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Impresiones y recuerdos: En Lóndres

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IMPRESIONES Y RECUERDOS

EN LÓNDRES


Salia del teatro y entré en una taberna céntrica, con cristales grabados y luces múltiples; hacia frío y habia llovido. La taberna estaba concurrida, los taberneros de blanco, los barriles barnizados, sus llaves niqueladas; el mostrador terso, con rebanadas de jamón, de pan, y granos de café tostado en platos de porcelana. Pedí cerveza. Junto al mostrador, un círculo de hombres mal vestidos, con caras de criminales hereditarios, conversaban sin soltar la pipa de la boca, en voz desapacible, la mirada opaca; en un rincón, un grupo de viejas cubiertas de trajes negros, un gorro en la cabeza, apuraban aguardiente en un vaso de estaño que se alargaban una á otra y del que bebian unos minutos, como sedientas de olvido; entre ellas hallábase una chiquilla que lo mismo podia tener quince años que veinte; muy rubio casi rojo el cabello, muy flaca, mirando sin ver, la cabeza apoyada en la pared, un aspecto de insensible y de embrutecida que cogia el alma. De cuando en cuando, entraba otro consumidor, de sombrero de seda, de abrigo ¡ordenaba algo, lo bebia, se marchaba, y las puertas del establecimiento, de resorte automático, se abrían y se cerraban varias veces, sin ruido, cual si fluctuaran entre la calle y la taberna. Observaron las viejas que yo las observaba y aleccionaron á la muchacha, le hablaban en la oreja, la tiraron de los brazos, hasta que se levantó y vacilante, pálida, se llegó á mí, con un descaro de enferma y una voz de alcohólica.

— ¿Nos convida usted á algo?...

El tabernero me comia á señas de que nó, que no le hiciera caso, pero la muchacha me interesaba, parecíame que iba á aliviar una agonía, y las convidé á lo que quisieran, á su eterna ginebra. De pronto, un acceso de tos le coloreó el rostro; una tos seca, de las que desgarran el pecho, tos de tísica, que sonaba á muerte prematura, por envenenamiento; que la condenaba á agonizar en las calles, debajo de un puente, sola, sin más parientes que el vicio y el hambre; que la condenaba á no tener flores en su tumba, á ser arrojada en la fosa común. Su tos me estremecía, me hizo daño; aún la oigo algunas noches al caminar á pié por las calles solitarias. Pagué y salí; habria dado veinte pasos cuando me detuvo la tísica de la taberna; imaginé á lo que iria y preparé cinco chelines.

— ¿Quiere usted hacerme un favor muy grande, pero muy grande?.....

— Sí, guarde usted eso y le tendí las monedas.

— Nó, me contestó enfadada, ¿quiere usted darme un beso?.....

No sé qué expresión le descubrí en los ojos ¿seria la borrachera, la brillantez de la tísis ó una secreta necesidad de cariño? El caso es que, venciendo mis ascos, le dí de prisa el beso que me pedia, en su boca desdentada, en su boca que olia á aguardiente y á tabaco..... ¿Lo creerán ustedes?

Aquella noche dormí satisfecho de haber dado á esa pobre que quizá moriria al dia siguiente, lo que nadie se hubiera atrevido á darle, lo que vale tan poco y lo que una perdida prefiere sin embargo al dinero. Es una de mis mejores limosnas aquel beso nocturno, en una calleja sombría, á una criatura huérfana de afectos y de amores! . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .


1893.