Igualdad Capítulo 14

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Igualdad de Edward Bellamy
Capítulo XIV: Inspeccionamos mi colección de arneses

Cables para la luz y el calor habían sido instalados en la cámara acorazada, y era tan cálida y brillante, y un lugar tan habitable, como había sido hace un siglo, cuando era mi dormitorio. Arrodillándome ante la puerta de la caja fuerte, me puse de inmediato a manipular el dial, mientras que mis acompañantes se inclinaban sobre mi en actitud de ferviente interés.

Habían pasado cien años desde que cerré la caja fuerte por última vez, y bajo circunstancias normales habría sido un tiempo suficiente para que olvidase la combinación varias veces, pero estaba tan fresca en mi mente como si la hubiese ideado hace un par de semanas, siendo ese, de hecho, el tiempo total del período transcurrido en tanto a lo que mi vida consciente concierne.

"Observen," dije, "que giro este dial hasta que la letra 'K' esté en oposición con la letra 'R'. Entonces muevo este otro dial hasta que el número '9' esté en oposición con el mismo punto. Ahora la caja fuerte está prácticamente abierta. Todo lo que tengo que hacer para abrirla es girar este tirador, que mueve los cerrojos, y luego hacer girar la puerta, como ven."

Pero justo entonces no vieron, porque el tirador no giró, y la cerradura permaneció firmemente ajustada. Sabía que no había cometido ningún error en cuanto a la combinación. Alguna de las piezas abatibles de la cerradura no había caído. La cerradura mantenía su resistencia. Se podría haber dicho que la memoria de la caja fuerte no era tan buena como la mía. Había olvidado la combinación. Una explicación materialista algo más probable era que el lubricante de la cerradura se había vuelto más viscoso con el tiempo hasta ofrecer una leve resistencia. La cerradura no podía haberse oxidado, porque la atmósfera de la habitación había estado completamente seca. De otro modo, yo no habría sobrevivido.

"Siento decepcionarles," dije, "pero tendremos que llamar a la sede central del fabricante de la caja fuerte para que venga un cerrajero. Yo sabía dónde había que ir, en la calle Sudbury, pero supongo que el negocio de cajas fuertes se habrá trasladado desde entonces."

"No se ha trasladado meramente," dijo el doctor, "ha desaparecido; hay cajas fuertes como esta en el museo histórico, pero nunca he sabido cómo se abrían, hasta ahora. Es realmente muy ingenioso."

"¿Y quiere decir que en realidad hoy en día no hay cerrajeros que pudieran abrir esta caja fuerte?"

"Cualquier mecánico puede cortar el acero como si fuera cartón," replicó el doctor; "pero realmente no creo que haya nadie en el mundo que pudiera forzar la cerradura. Tenemos, por supuesto, cerraduras sencillas para asegurar la privacidad y para que los niños no hagan travesuras, pero nada calculado para ofrecer una seria resistencia contra la fuerza o la destreza. El arte de los cerrajeros está extinto."

A esto, Edith, que estaba impaciente por ver abierta la caja fuerte, exclamó que el siglo veinte no tenía nada de qué presumir si no podía resolver un rompecabezas que estaba a la altura de cualquier ladrón del siglo diecinueve.

"Desde el punto de vista de una joven impaciente, puede parecerlo," dijo el doctor. "Pero debemos recordar que las artes perdidas son a menudo monumentos del progreso humano, indicando la superación de las limitaciones y necesidades a las cuales servían. Ya no tenemos cerrajeros porque ya no tenemos ladrones. El pobre Julian tenía que pasar por todos estos tormentos para proteger los papeles que hay en esa caja fuerte, porque si los perdía podía convertirse en mendigo, y, de ser uno de los amos de la mayoría, podía pasar a ser uno de los sirvientes de la minoría, y quizá verse tentado de convertirse él mismo en ladrón. No es asombroso que hubiese demanda de cerrajeros en aquella época. Pero ahora ya ve, incluso suponiendo que cualquiera de esta comunidad que disfruta universal e igual riqueza pudiese desear robar cualquier cosa, no hay nada que pudiese robar con vistas a venderlo otra vez. Nuestra riqueza consiste en la garantía de igual participación en el capital y los ingresos de la nación--una garantía que es personal y que no puede quitársenos ni ser cedida, siendo concedida a cada uno en el momento de nacer, y viendonos despojados de ella sólo por la muerte. Así que ya ve que el cerrajero y el fabricante de cajas fuertes serían personas muy inútiles."

Mientras hablábamos, yo había continuado operando el dial con la esperanza de que a la obstinada pieza abatible le diese la gana de comportarse, y un débil clic recompensaba ahora mis esfuerzos, y abrí la puerta.

"¡Fu!" exclamó Edith ante la bocanada de olor a cerrado del aire confinado que vino a continuación. "Lo siento por tu gente si esa es una buena muestra de lo que teníais que respirar."

"Se trata probablemente de la única muestra que queda, en todo caso," observó el doctor.

"¡Dios mío! ¡Qué cajita tan ridícula resulta ser para tan pretencioso exterior!" exclamó la madre de Edith.

"Sí," dije. "Las gruesas paredes son para guardar su contenido a prueba de fuego y también a prueba de ladrones--y, por cierto, yo diría que necesitan ustedes cajas fuertes a prueba de fuego, todavía."

"No tenemos incendios, excepto en las viejas estructuras," replicó el doctor. "Desde que el pueblo colectivamente se encarga de la construcción, ya ve usted, no podemos permitirnos tenerlos, porque la destrucción de la propiedad significa para la nación una pérdida total, mientras que bajo el capitalismo privado esa pérdida podía ser traspasada a otros por toda clase de medios. Podían asegurarse, pero la nación tiene que asegurarse a sí misma."

Abriendo la puerta interior de la caja fuerte, saqué varios cajones llenos de certificados de todas clases, y los vacié sobre la mesa de la habitación.

"¿Esos papeles mal ventilados son lo que llamabais riqueza?" dijo Edith, con evidente decepción.

"No los papeles en sí mismos," dije, "sino lo que representaban."

"¿Y qué representaban?" preguntó.

"La propiedad de terrenos, casas, fábricas, barcos, ferrocarriles, y toda guisa de otras cosas," repliqué y procedí a explicar a su madre y a ella misma, lo mejor que pude, lo que eran las rentas, las ganancias, el interés, los dividendos, etc. Pero era evidente, por la inexpresividad de sus semblantes, que no estaba haciendo mucho progreso.

Pco después, el doctor levantó la vista de los papeles que estaba devorando con el celo de un anticuario, y profirió unas risitas.

"Me temo, Julian, que ha equivocado el rumbo. Ya ve, la ciencia económica de su época era una ciencia de las cosas; en nuestra época es una ciencia de los seres humanos. No tenemos nada en absoluto que corresponda con su renta, interés, ganancias, u otros artificios financieros, y los términos que los expresan no tienen significado excepto para estudiantes. Si desea que Edith y su madre le entiendan, debe traducir esos términos de dinero en términos de hombres y mujeres y niños, y los simples hechos de sus relaciones en tanto que afectadas por su sistema. ¿Consideraría impertinente si yo tratase de aclararles a ellas el asunto un poco más?"

"Le quedaría muy agradecido," dije; "y quizá al mismo tiempo me lo aclarará a mi."

"Creo," dijo el doctor, "que entenderemos mucho más la naturaleza y el valor de estos documentos si, en vez de hablar de ellos como títulos de propiedad de granjas, fábricas, minas, ferrocarriles, etc., enunciamos simplemente que eran evidencias de que sus poseedores eran los amos de varios grupos de hombres, mujeres, y niños de diferentes partes del país. Por supuesto, como Julian dice, los documentos enuncian sobre el papel su derecho a las cosas únicamente, y no dice nada acerca de hombres y mujeres. Pero lo que daba todo el valor a la posesión de las cosas era los hombres y mujeres que iban con los terrenos, las máquinas, y las diversas otras cosas, y que estaban ligados a ellas por necesidades físicas.

"Pero a no ser por la implicación de que había hombres que, porque debían tener el uso de las tierras, se someterían a trabajar para el propietario de ellas a cambio del permiso para ocuparlas, estas deudas e hipotecas no habrían tenido ningún valor. Lo mismo puede decirse de estas acciones de fábricas. Hablan únicamente de centrales hidroeléctricas y telares, pero no tendrían ningún valor a no ser por los miles de trabajadores humanos ligados por necesidades físicas a las máquinas tan firmemente como si estuviesen encadenados a ellas. Lo mismo puede decirse de estas acciones de minas de carbón. De no ser por la multitud de seres desgraciados condenados por la necesidad a trabajar en tumbas vivientes, ¿de qué valor podrían haber sido estas acciones que aun así no hacen mención de ellos? ¡Y vea una vez más qué significativo es el hecho de que se estimaba innecesario hacer mención de y enumerar por el nombre de estos siervos del campo, del telar, de la mina! Bajo sistemas de esclavitud, tales como los que prevalecieron anteriormente, era necesario nombrar e identificar a cada esclavo, para que pudiese ser recuperado en caso de fuga, y se llevase cuenta de la pérdida en caso de muerte. Pero no había peligro de pérdida por fuga o muerte de los siervos transferidos mediante estos documentos. Ellos no se darían a la fuga, porque no había ningún lugar mejor adonde fugarse ni ningún escape del sistema económico mundial que los esclavizaba; y si morían, eso no implicaba ninguna pérdida para sus propietarios, porque siempre había muchos más para tomar su lugar. Indudablemente, habría sido un despilfarro de papel enumerarlos.

"Justo ahora en la mesa del desayuno," continuó el doctor, "estaba explicando el moderno punto de vista sobre el sistema económico del capitalismo privado como un punto de vista basado en la servidumbre obligatoria de las masas a los capitalistas, una servidumbre que éstos forzaban monopolizando el grueso de los recursos y la maquinaria del mundo, dejando que la presión de la necesidad obligase a las masas a aceptar su yugo, mientras la policía y los soldados los defendían en sus monopolios. Estos documentos aparecen oportunamente para ilustrar los ingeniosos y eficaces métodos mediante los cuales las diferentes clases de trabajadores eran organizadas para servir a los capitalistas. Para usar una sencilla ilustración, estas diversas clases de las así llamadas garantías pueden ser descritas como tantas otras clases de arneses humanos mediante los cuales a las masas, quebradas y domadas por la presión de la necesidad, se les ponía yugo y se les ataba con cinchas al carruaje de los capitalistas."

"Por ejemplo, aquí hay un paquete de hipotecas sobre granjas de Kansas. Muy bien; en virtud de la operación de esta garantía, ciertos granjeros de Kansas trabajaban para el propietario de dicha hipoteca, y aunque ellos nunca hubiesen sabido quién era el propietario, o el propietario quienes eran ellos, aun así ellos eran esclavos del propietario con tanta seguridad y certeza como si hubiese estado sobre ellos con un látigo en vez de estar sentado en su salón en Boston, Nueva York, o Londres. Este arnés hipoteca era generalmente usado para el enganche de la clase agrícola de la población. La mayoría de los granjeros del oeste ya tiraban de él hacia el final del siglo diecinueve.--¿No era así, Julian? Corríjame si estoy equivocado."

"Está enunciando los hechos con mucha precisión," respondí. "Estoy comenzando a comprender con más claridad la naturaleza de mis antiguas posesiones."

"Ahora veamos qué es este paquete," prosiguió el doctor. "¡Ah! sí; estas son acciones de fábricas de algodón de Nueva Inglaterra. Esta clase de arnés era usado principalmente para mujeres y niños, los tamaños disminuían hasta ajustarse a niños y niñas de once y doce años. Se decía que era únicamente el margen de beneficio proporcionado por el trabajo casi sin coste alguno de los niños pequeños lo que hacía que estas factorías fuesen propiedades rentables. La población de Nueva Inglaterra era en gran medida domesticada para trabajar a muy tierna edad en este estilo de arnés.

"Aquí, ahora, hay una clase un poco diferente. Estas son acciones de ferrocarril, gas, y obras hidráulicas. Era una clase de arnés integral, por el cual no sólo una clase concreta de trabajadores, sino comunidades enteras, eran enganchadas y puestas a trabajar por el propietario de la garantía.

"Y, por último, tenemos aquí el arnés más fuerte de todos, el bono del Gobierno. Este documento, ya veis, es un bono del Gobierno de los Estados Unidos. Mediante él, setenta millones de personas--toda la nación, de hecho--era enganchada con arneses al carruaje del propietario de este bono; y, lo que es más, el conductor en este caso era el Gobierno mismo, contra el cual a la yunta le resultaría difícil dar coces. Había muchas coces y encabritamientos en las otras clases de arneses, y los capitalistas a menudo eran incomodados y temporalmente desprovistos del trabajo de los hombres que habían comprado y por los que habían pagado una buena suma. Naturalmente, por tanto, el bono del Gobierno era enormemente apreciado por ellos como inversión. Hacían todos los esfuerzos posibles para inducir a los diversos gobiernos a poner más y más de esta clase de arneses a la gente, y los gobiernos, siendo llevados por los agentes de los capitalistas, desde luego continuaron haciendolo, hasta los mismos albores de la gran Revolución, que convirtió los bonos y todos los demás arneses en papel de desecho."

"Como representante del siglo diecinueve," dije, "no puedo negar la sustancial exactitud de su más bien sorprendente modo de describir nuestro sistema de inversiones. Aun así, admitirá que, malo como era el sistema y amarga como era la condición de las masas bajo él, la función desempeñada por los capitalistas, de organizar y dirigir una industria tal como la que teníamos, fue un servicio al mundo de algún valor."

"Naturalmente, naturalmente," replicó el doctor. "El mismo pretexto podría urgirse, y lo fue, en defensa de todo sistema mediante el cual los hombres hicieron que otros hombres fuesen sus siervos, desde el principio de los tiempos. Siempre había algún servicio, generalmente valioso e indispensable, al cual los opresores podían urgir y urgieron como fundamento y excusa de la servidumbre a la que forzaban. A medida que los hombres se hicieron más sabios, observaron que se les pagaba un precio ruinoso por los servicios que prestaban. Así, primero dijeron a los reyes: 'Sin duda, ayudáis a defender el estado de los extranjeros y colgáis a los ladrones, pero es demasiado pedirnos que seamos vuestros siervos a cambio; nosotros podemos hacerlo mejor.' Y así establecieron repúblicas. Así también, la gente dijo a los sacerdotes: 'Habéis hecho algo por nosotros, pero habéis cobrado demasiado por vuestros servicios al pedirnos que sometamos nuestras mentes a vosotros; nosotros podemos hacerlo mejor.' Y así establecieron la libertad religiosa.

"E igualmente, en este último asunto del que estamos hablando, la gente al final dijo a los capitalistas: 'Sí, habéis organizado nuestra industria, pero al precio de esclavizarnos. Nosotros podemos hacerlo mejor.' Y reemplazando el capitalismo por la cooperación nacional, establecieron la república industrial basada en la democracia económica. Si fuese verdad, Julian, que cualquier consideración del servicio prestado a otros, no importa cuál valioso, pudiese disculpar a los benefactores por convertir a los beneficiados en esclavos, entonces nunca hubo despotismo o sistema esclavista que no pudiese disculparse a sí mismo."

"¿No tienes dinero de verdad que puedas mostrarnos," dijo Edith, "algo, aparte de estos papeles-- algo de oro o plata como el que hay en el museo?"

No era costumbre en el siglo diecinueve que la gente mantuviese grandes provisiones de dinero en efectivo en su casa, pero, para emergencias, yo tenía una pequeña reserva en mi caja fuerte, y en respuesta a la solicitud de Edith saqué un cajón que contenía varios cientos de dólares en oro y lo vacié sobre la mesa.

"¡Qué bonitas son!" exclamó Edith, impulsando sus manos en el montón de monedas amarillas y haciendo que tintineasen unas contra otras. "¿Y es realmente cierto que simplemente si tenías suficientes cosas de estas, no importa cómo o dónde las consiguieras, los hombres y las mujeres podían someterse a ti y dejarte que los usases como quisieras?"

"No sólo te dejarían que los usases como quisieras, sino que te estarían sumamente agradecidos por ser tan bueno como para usarlos a ellos en vez de a otros. Los pobres luchaban entre sí por el privilegio de ser los sirvientes y subordinados de los que tenían el dinero."

"Ahora veo," dijo Edith, "lo que significaba los Amos del Pan."

"¿Qué es eso de los Amos del Pan?" pregunté. ¿Quiénes eran?"

"Era un nombre que se daba a los capitalistas durante el período revolucionario," respondió el doctor. "Esto de lo que habla Edith es un retazo de la literatura de aquella época, cuando la gente comenzó por primera vez tomar plena consciencia del hecho de que el monopolio de clase sobre la maquinaria de producción significaba la esclavitud para la masa."

"A ver si puedo recordarlo," dijo Edith. "Empieza de este modo: 'Por doquier, hombres, mujeres, y niños estaban en el mercado gritando a los Amos del Pan para que los tomasen para ser sus sirvientes, para que pudiesen tener pan. Los hombres fuertes decían: "Oh Señores del Pan, notad nuestra fuerza muscular y nuestros tendones, nuestros brazos y nuestras piernas; mirad qué fuertes somos. Tomadnos y usadnos. Cavaremos para vosotros. Talaremos para vosotros. Bajaremos a la mina y excavaremos para vosotros. Nos congelaremos y moriremos de hambre en la cubierta de proa de vuestros barcos. Enviadnos a los infiernos de las calderas de vuestros barcos de vapor. ¡Haced lo que queráis con nostros, pero dejad que os sirvamos, para que podamos comer y no morir!"

"'Entonces hablaron más alto también los hombres cultos, los escribanos y los abogados, cuya fuerza estaba en sus cerebros y no en sus cuerpos: "Oh Amos del Pan," dijeron, "tomadnos para ser vuestros sirvientes y hacer vuestra voluntad. Mirad qué refinado es nuestro ingenio, qué grande es nuestro conocimiento; en nuestras mentes están acumulados los tesoros del saber y la sutileza de todas las filosofías. A nosotros se nos ha dado una visión más clara que a otros, y el poder de la persuasión de que deberíamos ser líderes del pueblo, voces de los sin voz, y ojos de los ciegos. Pero la gente a quien deberíamos servir no tiene pan para darnos. Por tanto, Amos del Pan, dadnos de comer, y traicionaremos a la gente por vosotros, porque tenemos que vivir. Abogaremos por vosotros en los juzgados, en contra de la viuda y del huérfano. Hablaremos y escribiremos elogiándoos, y con palabras astutas confundiremos a quienes hablen contra vosotros y vuestro poder y condición. Y nada de lo que requiráis de nosotros nos parecerá demasiado. Pero porque vendemos no sólo nuestros cuerpos, sino nuestras almas también, dadnos más pan que el que reciben aquellos trabajadores que sólo venden sus cuerpos."

"'Y los sacerdotes y Levitas también alzaron la voz mientras los Señores del Pan pasaban por el mercado: "Tomadnos, Amos, para ser vuestros sirvientes y para hacer vuestra voluntad, porque también tenemos que comer, y sólo vosotros tenéis el pan. Somos los guardianes de los sagrados oráculos, y la gente nos escucha y no replica, porque nuestra voz, para ellos, es la voz de Dios. Pero tenemos que tener pan para comer, como los demás. Dadnos, por tanto, en abundancia, de vuestro pan, y diremos a la gente que debe quedarse tranquila y no molestaros con sus quejas a causa del hambre. En el nombre de Dios Padre les prohibiremos reclamar los derechos de hermanos, y en el nombre del Príncipe de la Paz predicaremos vuestra ley de la competencia."

"'Y por encima de todo el clamor de los hombres, fueron oídas las voces de una multitud de mujeres gritando a los Amos del Pan: "No paséis de largo, porque también nosotras tenemos que comer. Los hombres son más fuertes que nosotras, pero comen mucho pan, mientras que nosotras comemos poco, así que aunque no seamos tan fuertes aun así al final no perderéis si nos tomáis para ser vuestras sirvientes en vez de a ellos. Y si no nos tomáis por nuestro trabajo, miradnos: somos mujeres, y debería estar claro ante vuestra vista. Tomadnos y haced con nosotras conforme a vuestro placer, porque tenemos que comer."

"'Y por encima del regateo del mercado, las roncas voces de los hombres, y las estridentes voces de las mujeres, se alzaron los aflautados agudos de los niños, gritado: "Tomadnos para ser vuestros sirvientes, porque los pechos de nuestras madres están secos y nuestros padres no tienen pan para nosotros y tenemos hambre. Somos débiles, por supuesto, pero también somos tan pequeños, tan pequeñitos, que al final seremos más baratos para vosotros que los hombres, nuestros padres, que comen tanto, y las mujeres, nuestras madres, que comen más que nosotros."

"'Y los Amos del Pan, habiendo tomado para su uso o placer a los hombres, las mujeres, y los pequeños que les parecieron adecuados, pasaron de largo. Y una gran multitud se quedó en el mercado, para quienes no hubo pan.'"

"¡Ah!" dijo el doctor, rompiendo el silencio que siguió cuando cesó la voz de Edith, "era de hecho el último refinamiento de la indignidad impuesta sobre la naturaleza humana por el sistema económico de ustedes, que se obligase a los hombres a venderse. En realidad no era una venta voluntaria, desde luego, porque la necesidad o el miedo a ésta, no dejaba opción en cuanto a la necesidad de venderse a alguien, pero en cuanto a la transacción particular había suficiente margen de elección como para hacerla vergonzosa. Tenían que buscar a aquellos a quienes ofrecerse y activamente procurarse su propia compra. A este respecto, el sometimiento de los hombres a otros hombres a través de la relación de empleo era más abyecta que bajo una esclavitud que se basase directamente en la fuerza. En ese caso el esclavo podía ser obligado a doblegarse a la coacción física, pero podía mantener todavía una mente libre y rencorosa hacia su amo; pero en la relación de empleo los hombres buscaban a sus amos y les suplicaban, como favor, que les usasen, en cuerpo y mente, para su beneficio o placer. Bajo nuestro punto de vista moderno, por lo tanto, el esclavo era una figura más digna y heroica que el asalariado de su época, que se llamaba a sí mismo trabajador libre.

"Era posible para el esclavo elevarse en alma por encima de sus circunstancias y ser un filósofo en esclavitud como Epicteto, pero el asalariado no podía abominar de las ataduras que buscaba. La abyección de su posición no era meramente física, sino mental. Vendiéndose, había vendido necesariamente su independencia de mente también. Todo el sistema industrial de ustedes al completo parece, bajo este punto de vista, mejor y más adecuadamente descrito mediante una palabra que ustedes reservaban de una manera bastante curiosa para designar una fase concreta de la venta propia practicada por las mujeres.

"El trabajo para otros en el nombre del amor y la bondad, y el trabajo con otros por un fin común en el cual están mutuamente interesados, y el trabajo para el propio disfrute, son del mismo modo honorables, pero el empleo a cuenta de nuestras facultades para los egoístas usos de otros, que era la forma de trabajo generalmente tomada en su época, es indigno de la naturaleza humana. La Revolución hizo por primera vez en la historia que el trabajo fuese auténticamente honorable, haciendo que se basase en la fraternal cooperación para un resultado común y compartido en igualdad. Hasta entonces, había sido, en el mejor de los casos, una vergonzosa necesidad."

Inmediatamente dije: "Cuando hayan satisfecho su curiosidad en relación a estos papeles, supongo que podríamos hacer una hoguera con ellos, porque parece que ahora no tienen más valor que una colección de fetiches paganos después de que los primeros creyentes hubiesen abrazado el Cristianismo."

"Bueno, ¿y semejante colección no tiene un valor para el estudiante de historia?" dijo el doctor. "Desde luego, ahora estos documentos apenas son valiosos en el sentido que lo eran, pero en otro sentido tienen mucho valor. Veo entre ellos algunas variedades que son bastante escasas en las colecciones históricas, y si se siente dispuesto a presentar el lote completo a nuestro museo estoy seguro de que el regalo será muy apreciado. El hecho es que la gran hoguera que hicieron nuestros abuelos, aunque era una expresión muy natural y excusable de júbilo por el fin de su esclavitud, es mucho más de lamentar bajo un punto de vista arqueológico."

"¿Qué quiere decir con la gran hoguera?" pregunté.

"Fue un incidente bastate dramático, al final de la gran Revolución. Cuando la larga lucha había terminado y la igualdad económica, garantizada mediante la administración pública del capital, había sido establecida, la gente reunió, provinientes de todas partes del país, enormes colecciones de lo que ustedes llamaban evidencias de valor, las cuales, aunque pretendían ser certificados de propiedad de cosas, habían sido en realidad certificados de propiedad de hombres, derivando, como hemos visto, su completo valor de los siervos adjuntos a las cosas mediante la coacción de las necesidades físicas. La gente--exaltada, como bien puede imaginarse, por la inspiración de la libertad-- se complació en recolectar un inmenso volumen en el lugar de la Bolsa de Nueva York, el gran altar del dios Pluto, en el que millones de seres humanos habían sido sacrificados a él, y allí hacer una hoguera con ellos. Una gran columna se alza hoy en día sobre el lugar, y de su cúspide siempre fluye una poderosa antorcha con una llama eléctrica, en conmemoración de aquel acontecimiento y como un testimonio para siempre del fin de la esclavitud del pergamino, que era más pesado que el cetro de los reyes. Se estima que certificados de propiedad sobre seres humanos, o, como los llamaban ustedes, títulos de propiedad, por un valor de cuarenta mil millones de dólares, junto con cientos de millones de papel moneda, ascendieron en aquel gran resplandor, que consideramos devotamente que debió de haber sido, de todos los innumerables fuegos de sacrificio que habían sido ofrecidos a Dios desde el principio de los tiempos, el que mejor le complació.

"Ahora bien, si yo hubiese estado allí, puedo imaginar fácilmente que me habría regocijado con aquella conflagración tanto como lo hizo el más exultante de aquellos que bailaron a su alrededor; pero desde el punto de vista más calmado del presente, lamento la destrucción de un gran volumen de material histórico. Así que ya ve que sus bonos y escrituras e hipotecas y acciones de bolsa en realidad todavía son valiosos."