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La Apología de Sócrates

De Wikisource, la biblioteca libre.
La Apología de Sócrates (1889)
de Jenofonte
traducción de Antonio González Garbín
Biblioteca Andaluza, 2.ª serie, tomo vi, volumen 16.
Nota: Se respeta la ortografía original de la época

LA APOLOGÍA DE SÓCRATES
POR JENOFONTE



INTRODUCCIÓN

Es la Apología de Sócrates escrita por Jenofonte, uno de los documentos referentes al suceso quizás más trascendente de la historia de Grecia y uno de los más interesantes que registra la historia de la humanidad: al Proceso y muerte de Sócrates[1], del gran filósofo que si pudo perecer un día por la airada saña de sus compatriotas, en cambio vivirá eternamente en la memoria de los siglos. Y es interesante todo este trágico suceso; no sólo por sus sublimes conmovedores episodios, sino porque se dió entonces por primera vez en la Grecia, en el pueblo de la antigüedad más famoso por las singulares hazañas de sus héroes, la realidad de un héroe divino del pensamiento. Empero antes de comenzar la traducción y comentarios de aquel apreciable documento, debemos exponer, siquiera rápidamente, las circunstancias que rodearon al pensador eminente, los antecedentes de su célebre proceso, y las relaciones que mediaron entre el gran filósofo y los ilustres discípulos suyos que consignaron el relato de aquel execrable juicio, exhalando generosas protestas en defensa del sábio virtuoso maestro.

I

Sócrates fué un ciudadano ateniense, hijo de un escultor, en el cual llegaron á encontrarse reunidas todas las más bellas dotes que pueden enaltecer á los grandes hombres. Supo este filósofo eminente concertar hermosamente la ciencia y la vida, reuniendo conjuntamente un corazón puro y un alma elevada, siendo en todo linaje de virtudes modelo acabadísimo. Fué, en efecto, grande como hombre, como filósofo y hasta como militar y como político. Como hijo de la Grecia un dechado perfecto de ciudadanos, pues siempre estuvo dispuesto a todo sacrificio en aras de la Patria; como filósofo y como hombre el ilustre Sócrates no fué ya una gloria exclusiva de la Grecia, sino una de las más puras glorias de la humanidad: de tal manera fué ejemplar é inmaculada su conducta y tan grandiosas y admirables fueron sus máximas y doctrinas.

Este varón insigne inició en la Grecia, durante la guerra civil del Peloponeso, uno de los más fecundos renacimientos filosóficos, uno de los más poderosos movimientos del espíritu humano, comparable y semejante al que cuatro siglos despues originó la aparición del cristianismo, y en la alborada de los tiempos modernos la semilla arrojada en el campo de la filosofía por Bacon y Descartes.

No entra en nuestro propósito el escribir una completa biografía del filósofo griego, ni el desenvolver con proligidad en qué consistió la doctrina, ó por mejor decir, el método socrático; sino apuntar algunas consideraciones que sirvan de comentario al asunto que se trata en el interesante opúsculo que vamos á publicar.

Formada la prosa ateniense en el período de la guerra peloponésica, se hizo la común lengua de la Grecia, y, mediante aquel hermoso idioma, pudo también madurar un profundo sentido común culto y cientifico, reinado de ilustración y de cultura conservado por Atenas sobre Esparta, su implacable rival política, y más tarde sobre el imperio macedónico y los romanos, por cuyo medio ha trascendido largamente hasta nuestros tiempos.

Era Atenas una ciudad tan principal y celebrada por la preponderancia de su comercio y de su marina, por la grandeza de sus edificios y la pompa de sus festividades, no menos que por la fama de sus artistas y poetas, de sus filósofos y políticos, que a ella acudían de todos los extremos de la Grecia cuantos se sentían entonces con vocación para las ciencias ó para las artes, habiéndose llegado a convertir la capital culta y bella del Atica, y lo fué por mucho tiempo, en una vasta Academia. Mas por desdicha, y como ha acontecido en otros pueblos y en circunstancias análogas, la refinada civilización de Atenas llegó a contrastar con una tan bochornosa corrupción en las costumbres, que no bastaban a compensar ni la celebrada sal ática, ni el artificioso ingenio y suave trato de los atenienses. Cuando la degradación corroe las entrañas de un pueblo, este pueblo pierde su virilidad y su energia, y atento al vano edén de los sentidos, huella con planta indiferente las flores inmarchitables de la virtud. Esto aconteció en la Grecia en la época que nos ocupa. Su depravación fué convertida en sistema por los sofistas, cuyas máximas corruptoras trascendieron no sólo a la vida privada y á la pública, sino hasta á la administración y gobierno del Estado. Pero estos falsos apóstoles de la ciencia, estos impios emponzoñadores del corazón de sus conciudadanos, fueron enérgicamente confundidos por Sócrates, su enemigo acérrimo, declarado, inexorable. Y no porque cupieran rencores en el ánimo del filósofo, sino a causa de su amoroso anhelo por el triunfo de la verdad y de la justicia. Captose Sócrates, por la sublimidad de sus máximas y con la austeridad de su ejemplo, las simpatías de la juventud de Atenas, a la que enardecía enseñándole las nobilísimas ideas de lo bello, de lo verdadero y de lo bueno: doctrinas que llevaron sus discípulos a la vida pública, en la que brillaron algunos como insignes políticos y estadistas y como enfrenadores de una fracción demagógica, ambiciosa y turbulenta. Sócrates se mostró tan inflexible contra estos ignorantes aduladores de la muchedumbre como antes se había manifestado rígido y severo contra la prepotencia de los tiranos. Pero le cupo, como observa oportunamente uno de sus biografos, la suerte que en todos los tiempos sufren las almas superiores que no pueden ponerse de parte de las injusticias. Disfrazaron sus enemigos con un pretexto sagrado el medio que buscaron para perderle, vengándose de tan execrable é indigno modo de sus ataques políticos.-- Acusáronle ante los heliastas de «corruptor de la juventud» y «maestro de nuevos dioses, » citando el dicho frecuente del filósofo que «escuchaba una voz interior, un numen, un genio (demonio), que le enseñaba el modo de obrar.-Tal fué el pretexto de que se valieron un trágico sin talento, un ricacho malvado ó fanático y un imprudente anarquista, Mélito, Anito y Licon, cuyos nombres serán cubiertos perpétuamente de infamia, para pedir la muerte del que con razón consideró el oráculo de la antigüedad como «el más generoso, el más justo y el más sabio de los hombres.»

Los pormenores de este interesante drama, así como las doctrinas[2] y los hechos de aquel pensador ilustre, se han conservado religiosamente por sus dos esclarecidos discípulos Platon y Jenofonte. Y puesto que vamos á publicar la Apología de Sócrates, atribuída á Jenofonte, nos vemos precisados á decir algo previamente acerca de este escritor y sobre aquella pieza literaria.

II

Habían sido derrotados los atenienses por los thebanos en una de las salidas que hicieron aquéllos, después de la toma de Delion.

Cayó en tierra cubierto de heridas uno de los guerreros atenienses, mancebo de unos veinte años y de gallarda presencia, cuyo caballo había sido muerto en la refriega. Un su compatriota, soldado de atlético y rudo organismo, pero de grave y dulce continente, reconoce al joven guerrero, y colocándoselo sobre las anchas espaldas, le lleva cargado un gran número de estadios, hasta ponerle lejos del dardo de los enemigos.[3] Era Sócrates, que salvaba la vida a su discípulo Jenofonte, al discipulo que agradecido había de legar a la posteridad el retrato inmortal del Maestro. ¿Y quién fué Jenofonte?

Jenofonte, -hijo de Grylos, --conocido en la historia literaria clásica de la Grecia con el sobrenombre de la Musa y de la Abeja ática, fué uno de los más insignes historiadores griegos, el digno continuador de Tucidides. Nació en Erquia, una de las pequeñas aldeas que el viajero podía visitar entonces en los alredores de Atenas, y cuyo nombre salvará del olvido la memoria del gran historiador, como han atravesado los siglos los nombres humildes de Halima, Alopecia y Peonia, por haber tenido la gloria de haber servido de cuna á Tucídides, Sócrates y Demóstenes.

Según las observaciones contradictorias de los críticos y eruditos, que han discutido la fecha incierta de su nacimiento, podría fijarse éste en el IV año de la 83.a olimpiada (445 años antes de nuestra Era.)

Sábese que a los 18 años se sometió a la dirección filosófica de Sócrates. Su educación anterior, probablemente seria la de todos los jóvenes atenienses: aprender de memoria los poemas de Homero, las sentencias de Solon, de Theognis y de Focilides, estudiar los elementos de la gramática, las matemáticas y los principios de la extrategia, y vigorizarse bajo la dirección de los pedólribas en los ejercicios varios de la gimnasia. Mas de tal manera se desenvolvieron las disposiciones naturales de Jenofonte bajo la dirección de Sócrates, tan provechosa fué para él aquella enseñanza natural y sencilla, fundada en la observación, en la reflexión, y en el conocimiento práctico de la inteligencia y del corazón humano, que á ella sin duda se debe el juicio, la razón y ese buen sentido, que se hallan exparcidos, como una luz dulce y suave, en todos los escritos que le recomiendan á la memoria de la posteridad.

Ya hemos dicho cómo fué salvado por su maestro en el combate librado bajo los muros de Delion. En otro combate fué hecho prisionero por los beocios, y á esta desgracia debió la fortuna de recibir las lecciones de Pródico de Céos. Puesto en libertad, asistió a la escuela del retórico Isocrates.

Sirvió en muchas campañas de la guerra del Peloponeso, y en ellas se formó su experiencia militar. A esta época de su vida atribuyen los críticos alemanes la publicación de algunos de sus escritos como el Banquete, el Hieron y las Rentas áticas.

Pásole en relaciones con Ciro un condiscipulo suyo, Próxenos, joven beocio a quien conoció en la escuela de Sócrates. Residía su amigo en Sardes, y le invito a compartir con él los favores del principe y á luchar bajo su bandera. La perspectiva de un viaje a Oriente, y las promesas de una vida de agitación y de aventuras, fueron incentivos tan poderosos para Jenofonte, que se decidió a partir, en verdad no con entera satisfacción de su maestro, quien previó las sospechas que habían de recaer sobre él por esta expedición. El éxito no correspondió a las esperanzas de Jenofonte.

Después de la batalla de Cunaxa, que puso fin á la sublevación y á la vida de Ciro, se encontró el intrépido caudillo, con los demás soldados griegos auxiliares, perdido en el centro del imperio de Artajerjes, y desde allí dió comienzo a la notable retirada que tanto se celebra en la historia.[4] Pero no le valió haber capitaneado gloriosamente a sus compatriotas en esta famosa Retirada de los diez mil, cuyos conmovedores episodios, hasta el regreso casi inesperado de los griegos á su patria, pueden leerse en uno de sus más bellos escritos (La Anábasis); no le valió como hombre ser un filósofo grave y útil, como militar un valiente, ni un varón de clarísimo entendimiento: pues su amistad con Ciro, sus relaciones con Agesilao y la defensa noble y enérgica que hizo del Maestro en sus dos escritos La Apologia y Las Memorias de Sócrates, todas estas circunstancias le valieron un decreto de destierro, bajo el pretexto de su afección al partido dorio.

Y en verdad no debe extrañarnos que le consideraran sus conciudadanos como enemigo. Las apariencias, al menos, condenaban en gran manera á aquel ilustre hijo de Atenas.

Jenofonte ora por su condición de eupátrida, ora porque le indignaran (y con razón) las demasías y desenfreno de aquella bárbara y desapiadada demagogia, que tales días de desventura ocasionaba á su Patria, ora preocupado por su educación militar y sus costumbres de caudillo, detestaba el régimen democrático en que había nacido (sin tener en cuenta la gloriosa historia de la democracia de Atenas) y en todos sus escritos dominó la idea de que el orden reside en el poder omnimodo de un jefe, y que toda constitución social ó política debe sujetarse a este principio. Así se explica su abierta inclinación a la constitución política de los espartanos: qué mucho el que los demócratas atenienses le miraran con recelo! Por otro lado, Jenofonte como militar no era el puro tipo del patriota dispuesto á verter su sangre únicamente por los suyos. Era ciertamente un guerrero esforzado y un hábil capitán; pero ante todo un soldado de aventuras, lo que pudiéramos quizá llamar un condottiero: pues lo mismo le vemos en las filas de la caballeria ateniense, que defendiendo en Asia las pretensiones de Ciro; y lo mismo ayuda al rey de Tracia, Seuthes, á recuperar su trono, que sirve al mando de Agesilao en sus expediciones militares. Todos estos pormenores explican claramente la oposición y enemiga de sus compatriotas. Acompañado, pues de su esposa Filesia y de sus dos hijos Grylo y Diodoro, los cuales por el cariño fraternal que se profesaban, merecieron que se les diera el sobrenombre de «dioscuros, » permaneció en Elida el resto de su vida, considerando á Esparta como tal patria adoptiva, hasta el punto de haberse hallado al lado de los espartiatas en la batalla de Coronéa. Fijóse definitivamente en su casa de Campo de Escilonta, cerca de Olimpia (pues los espartanos le colmaron de honores y riquezas), y en aquel apacible retiro compuso las obras filosóficas, históricas y políticas que le han conquistado tanta gloria, en las cuales resplandecen los sentimientos humanitarios y generosos inspirados por el sabio filósofo, cuyo recuerdo lleva perpétuamente en el corazón. Gozó durante largos años de su larga posición y espléndida fortuna, alejado de los negocios y compartiendo sus horas entre los gratos placeres y ocupaciones del campo, los trabajos del espíritu y la noble sociedad de los amigos que honraron su ancianidad. Murió a la avanzada edad de 91 años el 1.o de la Olimp. 106.a, 366 a. de J. C.[5]



Las obras literarias de Jenofonte se pueden dividir en filosóficas, didácticas, históricas y políticas. Sus obi filosóficas son: los Hechos memorables ó Memorias de Sócrates, la Economía, la Apologia de Sócrates, el Banquete de los filósofos y el Hieron. Sus tratados didácticos: la Equitación, el Jefe de caballería y la Caza. Son sus obras históricas: las Helénicas, [6] la Anábasis, la Cyropédia y el Elogio de Agesilao. Por último, sus opúsculos políticos son, las Constituciones de Esparta y Atenas y las Rentas del Atica.

La Apología ó Defensa de Sócrates es una composición semi-oratoria, semi-polémica. No es, como parece á primera vista por su título, un discurso para ser pronunciado ante un jurado, ni es tampoco una impugnación de Jenofonte á los enemigos de Sócrates, por la iniquidad de su conducta. Al principio y al fin de la Apologia, expone claramente el objeto que se propone: «demostrar el respeto de Sócrates á los dioses, su justicia con los hombres, la dignidad con que rehusó apelar á humillantes súplicas para conservar la existencia, y la convicción que tenía de que la muerte era un bien que le concedia la Providencia.»

Valckenær, Schneider[7] y otros criticos dan á esta composición menos mérito literario que á otras de Jenofonte. Mas nadie pone en duda que tanto la Apología como Las Memorias tienen un valor histórico quizá superior bajo cierto aspecto, al de los escritos de Platón sobre el mismo asunto: pues relata con tan ingénua sencillez, con tan noble complacencia, con tales pormenores los hechos del filósofo, que por sus escritos se conocerá eternamente la vida real de Sócrates, con todos los caractéres que ostentó en su tránsito por esta Tierra. El divino Platón leía en cierta ocasión un pasaje del Fedro á su Maestro, y le arrancó esta exclamación: qué cosas me hace decir ese joven en las que nunca he pensado! En efecto, aquellas cosas eran superiores á sus habituales meditaciones, aunque no contrarias á sus doctrinas.[8] En suma: las Apolo- gias ó defensas de Sócrates escritas por Jenofonte y por Platón, con las Memorias del primero y las varias Pláticas del segundo, que se ocupan del Proceso y de la muerte de Sócrates, son documentos que se completan entre sí, y escritos que perpétuamente conmoverán a los corazones generosos en los cuales arda la llama pura del entusiasmo; á los espíritus capaces de admirar a aquellos varones fuertes que han sellado heróicamente, sus convicciones con su sangre.

Sin embargo, aunque Jenofonte no poseía el arrebatado entusiasmo, ni las pasiones ar- dientes sin las cuales es imposible la elevación oratoria, aunque no tenía másimaginación que aquella que requieren los géneros templados, con todo, en las breves arengas de La Apología se eleva alguna vez hasta la elocuencia, con solo dejar hablar á un sentimiento de profunda indignación. No encontraremos en la Apología de Jenofonte un resúmen como el que leemos en la de Platón: Ya es tiempo de partir, yo para la muerte, vosotros para la vida. ¡Dios sabe á cual está reservado mejor destino!; pero en cambio el silencio final de Sócrates en la Apologia de Jenofonte, es imponente y magnífico: Después de haber hablado así, partió sin que nada en él desmintiese su lenguaje: en sus ojos, en su actitud, en su marcha, conservando una serenidad espléndida. Esta majestad, esta inalterable sangre fria, este talante de un hombre sobre el que acaba de recaer una sentencia de muerte, ¿no es la condenación más elocuente y sublime de los mismos que le han condenado? Con razón se ha comparado esta actitud á la de Régulo cuando torna para el destierro.



En cuanto a las bellezas de estilo del opúsculo que publicamos, por más que se han tributado grandes elogios al estilo de Jenofonte, en la Apologia se ven menos que en otros escritos suyos las cualidades generales del mismo.

De todas maneras, el fondo de los escritos de este insigne polígrafo es lo que constituye su mérito principal. Escribe para mejorar á los hombres, para hacerlos buenos y útiles: esa es la idea capital que movió siempre la pluma de este eminente literato ateniense, dejando en todos sus escritos, aun en los más exiguos, alguna particula de su alma.

No hemos podido tener a la vista versión alguna española de este opúsculo[9]; pero en cambio hemos consultado varias de las ediciones y traducciones extranjeras que gozan de más crédito.

En cuanto a nuestro pobre trabajo, los inteligentes en el idioma griego fallarán hasta dónde hemos acertado, si es que hemos tenido la fortunaa de conseguir algún acierto. Por nuestra parte hemos procurado que la traducción cumpla con la condición que la crítica y el buen sentido piden preferentemente en este género de trabajos, es decir: que hemos procurado traducir con fidelidad, aun sacrificando las galas del estilo.


Apología de Sócrates

TRADUCCIÓN[10]



I

Por qué razón el sábio ateniense no queria preparar sus medios de defensa.

Trasmitir a la posteridad la conducta del célebre Sócrates cuando fué citado ante el Jurado, y decir las determinaciones que tomó respectivamente a su defensa y á su muerte, parécemeen verdad un digno asunto. Otroshan escrito también[11] sobre lo mismo, y todos convienen en la sublime dignidad de su lenguaje[12]. Es, pues, una realidad que Sócrates en aquellas circunstancias habló con magnificencia. Mas no se han explicado claramente los motivos que tuvo para juzgar en tal ocasión la muerte preferible a la vida: de suerte que cabe dudar si la razón estuvo entonces á la altura de la elocuencia.

Pero su amigo Hermogenes, hijo de Hipónico[13] nos ha dado sobre esto detalles que ponen en perfecta consonancia la elevación de sus palabras con la de sus ideas. En efecto, cuenta que, viéndole discurrir sobre todo, ménos sobre su causa, le dijo: ¿No convendria, mi querido Sócrates, que discurrieras también algo sobre tu defensa?-A lo que el filósofo le contestó: Pues qué mi vida entera no te prueba que constantemente me ocupo de ella? -¿Y cómo? replicó Hermogenes.- Procurando no hacer jamás una acción injusta: ese es á mis ojos el mejor modo de preparar mi defensa.-¿Pero no ves, dijo nuevamente el hijo de Hipónico, que los tribunales de Atenas han hecho perecer á multitud de inocentes, victimas de su turbación para defenderse, mientras que han absuelto a otros muchos siendo delincuentes, porque su lengua los ha movido á compasión ó cautivado por su elegancia?-Pues, ¡por Júpiter! dos veces he intentado ya ocuparme de preparar una defensa y otras tantas se ha opuesto a ello el Génio[14] que me inspira.- ¡Lo que estás diciendo me sorprende!-Y ¿por qué sorprenderte, si la Divinidad juzga que es más ventajoso para mí el dejar la vida desde este instante mismo? Pues tú no sabes que hasta el presente no hay un solo hombre á quien le conceda que haya vivido mejor que yo? Mi conciencia me dice, y es mi más dulce satisfacción, que he vivido de una manera justa y religiosa, de tal modo, que, despues de mi propia aprobación, me encuentro con la de cuantos me tratan, que tienen formada igual opinión sobre mi conducta.

Pero ahora mi edad avanza: sé que han de sobrevenir las cosas propias de la vejez: ver mal, oir peor, ser cada día más tardío para aprender y de lo que tiene uno aprendido irse olvidando rápidamente. Y si yo advierto la pérdida de mis facultades, y si he de estar incómodo conmigo mismo, cómo podré decir entonces: vivo gustosamente? Acaso Dios me concede esto como un don especial: pues no solo voy á dejar la vida en el momento más favorable por mi edad, sino de la manera menos penosa; pues si hoy me condenan, me será permitido indudablemente escoger la especie de muerte que estimen más sencilla los que entienden de esto: muerte que dé lo menos que hacer á mis amigos, y que llene cumplidamente los deseos del que ha de sufrirla: pues así se va uno extinguiendo sin ofrecer nada repugnante ni molesto a los ojos de los que le rodean, teniendo el cuerpo sano y el alma dispuesta a la complacencia. ¿Cómo por precisión no ha de ser esta muerte apetecible? Con razón los dioses, añadió, se han opuesto á la preparación de mi Defensa, mientras que a todos nosotros nos pareceria que debian buscarse los medios de escapar á todo trance.

¿Y qué aconteceria en el caso de conseguirlo?: que en lugar de acabar ahora con la vida, tendría que resolverme á morir atormentado por los padecimientos ó por la vejez, sobre la cual recaen todas las molestiasy sinsabores[15].

¡Por Júpiter! Hermogenes, que no pensaré más en esto. Y si por hacer ver en el tribunal los favores que debo a los dioses y á los hombres, si por manifestar libremente el concepto que tengo de mi mismo me indispusiera con mis jueces..... preferiré morir antes que mendigar servilmente que se me otorgue la prolongación de una vida cien veces peor que la muerte.

Despues de esta resolución fue cuando, según Hermogenes, sus enemigos le acusaron de no reconocer los dioses que veneraba la Patria, de haber introducido nuevas divinidades y de corromper à la juventud.

II

Sócrates responde á las acusaciones de sus enemigos

Compareció ante los jueces, y dijo:

¡Atenienses! Lo que más me maravilla en este asunto es la conducta de Mélito[16]. ¿Có mo ha osado asegurar que desprecio las deidades de la República, cuando todo el mundo me ha visto, y él mismo si lo ha querido, tomar parte en las comunes festividades y sacrificar en altares públicos? ¿Es, pues, por ventura, introducir númenes extraños el haber yo dicho que la voz de un Dios[17] resuena en mi oído enseñándome cómo debo obrar? ¿Pues los que consultan los cantos de las aves ó los pronósticos de los mismos hombres, no se dejan influir tambien por sonidos articulados? ¿Quién puede negar que el trueno sea una voz y el más grande de todos los presagios? ¿Pues la Pitonisa colocada sobre la trípode, no se vale tambien de la voz para pronunciar los oráculos de su Dios? En una palabra, que Dios conoce y revela a quien le place el secreto de lo porvenir: he ahí todo lo que yo digo, que es lo mismo que dicen y piensan los demás. Pues bien, los demás llaman á todo eso augurios, pronósticos, presagios, profecias; yo le llamo Génio (Daimonio); y creo que, llamán.

dolo así uso un lenguaje más verdadero y más piadoso qne los que atribuyen á las aves el poder de los dioses. Y la prueba de que no miento contra la divinidad es, que cuantas veces he manifestado á mis numerosos amigos los consejos de Dios, jamas les he parecido engañado[18] Alborotáronse los jueces al oír esta arenga: unos porque no daban crédito á lo que habian oido, otros aguijoneados por la envidia de que aquel hombre hubiera conseguido mayores distinciones que ellos por parte de los dioses.

Sócrates tomó de nuevo la palabra, y les dijo: Ea, pues, escuchad más todavía, a fin de que los que lo desean tengan un motivo más para no creer en los favores que me concede el cielo. Un día ante una reunión inmensa interrogó Cherefón[19] sobre mí al oráculo de Delfos: No existe un hombre, respondió Apolo, más independiente, más justo, ni más sabio que Sócrates[20] Como era de esperar, levantóse aun más el clamor de los jueces cuando escucharon esto.

Reinaba en tiemqo de Sócrates la incredulidad ó la duda sobre los dioses. Para combatirla observaba que lo mejor en nosotros no lo vemos sensiblemente, sino que lo conocemos por sus efectos, como nuestra alma y supremamente Dios, cuyos efectos sentimos en nuestro corazón, cuando no pretendemos ver su figura con los sentidos. (Sanz del Rio. Revista universitaria. 1854, tomo 1.) El sabio ateniense nuevamente les arguyó, diciéndoles: ¡Hijos del Atical pues mayores alabanzas que las tributadas á mí, profirió el oráculo en honor de Licurgo, el legislador de los espartanos. Al verle entrar en el templo cuentan que exclamo: No sé si te llame Dios ú hombre. A mí, sin haberme comparado á un dios, sólo me ha hecho superior a los demás hombres.

Sin embargo, yo no quiero que ciegamente deis crédito á las palabras del oráculo; pero ruego que las examineis una por una. ¿Conoceis un hombre menos esclavo que yo de los apetitos del cuerpo? ¿un hombre más independiente que yo, que de nadie admito dádivas ni recompensas? ¿Y á quién podreis vosotros considerar como el más justo, sino al hombre moderado que se acomoda con lo que tiene, sin tener nunca necesidad de lo de los demás? ¿Y en fin, cuál de vosotros puede negarme el último dictado del oráculo[21], si desde el momento que comencé à comprender la lengua humana no he cesado de investigar y he aprendido cuanto bueno he podido? ¿Y la prueba de que mis trabajos no son estériles, no la veis patente en la predilección con que buscan mi sociedad gran número de ciudadanos, y aun de extranjeros, apasionados de la virtud? ¿Por qué tantas gentes desean obsequiarme con regalos, cuando saben que yo no tengo riquezas con que remunerarles? Y en cuanto a mí, mientras que nadie puede decir que le he exigido un servicio, ¿cómo confiesan todos que me deben agradecimiento? ¿Por qué razón, durante el sitio de Atenas;[22] mientras mis compatriotas se lamentaban todos de su miseria, yo no vivía ni más ni menos angustiado que en los días más prósperos de la República? En fin, los más de los hombres tienen que comprar á caro precio los objetos de sus delicias en el mercado público; yo, sin costo ninguno, los encuentro infinitamente más dulces en el fondo de mi alma.

Pues si todo cuanto he alegado en mi defensa es cierto, y nadie puede convencerme de que falto á la verdad, ¿cómo, haciéndome justicia, no he de ser ensalzado por los dioses y por los hombres? Tal es mi conducta. Y sin embargo, Mélito, tú me acusas de pervertir a la juventud[23].

Pero todos sabemos en qué consisten tales corrupciones: dime si conoces á uno solo de esos jóvenes que con mis lecciones se haya pervertido; que siendo religioso se haya hecho un impío, que de moderado se haya tornado violento, de reservado en pródigo, de sobrio en amante de la crapula, de trabajador en perezoso, uno solo que se haya entregado á pasiones vergonzosas.-¡Sí, por Júpiter! Conozco á algunos a quienes has seducido hasta el punto de que siguen con más confianza tus consejos que los de sus padres.--Lo confieso, dijo Sócrates; pero en lo relativo a la educación moral: que, como ellos saben, es el asiduo objeto de mis desvelos. También en lo que conviene a la salud seguimos mejor los consejos de los médicos que los de nuestros padres; y vosotros todos, atenienses, mirais en las asambleas á los que hablan en ellas con superior ilustración, con más predilección que a los que se hallan unidos á vosotros por los vínculos de la sangre; así como en las elecciones de gecargos públicos debían servirse en bien de la patria, cuando ésta se halle en poder del extranjero, para evitar mayores males á los conciudadanos.

El proceso de Sócrates tiene todos los caractéres de un golpe de partido, de un juicio revolucionario, y el fallo fué del todo inmerecido, porque la conducta de aquel grande hombre estuvo inspirada siempre por el sentimiento más puro de justicia. (Véase á Schoell: Litter. grecque. II, 32 y siguientes.- Cantú: Biogr. t. X de la Hist. univ.: Sócrates.- Weber.-S. del Río: Hist, univ. t. I. Laurent: Etudes sur l'histoire de l'humanité: Gréce. t. II.) nerales preferís los varones más hábiles en el arte de la guerra, no solo á vuestros padres y à vuestros hermanos, sino por Júpiter! aun á

vosotros mismos.Ese es el uso, y así conviene á la patria; replicó Mélito.-Pues entonces, dijo Sócrates, ¿no te parece digno de admiración, siendo en todos los asuntos los más hábiles considerados, no sólo como iguales, sino como superiores a los demás, que yo, por ser tenido en la opinión de algunos como el mejor en lo que es el mayor bien de los hombres, la educación del espíritu, me haya de ver por tu causa condenado á muerte[24].

III

Conducta de Sócrates después de la sentencia

Algunos más razonamientos se añadieron por el filósofo y por los amigos que hablaron en su defensa[25]. Mas no ha sido mi intento referir los pormenores de este célebre proceso. Bástame haber demostrado que Sócrates creía de gran importancia el no mostrarse irreverente con los dioses[26] ni injusto con los hombres.

Lo de conservar la vida creia que no debía pedirse con humillaciones; antes bien, estaba convencido de que era la ocasión oportuna de morir: y que era esta su convicción, claramente se vió después de pronunciada la sentencia. Se le invitó primero á que conmutase la pena capital por una multa, [27] y ni accedió á ello, ni permitió a sus amigos que la entregaran, pues decía que condenándose á una pena pecuniaria tenía que confesarse culpaAunque sus pensamientos se elevasen más allá de los miserables símbolos que entonces adoraba la Grecia, respetó el culto legal de su patria, y aun seguía todos los ritos de la religión popular. Pensaba que la adoración de la Divinidad era una cosa tan santa en sí misma, que no había necesidad de contristarla aun cuando se equivocase de Dios.

(Lamart., obra citada.) No desenvolvió Sócrates una ciencia de Dios.

Le bastó combatir las representaciones antropopáticas de los dioses, reconocer la omnisciencia, omnipresencia y bondad de Dios en el gobierno del mundo, y sobre todo, la unidad de Dios sin dualismo ni limitación sensible ni panteismo, según conoce esta unidad el espíritu religioso. (Sanz del Rio, Revista citada.) ble.[28] Quisieron luego sus amigos proporcionarle una huida; [29] mas la rehusó tambien, y aun les preguntó, con cierto humor, si ellos tenían noticias de que hubiese fuera del Atica algún lugar inaccesible à la muerte.

En fin, luego que la sentencia fué pronunciada, cuentan que se expresó así: ¡Ciudadanos! los sobornadores que han inducido al perjurio á los testigos que han depuesto en contra mía, y los que se han prestado al soborno, deben imprescindiblemente reconocerse culpables de una gran impiedad, de una tremenda injusticia. ¿Y sería decoroso que yo mostrara ménos ánimo ahora que antes de haber sido condenado, yo que no estoy convicto de haber ejecutado nada de cuanto se me ha acusado? Se me ha visto á mi, desertor del culto de Júpiter y de Juno, y de los dioses y diosas, sacrificar á nuevas divinidades? En mis juramentos, en mis discursos, me veis invocar otros dioses que los vuestros? Y por lo que hace á la juventud, ¿cómo yo he de pervertirla, cuando la acostumbro a la paciencia y á la frugalidad? Ninguno de esos crimenes contra los que la ley pronuncia la muerte: el sacrilegio, la perforación de muros, la venta de hombres libres, la entrega de la patria, [30] ninguno de esos delitos me ha sido imputado por mis contrarios. Por lo que me parece muy digno de extrañeza que vosotros hayais podido encontrar en mi causa acción alguna que merezca la muerte. Mas yo no me creo por eso menos digno de estimación, pues muero inocente. No es el oprobio para mí, sino para los que me condenan. Por otro lado, me sirve de consuelo el destino de Palamedes, muerto de una manera semejante a la mía[31].

Y en verdad, ¿hoy mismo no inspira cantos mas hermosos este héroe que el propio Ulises que le hizo perecer injustamente? Estoy seguro que el tiempo pasado y los siglos venideros atestiguarán que no he hecho mal à nadie, que a nadie he pervertido, sino que he sido benéfico con mis discípulos, enseñándoles de buen grado lo bueno que he podido.

Después de haber hablado así, se salió de la manera que correspondía á sus palabras: la mirada radiante, el exterior y la marcha majestuosa[32]. Como advirtió que los que le acompañaban iban llorando, les dijo: ¿Y por qué es eso de llorar ahora? ¿Pues no sabíais, mucho tiempo ha, que la naturaleza desde que vine a la vida tenia decretada mi muerte?[33] ¡Y si se tratase de que, rodeado de goces tuviera que morir prematuramente, cierta- mente que debía ser un motivo de aflicción para mí y para mis amigos; pero si voy á dejar la vida cuando ya sólo sufrimientos debo esperar en ella... creo, pues, que al verme á mí contento, debéis participar de mi alegría todos vosotros[34]. Pues yo me sublevo contra esa sentencia, dijo Apolodoro, hombre sencillo, que le era muy adicto y que estaba allí presente, porque veo que mueres injustamente.-Queridísimo Apolodoro, contestó Sócrates[35], pasándole la mano cariñosamente por la cabeza, pues ¿por ventura querríais mejor verme morir con justicia que con inocencia? Y al mismo tiempo dejó ver su afable sonrisa[36] Cuentan tambien que al ver á Anito que pasaba, dijo: ese hombre va tan enorgullecido, como si hubiera realizado una acción grande y bella con haber votado mi muerte... ¿y por qué? Porque le hice notar que no estaba bien que él, honrado por la ciudad con los más elevados cargos, rebajara á su hijo hasta el oficio de curtidor... ¡El insensato! ¡No conoce que entre él y yo el triunfo será siempre de aquel que en todo tiempo haya ejecutado las cosas más útiles y bellas!... Pero Homero concede á algunos de los que están para morir el don de penetrar en lo lo venidero[37], y os voy á pronunciar un vaticinio; he tratado un poco de tiempo al hijo de Anito, y no me parece un espíritu desprovisto de energía: pues os anuncio que no ha de permanecer en el oficio servil á que el padre le ha consagrado; falto de un honrado guia que le conduzca, sucumbira à una pasión vergonzosa; y ya en adelante continuará progresando en el camino de la depravación.

Los hechos correspondieron a la profecía: el mancebo se entregó al vicio del vino, y ébrio á todas horas, concluyó por hacerse un hom- bre inútil para su patria, para sus amigos y para sí mismo. El padre, por la educación infame que había dado al hijo, y por su torpe ignorancia, ha logrado verse deshonrado aun hasta hoy, después de muerto.

En cuanto á Sócrates, el haberse engrandecido ante sus jueces, excitó contra él la envidia y los decidió más resueltamente á condenarle[38]. Por lo demás, creo tambien que su muerte fué un beneficio que le concedieron los dioses, puesto que dejó lo más triste de la vida y alcanzó la más dulce de las muertes.

¡Y qué alma tan grandiosa! Convencido como estaba de que la muerte era para él más ventajosa que una larga vida, del mismo modo que jamás se había manifestado contrario á recibir lo bueno, tampoco se mostró débil ante la muerte; al contrario, le salió al encuentro y murió con júbilo[39].

Por mi parte, cuando considero la sabiduría é inmensa grandeza de aquel hombre, no puedo menos de recordarle, y con mi recuerdo tributarle mis alabanzas: y si alguien que sea amante de la virtud, se ha encontrado con un hombre más útil que el sabio de Atenas, desde luego declaro que ese es el más afortunado de los mortales.


FIN DE LA APOLOGÍA DE SÓCRATES



  1. Además de la Apología de Jenofonte, que somos los primeros en publicar traducida y comentada en lengua española (por lo menos no tenemos noticia de ninguna otra versión castellana) se conservan otras piezas del mismo escritor, y de Platón, referentes al propio asunto.
  2. Sobre la doctrina socrática pueden consultarse además: Cic. de Offic. I, 30. De Orat. II, 67. Quint. VI, 3. VIII, 6. Investig. sobre la doctrina de Sócrates, por C. Brandis. En el museo del Rhin (al.) 1627, primer año y 2. fasc., pág. 118, 150, y Schleiermacher, Sobre el mérito de Sócrates considerado como filósofo, en las actas de la Academia real de Ciencias de Prusia (1814-15, pag. 50 y sig.) F. Delbrück, Sócrates. Consideraciones é investig. Colonia, 1819.—Ritter, Hist. de la filosofía antigua, trad. franc. de Tissot. París, 1851.—Tenneman, Historia de la filosofía. Leipsig. 1798-1819. Trad. franc. de Cousin.—Sanz del Rio, Sócrates. Rev. univ. t. I. Madrid, 1857.
  3. Ol. 89. I; 424 a C.
  4. Ol. 94, 4; 401 a. J. C.
  5. Puede consultarse, sobre la vida de este famoso capitán é ilustre escritor de la antigüedad, además de Diógenes Laercio, Historias de los filósofos célebres, lib. II.-La Vida de Jenofonte, por J. B. Gail, Paris 1795, 2 v., 8.0; -- C. G. Kruger, De Xenoph. vita quæstiones criticæ, Halle, 1822, 8.0; - Delbruch, Xenophon, Bonn, 1829, 8.0
  6. Continuación de las Historias de Tucídides. Debemos hacer mención, ya que citamos la obra de Tucídides, de un rasgo de alta moralidad literaria, de Jenofonte: teniendo en su poder el manuscrito de Tucídides le publicó tal como le conocemos, con el nombre de su autor ilustre, cuando él, ganoso de fama literaria, pudo haber usurpado su gloria al celebrado autor de las Guerras peloponésicas.
  7. El primero duda de la autenticidad de esta pieza lo mismo que del final de la Cyropedia. Schneider juzga que la Apologia debió antiguamente ser una continuación, adición ó suplemento de las Memorias; pero que los gramáticos, al desglosarla de esta obra, la han adulterado en algunos pasajes.-Schoell. Hist. de la litt. grecque profane, II. 350.
  8. Véase la thésis de M. L. Dissen intitulada De Philosophia morali in Xenophontis de Socrates commentariis tradita. Gotinga, 1812: acusa á Jenofonte de haber presentado Sócrates, más bien que como filósofo, como hombre de mundo: y bajo el punto de vista menos favorable: como hombre atento á su utilidad y conveniencia. Jenofonte ha sido justificado de esta censura por Staudlin en su Gesch. de Moral philosophie, 84. Schoell: Hist. de la Titlerature citada, nota de la pág. 319.- El cargo de Dissen es injusto: lo único que debe afirmarse es que Platón, sin alterar en nada los rasgos de la fisonomía del gran Filósofo, lo transfigura; y presenta, bajo la imágen de Sócrates, el ideal del verdadero sabio. Jenofonte se complace amorosamente en dejar a la posteridad el retrato real del Maestro; pero siempre realizando su dignidad moral, y la elevación de su carácter.
  9. El erudito y entendido humanista D. Julián Apraiz en su excelente interesante Historia de los Estudios helénicos de España, no cita más versión castellana de la Apologia que la nuestra (primera edición), lo que confirma la crencia que ya hemos consignado.
  10. Recomendamos á nuestros lectores el interesante y concienzudo trabajo de Fr. Thurot: Apologie de Sócrates d' aprés Platon et Xenophon. En esta obra se encuentran tambien el Critón y el Phedón, que son sus indispensables comentarios.
    Veáse asimismo la Apologie de Sócrates de Libanio. Libanii Opera, edition Claude Morel. Paris, 1607, p. 635.
  11. Principalmente Platón. Los diálogos de Platón se dividen en 10 grupos. Forman el 1.º los que tratan del Proceso y muerte de Sócrates; y son: Enthyphron, la Apología, Critón, Phedón y Gratylo (T. Socher uber Platons Schriften, München, 1820.)
  12. Sócrates, dice Cicerón, no se presentó ante sus jueces humillado ni suplicante, sino con la majestad de un soberano.
  13. Sobre Hermogenes veánse las Mem. de Jenof. 11, 10; IV, 8.
  14. Decía Sócrates que tenía una voz interior «un Génio» (demonio) que le advertía constantemente lo que debía hacer y evitar. Por estas, para sus émulos extravagancias demoniacas, le acusaron. Nos hemos servido de la palabra Génio en la traducción, porque la acepción en que se toma en nuestro idioma la palabra demonio no expresa el concepto, pues lo que se quiere significar aquí es Númen, Génio, Oráculo, Dios.
  15. Horacio ha dicho tambien: Multa senem circunveniunt incommoda. Ars., poet. v. 169.
  16. Platon. Los otros fueron Anito y Licón. Apología, III y XI.
  17. Daimonion. Veáse la nota de la pájina 151.
  18. Si consideramos la atención religiosa con que Sócrates seguía la voz de Dios en el espíritu, debemos inferir que Sócrates miraba el conocimiento de la Razón divina que rige el mundo, además del de la Naturaleza que nos rodea, como el fundamento del recto conocimiento propio.
  19. Cherefon, ateniense, hermano de Cherecrates y uno de los más honrados discípulos de Sócrates. Jenof. Mem. I, 2; II, 3.
  20. Platon. Apolog., V y siguientes.
  21. El más Sábio.-Siendo la ciencia humana muy imperfecta respecto a la de los dioses, Sócrates, que conocía esta imperfección, se acercaba más å la sabiduría. (Platon, Euthyphron, II.)
  22. Después de la derrota de la armada ateniense por los espartanos en Egospotamos, Lisandro cercó por mar y tierra á Atenas, desgarrada por partidos interiores y afligida además por un hambre cruel, obligándola á rendirse á discreción. Fueron sus muros y naves destruídas, abolida su Constitución democrática y entregados al perfido gobierno de los Treinta tiranos.
  23. Tal acusación era fácilmente escuchada en aquellos días en que las desgracias de Atenas se culpaban a los novadores en costumbres y leyes.. Estas se restablecieron por un partido enemigo de Alcibiades y Critias, discípulos de Sócrates, á quien el vulgo confundía fácilmente con los sofistas (Sanz del Río: ibid).- Opinamos como Söcher y Freret que la acusación de Sócrates, aunque aparentemente engendrada por celos religiosos, fué una verdadera venganza política, al contrario de lo que hizo con Jesús la hipocresia farisáica, que le acusó ante Pilatos de un crimen de Estado (Rey de los judíos.) Durante el gobierno oligárquico había sido Sócrates senador, porque creía que los
  24. Los jueces, en número de 556, se dividieron en dos opiniones. Sócrates fué condenado por mayoría de tres votos, por el partido de los fanáticos. Pero Sócrates se chanceaba con la vida y con la muerte, y en lugar de pedir con lágrimas la absolución, según costumbre, les dijo con aquella amarga ironía que constituía la fuerza de sus discursos: «Atenienses! por haber consagrado mi vida entera al servicio y á la moralidad de mi Patria, me condeno yo mismo á ser alimentado durante el resto de mi vida en el Pritaneo á expensas de la República.» Los jueces que se vieron de tal modo provocados, dictaron la sentencia de muerte por una gran mayoría. (Véanse las obras citadas y Lamartine, Historia de la humanidad por sus grandes hombres.-Sócrates.)--Nada da tanta altivez como la persecución de los malvados y recita sus propias alabanzas como Epaminondas y Publio Scipión.
  25. No se sabe á ciencia cierta quiénes serían los discípulos que hablaron en su defensa. Diógenes Laercio cuenta con referencia á Justino de Tiberiades, y con relación á la causa de Sócrates, que un día Platón se subió á la tribuna, y dijo: «¡Atenienses! yo soy el más joven de los que han suðido á esta tribuna..., » pero que los jueces exclamaron: «Di más bien descendido».-Que era como decirle: Desciende. (Talbot: Oeuvres de Xenoph.: I, 201, nota 2.)
  26. ¿Me oyes negar que haya dioses, ni enseñar esto á mis discípulos? No creo que sean dioses ni el Sol ni la Luna... (Platón, Apología.)
  27. La ley de Atenas autorizaba al condenado á rescatar su vida por un destierro ó por una multa, la cual tenía que imponerse él mismo, reconociéndose culpable. Fué condenado á beber la cicuta, brebaje empozoñado que daba la muerte en forma de sueño.
  28. Cicerón. (De Orat., I, 56.)
  29. Este es el asunto del Criton, de Platón. En efecto; su discípulo y amigo Critón le ofreció medios de huir. Treinta días estuvo en la prisión (durante las fiestas de la Teoría en que no debía ser ejecutado ningún reo); los pasó con sus amigos conversando sobre la inmortalidad del alma. La última de aquellas conversaciones ha sido religiosamente conservada por el divino Platón, en uno de sus mas preciosos diálogos, el Phedon.
  30. El sacrilegio, la perforación de muros, la venta de hombres... Sobre el primer delito, véase á Platon, ley 8; la toichorychia ó perforación de muros podríamos en nuestras clasificaciones jurídicas comprenderla en robo con fractura; la andrapódisis, llamada por los romanos PLex Flavia Pprar, vender o tener por esclavo al hombre libre; del que persuade al esclavo ageno á que huya de la casa de su señor. Sobre este delito, véase á Ulpiano en el Digesto.
  31. Palamedes, hijo de Nauplio, rey de Eubea, pereció víctima de la envidia que excitó en Ulises su sabiduría. (Jenof., Mem. IV., 2. Platon, Apolog. XXII.)
  32. Actitud en que representa Horacio á Régulo regresando voluntariamente al destierro, en la oda v del libro III, v. 41 y siguientes.
  33. A uno que decía á Sócrates: «Los atenienses te han condenado á níuerte.»-«Y la naturaleza á ellos, » le contestó. Montagne: Essais. I, 19.
  34. Véase el discurso de Germánico á sus amigos cuando iba á morir.- Tácito. Annal. II, 71.
  35. Sobre el cariño que le profesaba este Apolodoro, véase á Platon en el Phedro, párrafos 2 y 66, y á Plutarco en la Vida de Caton de Utica, párrafo 10.
  36. Diógenes Laercio en la vida de Sócrates, refiere fué á su mujer Xanthippa, y no á Apooro, á quien el filósofo dirigió estas palabras. 12 que
  37. Alusión dos pasajes de La Iliada: el uno v. 856 del canto XVI, cuando Patroclo moribundo anuncia á Héctor que él á su vez ha de morir á los golpes de Aquiles; y el otro, canto XXII, v. 358, cuando Héctor anuncia en iguales circunstancias á Aquiles que morirá herido por Páris.
  38. Véase lo que anteriormente dejamos anotado sobre la sentencia.
  39. Sobre los últimos momentos del filósofo, véase otra de nuestras notas anteriores.