepciones del teatro Martín, puede atropellar a los que no tenernos smockning?... Yo creo que el Sr. Corzuelo comprenderá, aunque incapaz, que se ha excedido a sí mismo, a no ser que se propusiera hacerme decir pestes del libraco Su único hijo, pestes que no quiero decir, porque no he venido al mundo con la misión de apalear diariamente a Clarín. Sobre que sería vulgar, cursi, y además molesto para el público, que yo me ocupara uno y otro día en tirar chinitas a D. Fulano, llámese Clarín o Juan Lanas. El periodista no escribe o no debe escribir exclusivamente para sus pasiones y resentimientos... Escribe o debe escribir para el público, y al público madrileño le apesta ya la polémica literaria que sostuvieron hace años el Sr. de Clarín y el Sr. de Aramis. Hay que tener mundo, salir de Covadonga y demás cuevas o sótanos porteriles, viajar mucho, y enterarse... de que nequid nimis.

Yo he dicho ya, a propósito del Sr. Alas, todo lo que tenía que decir. No me parece ahora tan mal escritor como me pareció antaño, por la sencilla razón de que me parece peor, y no sé cómo Lasanta, que tiene buen gusto literario y hace como editor verdaderas maravillas, edita las cosas de Clarín... a no ser que Clarín se las regale y le dé además dinero; pero esto no es probable, porque, según me contó Malagarriga (que no me dejará mentir aunque está en Buenos Aires), Clarín «es muy capaz de matarse con Dios por una peseta». Sea de ello lo que fuere, no participo de la opinión de los que afirman que el Sr. Alas no puede hacer cosa de provecho. Es muy joven todavía. Dicen sus biógrafos que cifra con los cuarenta; -y algunos genios se han destapado más tarde. Tal vez se destape el Sr. Alas si se ocupa en la Muñeira, según avisa en su último «Palique»; porque yo he creído siempre que el Sr. Alas es un soplagaitas literario.

Por lo demás, los elogios que el Sr. Corzuelo dispensa, en estilo cursi y ramplón, a su adorado tormento literario, están en su puesto, porque... ya lo dice él: «sirva mi opinión de acicate a los compradores».

Por mí... que se acicaten. Pero ¿hacía falta, para acicatarlos, emprenderla conmigo, que no la he emprendido con usted, ni con el Sr. Alas, ni tampoco con Su único hijo nuestro señor, que fue concebido por obra y gracia de Minghetti, y nació de santa Emma Valcárcel, y padeció bajo el poder de Poncio Corzuelo?...

Sea usted capaz de ponerse en razón. Deje al Sr. Alas esos tiquis miquis, que -no crea usted- me divierten. Figúrese usted que llegué de América, y que tan pronto como salté a tierra tropecé con un vendedor del Madrid Cómico, y que compré un número (porque soy capaz del mayor sacrificio por mi buen amigo Sinesio), y que oí a Clarín preguntando a sus lectores: -¿Qué ha sido de Bonafoux? Poco faltó para que yo le telegrafiara: -Aquí estoy, compadre... Acabo de desembarcar... ¡Deje usted que descanse un poco!...

La pregunta resultaba oportuna, y... me hizo gracia. Pero el Sr. Corzuelo no es gracioso (crea a un servidor), ni siquiera oportuno.

En fin, yo diría muchas cosas al Sr. Corzuelo. Pero sería crueldad de víbora. Porque ¿qué va usted a decir a un señor que tiene la nobleza de declararse incapaz?...

Menos mal, después de todo, el Sr. Corzuelo, amigo y admirador consecuente del Sr. Alas... Lo peor son otros caballeros que, después de ser vapuleados y escarnecidos por él, le dedican sendos elogios, pidiéndole compasión por amor de Dios, y haciendo con respecto a dicho señor el oficio del animalito que figura en la caricatura de Muriedas.