Huellas literarias/Al saco con él
Al saco con él
La nota periodística de la semana pertenece a La Correspondencia, que sale remozada, o ella al menos lo cree así, como vieja princesa que escribiera diciendo: «Mon pinson égaré... Ma petite Fleur de Nice... etcétera.»
Las Dos cartas..., a saber, la del excelentísimo señor marqués de Santa Ana y la del excelentísimo Sr. D. Andrés Mellado -que si no va para marqués merece ir- son divinas...
El marqués empieza por participar a sus lectores que quiere consagrarse... ¿obispo? Es más modesto en sus aspiraciones. Quiere «consagrarse al desarrollo de planes que cree de inmensa utilidad para el servicio de Dios.» Hay que reconocer que ese Dios que lee La Correspondencia ha venido, literariamente, muy a menos, y que si se habla español en el cielo (cosa que dudo mucho), se propone el marqués que no lo entienda ni Dios.
Pensando en Él, se dirige a D. Andrés Mellado y le dice en confianza:
«Ofrezco a usted, a usted (bis), tan hábil periodista y cuyos sentimientos son idénticos a los míos la dirección de La Correspondencia de España.»
Mellado=Marqués.
Razones del marqués para designar a Mellado.
«Porque, como yo, es usted amigo del catolicismo, de la monarquía y de la libertad; como yo, ha respetado usted siempre la intención del gobernante y la honra personal del ciudadano; como yo, ha mirado usted, sobre todo, por la felicidad de la patria y de sus semejantes...»
¡Los semejantes de esta patria que, según Cánovas, es una especie de socco!... El Sr. Mellado resulta escribiendo peor que el marqués.
«Con reconocimiento profundo o íntima satisfacción acepto.»
¡No había de aceptar ese dulce!...
«Siempre vivirá grabado en mi corazón.» (¡Qué cursilería!)
«Deploro que mis méritos no correspondan a la benevolencia amistosa con que usted los honra».
Deplora... no tiene méritos... y tal; pero... acepta el duce.
Hay un motivo para aceptarlo:
«Iguales son los sentimientos de usted y los míos en la veneración a la fe de nuestros padres...»
¿De cuáles padres, mi buen señor? ¿Y cree el Sr. Mellado que basta con venerar la fe de los papás para dirigir bien un periódico?
Otro motivo:
«Iguales son los sentimientos de usted y los míos en el culto ferviente a las libertades, vida y alma (pero ¡qué cursi!) de los pueblos varoniles, y en el respeto amoroso a la institución que con los prestigios de la historia mejor los garantiza...» ¿A quiénes? ¿a nuestros padres, a los sentimientos de ustedes dos, o a quién?
«Dios (¡ay qué Dios!) dé a usted vida para verlo y a nosotros ayuda».
Bueno, que se la dé; para que no escriba cosas de este jaez:
«Así las autoridades y las corporaciones como el artista, el letrado, el comité político, la junta benéfico, el mero particular...»
¿Qué mero particular es ese? ¿Será un nuevo mero, una especie de congrio, D. Andrés, o un particular convertido en mero?
Tiene razón La Correspondencia en decir que presenta innovaciones.
No es floja la que anuncia el Sr. Mellado:
«El lector de La Correspondencia de España podrá tener cada mañana y cada noche noticia de todo cuanto importante digan al mismo tiempo los periódicas populares de Europa, y aun algunas veces adelantarlos».
Si que es morrocotuda la innovación de que un periódico que se publica en Madrid pueda adelantar, tomándolo de otros periódicos de Europa, lo que no hayan publicado cuando lo adelante La Correspondencia.
Pero más morrocotudo es que el Sr. Mellado, que ha escrito mucho y bueno en El Imparcial, y que tiene como periodista un talento envidiable, escriba en guirigay... por no haber desinfectado la casa.
Pero el Sr. Mellado y el señor marqués pueden y deben consolarse. Otra persona acaba de decir, no como mero particular, sino como presidente de Congreso, mayores desatinos.
El Sr. Pidal ha pronunciado un discurso horrible para celebrará D. Álvaro de Bazán.
«Porque con ser tantos y tan grandes los héroes que esmaltan los anales patrios...»
«De España, señora, casi circundada de mares, como nave anclada en el Pirineo».
«Cuya misión providencial fue salvar la civilización, hija de la cruz, de la barbarie y del fatalismo orientales, de la media luna». Por donde la civilización es hija de un Sr. La Cruz (mero particular probablemente), y de la barbarie, y del fatalismo, y de la media luna, y... de las siete... musas. ¡Qué escándalo!
«A V. M. toca ahora el honor de dar al aire y a la luz la figura imponente del guerrero».
El cual, aunque es de bronce, se conmovió al oír el discurso, que es un verdadero parto de los montes; y se conmovió más cuando oyó decir a un aficionado a las cosas de doña Emilia: -Diga usted, guardia, ¿le tocará algo este guerrero a la Pardo Bazán?
¡Qué tristeza tan grande invadirá «la figura imponente (que no levanta tres cuartas de la plaza de la Villa) del guerrero» al oír en el aire los disparates de esos presidentes, periodistas y marqueses!...
¡Qué tristeza la suya al abrir los ojos a la luz y encontrar una patria tan atrasada, casi casi, como la que dejó, sin ninguna de las acendradas virtudes que la encumbraron merecidamente sobre los demás pueblos de Europa, y en la cual se exalta a la categoría de genio cualquier mamacallos con cuatro soldados y un cabo; -y ver luego la ruina que todo lo prostituye y el desaliento que todo lo mata; la farsa moderna extendiéndose como una lepra sobre el carácter de Castilla... toda la porquería que vemos y palpamos a diario sin morir de asco... ¡qué pena tan grande!
Yo creo que de temblar de rabia aparece D. Álvaro, en la estatua, con las piernas un tanto torcidas; y, creo también que si pudiese hablar, como el Comendador de Zorrilla, pediría por Dios que lo metieran otra vez en el saco...