Igualdad/Capítulo XII
"Sin embargo," dijo el doctor, "he enunciado sólo la mitad de las razones que los jueces darían de por qué no podrían, devolviéndole su riqueza, permitir el deterioro de nuestro sistema económico colectivo y el comienzo de la desigualdad económica en la nación. Hay otro gran e igual derecho de todas las personas, el cual, aunque estrictamente incluído en el derecho a la vida, es puesto por las mentes generosas incluso por encima de él: me refiero al derecho a la libertad-- es decir, el derecho no sólo a vivir, sino a vivir con independencia personal de los semejantes, teniendo únicamente aquellas obligaciones sociales comunes que descansan sobre todos por igual.
"Ahora bien, el deber del estado de salvaguardar la libertad de los ciudadanos estaba reconocido en su época justo como lo estaba su deber de salvaguardar sus vidas, pero con la misma limitación, a saber, que la salvaguarda se aplicaba únicamente a la protección contra ataques violentos. Si se intentase raptar a un ciudadano y reducirlo a la esclavitud mediante el uso de la fuerza, el estado interferiría, pero no en otro caso. Sin embargo, era cierto en su época de libertad e independencia personal, como para la vida, que los peligros a los cuales estaban expuestos no provenían de la fuerza o la violencia, sino que resultaban de causas económicas, las necesarias consecuencias de las desigualdades en la riqueza. Porque el estado ignoraba absolutamente esta vertiente, la cual era incomparablemente la vertiente mayor de la cuestión de la libertad, su pretensión de defender las libertades de los ciudadanos era una mofa tan burda, como la de garantizar sus vidas. Más aún, era todavía una mofa más absoluta y a mucho más inmensa escala.
"Porque, aunque he hablado de la monopolización de la riqueza y de la maquinaria productiva por una parte de las personas como la primera de todas las amenazas a las vidas del resto de la comunidad y contra la cual, como tal, habría que resistirse, sin embargo el principal efecto práctico del sistema no era desproveer de vida por completo a las masas de la humanidad, sino forzarlas, a través de la necesidad, a comprar sus vidas mediante la rendición de sus libertades. Es decir, aceptaban la servidumbre a la clase poseedora y convertirse en siervos de ésta a condición de recibir los medios de subsistencia. Aunque las multitudes estaban siempre pereciendo por la falta de subsistencia, aun así no era política deliberada de la clase poseedora el que así fuese. Los ricos no se beneficiaban de las personas muertas; por otra parte, obtenían beneficio sin fin de los seres humanos y sirvientes, no sólo para producir más riqueza, sino como los instrumentos de su placer y lujo.
"Como no necesito recordarle a usted que estaba familiarizado con ello, el sistema industrial del mundo antes de la gran Revolución estaba completamente basado en la servidumbre obligatoria de las masas de la humanidad a la clase poseedora, forzadas por la coacción de la necesidad económica."
"Indudablemente," dije, "los pobres como clase estaban al servicio económico de los ricos, o, como solíamos decir, el trabajo era dependiente del capital para el empleo, pero este servicio y empleo se habían convertido en el siglo diecinueve en una relación totalmente voluntaria por parte del sirviente o empleado. Los ricos no tenían poder para obligar a los pobres a ser sus sirvientes. Únicamente tomaban a los que voluntariamente venían a pedir ser tomados como sirvientes, e incluso suplicaban serlo, con lágrimas. Seguramente un servicio así buscado apenas podría llamarse obligatorio."
"Diganos, Julian," dijo el doctor, "¿iban los ricos entre sí pidiéndose el privilegio de ser los sirvientes o empleados unos de otros?"
"Por supuesto que no."
"¿Pero por qué no?
"Porque, naturalmente, nadie podría desear ser el sirviente de otro o estar sujeto a sus órdenes si pudiese irle bien sin ello."
"Así lo supongo, pero ¿por qué, entonces, los pobres buscaban con tanto empeño servir a los ricos cuando los ricos rehusaban con desdén servirse entre ellos? ¿Era porque los pobres amaban tanto a los ricos?"
"Seguramente no."
"¿Por qué, entonces?"
"Era, desde luego, porque era la única manera en que los pobres podían conseguir su subsistencia."
"¿Quiere decir que era únicamente la presión de la necesidad o el miedo a ella lo que conducía a los pobres al punto de convertirse en sirvientes de los ricos?"
"Eso es todo."
"¿Y llamaría a eso servicio voluntario? La distinción entre servicio forzado y semejante servicio como ese a nosotros nos parecería totalmente imperceptible. Si puede decirse que una persona hace voluntariamente lo que únicamente la presión de una amarga necesidad le obliga a elegir hacer, nunca ha habido una cosa tal como la esclavitud, porque todos los actos de un esclavo son en última instancia la aceptación de un mal menor por miedo a uno peor. Suponga, Julian, que usted o algunos de ustedes poseyeran el suministro principal de agua, o comida, vestido, tierra, o las principales oportunidades industriales de una comunidad y pudiesen mantener su propiedad, ese hecho por sí solo haría al resto de la gente sus esclavos, ¿no?, y eso, también, sin que usted ejerciese ninguna obligación directa, cualquiera que fuese."
"Sin duda."
"Suponga que alguien le acusase de mantener a la gente bajo servidumbre obligada, y que usted respondiese que usted no había puesto una mano sobre ellos sino que ellos voluntariamente recurrieron a usted y besaron sus manos por tener el privilegio de serles permitido servirle a cambio de agua, comida, o ropa, ¿no sería eso un modo muy transparente de eludir su parte de la acusación de práctica de posesión de esclavos?"
"Lo sería sin duda."
"Bien, ¿y no era esa precisamente la relación que mantenían los capitalistas o empleadores como clase hacia el resto de la comunidad a través de su monopolización de la riqueza y la maquinaria de producción?"
"Debo decir que lo era."
"Los economistas de su época dijeron mucho," continuó el doctor, "sobre la libertad de contrato--el acuerdo voluntario, sin trabas, del trabajador con el empleador en cuanto a los términos de su empleo. ¡Qué hipocresía podría haber sido tan cínica como esa pretensión cuando, de hecho, cada contrato hecho entre los capitalistas que tenían pan y podían quedarse con él y el trabajador que debía tenerlo o morir, habría sido declarado nulo, si se hubiese judgado justamente, incluso bajo sus leyes, como contrato hecho bajo la coacción del hambre, el frío, y la desnudez, nada menos que la amenaza de muerte! Si posees las cosas que las personas deben tener, posees a las personas que deben tenerlas."
"Pero el apremio de la necesidad," dije, "que significa el hambre y el frío, es un apremio de la Naturaleza. En ese sentido estamos todos bajo la servidumbre forzosa de la Naturaleza."
"Sí, pero no los unos de los otros. Esa es la completa diferencia entre esclavitud y libertad. Hoy ningún hombre sirve a otro, sino todos al bien común que todos compartimos por igual. Bajo el sistema de ustedes, el apremio de la Naturaleza a través de la apropiación, por los ricos, de los medios de abastecer las demandas de la Naturaleza fue convertido en un garrote mediante el cual los ricos hicieron pagar a los pobres la deuda de trabajo de la Naturaleza no sólo para ellos mismos, sino para los ricos también, con un inmenso recargo además por el innecesario despilfarro del sistema."
"Da usted a entender que nuestro sistema era poco mejor que la esclavitud. Esa es una palabra dura."
"Es una palabra muy dura, y queremos ser justos por encima de todo. Consideremos la cuestión. La esclavitud existe donde hay una utilización obligatoria de las personas por otras personas para el beneficio de los que hacen el uso. Creo que estamos totalmente de acuerdo en que el pobre de su época trabajaba para el rico únicamente porque sus necesidades le obligaban a hacerlo. Esa obligación variaba en fuerza conforme al grado de necesidad en la que estaba el trabajador. Aquellos que tenían unos pocos medios económicos, sólo prestarían las más ligeras clases de servicio bajo condiciones más o menos fáciles y honorables, mientras aquellos que tenían menos medios o ninguno en absoluto, harían cualquier cosa en cualesquiera términos no importa cuán dolorosos o degradantes. Para la masa de trabajadores, el apremio de la necesidad era de la clase más pronunciada. El esclavo podía elegir entre trabajar para su amo o el látigo. El asalariado elegía entre trabajar para un empleador o morirse de hambre. En las más antiguas, más crudas formas de esclavitud, los amos tenían que estar vigilando constantemente para evitar que sus esclavos se escapasen, y sufrían la molestia de la carga de alimentarlos. El sistema de ustedes era más conveniente, en tanto que hizo de la Naturaleza su capataz, y dependía de ella para hacer que sus sirvientes continuasen con sus quehaceres. Había una diferencia entre el ejercicio directo de la coacción, en el cual el esclavo estaba siempre a punto de rebelarse, y una coacción indirecta mediante la cual se obtenía el mismo resultado industrial, mientras el esclavo, en vez de rebelarse contra la autoridad de su amo, estaba agradecido por la oportunidad de servirle."
"Pero," dije, "el asalariado recibía salario y el esclavo no recibía nada."
"Le ruego me disculpe. El esclavo recibía el sustento--ropa y cobijo--y el asalariado que podía conseguir más que eso con su salario era raramente afortunado. La tarifa salarial, excepto en países nuevos y bajo condiciones especiales y para trabajadores cualificados, se mantenía aproximadamente en el punto de subsistencia, tan a menudo cayendo por debajo como elevandose por encima. La principal diferencia era que el amo desembolsaba el salario de subsistencia del esclavo, mientras que el asalariado lo desembolsaba él mismo. Esto era mejor para el trabajador en algunos sentidos; en otros, menos deseable, porque el amo, por interés propio, habitualmente cuidaba que los hijos del esclavo tuviesen lo suficiente; mientras el empleador, no teniendo interés en la vida o la salud del asalariado, no se preocupaba por si vivía o moría. Nunca hubo barrios tan viles de esclavos como las casas de pisos de los barrios bajos de la ciudad, donde los asalariados se alojaban."
"Pero al menos," dije, "había esta radical diferencia entre el asalariado de mi época y el esclavo: aquél podía dejar su empleo a voluntad, éste no podía."
"Sí, esa es una diferencia, pero una diferencia que seguramente no dice tanto en favor como en contra del asalariado. En todos los países, excepto en los temporalmente afortunados con escasa población, el trabajador se habría alegrado efectivamente de canjear su derecho a dejar a su empleador por una garantía de que éste no le despediría. El miedo a perder su oportunidad de trabajar--su colocación, como ustedes lo llamaban--era la pesadilla de la vida del trabajador, tal como quedó reflejado en la literatura de su época. ¿No era así?"
Tuve que admitir que era precisamente así.
"El privilegio de dejar a un empleador por otro," prosiguió el doctor, "aunque no hubiese estado más que equilibrado con el inconveniente del despido, le merecía muy poco la pena al trabajador, en vista del hecho de que la tarifa salarial era aproximadamente la misma dondequiera que pudiese ir, y el cambio sería meramente una elección entre las actitudes personales de los diferentes amos, y esa diferencia era bastante leve, porque las reglas de los negocios controlaban las relaciones entre amos y personas."
Reuní fuerzas una vez más.
"Al menos debe usted admitir un punto de auténtica superioridad que tenía el asalariado sobre el esclavo. Aquél podía ascender por méritos y convertirse él mismo en un empleador, un rico."
"Seguramente olvida, Julian, que rara vez ha habido un sistema de esclavitud bajo el cual los más activos, inteligentes, y ahorrativos esclavos no pudiesen comprar y no comprasen su libertad o les fuese concedida por sus amos. Los libertos de la antigua Roma ascendieron a lugares de importancia y poder tan a menudo como los nacidos proletarios de Europa o América salieron de su condición."
No pensé en nada para replicar en ese momento, y el doctor, teniendo compasión de mi, prosiguió: "Es un viejo ejemplo de los diferentes puntos de vista entre su siglo y el nuestro, el que precisamente este argumento que expone sobre la posibilidad de que el asalariado ascendiese, aunque esa posibilidad tendía a cero en su época, a nosotros nos parece la característica más auténticamente diabólica de todo el sistema. La perspectiva de ascender como motivo para reconciliar al asalariado o al pobre en general con su sometimiento, ¿qué importancia tenía? No era sino decirle, 'Sé un buen esclavo, y tú, también, tendrás esclavos tuyos.' Mediante esta cuña separaban a los más listos de los asalariados, de la masa de ellos, y dignificaban la traición a la humanidad, llamándola ambición. Ningún hombre de verdad, desearía ascender salvo para que los demás ascendiesen con él."
"Sin embargo, al menos debe usted admitir un punto de diferencia," dije. "En la esclavitud el amo tenía un poder sobre las personas de sus esclavos que el empleador no tenía ni incluso sobre los más pobres de sus empleados: no podía poner su mano sobre ellos con violencia."
"De nuevo, Julian," dijo el doctor, "ha mencionado un punto de diferencia que habla en favor de la esclavitud como un método industrial más humano que el sistema de salarios. Si aquí y allí la ira del dueño del esclavo le hizo olvidar tanto el dominio de sí mismo como para dejar lisiados o mutilados a sus esclavos, aun así semejantes casos fueron en general raros, y tales amos eran tenidos en cuenta por la opinión pública, si no por la ley; pero bajo el sistema de salarios el empleador no tenía motivo para contenerse de prescindir de una vida o un miembro de sus empleados, y eludía toda responsabilidad por el hecho del consentimiento e incluso entusiasmo de la gente necesitada para emprender las más peligrosas y penosas tareas, por el pan. Hemos leído que en los Estados Unidos, cada año, al menos doscientos mil hombres, mujeres, y niños morían o quedaban mutilados llevando a cabo sus deberes industriales, casi cuarenta mil sólo en una subsidiaria del servicio del ferrocarril. No parece haberse jamás intentado ninguna estimación del muchas veces mayor número de quienes perecieron más indirectamente por los dañinos efectos de las malas condiciones industriales. ¿Qué sistema de esclavitud registró jamás semejante despilfarro de vida humana, como ese?
"Más aún, el propietario del esclavo, si golpeaba con dureza a su esclavo, lo hacía bajo la ira y, tan probablemente como no, con alguna provocación; pero estas carnicerías al por mayor de asalariados, que volvieron roja la tierra de ustedes, fueron hechas con total sangre fría, sin otro motivo por parte de los capitalistas, que eran los responsables, salvo el lucro.
"Y además, el sometimiento de las mujeres esclavas a la lujuria de sus amos, siempre se consideró una de las más nauseabundas características de la esclavitud. ¿Qué sucedía a este respecto bajo el gobierno de los ricos? Hemos leído en nuestros libros de historia que en su época, una gran multitud de mujeres eran forzadas por la pobreza a hacer negocio brindando sus cuerpos a aquellos que tenían los medios para proporcionarles un poco de pan. Los libros dicen que esas multitudes ascendían en sus grandes ciudades a treinta o cuarenta mil mujeres. Han llegado historias hasta nuestros días sobre la magnitud del tributo de doncellas recaudado entre las clases pobres para la gratificación de la lujuria de aquellos que podían pagar, que los anales de la antigüedad apenas podrían compararse en horror. ¿Estoy diciendo demasiado, Julian?"
"No ha mencionado nada salvo los hechos que me saltaron a la vista toda la vida," repliqué, "y aun así parece que he tenido que esperar a un hombre de otro siglo para que me diga lo que significaban."
"Precisamente porque le saltaban a la vista a usted y a sus contemporáneos tan constantemente, y siempre lo hicieron, perdieron ustedes la facultad de juzgar su significado. Estaban, como podríamos decir, demasiado cerca de sus ojos para ser vistos bien. Ahora está usted lo suficientemente lejos de los hechos para comenzar a verlos claramente y comprender su significado. A medida que continúe adquiriendo este punto de vista moderno, llegará con nosotros a ver cada vez más completamente que uno de los más nauseabundos aspectos de la condición humana antes de la gran Revolución no era el sufrimiento a causa de la privación física o incluso la rotunda muerte por hambre de las multitudes, que resultaba directamente de la desigual distribución de la riqueza, sino el efecto indirecto de esa desigualdad para reducir a casi toda la humanidad al estado de degradante esclavitud respecto a sus semejantes. Tal como a nosotros nos parece, la ofensa del viejo orden contra la libertad fue incluso mayor que la ofensa a la vida; e incluso si fuese concebible que pudiese haber satisfecho el derecho a la vida garantizando la abundancia para todos, debería igualmente haber sido destruído, porque, aunque la administración colectiva del sistema económico hubiera sido innecesaria para garantizar la vida, no podría haber tal cosa como la libertad en tanto que por el efecto de las desigualdades de riqueza y el control privado de los medios de producción la oportunidad de las personas para obtener los medios de subsistencia dependía de la voluntad de otras personas."