Igualdad Capítulo 13

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Igualdad
de Edward Bellamy
Capítulo XIII: Capital privado robado del fondo social

"Observo," prosiguió el doctor, "que Edith se está poniendo muy impaciente con estas áridas disquisiciones, y piensa que ya va siendo hora de que pasemos de la riqueza en abstracto a la riqueza en concreto, ilustrada por el contenido de su caja fuerte. Retrasaré la empresa sólo mientras digo unas pocas palabras más; pero realmente esta cuestión de la restauración de su millón, planteada como ha sido medio en broma, toca de un modo tan vital el principio central y fundamental de nuestro orden social que quiero darle al menos un bosquejo de idea de la ética moderna de la distribución de la riqueza.

"En este momento ya conoce la diferencia esencial entre el nuevo y el viejo punto de vista. La vieja ética concebía la cuestión de lo que una persona pudiera poseer legítimamente, como una cuestión que empezaba y terminaba con la relación de los individuos con las cosas. Las cosas no tienen derechos frente a los seres morales, y no había razón, por tanto, en la naturaleza del caso, en tanto que establecido de este modo, por la cual los individuos no deberían adquirir una propiedad ilimitada de cosas en tanto sus habilidades se lo permitiesen. Pero esta visión ignoraba absolutamente las consecuencias sociales que resultan de una desigual distribución de las cosas materiales en un mundo donde todos dependen absolutamente, para la vida y todo su disfrute, de la parte que tienen de esas cosas. Es decir, la vieja supuesta ética de la propiedad pasaba absolutamente por alto toda la vertiente ética del asunto--a saber, su vínculo con las relaciones humanas. Precisamente esta consideración es la que proporciona toda la base de la ética moderna de la propiedad. Todos los seres humanos son iguales en derechos y dignidad, y sólo un sistema semejante de distribución de riqueza puede por tanto ser defendible en tanto que respeta y asegura esas igualdades. Pero mientras este es el principio que más oirá enunciar generalmente como fundamento moral de nuestra igualdad económica, hay otro fundamento totalmente suficiente y completamente diferente en base al cual, aunque no estuviesen implicados los derechos a la vida y a la libertad, aun así deberíamos mantener que el reparto por igual del producto total de la industria sería el único plan justo, y que cualquier otro sería un robo.

"El principal factor en la producción de riqueza entre personas civilizadas es el organismo social, la maquinaria del trabajo e intercambio mancomunado mediante el cual cientos de millones de individuos abastecen la demanda de los respectivos productos y mutuamente complementan sus respectivos trabajos, haciendo en consecuencia de los sistemas productivos y distributivos de una nación y del mundo una gran máquina. Esto era cierto incluso bajo el capitalismo privado, a pesar del prodigioso despilfarro y fricción de sus métodos; pero desde luego es una verdad mucho más importante ahora que la maquinaria de la cooperación funciona con absoluta suaviad y cada gramo de energía se utiliza hasta su máximo efecto. En el producto industrial total que es debido al organismo social, el elemento está representado por la diferencia entre el valor de lo que una persona produce como trabajadora en conexión con la organización social y lo que podría producir en condiciones de aislamiento. Trabajando en consonancia con sus semejantes mediante la ayuda del organismo social, ella y ellos producen lo suficiente para mantener a todos al más alto lujo y refinamiento. Afanandose en aislamiento, la experiencia humana ha demostrado que sería afortunada si pudiese producir como mucho lo bastante para mantenerse viva. Se estima, creo, que el promedio del producto diario de un trabajador en América es hoy unos cincuenta dólares. El producto de la misma persona trabajando en aislamiento sería muy probablemente estimado, sobre las mismas bases de cálculo, en un cuarto de dólar. Ahora digame, Julian, ¿a quién pertenece el organismo social, esta vasta maquinaria de asociación humana, que incrementa unas doscientas veces el producto del trabajo de cada uno?"

"Manifiestamente," respondí, "no puede pertenecer a nadie en particular, sino a nada menos que a la sociedad colectivamente. La sociedad colectivamente puede ser el único heredero de la herencia social del intelecto y el descubrimiento, y es la sociedad colectivamente la que guarnece la continua y diaria concurrencia que por sí sola hace efectiva esa herencia."

"Así es exactamente. El organismo social, con todo lo que es y lo que hace posible, es la herencia indivisible de todos en común. ¿A quién, entonces, pertenece propiamente ese incremento de doscientas veces el valor del trabajo de cada uno, que es debido al organismo social?"

"Manifiestamente, a la sociedad colectivamente--al fondo general."

"Antes de la gran Revolución," prosiguió el doctor, "aunque parece haber existido una vaga idea de un fondo social semejante a este, que pertenecía a la sociedad colectivamente, no había un concepto claro de su inmensidad, y no había guardián, o posible provisión para vigilar que fuese recolectado y aplicado para el uso común. Era necesaria una organización pública de la industria, un sistema económico nacionalizado, antes de que el fondo social pudiese ser adecuadamente protegido y administrado. Hasta entonces, debía ser objeto de universal pillaje y malversación. De la maquinaria social se habían apoderado aventureros que la habían convertido en un medio para enriquecerse ellos mismos, recolectando un tributo de la gente a quien pertenecía y a quien debía haber enriquecido. Sería un modo de describir el efecto de la Revolución decir que fue sólo la toma de posesión, por la gente colectivamente, de la maquinaria social que siempre le había pertenecido, para ser conducida a partir de ese momento como una instalación pública, los beneficios de la cual iban a ir a los propietarios, en tanto que dueños por igual, y nunca más a bucaneros.

"Fácilmente verá," continuó el doctor, "cómo este análisis del producto de la industria debe necesariamente tender a minimizar la importancia de la ecuación personal del desempeño entre trabajadores individuales. Si el hombre moderno, mediante la ayuda de la maquinaria social, puede producir un valor de cincuenta dólares de producto donde no podía producir más de un cuarto de dólar sin la sociedad, entonces cuarenta y nueve dólares y tres cuartos de cada cincuenta dólares deben ser atribuídos al fondo social para ser distribuídos a partes iguales. La eficiencia industrial de dos personas trabajando sin la sociedad pudiera haber diferido como de dos a uno--esto es, mientras una persona era capaz de producir el valor de un cuarto de dólar de trabajo en un día, el otro podría producir sólo el valor de doce céntimos y medio. Esta era una diferencia muy grande bajo aquellas circunstancias, pero doce céntimos y medio es una fracción tan pequeña de cincuenta dólares como para que no merezca la pena mencionarla. Es decir, la diferencia en dotaciones individuales entre dos personas trabajando seguiría siendo la misma, pero esa diferencia se reduciría a una relativa irrelevancia por la prodigiosa suma de partes iguales hecha en relación al producto de ambas similarmente por el organismo social. O también, antes de que se inventase la pólvora, un hombre podía fácilmente valer por dos como guerrero. La diferencia entre los hombres como individuos era la que era; aun así el arrollador factor añadido al poder de ambos igualmente mediante el arma de fuego, prácticamente los igualaba como combatientes. Hablando de armas de fuego, pongamos un ejemplo todavía mejor--la relación de los soldados individuales en un escuadrón de infantería respecto a la formación. Podría haber grandes diferencias en el poder de los soldados individuales por separado fuera de las filas. Una vez en las filas, sin embargo, la formación añade por igual a la eficiencia luchadora de cada soldado un elemento tan arrollador como para dejar enana la diferencia entre la eficiencia individual de los diferentes hombres. Digamos, por ejemplo, que la formación añade un factor de diez a uno a la fuerza luchadora de cada miembro, entonces el hombre que fuera de las filas era como dos a uno en poder comparado con su camarada sería, cuando ambos estuviesen en las filas, comparado con él únicamente como doce a once--una insignificante diferencia.

"Apenas necesito hacerle hincapié, Julian, en la relevancia del principio del fondo social en la igualdad económica cuando el sistema industrial fue nacionalizado. Se hizo obvio que aunque fuese posible imaginar de manera satisfactoria la diferencia en los productos industriales que en una contabilidad con el fondo social podría ser respectivamente adscrito a diferencias en el desempeño individual, el resultado no merecería la pena. Incluso el trabajador de especial capacidad, quien podría esperar ganar más mediante él, no podría esperar ganar tanto como habría perdido en común con los demás sacrificando la acrecentada eficiencia de la maquinaria industrial que resultaría del sentimiento de solidaridad y espíritu público entre los trabajadores que surge de un sentimiento de completa unidad de interés."

"¡Doctor," exclamé, "me gusta muchísimo esa idea de fondo social! Me hace comprender, entre otras cosas, la plenitud con la cual parecen ustedes haber superado la noción de salario, la cual era fundamental de una u otra forma para todo el pensamiento económico de mi época. Es porque están acostumbrados a considerar el capital social como la principal fuente de su riqueza, en vez de sus esfuerzos específicos del día a día. Es, en una palabra, la diferencia entre la actitud del capitalista y del proletario."

"Con todo y con eso," dijo el doctor, "la revolución nos hizo a todos capitalistas, y la idea de dividendo ha suplantado la de estipendio. Nosotros tomamos los salarios sólo en honor. Desde nuestro punto de vista en relación a la propiedad colectiva de la maquinaria económica del sistema social, y la absoluta demanda de su producto de la sociedad colectivamente, hay algo cómico en las laboriosas disputas mediante las cuales sus contemporéneos solían tratar de establecer a cuánto, mucho o poco, salario o compensación por servicios, tenía derecho este o aquel individuo o grupo. Vaya, Dios mío, Julian, si el trabajador más listo estuviese limitado a su propio producto, estrictamente separado y diferenciado de elementos mediante los cuales el uso de la maquinaria social lo ha multiplicado, no habría pasado de ser un salvaje medio muerto de hambre. Todos tienen derecho no sólo a su propio producto, sino a inmensamente más-- a saber, a su parte en el producto del organismo social, además de su producto personal, pero tiene derecho a esta parte no en el plan de su época de agrarrar lo que se pueda, mediante el cual algunos se hicieron millonarios y otros mendigos, sino en términos de igualdad con todos sus prójimos capitalistas."

"En mi época se hablaba de la idea de un incremento no devengado dado a propiedades privadas por el organismo social," dije, "pero sólo, según recuerdo, con referencia a valores en terrenos. Había reformadores que sostenían que la sociedad tenía el derecho de tomar en impuestos todo incremento en el valor de los terrenos que resultase de factores sociales, tales como incremento de población o mejoras públicas, pero parece que pensaban que la doctrina sólo era aplicable a los terrenos."

"Sí," dijo el doctor, "y es bastante raro que, teniendo el ovillo, no lo siguiesen."