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Katara/El Diluvio Katara

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Katara: Recuerdos de Hana-Hiva (Narración polinésica) (1924)
de Rafael Calzada
El Diluvio Katara
XI

EL DILUVIO KATARA

En cuanto a sus tradiciones, eran muy vagas y confusas. Según ellas, hubo un tiempo en que lo que es hoy mar, era tierra firme, cubierta de montañas y de bosques por los que se podía caminar durante días y durante meses; y que entonces llegaron hasta allí, viniendo de occidente, los primitivos pobladores, los cuales se encontraron un día rodeados por el agua, a consecuencia de unas inmensas cataratas que se abrieron en las nubes, cuyas aguas cubrieron para siempre aquellas tierras tan extensas y tan hermosas. Abrigaban la creencia de que todas las gentes de aquellas regiones, las cuales a su parecer, eran el mundo entero, habían perecido, quedando ellos como únicos sobrevivientes, pues no tenían noticia de que jamás nadie hubiese ido a visitarles, lo que consideraban, por otra parte, como imposible que sucediese. Por eso, sin duda, les causó nuestra llegada tanto asombro.

La leyenda del diluvio, es decir, de la horrenda catástrofe que había hecho desaparecer todas las otras gentes, era muy interesante, y algunos la sabían de memoria, teniendo especial cuidado de trasmitirla de unas generaciones a otras con la mayor fidelidad. Aunque ininteligible en gran parte de sus giros, y llena de incoherencias, voy a transcribir literalmente, por lo curiosa, una parte de esa tradición, tal como ellos la conservaban.

EL DILUVIO (TE TAI TOKO)

Fetu-moana (el señor Océano) es yendo — a pasar sobre toda la tierra seca. Ia concedido un plazo de siete días. ¿Quién habría pensado sumergir la gran tierra en una rugiente ola?

¡Oh! ¡Oh! ¡En el espacio cerrado! — ¡Oh! ¡Oh! ¡Las cuerdas enredadas! Aquí están confundidas las especies de animales. Nosotros somos la especie resguardada de la mundación, — salvada de la mundación. — ¡La ola! ¡El rugido! Y caerá sobre el valle. Pasará sobre las llanuras. Enterrará las montañas. Cubrirá las laderas de la sierra.

¡La mundación! ¡El rugido! (¡O te tai toko! ¡E hetu!). ¡Oh! ¡Oh! en el espacio cerrado. ¡Oh! las cuerdas dobles para atar en parejas ― las varias especies de animales, — las especies overas, las especies negras, — las especies con cuernos, — las especies de grandes lagartos, — las especies de lagartos pequeños... ¡Oh! ¡La mundación, el rugido! Alta, sobre el Océano, — construída sobre él, una casa histórica, la casa (te hae), una casa con cámara, la casa, — una casa con ventana, la casa, — una casa muy grande, la casa, — una casa para guardar vivas las especies de animales.

Algunos hombres están llegando aquí. Gente de la tormenta, un velo en la cabeza, un ramo en la mano, llegados, vienen y empujan—al Océano para el centro.

La casa. — Aquí yo estoy en tierra. El Fetumoana escuchando allá arriba. El Fetu—moana, consiente que la tierra seca aparezca retirándose en canales... Cuando yo ofrezca siete sagradas ofrendas y siete mamones que gritarán al Señor Océano, el Señor ha establecido que la tierra estará seca ahora.

Pregunta, pregunta el hechicero: Generaciones nuevas, generaciones pasadas quién es la flor arriba de ello? es atii-hau-han el Tiki-vae-tai. ¿Cual es el trabajo de Dios que se revela aquí con esa cara tan brillante y con ese ruido que se eleva? Generaciones, generaciones van otra vez, rápidamente sobre la llanura... Pregunta, pregunta el hechicero: ¿Quién es la flor, hacia el mar, aquí? — Es Fetu-moana. Va a sacrificar el hechicero aquí abajo, o el tiburón negro, el tiburón de cabeza horrible... ¿Quién es la flor atada aquí?

Es Tu—matate—vai. ¿Quién es la flor abajo aquí? Es ante una—tapu.


Cierto día, el venerable Okao, que era el más anciano de aquel poblado, al cual denominaban Marúa, valle, en maorí, delante de muchos otros, me preguntó: —Y tú—allí no había otro tratamiento quien eres?, cómo te llamas?

Vacilé un momento, y quise darle un nomcualquiera, de fácil pronunciación para ellos; mas ¿para qué engañarles por cosa tan insignificante? Entonces, les contesté: —Yo soy... y le dije mi apellido.

—¡Ah!--exclamaron todos ¡Katara! —¡Tú eres Katara!

Dada la rudimentaria conformación de su idioma en el cual no cabían dos consonantes seguidas, y los limitados sonidos de su alfabeto, no les era posible pronunciar de otro modo aquella palabra.

—Si! Katara, soy Katara, les contesté, quedando así, desde aquel momento, bautizado para ellos con mi propio nombre puesto al alcance de su pronunciación.

—Muy bien, —dijo Okao, —¿y de donde vienes? Tu debes ser de tierras como estas, porque te pareces mucho a nosotros. ¿Porqué viniste aquí?

—Vengo,— le dije, —de las tierras por donde sale el sol, muy lejanas, en que hay árboles, y frutas, y aves como aquí y, además, muchísima gente, así como infinidad de otras cosas que vosotros no teneis. He venido porque allí los hombres pueden andar por encima del agua en monstruos enormes, de la mismaforma que ese pequeño que está en la playa, hechos con trozos de árboles y de manera que el viento los vá llevando a donde se quiere ir; pero a veces el viento es tan terrible que el monstruo va a donde no quisiera, y esta vez lo arrastró hasta vuestra tierra, desha
—¡Tú eres Katara!
ciéndose en las rocas poco antes de llegar.

Por eso vine hasta aquí.

El viejo y cuantos le rodeaban, quedaron admirados de cuanto les decía. Hablarles de otra tierra que no fuese suya, y de otros hombres que no fuesen ellos, hombres capaces de hacer el milagro de andar por encima de las aguas, les parecía una verdadera fábulano, —Y cómo el agua, me replicó el anciaque mató a todos los hombres, y a todas las mujeres, y a todos los niños, y a todos los animales, dejándonos solamente a nosotros, no llegó a vuestra tierra y no os mató a vosotros también? Sois, acaso, de otra tierra más alta que existe más arriba de las nubes, o que está debajo de ésta?

—No, Okao, — le dije. — Esa. tierra de donde yo vengo, ni está arriba, ni está abajo.

Es una tierra como esta, que está al otro lado del mar, la cual no alcanzaron a cubrir esas aguas que tú dices y a la que no volveré ahora, porque se rompió en pedazos el monstruo que podía llevarme.

Y al oir esto, todos se quedaron mudospensando seguramente en aquel monstruo, en aquellos hombres, y en aquellas tierras situadas más lejos, más allá del mar, no cubiertas por las aguas, de que nunca habían tenido ni la más remota idea.

Al rato, uno de ellos, el padre de mi Kora, que se llamaba Aka—kúa, y que tenía el aspecto de un verdadero atleta, me dijo: —Entonces, las gentes tuyas, serán mejores que las mías. Si teneis tantas cosas como dices y podeis ir a todas partes por encima del mar, estareis siempre mucho más alegres que nosotros.

—No sé si aquellas gentes son mejores o peores, le contesté, dándole una cariñosa palmada en el hombro, mientras pensaba en la profunda filosofía de aquellas sencillas palabras. Lo único que puedo decirte, es que son bastante buenas, y que vosotros no teneis porqué envidiarles ni sus cualidades, ni las muchas cosas que poseen. Desde que teneis cuanto necesitais y es alegre vuestra vida, estais muy bien y no podeis estar mejor.

—Eso que dices, replicó en el acto el viejo Okao, es torcido, y no puede ser.

Nosotros podemos estar mejor. Hay de seguro en tus tierras cosas mejores que las nuestras, como esas que nos trajo el mar.

Además, yo pienso todos los días que tu eres mejor que nosotros, porque sabes más que nosotros.

— Verdaderamente, la salida del anciano, con su tosca ingenuidad, me dejó un instante perplejo. Sin duda, mientras sólo conoció aquello que le rodeaba, no sospechando que existiese nada más perfecto, vivió feliz; pero en el momento en que entrevió siquiera la posibilidad de poseer objetos que proporcionasen mayores comodidades o de adquirir conocimientos superiores a los suyos, nació en él el ansia de ser más y empezó a roer en su espíritu el gusanillo de la ambición. Tenía razón el venerable Okao al sospechar que les engañaba, y parecióme como si, en medio de su plena ignorancia, hablase por su boca la humanidad, ansiosa siempre de la suprema perfección que no ha de encontrar nunca.

Me limité a decirles que les consideraba dichosos, entre otras razones, porque casi todas las gentes del otro lado del mar, tenían que andar con el cuerpo cubierto para defenderse del frío y de la vergüenza que allí producía la desnudez, mientras que ellos tenían la inmensa suerte de poder vivir completamente desnudos, lo cual celebraron con grandes risas denotando darse por convencidos con tan sencillo argumento.