Huellas literarias/Doctoras y políticas
Doctoras y políticas
Las faldas están sobre el tapete... Ningún varón ilustre como Castelar, o sencillamente varón como Cañete, puede ser espectador dormido del tumulto mujeriego. La mujer ha sido declarada soberana en Finlandia. Se dan ya doctoras... La Tribuna aplaude el doctorado de las enaguas y dice además que la mujer ha de dedicarse al sentimiento y a la delicadeza... Será todo lo sentimental y delicado que quiera Labra el amputar una pierna o el pedir la muerte en garrote vil, pero no veo yo ese sentimiento ni esa delicadeza. Obra delicada y sentimental es asistir a los enfermos; pero no hacen falta doctoras donde sobran hermanas de la Caridad. Y para velar por la infancia en el Hospital de Niños está el director, que cuida de los pequeñuelos tan bien como las madres.
Opongámonos a la irrupción femenina, y meditemos tranquilamente.
Adoro en la andaluza que ama al hombre sobre todas las ciencias y se ocupa sólo en mirar por la reja del balcón, sin saber que puede dedicarse al estudio de la noción filosófica del delito.
Adoro en la valenciana que tiñe con sus labios y perfuma con su aliento las flores del jardín, sin recordar que puede ascender en globo como su compatriota el distinguido escritor y eminente aeronauta D. Rafael Comenge.
Adoro en la madrileña que durante la misa piensa en Dios y mucho más en un modesto empleado en la administración de Correos, y sin pensar en Trousseau, sale gozosa del templo por que la Virgen le dijo que se casará pronto y no sospecha la rebaja del novio.
Adoro, en fin (basta ya de adoraciones), en mi rubia, que no sabe de los autonomistas ni me pregunta por El Español.
Me enamora la Perfecta Casada... No le compraría dulces a ninguna doctora, a no ser monina, que si lo fuere, sí se los compraría.
Pero meditemos seriamente. Proudhón afirmaba, después de hacer la autopsia a madame Stael, Rolland, Sand, Gautier, Coignet, y demás madamas, la inferioridad moral e intelectual de la mujer.
Daniel Stern (otra madama) dijo en sus Bosquejos morales que el genio femenino, aun en sus más brillantes manifestaciones, no alcanzó las cimas del pensamiento. Madame Necker de Saussure anatematizó a su sexo.
Jorge Sand escribió: «La mujer es imbécil por naturaleza». Hegel y Goethe incluyeron la inteligencia de la mujer en el número de las vegetativas.
Estos juicios son, exagerados; sobre todo el de Jorge Sand, el cual, o la cual, hacía pinitos de hombre, a despecho de Musset, rebajando a sus correligionarias para probar que no hay peor cuña que la de la misma mujer.
Sé de muchas mujeres que, sin saber de las peritonitis, son prodigios de talento e instrucción. -Al gorila no se le ha ocurrido nunca proclamarse superior a su esposa.- Una mujer puede tener tanto talento como el más talentoso de los hombres. Pero una cosa es tenerlo, y otra emplearlo en doctorarse.
No es culpa de las mujeres el desenfreno doctoral; es culpa de los filósofos. Dumas, por ejemplo, quiere que las señoras tiren vitriolo a la cara de sus amantes y que sean electores. Dumas quiere hacer de la humanidad un almacén de Schropp y un gallinero al aire libre. El ideal de la mujer cristiana no es ciertamente el del autor de Las mujeres que matan y las mujeres que votan.
El Jurado francés que absolvió a todas las vitrioleras, cuando sólo madame Tilly podía alegar circunstancias atenuantes, nada más que atenuantes, resucitó la época del Terror, dando, además, grande impulso a la revolución faldera. Los franceses salían a la calle con careta o bozal y, aun así y todo, eran vitriolados. La parisiense inocente y cándida se presentaba ante el tribunal con el chiquitín al hombro, y decía: ¡No lo volveré a hacer más!
Los espectadores acariciaban al bebé; el Jurado, llorando de ternura, absolvía a la joven seducida, y al padre de la criatura se le quedaba la cara como un torrezno.
La mujer política es un monstruo. Luisa Michel, pidiendo la cabeza del tirano (léase Gambetta), me parece una gallina preparándose a fusilar a un elefante.
La hermosa joven húngara que en las elecciones para diputados a Cortes corrompió (así decía el periódico) a un elector, dándole un beso a cambio de un voto por el novelista Yokai, es una vendedora de La Correspondencia sin Correspondencia.
Proudhón admira a María Antonieta muriendo con dignidad de buena esposa y buena madre, y trina contra madame Roland porque en el patíbulo invocó a la libertad, y no a Roland, el cual se disponía a morir heroicamente como un Catón, de un mete y saca.
No es que yo crea que todas las mujeres tienen el deber de dedicarse a hacer chocolate, como D.ª Mariquita. Fuera pecado de herejía exigirle esa industria a Emilia Pardo Bazán. Quien nace para hacer chocolate, quien para tomarlo.
Pero tengo por artículo de fe que con la revolución femenina que se desarrolla en nuestros días, peligran las más altas instituciones.
La institución de la familia está amenazada de muerte. Es un hecho que el estudio aniquila física, moral e intelectualmente. Si los hombres se aniquilan, y las mujeres se aniquilan, y todos nos aniquilamos, está perdida la sociedad, o por lo menos, la cría. (Llamo la atención del Sr. Ministro de Fomento, y continúo meditando seriamente.)
El birrete y la toga en el sexo débil son prendas procedentes de empeño. Me gusta más una mujer de muchas campanillas que una mujer de muchas borlas. Y una española transformada en Camacho me parecería una calamidad para el país.
Prefiero la mujer casera a la mujer pública... Entiendo que las mujeres deben estarse en casa, no precisamente zurciendo descosidos, pero sí adorando a Dios, a sus maridos respectivos, y cuidando de los chiquitines, si tienen chiquitines, o disponiéndose a tenerlos.
Creo que por muchas glorias que tenga una mujer, ninguna gloria tan buena como la de hacer una criatura o media docena de criaturas.
Una mujer sabia de veras es menos casadera que una poetisa. No comprendo al marido cunando al niño mientras su esposa echa... consonantes o se marcha a Filipinas con el propósito de observar el tifón. La ciencia pide eunucos y vírgenes... Es el seguro de incendios de la castidad... El arte, lo que se llama arte, pide idealidades, nubes, rocíos, percalinas... cosas que no están al alcance de todas las fortuitas. Las sabias y poetisas tienen derecho a dar partos científicos y literarios. Pueden parir problemas de geometría y pequeños poemas. Pero nada más. Ya sé yo que pasan de ahí. Ellas no se lo pierden; pero sí sus maridos, la vecindad y el orden público.
Síntesis científica y filosófica: En esta cuestión de faldas, lo repito, estoy por las de mi rubia.