Huellas literarias/Cuadros americanos

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Cuadros americanos

Le conocía, hace ya mucho tiempo, sin tratarle y sin haber leído su libro titulado Cuadros americanos. Manuel Llorente Vázquez no pertenece como persona al surtido ordinario. No es que trate de singularizarse; es sencillamente que, dentro de las hechuras vulgares de la humana especie, Llorente se destaca sin querer y sin pensar en ello. Con esto sólo ya tiene bastante para ser conocido, y ya tiene también bastante desgracia para pasear por el mundo...

Pero lo peor para Llorente no es eso, sino que su exterior responde perfectamente a su interior; esto es, a lo que lleva en el espíritu, y de ahí que viva o tenga que vivir desentonando en la general sinfonía de imbéciles y esclavos...

Si Llorente hubiera sabido curvarse y disimular su independencia de carácter, y si alardeando del patriotismo que demostró, como ningún otro diplomático español, en las importantes misiones que le fueron confiadas, hubiera acudido a la prensa en solicitud de tal cual bombito al uso, tendría envidiable nombradía. Porque nadie, absolutamente nadie como él sostuvo la dignidad de la bandera de la legación en pueblos canibalescos donde el odio a España diríase que lo recoge el niño en el materno seno y que lo aspira el hombre en la viciada atmósfera.

Hay más: cuando ocurrió el incidente del Virginius y el gobierno español apareció medroso y acongojado por las amenazas de Sycles, -porque en la república española no hubo Saint-Justs, ni Robespierres, y no fue otra cosa que la síntesis de la cobardía y de la envidia de un pueblo podrido,- Llorente hizo un Alentorandum y prestó al gobierno (exponiéndose a que se los robaran) las documentos originales que salvaron a la patria de la gran vergüenza que exigía el embajador de los yankees... Pero esto, ¿qué ha de saberse, ni tampoco estimarse, aquí donde sólo repercute el chismorreo oratorio de políticos vividores y los anuncios descocados de Barnums literarios? Para medrar ¡qué digo para medrar! para obtener justicia, es preciso ser un poco sin vergüenza; -y Llorente perdió la juventud de su vida peleando en América por el decoro propio y por el decoro de España... para que los enemigos de ésta le atacaran a mansalva en el corazón mismo de la patria bizarramente defendida.

España perdió por ignorante sus colonias americanas -todo un imperio- y esa ignorancia supina en materia de Indias se ha hecho tradicional como el cocido, La Correspondencia, las bellotas y los Pérez y Gómez. La inmensa mayoría del público cree que Cuba y Tabí-Tabí son... «la misma Habana». Labra, que es cuco, suelta un ¡problema ultramarino! que aplasta al banco azul, y por eso goza fama de ser una especie de Arca de Noé flotando en el diluvio del indicado problema, que no es tal problema. Los diputados antillanos se dedican, con muy contadas excepciones, a hacer el oso, o los osos. Unos se van de juerga a cazar liebres; otros son hurones que no salen de sus casas, en donde pasan el tiempo contando cuentos de allá, con las zapatillas de flores bordadas a realce, y florecidas además, expuestas sobre la mesa de noche; otros se hallan ocupadísimos en la labor de encontrar hospedajes más baratos; otros... ¡Grandes burros parlamentarios! ¿por qué no estudiáis, para que no os sorprendan los Yltis y Virginius, en vez de fumar tanta breva y charlar tanta necedad en corrillos y cafés?

Sí, debe ser triste, el volver a la patria que fue defendida en lejanas y peligrosas tierras, y hallar por toda recompensa... un gabinete del filibusterismo establecido en el ministerio de Estado.

Sugiéreme estas y otras consideraciones, cuya exposición no sería pertinente, la lectura del libro Cuadros americanos, notable, notabilísimo libro, que es además, por los múltiples y variados asuntos de que trata, algo así como la casa museo de su autor, el cual ha reunido allí, distribuyéndolas con exquisito gusto de verdadero artista, curiosas reliquias y bellezas sin cuento, traídas unas y otras de parajes tan remotos como Chimborazo y California, Japón y Suecia.

Hay en esta obra extraño encanto que invade las páginas más prosaicas; y así cuando su autor esgrime la sátira como cuando narra episodios de viaje o historia ignorado período de la vida política que podríamos llamar lacústica... en América, experimenta el lector singular regocijo que no es para gustado una vez sola. A ratos olvida el Sr. Llorente que el público lo está viendo, o si lo recuerda no hace caso, y sintiéndose artista, nada más que artista, abre su espíritu a la contemplación de las maravillas que exhibe aquella naturaleza lindamente salvaje; -y a ratos también se oculta el Sr. Llorente, como si el espíritu le pidiera sombra y pudiera escaparse del libro por la misma escalerilla que allá en su casa le aísla del ruido en apartada celda...

Precede a los Cuadros americanos un prólogo del Sr. D. Luis Vidart, en el cual demuestra este escritor absoluta ignorancia del medio hispano en que viven pasionalmente las repúblicas del Sur americano. Tal vez crea el Sr. Vidart que son exageradas las apreciaciones, perfectamente exactas, de un libro que debió titularse Guía de los españoles en América, y que merece ser leído y estudiado con detenimiento, en España. Así no ocurriría que D. Juan Valera, con ser quien es, escriba tamaños desatinos como los que escribió en sus Cartas americanas... ¿Los escribió «para que sirvieran de acicate a los compradores?» Entonces no he dicho nada, porque cada cartaginés es muy dueño de especular con su mercancía. ¿Los escribió de buena fe el Sr. Valera? Pues sepa su eminencia que esas Cartas americanas son, a vuelta de algunos elogios merecidos, bombos de La Correspondencia a poetas ñáñigos y a prosistas macheteros... del idioma.

Y es lástima que esos mismos prosistas y poetas digan luego en América: -¡Qué pendejo el tal Valera!...