Instrucciones a los mayordomos de estancias/Prefacio

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Instrucciones a los mayordomos de estancias: Con una biografía del Dictador, por D. Pedro de Angelis, y notas y comentarios del Ingeniero D. Carlos Lemée (1942)
de Juan Manuel de Rosas
Prefacio de Carlos Lemée
PREFACIO

Las instrucciones para la administración de estancias fueron publicadas el año 1856 por la Imprenta Bonaerense, Perú 171, bajo el título: Administración de estancias y demás establecimientos pastoriles en la campaña de Buenos Aires escrita por don Juan Manuel de Rosas en 1825.

El año 1908, la empresa reimpresora de publicaciones americanas publicó otra edición titulada: Instrucciones para los mayordomos o encargados de estancias, por don Juan Manuel de Rosas, con una noticia preliminar por Adolfo Saldías. Según la advertencia, Rosas escribió esas instrucciones el año 1819. No hablaré de la primera edición de este último folleto, pues no tuve conocimiento de su publicación y no la conozco.

Las Instrucciones para la administración de estancias y las Instrucciones para los mayordomos son las mismas; sin embargo las primeras son más completas; contienen los capítulos largos e interesantes: Instrucciones que deben observar don Manuel Morillo y don Juan Decima. — Apartes en la vecindad. — Formacion de majadas en Averias y Achiras. — Cuidado de las caballadas. etc., que no se encuentran en las segundas. El solo tema que está tratado en las instrucciones para los mayordomos, y no lo está en las instrucciones para la administración de estancias, es el de las gallinas y Rosas se limita a decir: “Ni rastros debe haber de ellas ni de palomas”.

Las personas al corriente de las cosas de campo, reconocerán a primera vista que Rosas escribió esas instrucciones a medida que lo exigían las faenas de sus estancias. Llegada la época de la esquila, ha escrito cómo debía efectuarse; llegada la de rondar los ganados, ha escrito cómo debían rondarse; llegada la de la marcación, ha escrito el modo de practicarla, etc. Y de allí ha resultado una falta absoluta de orden en la redacción. Rosas ha debido sacar copia de estas instrucciones, probablemente, para no tener el trabajo de recordárselas, aunque haya olvidado muchos temas en esta primera edición, como lo veremos en los comentarios que se encuentran al fin de este opúsculo. La falta de orden en la redacción de las instrucciones, prueba evidentemente que Rosas, el hombre metódico por excelencia, no tenía la intención de publicarlas.

Los editores han creido deber conservar esa falta de orden. Las instrucciones para los mayordomos empiezan por tratar de los capataces, y en seguida pasan a tratar de los burros! La falta de orden no es menor en las instrucciones para la administración de estancias. De modo que es menester perder mucho tiempo para consultar esas obras. La primera tiene un índice que ayuda mucho, pero la segunda ni lo tiene siquiera. Los dos folletos están además cuajados de errores de toda clase, y debido a estos errores, llegan hasta contradecirse a menudo. Tratando de las Recogidas, las instrucciones para los mayordomos dicen: Al recoger debe gritar la gente ... Mientras las instrucciones para la administración de estancias dicen: “Al recoger no debe gritar la gente...” Esos casos son frecuentes. Los editores, al conservar la falta de orden que hemos señalado, han quitado mucho interés a estas instrucciones, que ya habían perdido mucho por los progresos de la ganadería, y su evolución de extensiva a semiintensiva que está ejecutando actualmente. Pero como asimismo las considero muy interesantes, las he coordinado y clasificado en seis capítulos distintos, según la materia de que tratan.

Creo estas instrucciones útiles para los estancieros, como lo explicaré al fin de este opúsculo en los comentarios, pero les doy más valor todavía como documento histórico y les consagraré aquí algunos renglones bajo ese punto de vista. Está en nuestra naturaleza, efectivamente, querer conocer el modo de ser íntimo de estos hombres que han ocupado puestos culminantes en la escena del mundo, y que no refiere la historia que se ocupa de sus actos públicos únicamente.

Se asegura que el estilo es el hombre; admitiendo esta regla, el estilo de las instrucciones es evidentemente el de un déspota. Los sinónimos: adjetivos, adverbios, etc., se suceden de un modo insólito, encerrando al lector en un círculo de hierro. “Debe cuidarse del modo más escrupuloso, exacto y delicado avisarme si en las vecindades hay algunas majadas con señales iguales...” Cuidado de las majadas. “Durante la fuerza de la parición debe haber grande, escrupuloso, formal y delicado cuidado en que no se arree al recoger una vaca recien parida...” Paricion del ganado. Se ha dicho que Rosas usaba este estilo únicamente con sus capataces y peones, para hacerse comprender mejor, pero es inexacto. Lo usaba hasta con sus procónsules: “Que recomiende U. con frecuencia á los alcaldes, tenientes y el vecindario todo, el más exacto, puntual, escrupuloso y delicado cumplimiento de la orden vigente...” Cuidado de las caballadas.

Este estilo de déspota es más bien el de un déspota tenaz que enérgico. El estilo de los déspotas enérgicos es conciso e imperativo. La concisión admirable de César, que Cicerón llamaba vim Cesaris, y se encuentra también en los escritos y proclamas de Napoleón, es el polo opuesto del estilo pesado de Rosas, recargado de sinónimos sin cuenta. El estudio de varios episodios de su carrera prueba también esa falta de energía que déja entrever su estilo. Así es que atacado por Urquiza, el gran jinete no montó una sola vez a caballo, para avivar el entusiasmo federal de sus gauchos siquiera, y apenas perdido el primer choque en Caseros, se refugió en Inglaterra, cuando disponía de tantos recursos.

Si de la forma se pasa a estudiar las doctrinas o sea el fondo de las instrucciones, se reconoce pronto que emanan de un temperamento que se distingue por una laboriosidad, un método y un ahorro verdaderamente admirables. Y esas calidades son tan desarrolladas, que bajo esos puntos de vista, su lectura puede ser útil no solamente a los que se ocupan de ganadería, sino también a los empresarios de la industria y del comercio. La gente debe madrugar: “Los peones deben levantarse en verano, otoño y primavera un poco antes de venir el día, y en invierno mucho antes... Un capataz que no sea madrugador, no sirve por esta razón...” Calidad de los Capataces “El ayudante debe cuidar escrupuloscmente de no fiarse de lo que le digan ni de lo que oiga a los capataces, pues él, en persona, debe verlo todo con sus ojos y desengañarse a su completa y entera satisfacción” Ayudantes recorredores.

Los servicios nocturnos son vigilados con el mismo cuidado que los trabajos de día: “Los capataces deben recorrer los puestos unas veces de día a una hora, otras a otra, otras a la madrugada, otras a la siesta, otras a la oración, otras a media noche, y otras repetirán la ida dos y tres nocbes seguidas a una misma hora..." Recorridas de los puestos.

Como prueba del método que reinaba en sus establecimientos, pueden citarse las dos órdenes siguientes: “Debe atenderse que el que cuida los caballos dé cuenta por la mañana y a la noche de estar todos o no. Debe decir: están todos los caballos; veinte y cinco en la tropilla; dos yeguas, veinte y siete; dos atados a soga, veinte y nueve, y dos yeguitas, de cría, treinta y uno ...” Caballos del patron. Y al rendir cuenta, el pastor dirá: “Aquí están cuatro orejas de corderos orejanos que he señalado, y una de un orejano que se ha muerto: también se murió una (o más) ovejas señaladas, cuyo cuero lo be sacado". El capataz entonces, en la tarja que lleva de los muertos, tarjará las dos que se han muerto y guardará las cinco orejas...” Señalada de los corderos.

Nada se pierde en sus estancias; sus instrucciones alcanzan basta los renglones de menor valor: “El chicharrón no se irá sacando conforme se vaya friendo la grasa, pues es preciso dejar que todo se fría, y estando todo frito, entonces se baja el chicharrón, se acomodará en la cocina en la barrica chicharronera, y este servirá para comer o para el fuego...” Grasa. “La leña del gasto debe estar acomodada en los lugares destinados para ello. Mientras haya leña de mostaza, etc., no se gastará pura de rama ó trozo, pues es preciso mesturarla con la de rama y aprovecharla...” Leña.

Al leer las instrucciones de este trabajador incansable, fanático del orden y del ahorro, uno se pregunta ¿qué objeto perseguía? ¿qué interés lo movía? sin encontrar una contestación que satisfaga. Sus mismos enemigos, que tantos cargos le hicieron, no le han reprochado ni la codicia ni la avaricia; ni la pasión del juego ni la del lujo. ¿Para qué tanto trabajar entonces? Quizás porque sus tareas de gran estariciero lo obligaban a tener muchos hombres bajo sus órdenes, pemitiéndole satisfacer así su gusto por el mando, que parece haber sido su pasión dominante. Ni parece haber tenido gran pasión por la ganadería, como lo veremos en los comentarios, pues la abandonó en la fuerza de la edad por el poder, que le permitía tener un mayor número de hombres bajo su dominación. Y en la administración de sus estancias desplegó ese orden, ese método en todo, que era otro rasgo de su temperamento, como se vió más tarde cuando estuvo investido de las extraodinarias. En cuanto al ahorro, aprendió a practicarlo desde los principios de su carrera, pues se sabe que apenas adolescente abandonó la casa paterna, y fué a pedir trabajo a sus primos los señores Anchorena, quienes le confiaron la administración de una de sus estancias. Por lo que se vanagloriaba más tarde de haber adquirido personalmente todo lo que poseía.

No obstante las cabilaciones de cierta escuela de historiadores, que creen descubrir intenciones maquiavélicas o profundas en las acciones más sencillas de los hombres que llegan a la popularidad, Rosas, como la mayor parte de los hombres célebres, fué llevado a la celebridad por acontecimientos de su época que no provocó; y la lectura de las instrucciones explica hasta cierto punto, y quizás más acabadamente que muchos otros documentos, su fortuna tan rápida y tan extraordinaria. Como acabo de recordarlo, adolescente todavía, empezó por dirigir una estancia; muy ágil, y dotado de una gran fuerza muscular, se entregó con pasión a los trabajos físicos del campo y al poco tiempo llegó a no tener rival en la equitación, ni en la destreza para tirar el lazo y las boleadoras. Según las crónicas de la época y las referencias del ilustre Darwin, que lo visitó en su campamento del Río Colorado, cuando hizo su expedición al desierto, Rosas efectuaba fácilmente una prueba llamada de la maroma en boga antiguamente en las estancias, y que consistía en colgarse de una maroma que reunía las extremidades de los postes de la puerta del corral, y dejarse caer orqueteado sobre un potro chúcaro que se soltaba del corral. Podía igualmente, parado en la puerta del corral, saltar sobre uno de los potros que salían y jinetearlo. En fin, nadie tiraba con tanto vigor y destreza el lazo y las boleadoras. Su superioridad en esos ejercicios de la ganadería extensiva le conquistaron naturalmente un gran prestigio entre los hombres de campo que lo rodeaban, y cuando con esa laboriosidad, ese método y ese ahorro que se traslucen en las instrucciones, llegó a ser dueño de una estancia, después de varias, y más tarde de muchas, ese prestigio de gran jinete y gran enlazador, realzado por el prestigio de grim propietario de estancias, no demoró en irradiar en toda la Provincia. Llegado de este modo a la popularidad, sin que lo hubiese soñado probablemente, Rosas resolvió dar un paso más y llegar al gobierno.

He dicho que quizás para mandar a mayor número de hombres, pero es probable también que los indios por una parte, y la anarquía de estos tiempos por otra, estorbaban a ese gran trabajador e influyeron sobre su determinación. “¿Por qué lo quería V. tanto a Rosas? -le pregunté un día a un paisano trabajador, y conocido en su pueblo por su entusiasmo federal. —“Señor, me contestó, porque no se podía vivir en el campo, antes que él fuese el gobierno”. Hizo contra los indios su campaña del Río Colorado, y más tarde se apoderó del mando para dominar la anarquía.

Como su campaña del Río Colorado tuvo resultados muy felices, sus adversarios organizaron contra ella lo que los periodistas parisienses llaman la conspiracion del silencio, evitaron hablar de ella, para que no fuese conocida, y lograron tan bien su intento que, cuando me propuse escribir La Agricultura y la Ganaderia en la República Argentina, no conocía esa campaña sino por el título de Héroe del desierto, discernido a Rosas por sus admiradores, y algunos renglones de Darwin en su Viaje de un naturalista alrededor del mundo, cuando apareció la Historia de la Confederacion Argentina del doctor Saldías que me proporcionó los datos que había buscado inútilmente mucho tiempo. Los principales de estos datos son los siguientes:

Rosas salió del partido del Monte, el 23 de Marzo de 1823, con 2.010 hombres: 140 oficiales y jefes, 1.101 jinetes, 541 infantes, 77 artilleros y marinos, 71 hombres de maestranza y demás servicios. Y según Santiago Calzadilla, llevaba 40.000 caballos. Acampó a orillas del río Colorado, y desde su campamento mandó sus oficiales en varias direcciones a castigar a los indios. La campaña duró un año y, según el doctor Saldías, las divisiones de Rosas destruyeron las indiadas de 14 caciques mayores, poniéndoles fuera de combate más de 10.000 indios y rescataron cerca de cuatro mil cautivos.

Esta campaña debió, naturalmente, aumentar mucho la popularidad de Rosas. Pero si el gran jinete, el héroe del desierto, era el hombre popular de la campaña, no lo era de la ciudad, y con su educación y sus medios naturales no podía aspirar a dominarla. Encontrándose en esta posición, irritado contra la anarquía que estorbaba sus trabajos, resolvió apoderarse de la ciudad para dominar aquélla y, familiarizado con la sangre y las matanzas por sus trabajos de estancias y de saladeros, se valió de la mazorca para lograr su intento.

¿Y qué prueba más evidente de que los acontecimientos lo llevaron al gobierno, no sus talentos ni su preparación, cuando al cabo de 20 años de poder absoluto, cayó sin dejar a su país ni una constitución siquiera; sin haberle hecho dar un solo paso en la senda del progreso? Habiéndose limitado a mantener el orden ... El orden de Varsovia, desgraciadamente.

Había nacido para estanciero, no para gobernador; pero los acontecimientos de la época lo sacaron de su esfera.