Ismael/IV

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IV

El padre guardián recogiose de nuevo en sí mismo, pálido y caviloso. Con los párpados caídos y la mano en los labios, deslizó a poco estas palabras, por entre sus dedos:

-Nadie sabe el porvenir... Por lo que a nosotros ocurre, me persuado que no es fácil a los que nos sucedan, escribir con entera rectitud sobre lo pasado.

-Es lo que decía hace un momento: de los personajes considerados aisladamente, desligados de la escena en que vivieron, de los hábitos, educación y preocupaciones de que fueron esclavos, suelen quedarnos caricaturas.

Los hombres públicos son, de esta suerte, como estatuas de relieve en los frontispicios de viejas construcciones. Separarlos del muro a que están adheridos, embelleciendo y completando el conjunto del edificio, es cercenar a éste, y mutilar a aquellos. Se les arranca de su marco natural.

Tal pudiera suceder mañana, al juzgarse de las consecuencias posibles de este conflicto en el virreinato.

-La fidelidad se salvará. Queda el documento escrito.

-Falsea a veces, ocultando el móvil verdadero.

-Entonces, la tradición y el testimonio de los hombres.

Fray Benito movió negativamente la cabeza.

Para él, la primera nunca estaba en el medio, como lo está la verdad; el segundo, hallábase comúnmente en los extremos. En rigor, parecíale necesaria en la historia una luz superior a nuestra lógica, como medio eficiente para mantener el equilibrio del espíritu, y el criterio de certidumbre con aplomo en la recta. -La verdad completa, ya que no absoluta, no la ofrece el documento solo, ni la sola tradición, ni el testimonio más o menos honorable: la proporcionan las tres cosas reunidas en un haz, por el vínculo que crea el talento de ser justo, despojado de toda preocupación, y que por lo mismo participa de una doble vista, una para el pasado y otra para el porvenir, asentándose en el presente con el pie de la rectitud.- No siendo posible esa lógica superior, ¡había que estarse a lo menos malo de la flaqueza humana!

El pasado era para el estudioso fraile, cofrade digno de Larrañaga -algo parecido a un cuerpo sin cabeza que se alumbra a sí mismo, y al sitio ideal en que se encuentra, de una manera pálida y dudosa, sirviéndole de linterna su propio cerebro, como ciertos condenados en la Divina Comedia-. El espíritu que se lanza en las sombras en busca de esto que se asemeja a fuego fatuo, corre las contingencias del que se hunde en profundidades desconocidas para arrancará la tierra el brillante de sus entrañas. ¡Puede o no hallarlo!

Como él repitiese la frase antigua de que la verdad está en un pozo, el capitán Pacheco dijo con mucha calma y somnoliento:

-Eche pues la sonda, el hermano Benito, a ver qué encuentra.

-Y bien -continuó el fraile tranquilamente-. Encuentro que en todo esto, se trabaja para otros.

¿Es que, al lanzar esta frase, estaba en realidad convencido Fray Benito que los hombres de su época invocando su fidelidad al monarca, habían trabajado de un modo ingenuo por una reacción contra la monarquía, al advertir a un pueblo joven y brioso, que él algo valía, puesto que era digno del gobierno propio; y que, dado este paso por exceso de celo, no sólo se habían relajado los vínculos del sistema de la tutela legítima, sino que también se había señalado la hora histórica de los tiempos de descomposición en estas vastas colonias? Quizás.

El hecho es que, en oyendo las palabras del fraile, fuésele el sueño de súbito al capitán Pacheco, quién incorporándose en el sillón en cuyo brazo derecho descargó con fuerza el puño, dijo con voz de trueno:

-¡Vaya una pesca la que ha hecho en el pozo, el hermano Benito!

El padre guardián con el rostro encendido, arreglose agitado la capucha con el dorso, removiéndose en su asiento.

Acaso, eso sentase como verdad innegable, mediando el hueco de un siglo el criterio de los postreros, al lanzarse en la vida oscura de los tiempos transcurridos, -¡tentando!- más confiado en el tacto y en el instinto que en la tradición que el error amengua o exagera así como el que avanza en las tinieblas buscando el apoyo firme con las dos manos por delante.- Antes que los efectos, son las causas las que constituyen la médula de la historia.- Lo demás es momia.- En los sucesos que se comentaban, las causas serían: la una mediata o sea la emulación establecida entre las dos ciudades desde los hechos gloriosos contra las invasiones inglesas, y, la otra ostensible o sea la nacionalidad francesa del virrey, estando ocupada la península por los ejércitos de Bonaparte. De aquella había nacido la rivalidad; de ésta, la desconfianza y la antipatía instintiva. Siendo tales las razones de los sucesos, podía creerse que el lazo de unión con Buenos Aires, subsistiera, ni aún que volviese fácilmente a reanudarse? Debía creerse que no. Agréguese el ejemplo que se daba con el Cabildo abierto, y la Junta de propio gobierno a las otras colonias; y habría que convenir en que, no convenciéndose los pueblos sin disputa, ni aleccionándose sin dolor, lo futuro sería un semillero de conflictos.

-Me gustaría una zaragata en forma -dijo el capitán Pacheco, un poco alarmado sin embargo, ante los asertos de Fray Benito.

Fray Francisco, limitose a negar con la cabeza, cual si no diera mayor importancia a esos juicios.

Volvió a reinar un breve silencio.

Al extremo opuesto del refectorio, Fray Joaquín Pose mantenía con vigor una partida de ajedrez con otro fraile, si bien llevaba dos piezas de desventaja. -El interés puesto en el tablero por los jugadores, los tenía abstraídos por completo, al punto de no preocuparse un solo instante ni de las voces atronadoras del capitán Pacheco.

Sobre una fuente de platino, en la mesa, veíanse algunas copas llenas de licor color granate.

El padre guardián invitó cortésmente, pero sin desplegar los labios, a sus dos compañeros; y reservando para sí una copa, dijo luego:

-¡A la salud del rey, la gloria ibérica y la paz de las colonias!

-¡Trinidad coeterna! -exclamó el capitán, apurando el contenido.

Fray Benito humedeció los labios, y volvió a colocar su copa en la fuente sin pronunciar una palabra. Su rostro de facciones delicadas, había permanecido impasible.

-¡Jaque perpetuo! -decía con acento alegre y lleno de satisfacción en el otro ámbito, Fray Joaquín Pose.

Fray Benito miró de una manera dulce al padre guardián, murmurando bajo, y sonriente:

-¡Posición crítica, la de Fernando VII!

En ese momento oyéronse tañidos lentos de campana, desde el interior del edificio, y rumores de rezo. -Un reloj daba las diez.

Los frailes cogieron sus rosarios, prosternándose los unos en el pavimento, quedando inmóviles los menos.- Siguiose un silencio solemne; después difundiéronse por la sala confusos murmullos.

El capitán Pacheco púsose una mano bajo la solapa de su capote, e inclinó la cabeza, en instantes que el hermano refitolero de pie en el umbral, tras un gesto muy visible, hacíase en la boca la señal de la cruz para ahuyentar al espíritu maligno.