Ir al contenido

La Andriana: 07

De Wikisource, la biblioteca libre.
La Andriana
de Publio Terencio Africano
Acto V

Escena I

CREMES, SIMÓN.

CREMES.- Basta, basta ya, Simón: harta experiencia has hecho ya de mi amistad; en harto peligro me he puesto; déjate de más rogarme. Por desear complacerte, casi he comprometido la felicidad de mi hija.

SIMÓN.- Antes ahora más que nunca te suplico y pido muy encarecidamente, Cremes, que la merced que poco ha me prometiste de palabra, me la cumplas ya por obra.

CREMES.- Mira cuán terrible eres con tu deseo de salir con lo que quieres, que ni adviertes el modo de la benignidad, ni qué es lo que me ruegas: porque si lo advirtieses, dejaríaste ya de fatigarme con tus injustas pretensiones.

SIMÓN.- ¿Con cuáles?

CREMES.- ¿Eso me preguntas? Forzásteme que a un chicuelo empleado en otros amores, muy ajeno de la voluntad de casarse, le diese mi hija, para discordias y tal vez para un divorcio, y que a costa de su fatiga y pena sanase yo a tu hijo. Recabástelo; emprendilo, mientras el caso lo sufrió. Ahora que no lo sufre, súfrete tú. Dicen que la moza es ciudadana y ha tenido ya un muchacho; déjanos en paz.

SIMÓN.- Por los dioses te suplico no quieras dar crédito a aquellos cuyo provecho es que mi hijo sea un perdido. Todo esto lo han fingido y emprendido por estorbar el casamiento: quitada la causa por que lo hacen, desistirán de tal empresa.

CREMES.- Engañado vives. Yo mismo vi altercar con Davo a la criada.

SIMÓN.- Ya lo sé.

CREMES.- Y con la sinceridad pintada en su rostro y antes de haber sentido ninguno de ellos mi presencia.

SIMÓN.- ¡Yo lo creo! ¡Cómo que Davo me había ya anunciado que iban a hacer esa comedia! Quise decírtelo hoy, y no sé cómo se me fue de la memoria.


Escena II

DAVO, CREMES, SIMÓN, DROMÓN.

DAVO.- (Saliendo de casa de GLICERA, sin ver a SIMÓN ni a CREMES.) Ya podéis estar tranquilas...

CREMES.- (A SIMÓN.) Cátate allí a Davo.

SIMÓN.- ¿De dó sale?

DAVO.- (Continuando.) ...con mi favor y con el del forastero.

SIMÓN.- (Aparte.) ¿Qué nueva calamidad es ella?

DAVO.- (Continuando.) Yo no he visto hombre, ni venida, ni sazón más a propósito.

SIMÓN.- ¿A quién alaba aquel bellaco?

DAVO.- Todo el negocio está ya en salvo.

SIMÓN.- Hablarle quiero.

DAVO.- (Aparte.) ¡Mi amo! ¿Qué haré?

SIMÓN.- ¡Oh, bien venido, buena pieza!

DAVO.- ¡Hola, Simón! ¡Oh, amado Cremes! Todo está ya allá dentro aparejado.

SIMÓN.- (Con ironía.) ¡Diligente has sido!

DAVO.- Cuando quieras, manda traer la desposada.

SIMÓN.- Está bien: eso es, cierto, lo único que falta aquí. Pero ¿no me dirás qué tienes tú que hacer en esa casa?

DAVO.- ¿Yo?

SIMÓN.- Sí.

DAVO.- ¿Yo?

SIMÓN.- Sí, tú.

DAVO.- En este punto había entrado...

SIMÓN.- ¡Como si yo te preguntase cuánto ha!

DAVO.- (Terminando la frase.) ... a una con tu hijo.

SIMÓN.- ¿Y allá dentro está Pánfilo? ¡Oh, pobre de mí! ¿Pues no me dijiste tú que estaban reñidos, perro?

DAVO.- Y lo están.

SIMÓN.- ¿Qué hace, pues, aquí?

CREMES.- ¿Qué piensas que ha de hacer? Reñir con ella.

DAVO.- Antes, Cremes, quiero que entiendas de mí un caso extraño. No sé qué viejo se ha venido ahora en este punto... (Indicando la casa de GLICERA.) Allí está, firme, resuelto. Si le miras al rostro, te parecerá hombre de mucha cuenta, hombre severo y grave, y muy sincero en todo lo que dice.

SIMÓN.- ¿Qué historias nos traes tú?

DAVO.- ¿Yo? Ningunas más de lo que le he oído decir.

SIMÓN.- ¿Qué dice, pues?

DAVO.- Que sabe que Glicera es natural de esta ciudad.

SIMÓN.- (Llamando a un siervo.) ¡Hola! ¡Dromón, Dromón!

DAVO.- ¿Qué vas...?

SIMÓN.- ¡Dromón!

DAVO.- Óyeme.

SIMÓN.- ¡Si añades una sola palabra...! ¡Dromón!

DAVO.- ¡Óyeme, por merced!

DROMÓN.- ¿Qué mandas?

SIMÓN.- Arrebátame a ése en un vuelo allá dentro, cuan ligero puedas.

DROMÓN.- ¿A quién?

SIMÓN.- A Davo.

DAVO.- ¿Por qué?

SIMÓN.- Porque quiero. -Arrebátale digo.

DAVO.- ¿Qué he yo hecho?

SIMÓN.- Arrebátale.

DAVO.- Si en cosa alguna hallares que he mentido, mátame.

SIMÓN.- No escucho razones. Yo te haré sudar.

DAVO.- ¿Aunque esto sea verdad?

SIMÓN.- Aunque sea. Tú procura tenerle bien atado: y ¿óyesme?, átamele de pies y de manos. ¡Hala!, que yo te mostraré a ti, si no me muero, cuán peligroso es engañar al amo, y a él el engañar a su padre.

CREMES.- ¡Ah, no estés tan colérico!

SIMÓN.- ¿Qué te parece, Cremes, del respeto de mi hijo? ¿No tienes compasión de mí? ¡Que por un tal hijo pase yo tanto trabajo! ¡Ea, Pánfilo! ¡Sal, Pánfilo! ¿De qué tienes empacho?


Escena III

PÁNFILO, SIMÓN, CREMES.

PÁNFILO.- (Saliendo de casa de GLICERA.) ¿Quién me llama? (Viendo a SIMÓN.) ¡Perdido soy! ¡Mi padre!

SIMÓN.- ¿Qué dices tú, el más...?

CREMES.- ¡Ah!, dile lo que hace al caso y deja aparte pesadumbres.

SIMÓN.- ¿Qué se le puede a éste decir que sea pesadumbre? En fin, ¿qué dices?, ¿que Glicera es ciudadana?

PÁNFILO.- Así lo dicen.

SIMÓN.- ¿Así lo dicen? ¡Oh atrevimiento! ¡Mira si se para a pensar qué responderá! ¡Mira si se corre del caso! ¡Mira si en su rostro hay siquiera un leve signo de vergüenza! ¡Y que sea de tan abatidos pensamientos, que contra la costumbre y ley de la ciudad, y contra la voluntad de su padre, con todo eso desee tenerla a ésta (Alude a GLICERA.) con tan gran infamia!

PÁNFILO.- ¡Pobre de mí!

SIMÓN.- ¿Ahora, tan tarde, das en la cuenta de eso, Pánfilo? Entonces, entonces lo habías tú de mirar, cuando inclinaste tu voluntad a hacer de cualquier modo lo que te diese gusto: aquel día te cuadró verdaderamente ese vocablo. Pero ¿qué hago yo? ¿Por qué me atormento? ¿Por qué me aflijo? ¿Por qué fatigo mis canas por este loco? ¿Para qué lloro yo los daños de sus yerros? Pero, en fin, que la tenga y se huelgue y viva con ella.

PÁNFILO.- ¡Padre mío!

SIMÓN.- ¿Qué padre mío? ¡Cómo si tú tuvieses necesidad de este padre! Ya tú te has hallado casa, mujer e hijos, a pesar de tu padre, y has traído quien diga que es hija de esta ciudad: buen provecho te haga.

PÁNFILO.- Padre, ¿me darás licencia para decir dos palabras?

SIMÓN.- ¿Qué me has de decir tú a mí?

CREMES.- Óyele con todo eso, Simón.

SIMÓN.- ¿Que yo le oiga? ¿Qué le tengo yo de oír, Cremes?

CREMES.- Déjale, en fin, que hable.

SIMÓN.- Hable, yo le dejo.

PÁNFILO.- Yo, padre mío, confieso que amo a esta mujer; y si esto es errar, también confieso mi yerro. En tus manos, padre, me entrego; échame cualquier carga, mándame. ¿Quieres que me case? ¿Quieres que deje a esa mujer? Sufrirelo como pueda. Sólo esto te pido de merced: que no creas que yo he traído aquí este viejo: déjame disculparme y traerle aquí delante.

SIMÓN.- ¿Traerle?

PÁNFILO.- ¡Dame licencia, padre!

CREMES.- Lo justo pide: dásela.

PÁNFILO.- Hazme esta merced.

SIMÓN.- Concedida. Por todo paso, Cremes; sólo yo no entienda que éste me engaña.

CREMES.- A un padre, por un grave delito, bástale un castigo moderado.


Escena IV

CRITÓN, CREMES, SIMÓN, PÁNFILO.

CRITÓN.- (Saliendo de casa de GLICERA.) No me lo ruegues que cualquiera causa de estas me obliga a que lo haga: el rogármelo tú, el ser ello verdad y el bien que deseo a Glicera.

CREMES.- ¿No es Critón, el Andriano, éste que veo? Realmente que es él.

CRITÓN.- Salud, Cremes.

CREMES.- ¿Qué novedad es ésta de venir tú a Atenas?

CRITÓN.- Háseme ofrecido causa. Pero... ¿es éste Simón?

CREMES.- Este es.

SIMÓN.- ¿Por mí preguntas? ¿Eres tú el que dices que Glicera es natural de esta ciudad?

CRITÓN.- ¿Y tú lo niegas?

SIMÓN.- ¿Tan apercibido vienes a esta tierra...?

CRITÓN.- ¿Yo? ¿Para qué?

SIMÓN.- ¿Para qué? ¿Tú te has de atrever a hacer cosas semejantes? ¿Tú has de engañar aquí a mozuelos sin experiencia del mundo, criados como hidalgos, y cebarles sus apetitos con estímulos y promesas...?

CRITÓN.- ¿Estás en tu juicio?

SIMÓN.- ... ¿y enredar con casamientos los amores de las rameras?

PÁNFILO.- (Aparte.) ¡Perdido soy! Temo que el forastero desmaye.

CREMES.- Si conocieses bien, Simón, quién es éste, no le tendrías en tan mala opinión; porque es muy hombre de bien.

SIMÓN.- ¿Este hombre de bien? ¿Tan al punto hubo de venir hoy en las bodas, sin haber estado por acá en toda su vida? ¿A éste le has de dar crédito, Cremes?

PÁNFILO.- (Aparte.) Si yo no temiese a mi padre, bien podría advertirle de su error.

SIMÓN.- ¡Picapleitos!

CRITÓN.- (Enojado.) ¡Cómo!

CREMES.- Este siempre fue así, Critón; no le hagas caso.

CRITÓN.- Séase quien se quisiere: que si él prosigue a decirme lo que quiere, él oirá de mí lo que no quiera. ¿Yo trato de eso, ni tengo cuenta con ello? ¿Por qué no tomarás tú tu daño con paciencia? Porque si lo que yo digo es verdad o mentira, presto se puede saber. Habrá años que un vecino de esta ciudad naufragó junto de Andros, y a par de él esa tierna doncella. Entonces el náufrago recogiose por casualidad en casa del padre de Crisis.

SIMÓN.- El cuento comienza.

CREMES.- Calla.

CRITÓN.- ¿De esa manera se atraviesa?

CREMES.- Prosigue.

CRITÓN.- El que entonces le recogió en su casa era deudo mío, y allí oí yo decir al náufrago, que era ciudadano de Atenas. El cual murió en Andros.

CREMES.- ¿Su nombre?

CRITÓN.- ¿Tan presto su nombre? Fania.

CREMES.- ¡Ay de mí!

CRITÓN.- Fania se llamaba, si no estoy equivocado. Lo que sé de cierto es que decía ser del barrio Ramnusio.

CREMES.- ¡Oh, Júpiter!

CRITÓN.- Esto mismo, Cremes, oyeron entonces otros muchos en Andros.

CREMES.- Ojalá sea lo que yo confío. Dime por tu vida, Critón, ¿decía él entonces si era hija suya la doncella?

CRITÓN.- No era suya.

CREMES.- ¿Cúya, pues?

CRITÓN.- De un hermano suyo.

CREMES.- No hay duda; es mi hija!

CRITÓN.- ¿Qué me dices?

SIMÓN.- ¿Es posible...?

PÁNFILO.- (Aparte.) ¡Aplica el oído, Pánfilo!

SIMÓN.- ¿Por dónde lo crees?

CREMES.- Aquel Fania fue hermano mío.

SIMÓN.- Muy bien le conocí, y lo sé.

CREMES.- El cual, huyendo de aquí por miedo de la guerra, fueme a buscar al Asia. Entonces no se atrevió a dejar la niña aquí. Después acá, éstas son las primeras nuevas que tengo. ¿Qué se hizo de él?

PÁNFILO.- Apenas estoy en mi, según fue grande la alteración que me causó en el alma temor, esperanza, gozo, por una maravilla tan grande, por un bien tan repentino.

SIMÓN.- Por muchas razones me huelgo ciertamente de que ésta moza resulte ser tu hija.

PÁNFILO.- Bien lo creo, padre.

CREMES.- Pero aún me queda una duda, que me da harta pena.

PÁNFILO.- Digno eres de ser aborrecido con tantos escrúpulos: ¿en el junco buscas nudo?

CRITÓN.- ¿Y qué es la duda?

CREMES.- Que el nombre de la moza no concuerda.

CRITÓN.- Otro tuvo, siendo niña.

CREMES.- ¿Cual, Critón? ¿No te acuerdas?

CRITÓN.- Pensándolo estoy.

PÁNFILO.- (Aparte.) ¿Por qué he yo de permitir que la poca memoria de este hombre estorbe mi contento, pues que yo puedo en esto dar remedio? No lo permitiré. (Alto.) Cremes, el nombre que tú pides es Pasíbula.

CRITÓN.- ¡Esa, ésa es!

CREMES.- ¡Esa es!

PÁNFILO.- Mil veces se lo he oído decir a ella misma.

SIMÓN.- Debes creer, Cremes, que todos nos holgamos de esto.

CREMES.- Así los dioses me sean propicios, como yo lo creo.

PÁNFILO.- ¿Pues qué falta ya, padre?

SIMÓN.- Rato ha que el caso mismo me ha reconciliado.

PÁNFILO.- ¡Oh, padre excelente! Cuanto a la mujer, Cremes gusta que yo la tenga, como la he tenido.

CREMES.- Harta razón hay, si tu padre no dice otra cosa.

PÁNFILO.- Lo mismo.

SIMÓN.- Sí, por cierto.

CREMES.- En dote, Pánfilo, te prometo diez talentos.

PÁNFILO.- Acepto.

CREMES.- Yo corro a abrazar a mi hija. ¡Eh, Critón! Ven conmigo, porque entiendo que ella no me debe conocer.

SIMÓN.- ¿Por qué no la mandas pasar a nuestra casa?

PÁNFILO.- Bien dices; a Davo le daré ese cargo.

SIMÓN.- No puede.

PÁNFILO.- ¿Cómo no?

SIMÓN.- Porque tiene otra cosa que hacer que más le toca, y pesa más.

PÁNFILO.- ¿Y qué es ella?

SIMÓN.- Que está atado.

PÁNFILO.- (En tono suplicante.) ¡Padre, no está bien atado!

SIMÓN.- Pues no es eso lo que yo mandé.

PÁNFILO.- Hazme merced de mandarle soltar.

SIMÓN.- Sea.

PÁNFILO.- Ve de presto.

SIMÓN.- Voy allá.

PÁNFILO.- ¡Oh día próspero y alegre!


Escena V

CARINO, PÁNFILO.

CARINO.- (Aparte.) A ver vengo qué hace Pánfilo. Hele aquí.

PÁNFILO.- (Aparte.) Alguno, por ventura, pensará que esto que aflora voy a decir yo no lo creo: pero digan lo que quieran, yo tengo para mí, que la vida de los dioses es inmortal, porque les son propios los contentos. Porque si a mí con este gozo ninguna pesadumbre se me mezcla, inmortal quedo. ¿Pero con quién holgaría yo más ahora de toparme, para contarle todo esto?

CARINO.- (Aparte.) ¿Qué gozo será ese?

PÁNFILO.- Allá veo a Davo: ninguno mejor que él: porque sé que es el único que de veras se holgará de mi ventura.


Escena VI

DAVO, PÁNFILO, CARINO.

DAVO.- ¿Dónde estará ese Pánfilo?

PÁNFILO.- ¡Davo!

DAVO.- ¿Quién me llama?

PÁNFILO.- Yo soy.

DAVO.- ¡Oh, Pánfilo!

PÁNFILO.- ¿No sabes lo que me ha pasado?

DAVO.- No: pero lo que a mí me ha sucedido, harto lo sé.

PÁNFILO.- Y yo también.

DAVO.- Como suele acaecer de ordinario, primero supiste tú mi mal que yo el bien que a ti te ha sucedido.

PÁNFILO.- Mi Glicera ha encontrado ya sus padres.

DAVO.- ¡Oh, qué bien!

CARINO.- (Aparte.) ¿Eh?

PÁNFILO.- Su padre es muy grande amigo nuestro.

DAVO.- ¿Quién?

PÁNFILO.- Cremes.

DAVO.- ¡Oh, qué bien te explicas!

PÁNFILO.- Y presto, en la hora, heme de casar con ella.

CARINO.- (Aparte.) ¿Es que sueña lo que deseó despierto?

PÁNFILO.- ¿Y el niño, Davo?

DAVO.- No pienses en él; que él solo es a quien quieren bien los dioses.

CARINO.- (Aparte.) Salvo soy, si esto es verdad: hablarle quiero.

PÁNFILO.- ¿Quién es? ¡Oh, Carino, vienes al mejor tiempo del mundo!

CARINO.- ¡Oh, qué buen suceso!

PÁNFILO.- ¿Cómo? ¿Ya has oído...?

CARINO.- Todo. ¡Ea!, acuérdate de mí en la prosperidad. Tú tienes ahora a Cremes de tu mano: yo sé que él hará, todo lo que tú quisieres.

PÁNFILO.- Ya estoy en el caso. Pero hay para rato, si esperamos a que él salga. Vente conmigo por aquí; que está ahora allá dentro con Glicera. Tú, Davo, ve a casa; corre y llama quien la lleve de aquí. (Indicando la casa de GLICERA.) ¿Por qué te paras? ¿Por qué te detienes?

DAVO.- Ya voy. (A los espectadores.) No aguardéis que salgan acá fuera: dentro se harán los desposorios. Si algo hay que quede por hacer, dentro se concluirá. ¡Aplaudid!


FIN DE LA COMEDIA