La Alpujarra:14

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- IV - En Órgiva (por la tarde).- La Posada del Francés.- El Alcalde de Otívar.- Moras y cristianas.- Una torre célebre.- La tapia de un huerto.- Albacete de Órgiva.- El río Grande y el río Chico.- Los Jamones de Trevélez.- La Taha de Pitres[editar]

Gratísima memoria conservaré eternamente, y creo que lo mismo mis compañeros de glorias y fatigas, de la tarde y la noche que pasamos en la renombrada villa de Órgiva.


Allí encontramos amigos: unos, que lo eran hacía mucho tiempo, y otros, que lo fueron desde aquel día. Figuraba entre los primeros un inspirado poeta, autor de muy conocidos y celebrados romances caballerescos y antiguo Comandante de Artillería, que nos hizo los honores de la población discretísimamente, a fuer de venturoso amante de la Naturaleza y de la Historia, de las Armas y de las Letras.- Por cierto que a él le debo más de una noticia sobre aquel deleitoso rincón del mundo, donde vive retirado, en toda la extensión de la palabra, repitiendo sin duda con Horacio: «Hoc erat in volis: modus, agri non itu magnus».

Encontramos allí además, o, por decir mejor, llegaron allí aquella misma tarde en nuestra busca, procedentes del riñón de la Alpujarra, otros buenos e inolvidables amigos, que desde aquel punto y hora, y durante algunos días, formaron parte de nuestra expedición, -y que ya os presentaré en el momento oportuno.

Entre estos obsequiosos recién llegados de Levante (que eran seis) y nosotros los recién llegados de Poniente (que éramos cuatro) compondríamos, cuando menos, agregadas las respectivas servidumbres, unos diez y seis recién llegados; lo cual comprenderéis perfectamente ¡oh madres de familia! que era demasiado recién llegar para que aceptásemos ni por asomos la hospitalidad que, con vivísimos ruegos, nos ofrecían en sus pacíficos hogares nuestros amigos de Órgiva.

Nos resistimos, pues, heroicamente, alegando sobre todo la potísima razón de que los diez viajeros de caballería queríamos vivir o morir juntos; esto es, dormir en un mismo cuarto, vigilando a los viajeros de infantería, a fin de que éstos por su parte vigilasen a las bestias; y tan pesados estuvimos, y de tal modo los embromamos, que los orgivenses hubieron de ceder, dejándonos hacer de nuestra capa un sayo y pasar la noche toledana que apetecíamos.

En virtud de esta capitulación, ocupamos militarmente la Posada del Francés.



¡El Francés! ¡Cómo abunda este posadero en España! Quizás era ya aquélla la quingentésima posada del mismo nombre que visitábamos en nuestro país; todas ellas excelentes, por supuesto... en comparación del purgatorio.

¡Posada del Francés!... ¡Y luego dicen allende el Pirineo que los españoles somos salvajes, feroces, inhospitalarios como las hordas del Riff! Pues ¿qué mayor prueba se quiere de la suavidad de nuestro carácter y de nuestras costumbres que esas quinientas posadas abiertas por un francés... o esos quinientos franceses con posada abierta... en otras tantas poblaciones de esta patria de Daoiz y Velarde... y del ALCALDE DE OTÍVAR?



A propósito del ALCALDE DE OTÍVAR:

Nuestra Academia de la Historia prestaría un servicio más a la patria buscando, adquiriendo y dando a luz el libro manuscrito en que se refieren los hechos heroicos realizados por aquel insigne patricio durante la Guerra de la Independencia.

Respecto de este libro, dice así el malogrado Lafuente Alcántara en el catálogo de las obras y documentos que le sirvieron de norte para escribir su Historia de Granada:

«HAZAÑAS GLORIOSAS DEL ALCALDE DE OTÍVAR, D. JUAN FERNÁNDEZ.- Este guerrillero en la época de la invasión francesa, se valió de algún amigo para redactar una Memoria o relación de sus hechos de armas, en un tomo en folio que conserva su familia y nos ha sido remitido para su examen por un Cura conocido. Sus correrías, sus batallas y aventuras están referidas con una puntualidad notable, y lo que es más, justificadas con testimonios de los Ayuntamientos, con declaraciones de habitantes fidedignos, y hasta con cartas autógrafas de algunos españoles puestos al servicio de los franceses, y empeñados en vencer con halagos al indócil y valiente partidario».

No creo, pues, que sea difícil encontrar el manuscrito.



En cuanto a la oportunidad y pertinencia de esta digresión, que alguien podría suponer traída por los cabellos, consisten en que el terreno de Órgiva fue precisamente uno de los principales teatros de las proezas del ALCALDE DE OTÍVAR (citadas y ensalzadas por el ilustre Conde de Toreno en su monumental Historia de la epopeya española del presente siglo), y en que aquella tarde nos encontrábamos a cinco o seis leguas del humilde lugar que gobernaba en paz y gracia de Dios el buen FERNÁNDEZ antes de salir a medir sus fuerzas con las del primer capitán de todos los tiempos.

¡Ah! La Alpujarra se acordó entonces (¿cómo no?) de lo que había hecho en el siglo VIII y en el siglo XVI para defender su independencia... Sus ásperas montañas y sus indomables hijos fueron, por tanto, seguros escollos en que también se estrellaron una vez y otra las legiones de Napoleón. Y así se explica que en los alpujarreños y en la Alpujarra se apoyara de continuo el intrépido ALCALDE, ora fuera para aumentar y municionar su hueste después de una costosa victoria, -ora para lamerse sus heridas en una cueva, como un verdadero león, y volver de nuevo a la lucha, todavía chorreando sangre.



Ni creáis que hoy día de la fecha muéstrome yo tan celoso guardador y panegirista de los recuerdos de 1808 a 1814, con la indigna intención de molestará los honrados posaderos franceses que se ganan la vida en la Península. ¡Oh! ¡No soy tan beduino!

Tampoco me anima el trivial propósito de enardecer el patriotismo de los españoles contra los conquistadores extranjeros...- ¿Para qué? Hoy no trata nadie de conquistarnos, que yo sepa. Y aunque alguien lo intentara algún día... yo espero en Dios que, sin necesidad de previas excitaciones, hasta las piedras de los caminos se hallarán siempre dispuestas en España a levantarse contra los invasores, por numerosos que fueren y lleguen a donde llegaren nuestras desventuras...

¡Contra quien sí considero urgentísimo inflamar ahora el amor de la patria es contra otra clase de enemigos más terribles, más odiosos, más abominables que los conquistadores extranjeros! ¿Sabéis contra quién? ¡Contra los españoles que reniegan de la patria misma; contra los que discuten la legitimidad de ese santo amor; contra los que predican un cosmopolitismo feroz y descastado; contra los que sacrificarían gustosos la nacionalidad en aras de no sé qué individualismo salvaje; contra los filántropos parricidas, en fin, que derribaron ayer la Columna de Vendôme y que hoy hablan de derribar el Obelisco del Dos de Mayo!



Pero no olvidemos que estamos en el año pasado y en Órgiva.

Pues bien: una vez zanjada la dificultad de los alojamientos, dimos una vuelta por la población, tarea que resultó muy breve; y luego salimos a contemplar el campo, tarea siempre infinita y que siempre parece nueva.

La población consta hoy de 4.897 habitantes repartidos en las 847 casas de la villa; en una cortijada de 24 edificios, llamada Las Barreras, distante cosa de un kilometro; en el caserío de Los Carrascos, a tres kilómetros y medio, compuesto de 16 viviendas, y en varios cortijos menores.- Todo esto... según el Nomenclátor de la Dirección General de Estadística.

Por lo que a nosotros toca, diré que visitamos la célebre Torre inmortalizada hace trescientos años por GASPAR DE SARABIA, quien demostró en ella ser todo un hombre, tan previsor como denodado y tan ingenioso como previsor.



La cosa fue (según nos refirieron sobre el terreno los orgivenses, y confirman los historiadores) que, no bien cundió la noticia de los primeros horrores cometidos por los moriscos contra las Autoridades, Sacerdotes y demás cristianos viejos de otros pueblos de la Alpujarra, SARABIA, Alcaide de Órgiva, hizo recogerse a esta villa (lugar entonces) todos los fieles del Distrito de su mando.

Reuniéronse, pues, allí unos ciento sesenta hombres, mujeres y niños, agrupados en torno de doce Curas, Beneficiados y sacristanes, condenados todos, desde el primero hasta el último, a sufrir los más crueles suplicios y al fin la muerte, tan luego como llegase a aquella tierra el huracán revolucionario que la rodeaba por todas partes.

Pero SARABIA no los había llamado para que muriesen tan aina, ni él estaba dispuesto a dejarse matar impunemente; sino que ya tenía formado su plan de defensa, que consistió en apresar a cuantas moriscas notables y moriscos pequeñuelos halló a mano, mezclar esta gente con las familias cristianas, y encerrarse en la mencionada Torre con todo aquel complicado personal, a esperar socorro del Capitán General de Granada o de la Divina Providencia, no sin enviar antes a los padres y maridos de aquellos preciosos rehenes un mensaje por este orden: «Yo no pienso hacer daño alguno a las débiles criaturas que os he arrebatado, y que os devolveré si salgo de aquí; pero tampoco pienso entregar la Torre sino al MARQUÉS DE MONDÉJAR, que me confió su custodia: por consiguiente, si los Monfíes le ponen fuego a la Torre, arderán a la vez las mujeres y los niños de ambas castas, y si nos faltan víveres, todos moriremos juntos de sed o de hambre».

Resultado de tan atrevida determinación fue que, cuando los rebeldes, capitaneados por FARAG-ABEN-FARAG, entraron en Órgiva, y bloquearon la Torre (bloqueo que duró diez y siete días mortales), los moriscos de la población tuvieron buen cuidado de proporcionar sigilosamente a los CRISTIANOS todo linaje de municiones de boca y guerra, por cuyo medio pudieron resistir un día y otro, aunque sin dormir ni dejar de pelear un momento, los furiosos ataques de millares de Monfíes. Hasta máquinas de las empleadas en la antigüedad construyeron éstos, unas para acercarse a minar y volar la Torre, y otras para asaltarla; pero piedras enormes, aceite hirviendo, aguarrás inflamado, alquitrán, demonios vivos, reemplazaban entonces al arcabuz y la flecha, y destruían todas las trazas de los sitiadores. El valor y los recursos de SARABIA no tenían término.- El valor se lo suministraba su corazón animoso: los recursos... los parientes de las moriscas.

Llegó al cabo con muchas tropas el MARQUÉS DE MONDÉJAR (a quien nosotros dejamos en el Puente de Tablate, como recordará el lector), y libertó en seguida a aquellos héroes y mártires, -quienes no se descuidaron tampoco en devolver a sus respectivos dueños, sanas y salvas (y ¡quién sabe si a disgusto ya de algunas de ellas!) las secuestradas moriscas, ni en entregar a sus respectivos padres aquellos aprendicillos de infieles que tales méritos tenían ya que alegar ante MAHOMA.



Por lo demás, la Torre que nosotros estábamos mirando no era precisamente la misma que creíamos mirar; quiero decir, no era la que veíamos con los ojos de la imaginación, sino otra (que forma parte del palacio de Conde de Sástago) edificada sobre los cimientos de la defendida por el buen SARABIA.

Lo de que era otra, ya nos lo advirtieron desde luego los orgivenses, y harto lo acusaban además la materia y la forma de la construcción...

Lo de que ocupa el propio solar de la primitiva, no admite tampoco la menor duda, puesto que en el Libro de Apeo de Órgiva, hecho en 1572 (cuatro años después del secuestro de las moras), se ve, dicen, un croquis de la villa o lugar de entonces, en que la famosa torre árabe aparece escueta, justamente donde mismo se levanta la actual; esto es, al lado de la iglesia, y separada de ésta por un huertecillo...

Pero para nosotros todo era igual. De un modo o de otro, la Torre legendaria hubiera acabado por hundirse y volver a la Madre Tierra, como SARABIA se hundió en el sepulcro cuando le llegó su hora.

El hecho histórico, que era lo importante, subsistía, y subsistirá siempre, en la memoria de los hombres, para eterno loor y fama de aquel héroe y satisfacción de los orgiveños.



Hágoos gracia de los demás recuerdos históricos relativos a Órgiva.- Enumerarlos solamente, fuera cuento de nunca acabar.

Figuraos, por ejemplo, las veces que sería tomada y perdida aquella villa, los innumerables combates que se reñirían en sus inmediaciones, y los famosos caudillos moros y cristianos que entrarían alternativamente en ella, hallándose, como se halla, situada a la puerta del laberinto alpujarreño y en la confluencia de dos grandes ríos...

Remítoos, pues, a Mármol, que es el historiador más minucioso de aquella guerra, y continúo.



La actual villa de Órgiva, conserva todo su prístino carácter arábigo, así en la red de sus estrechas, tortuosas y pendientes calles, como en la disposición de sus casas, como en su fisonomía general, -que ofrece una pintoresca amalgama de jardines, terrados, azoteas, bajas tapias, erguidas torres, verdes huertos, viejos muros y simétricas fachadas a la moderna, -todo esto cuajado de macetas, cajones, toneles y cacharros de varias formas, llenos de diferentes plantas, que esperaban a la sazón una sola caricia del Sol en Aries para cubrirse de gayas flores...



A propósito: recuerdo...

¡Y vaya si es delicado lo que voy a decir! -Pero el Arte no reconoce ciertas leyes: el Arte era liberal antes de que hubiese liberales en el mundo.

Recuerdo, digo, que cuando nos dirigíamos al campo por el extremo X de la calle X, vimos un cuadro primaveral que nos dejó parados por un momento a los diez viajeros de Poniente y de Levante, -sin distinción de estado, edad, ni circunstancias.

Tal fue la tapia de un huerto, recamada de lujosa hiedra y de otras plantas trepadoras, sobre la cual se alzaba luego, al modo de dosel, una extensa y añosa parra.- Asomadas a aquella especie de palco mitológico; departiendo amigablemente; morena la una y rubia la otra; las dos vestidas de luto, y ambas hermosas como una doble bendición de Dios, había...

Creo que no debo decir lo que allí había... Tanto más, cuanto que se quitaron en seguida que nos vieron.- ¡No; no es lícito ir por el mundo, con una máquina fotográfica debajo del brazo, retratando a las gentes contra su voluntad!

Ahora: si yo me excediese a tanto; si, con el solo objeto de hacer sentir a mis lectoras la misma respetuosa admiración que nosotros experimentamos entonces hacia aquellas nobles hechuras del Supremo Artífice, indicase yo aquí, cuando menos, el sexo y la edad de las dos personas susodichas; si yo pintara solamente...

Pero bueno está lo bueno. -Transeamus.



Yo, con erudición, ¡cuánto sabría!


(ESPRONCEDA.)


Una vez fuera de la villa, la conversación giró algunos minutos alrededor de un problema histórico, cuyos términos eran éstos:

DADO el hecho (patente en todas las historias) de que los escritores árabes y españoles del siglo XVI, tan pronto nos hablan de Órgiva, como de Albacete de Órgiva, y así hacen mención de Ugíjar como de Ugíjar de Albacete; -y CONOCIDO, es decir, NO CONOCIDO en toda la Alpujarra, pueblo, ruina, tradición ni paraje alguno que lleve el nombre de Albacete, -AVERIGUAR qué Albacetes eran aquéllos.

Maldito el resultado que dieron nuestros generosos esfuerzos de aquella tarde por aclarar semejante enigma, y maldito también lo que este resultado negativo tenía de particular, por lo que a mí toca, atendida mi criminal ignorancia en todas las materias que de obligación debía tener al dedillo el autor de una obra titulada LA ALPUJARRA...

Pero lo que sí me pareció raro fue que ni el Libro de Apeo ni los demás documentos antiguos del Archivo Municipal de la villa (que los orgivenses nos dijeron haber registrado ya con el mismo objeto) diesen luz alguna sobre el particular.

Propúseme, pues, firmemente desde entonces no dejar ni a sol ni a sombra, en cuanto regresase a Madrid, a todos los eruditos que tengo el honor de tratar, hasta lograr salir de dudas o perder la esperanza de ponerlas en claro; y habiendo al fin obtenido de su bondad y de su celo la que ellos han juzgado resolución del problema, voy a participársela aquí a mis estimados amigos de Órgiva, como una especie de cariñosa continuación de nuestro coloquio del año pasado.

Dedúcese de los informes que he recibido hasta el día:

Primero: Que antes de existir el pueblo de Órgiva, existía el Castillo de Órgiva (Hisn-Órgiva).- Hisn, en árabe, equivale a Castillo.

Segundo: Que al pie de este castillo había un pequeño llano (gran rareza en la montuosa Alpujarra), conocido con el nombre de Al-basath de Órgiva.- Al-basath, en no sé qué dialecto árabe, significa La llanura.

Tercero: Que cerca de esa llanura, (la Vega actual) fundaron luego los moros el lugar que hoy es villa, el cual tomó el nombre del propio sitio que ocupaba, apellidándose, por lo tanto, Al-basath de Órgiva (La llanura de Órgiva).

Y cuarto: Que el uso de los mismos moros Andaluces convirtió después a Al-basath en Al-bacete (denominación que ya dieron a toda llanura), acabando de formarse por tal medio la equívoca y endiablada frase de Albacete de Órgiva.

Como se ve, esta lógica explicación le cuadra también perfectamente a Ugíjar, asentada en el único llano del confín oriental de la Alpujarra granadina, y le viene asimismo como de molde al gran Albacete de los desiertos de la Mancha, sito en una planicie inmensa.

Ugíjar de Albacete querría, pues, decir: Ugíjar de la llanura, -y el Albacete manchego sería para los moros La llanura a secas; esto es, La llanura por antonomasia.

Permítome, en consecuencia, considerar indudable la versión de mis muy amados eruditos, y les doy las gracias por la señalada merced que me han hecho.



Descargada así mi conciencia, réstame consignar (no como noticia, sino como otra cosa que yo ignoraba también, y que, por consiguiente, me ha cogido de relance) que, -según aseguran los arabistas que andan hoy revolviendo las obras del geógrafo Idrisi, de Ibn-Aljathib, de Ibn-Hayyan y de otros escritores musulmanes, -la capital del Clima de que formaban parte las Tahas de Órgiva, Pitres y Poqueira residió durante muchísimo tiempo en Ferreirola... en ese lugar tan modesto a la presente, que sólo cuenta unos seiscientos habitantes...

No lo olviden los actuales moradores de Albacete de Órgiva, y procuren ver terminada pronto la carretera.

Conque demos punto a la sección de antigüedades, y volvamos en busca de nuestros lectores; pues no está bien, me parece, dejarlos así plantados y solos, en las afueras de un pueblo que les es totalmente desconocido.



Decía, lectores, que orgivenses y forasteros habíamos salido al campo.

Ya engolfados en el campo, todas nuestras observaciones y pláticas contrajéronse al estudio o a la enumeración de las bellezas silvestres en que también abunda aquel privilegiado suelo. Su flora, su fauna, sus montes, sus ríos, sus más célebres paisajes, todo lo trajimos a colación durante un largo, deleitoso, inolvidable paseo por huertas, campiñas, naranjales y numerosísimos ejércitos de alineados olivos... Y de lo que allí observamos y platicamos resultan, entre otras cosas, las particularidades siguientes:

Muchos pueblos de los que componían la antigua Taha de Órgiva, hállanse enclavados en una gigantesca loma que se desprende del Veleta, haciendo pendant con la de Lanjarón.

Al Este de la villa hay una descomunal ladera muy pendiente, pero toda ella cultivada, donde, por más señas, verdeaban a la sazón las esperanzas de una gran cosecha de cereales.

Y por todos lados, en la Sierra como en el río, en lo llano como en lo escabroso, corresponde al favor de los elementos, amigablemente concertados en obsequio de aquel país, una exposición universal de vegetales, desde el árbol más corpulento a la hierba más humilde, desde los que sudan goma en el Ecuador hasta los que crujen de frío más allá de los Círculos Polares.

Sólo Sierra Nevada y el sol de Berbería, puestos de acuerdo, producirían tales milagros.



ITEM.- Como ya indiqué antes, Órgiva, se alza en la confluencia de dos ríos. Estos son: el legítimo de su nombre, que nace encima de ella, muy arriba, en las nieves del Picacho, y baja a buscarla casi de cabeza, como un hijo cariñoso; -y el más importante río de Cádiar, que viene de muy lejos (después de haber serpenteado al través de gran parte de la Alpujarra y de haber sido rey de un largo valle), y pasa orgullosamente por delante de Órgiva, apoderándose de su verdadero río, como de todas las demás corrientes indígenas que le salen al encuentro.

Pues bien: el río de Cádiar, al llegar allí, pierde para el vulgo, y para algunos geógrafos, su primitivo apellido, y se llama río Grande de Órgiva; mientras que al otro infeliz lo dejan reducido a llamarse, por contraposición, el ¡Río Chico!...- Esto clama a los cielos, ¿no es verdad?



ITEM.- Otras dos o tres corrientes de menor cuantía afluyen a el Cádiar; pero más acreedor que todas ellas a que se le mencione en primer término es el Barranco de Poqueira, especie de sima puesta de pie, que parte de arriba a abajo la Taha de Órgiva.

El mejor punto de vista para contemplar aquella feracísima hendidura, por cuyo negro fondo se despeña espumando un desenfrenado torrente, es, según nos dijeron, el Molino de la Cascada de Pampaneira, situado al promedio de la tajada loma; pero ¡ay! a nosotros nos había sido imposible incluir este molino y toda aquella admirable ladera en la enmarañada red del plan de nuestra expedición; -red tan enmarañada, que, a fuerza de idas y venidas, vueltas y revueltas, multiplicó por el número seis la máxima longitud de la Alpujarra.

En cambio (el que no se consuela es porque no quiere), durante la prosecución de nuestro viaje habíamos de considerar varias veces, a distancia y en conjunto, el mismo, mismísimo espectáculo que se disfrutará por partes y detalladamente desde Pampaneira.

Dejando, pues, para mejor ocasión el dar idea de aquel célebre barranco, diré ahora al lector (¡mucho ojo!) que



uno de los pueblos del Partido judicial de Órgiva es el nunca bien ponderado Trevélez, -la tierra clásica de los más típicos y famosos jamones alpujarreños.

Tan especiales son los de Trevélez, que, como recordarán los que hayan leído cierto librejo titulado DE MADRID a NÁPOLES, Rossini, el inmortal Rossini, el primer glotón de la glotona Italia, hablaba de ellos con frenético entusiasmo.- ¡Creo que es un dato digno de tenerse en cuenta!

Por lo demás, la excelencia de estos perniles proviene de que se curan a la ventilación de la nieve; de que los difuntos (me repugna decir los cerdos) se crían en los riscos de la Sierra (lo cual hace que su carne esté muy trabajada y enjuta), y de que los asesinatos, o matanzas, se perpetran siempre en jóvenes de corta edad. Por eso sus jamones resultan tan dulces, tan magros y tan chicos.

ITEM.- Trevélez es el pueblo más alto de la ya muy alta Taha de Pitres. De él a la cumbre excelsa del Mulhacén sólo hay media legua, en línea oblicua. Reina, pues, allí casi un perpetuo invierno, y los frutos y cosechas maduran mes y medio o dos meses después que en otros lugares de la misma Sierra. En fin, para que se vea si estará elevado sobre nuestro bajo mundo aquel agreste émulo de York y de Westphalia, baste saber que la musa popular orgivense dice con tosco y expresivo lenguaje:


¡Trevélez... donde se oye

los querubines cantar!



No creo yo, sin embargo, que fuera por esto por lo que el egregio autor de El Barbero de Sevilla, Otelo y Semíramis preferiría las magras alpujarreñas a las inglesas y a las prusianas, sino porque su paladar epicúreo habría llegado a advertir lo bien que cae el agrillo del tomate a las ancas del paquidermo de Trevélez, -no curadas a fuerza de sal, y, por consiguiente, irreemplazables para fritas de aquel modo.

(Es como se gastan y deben gastarse.- Para crudos o cocidos, encontraréis jamones más a propósito en otros muchos puntos de Europa, y también en la misma Alpujarra.- Pero no estarán curados a la ventilación de la nieve.- ¡La nieve y el tomate!... Este es el quid: este es Trevélez: así se escribió el Guillermo Tell.)



Finalmente: he nombrado la Taha de Pitres.- Así se llamaba antaño un apiñado grupo de pueblecillos (que comprenderán cosa de una legua de terreno) situados a una inmensa altura, en los pendientísimos declives del Mulhacén, y pertenecientes hoy al Partido de Órgiva. Casi todos ellos están defendidos de la fría vecindad de los ventisqueros por una especie de cortina de terreras coronadas de robles, carrascas y castaños, lo cual hace que sean muy ricos en trigo, maíz, centeno, habichuelas y toda clase de frutos y legumbres.

A principios de este siglo producían también muchísima seda, lo mismo que el resto de la Alpujarra; pero esta industria, que les legaron los moros y los judíos, ha venido tan a menos en todo aquel país, que hoy la mayor parte de los opulentos morales que allí quedan, más parecen destinados por Dios a dar dulces moras al hombre que útiles hojas a la primorosa oruga.

¡Volviera a ser Granada, «la Damasco de Occidente», y la Alpujarra, seguiría llamándose la «Tierra del Sirgo»! -Si ya no merece este nombre, la culpa no es de los alpujarreños, de las moreras ni de los gusanos.

Pitres (Petras en latín), la antigua capital de aquella diminuta comarca, duerme el sueño de la Historia entre dos ríos paralelos, el Bermejo y el Sangre (que, como se ve, llevan dos señores nombres de ríos). A mayor abundamiento, al pie de la Taha eleva sus moles de pizarra el Cerro de la Corana, puesto allí indudablemente para impedir que ruede ladera abajo aquel delicioso nido de pueblos. Y, por último, sírvele de foso a esta muralla y de nueva defensa a la patria de cierto antiguo amigo mío, ex-Diputado a Cortes por mas señas, el pujante río de Trevélez... (de Trevélez, ¿entendéis bien?)-que baja de donde se oye cantar a los querubines, cargado de exquisitísimas truchas.- Hay pueblos que tienen estrella en todo: ¡hasta en el río!

Innumerables cosas más hubiéramos visto y oído en nuestro paseo por los alrededores de Órgiva; pero, con éstas y las otras, se había puesto el sol (este final es Garcilaso puro)... y ya hacía rato que caminábamos hacia la moruna villa, -en donde entramos cuando empezaba a cerrar la noche.